La buena noticia de que el Proyecto para un Nuevo Siglo Americano se ha cancelado y ha cerrado, incluso, las lujosas oficinas que un generoso American Enterprise Institute le cediese en su no menos lujoso edificio de Wáshington, se ha visto empañada por otras que llegan dispersas. Se trataba de la plataforma geopolítica del movimiento […]
La buena noticia de que el Proyecto para un Nuevo Siglo Americano se ha cancelado y ha cerrado, incluso, las lujosas oficinas que un generoso American Enterprise Institute le cediese en su no menos lujoso edificio de Wáshington, se ha visto empañada por otras que llegan dispersas. Se trataba de la plataforma geopolítica del movimiento neoconservador, que desde junio de 1997 proclamó en su página web la urgencia de acometer un programa bélico para la reconquista mundial. Los que llevaron al poder a Bush, como marioneta dócil, intentaban de esta manera dominar el mundo hasta llegar a su última frontera, abarcando desde el cosmos hasta el ADN humano, e instaurando, por la fuerza, y para siempre, el poder hegemónico del imperialismo norteamericano.
Los sucesos del 11 de septiembre del 2001, jamás suficientemente esclarecidos, actuaron como el pretexto perfecto para el despliegue de lo diseñado por los escrupulosos halcones neoconservadores. Pero el empantanamiento de la maquinaria bélica yanqui en los arenales de Irak y Afganistán, el auge mundial del terrorismo y las luchas de los pueblos, las crisis económicas, de credibilidad y gobernabilidad obligaron a clan neoconservador a moderar la velocidad de sus proyectos hasta llegar al colapso actual. La inminente pérdida de un poder que se creía poseer para siempre es, apenas, la parte visible del iceberg. Por debajo de su línea de flotación, como suele ocurrir cuando los doctrinarios se desbandan, han empezado las deserciones, las acusaciones mutuas y los reacomodos. Pero la mala noticia es que una de sus facciones en fuga, la de los más coherentes y recalcitrantes, se retira combatiendo, o sea, intentando causar todo el daño posible a la Humanidad , dejando, de paso el terreno minado a la administración que le sucederá.
Los síntomas de que vivimos el momento más peligroso del vuelo de despedida de los halcones neoconservadores son visibles, aún cuando aparecen dispersos en medio de las noticias habituales. No importa si quienes expresan a sus entrevistadores opiniones capaces de poner los cabellos de punta a cualquier ser humano razonable son funcionarios o ex funcionarios de la administración Bush, porque el neoconservatismo es una escuela política de pensamiento y acción, no una condición que dependa de detentar directamente el poder. Tampoco importa que estos sean demócratas o republicanos: hay neoconservadores duros en ambos partidos. El neconservatismo, y sus voceros son la expresión concentrada y brutalmente cínica de las esencias profundas del imperialismo en las condiciones posteriores al fin de la Guerra Fría. A nadie debe asombrar que temas como la posibilidad de un ataque israelí contra las instalaciones atómicas de Irán, probablemente el detonante de una conflagración mundial de incalculables proporciones, sea irresponsablemente estimulado por esta pandilla de perdedores en su ocaso político. Y mucho menos debería asombrarnos que tales predicciones, con escalofriantes detalles y plazos de cumplimiento provengan de un neoconservador irreductible como John Bolton.
En declaraciones del pasado 24 de junio al Daily Telegraph, de Londres, el ex embajador norteamericano ante la ONU ha predicho que «Israel atacará Irán después de las elecciones de noviembre, y antes de que el nuevo presidente de los Estados Unidos asuma el cargo». Ante lo que calificó de «falta de voluntad política de Bush para atacar Irán», Bolton ha declarado que «Israel si tiene la determinación de detener el programa nuclear iraní, para lo cual han analizado detenidamente el calendario. Nunca lo hará antes de las elecciones, porque no sabe qué impacto podría tener sobre ellas. Si triunfa Obama, ellos creen que una acción militar podría ser obstaculizada o impedida. Si gana McCain, puede que pospongan sus planes, pues este tiene un diseño político hacia Irán más realista que el de Bush». William Kristol, otro de los halcones neoconservadores más prominentes, director del «Weekly Standart», acaba de declarar a la cadena Fox que una victoria demócrata en las elecciones podría llevar a Bush a desatar un ataque contra Irán. «Si el presidente llega a la conclusión de que McCain será su sucesor-afirmó- esto podría llevarlo a pensar que es más apropiado dejar en sus manos la decisión final».
Dejemos a un lado el claro intento de chantaje emocional dirigido al elector norteamericano que estos astutos neoconservadores intentan ejercer agitando el miedo de una posible guerra nuclear, de incalculables consecuencias, siempre relacionada con la posibilidad de que se produzca un triunfo de Obama en noviembre. Cualquier elector desinformado o vacilante, al escuchar estas predicciones, podría optar por Mc Cain como por el mal menor. Y aunque esta intención está obviamente presente en Bolton y William Kristol, no creo que sea lo más neo que los mueva a hacerlas. Quien conozca al detalle el pensamiento, la sensibilidad y el estilo neoconservador sabe que lo peor aquí no es la intención de influir a favor de Mc Cain en las elecciones de noviembre, sino el sutil y sibilino intento de influir en un vacilante Bush, eterno juguete en manos neoconservadoras, para que desate la agresión contra Irán, al precio que sea. Y ni siquiera a favor de los intereses estadounidenses, sino israelíes.
A fin de cuentas, ¿a quién ha beneficiado más el desastre de Irak, desde el punto de vista estratégico y geopolítico: a Estados Unidos o a Israel?
Las denuncias de que los más que estrechos nexos entre el sionismo y el neoconservatismo norteamericano son mucho más que el resultado de puntos de vista políticos, ideológicos y filosóficos comunes, han abundado siempre. A los neoconservadores se les conoce también como «cabales», manera de definir en el argot del judaísmo a sus más fieles promotores. Sea cierto o no, lo importante es que para muchos especialistas en el tema, el neoconservatismo es una estrategia sionista para influir en la política interna y externa norteamericana y que esta nación y su pueblo carguen sobre sí los riesgos y costos de las guerras que Israel quisiera, pero no está en condiciones de llevar a cabo. Así ocurrió en Irak y así, a todas luces, se desea que ocurra en Irán.
«La clave está en que los israelíes necesitan romper el ciclo nuclear iraní,-vuelve a la carga el cabal Bolton- lo cual se lograría, por ejemplo, si se destruyen las facilidades de conversión nuclear en Ispaham, o las de enriquecimiento de uranio en Natanz… Su problema es ganar tiempo, hasta que se logre una solución definitiva. ¿Cuánto tiempo se ganaría?-se pregunta este discípulo del frío maquiavelismo de Albert Wohlstetter-Eso depende de cuánto se logre destruir en el ataque…»
Y mientras los halcones se despiden preludiando la inminencia del Apocalipsis y trabajando para acelerar su llegada sobre la debilitada percepción del mundo de un tipo como George W. Bush, a quien llevaron fraudulentamente a la Presidencia , precisamente por su ineptitud y docilidad, Robert Gates, su Secretario de Defensa, uno de los más ecuánimes y humildes funcionarios de alto nivel de la actual administración, ha declarado al «The New York Times», que el Pentágono acaba de lanzar un programa llamado «Minerva» para financiar investigaciones de científicos sociales que se enfoquen en países como China e Irak( es muy probable, aunque no lo declaró, que también Irán), comparando esta iniciativa con la lanzada durante los tiempos de la Guerra Fría , tras la puesta en órbita del primer spútnik soviético. Se sabe que «Minerva» es la mayor iniciativa de este tipo, desde los tiempos de la guerra de Vietnam. Y estas grandes inversiones, claro está, sólo rinden frutos a largo plazo, por lo que podemos deducir que los neoconservadores están apostando por un regreso en las elecciones del 2012, lo cual teóricamente es posible.
¿Podrá salir indemne para las elecciones del 2012 el próximo presidente, sea quien sea, a quien los neoconservadores se esfuerzan por entregar un país en ruinas, desacreditado a nivel mundial, empantanado en guerras que no puede ganar ni perder, y al que para colmo, empujan a una aventura suicida final contra Irán, para beneficiar los intereses de Israel?
Estamos en presencia, quizás, de una nueva versión del famoso Plan B de Albert Wolhstetter, genio de las estrategias oblicuas que llevaron al colapso a la URSS , tras una estéril competencia militar y estratégica con los Estados Unidos, intentando estar a la altura de quimeras de desinformación, prometidas, pero imposibles de llevar a la práctica, como el Programa de la Guerra de las Galaxias, de Reagan.
Y para culminar este vuelo tardío de los halcones neoconservadores hacia el ocaso, la editorial Doubleday, de New York, publicó en enero del 2008 un título del inefable David Frum, actual investigador del American Enterprise Institute, antes uno de los neoconservadores de la primera hora, y alto funcionario de la administración Bush, cuyo título es toda una metáfora poética en honor al carácter contumaz de una ideología perversa y criminal, como la neoconservadora. «El conservatismo que puede volver a ganar», se titula esta obra. Y es un título más que elocuente y justificado.
No hay dudas de que la Guardia de Hierro neoconservadora se retira combatiendo y lo hará, como estipulaba Cánovas del Castillo para España en la guerra de Cuba… «hasta el último hombre y la última peseta». Sólo que, como este caso recuerda, a 110 años del desastre de las batallas navales de Cavite y Santiago de Cuba, y los combates de San Juan y El Caney, tras la obcecación viene el Desastre, y después de este la Regeneración.
No creo que un estratega tan brillante como Wolhstetter, maestro de neoconservadores como Richard Perle y Paul Wolfowitz hubiese aprobado las burdas declaraciones de Bolton y Kristol, ni el optimismo simplón de Frum. No por diferir de sus intenciones, sino por saber que lo que caracteriza al movimiento al que todos pertenecían era la astucia maquiavélica, inmoral, es verdad, pero eficaz. ¿Y lo será desatar una guerra, desesperada y azarosa, donde el propio Imperio podría desaparecer?
Me parece estar viendo el semblante de decepción de un lógico- matemático, como Albert Wolhstetter, al escuchar estas declaraciones de sus torpes discípulos. «No han aprendido nada-diría, para concluir parafraseando lo que algunos atribuyen a un moribundo Francisco Franco- No se os puede dejar solos.»