En marzo de 1999 el Presidente Clinton realizó un viaje por varios países latinoamericanos, en el que visitó áreas devastadas por el huracán Match y se reunió con delegaciones gubernamentales para promover su visión del comercio globalizado y la diplomacia regional cooperativa. En cada país se le dio una cálida bienvenida. Cuando Clinton dio un […]
En marzo de 1999 el Presidente Clinton realizó un viaje por varios países latinoamericanos, en el que visitó áreas devastadas por el huracán Match y se reunió con delegaciones gubernamentales para promover su visión del comercio globalizado y la diplomacia regional cooperativa. En cada país se le dio una cálida bienvenida. Cuando Clinton dio un discurso ante la Asamblea Nacional de El Salvador, miembros del izquierdista partido FMLN, ex líderes guerrilleros que habían sido elegido representantes, respondieron con una ovación de pie. Teniendo en cuenta que Estados Unidos había hecho todo lo posible en la década de 1980 por destruir al movimiento rebelde, esta era una imagen sorprendente. Sin embargo, a pesar de la larga historia intervencionista de Estados Unidos, Bill Clinton era popular en Latinoamérica. Tenía una manera de cautivar a sus críticos potenciales. Gabriel García Márquez cenó con Clinton, escuchó al presidente recitar espontáneamente largos pasajes de Faulkner y posteriormente escribió una crónica favorable.
En la actualidad lo más probable es que los laureados con el Nóbel usen una pluma ácida contra la Casa Blanca. La administración Bush ha logrado escandalizar a la comunidad internacional con su agresivo militarismo, su creencia en el poder ejecutivo unitario, el uso de la tortura y su visión de los asuntos globales sobre la base de buenos y malos. Estos mismos rasgos perturbadores han llamado la atención de Chalmers Johnson, quien cree que estos han provocado «los últimos días de la república norteamericana». Johnson, profesor retirado de Estudios Asiàticos en la Universidad de California, San Diego, y actual presidente del Instituto de Investigaciones de Política Japonesa, popularizó el término «blowback», originado en la CIA, con su libro homónimo del 2000. (El término «blowback» es de difícil traducción y no aparece en ningún diccionario. Literalmente significa «soplido de retorno», una especie de «reacción» para describir algo que provoca una reacción negativa e inesperada.) Ese volumen advirtió que las intervenciones encubiertas de Estados Unidos en el exterior serían nuestra perdición, y se convirtió en un éxito de librería después de que los ataques del 11/9 parecieron darle la razón. Desde entonces, según Johnson, los aprietos en que se encuentra Estados Unidos han empeorado. Su nuevo libro (Némesis: los últimos días de la república norteamericana) toma su nombre de la «diosa griega de la represalia y castigadora en venganza por el orgullo y la altivez». Dicho de manera no religiosa, Johnson está argumentando que Estados Unidos es su propio peor enemigo. Más temprano que tarde, asegura él, la arrogancia de EEUU provocará su caída. El libro de Johnson está formado en gran medida por capítulos autónomos acerca de un número de temas vagamente relacionados: de cómo la ambición de poder ejecutivo de la administración Bush socava la Constitución norteamericana, así como el derecho internacional; de cómo la CIA funciona como ejército privado del presidente; hasta dónde la extensa red global de bases militares de EEUU brinda una infraestructura para la proyección del poder imperial; por qué el espacio puede que sea la frontera final para la expansión militar; y qué lecciones pueden sacarse de los extintos imperios británico y romano. Los vínculos entre estos temas es la idea de que juntos apuntan al final: «El tiempo para evitar la bancarrota financiera y moral es corto», escribe Johnson. Y más tarde llega a la conclusión siguiente: «Estamos al borde de perder la democracia en aras de mantener nuestro imperio». Las obras de Johnson a medida son descritas como «polémicas», pero eso no describe su sentida preocupación que subyace en su aflicción por nuestro país. Mientras que muchos de nosotros nos hemos vuelto insensibles ante las atrocidades de la Casa Blanca, la indignación de Johnson con la administración –sus memorandos de la tortura, su desprecio por la libre información pública, su burla de los tratados establecidos– es vívida. Esto puede deberse a sus antecedentes conservadores: teniente de la Marina en la década de 1950, asesor de la CIA de 1967 a 1973, y defensor por mucho tiempo de la guerra de Viet Nam, Johnson solo se horrorizó tardíamente del militarismo e intervencionismo norteamericano. Ahora escribe como si quisiera recuperar el tiempo perdido. La contribución más sobresaliente de Johnson al debate acerca del imperio norteamericano es su documentación de la vasta red de bases militares de Estados Unidos en el extranjero, un proyecto que él comenzó en su libro de 2004 Los pesares del imperio. «Hace muchos años se podía trazar la expansión del imperialismo por medio del conteo de colonias», escribe él en Némesis. «La versión norteamericana de la colonia es la base militar». Estados Unidos mantiene de manera oficial 737 bases en todo el mundo, con un valor de $127 mil millones de dólares y cubriendo al menos 278 150 hectáreas en unos 130 países. Para las poblaciones locales expuestas a la contaminación, peleas en bares y prostíbulos que rodean tales campamentos, esas son heridas que se enconan diariamente. En casa, argumenta Johnson, los norteamericanos sufren por los hinchados presupuestos militares que requieren para mantener este mundo de bases. Cada uno de los eruditos capítulos de Johnson enseña tanto como perturba. Pero su jeremiada subyacente acerca de la muerte de la democracia, carece de fuerza analítica. Johnson mira de manera incrédula a «los que creen que la estructura de gobierno en el Washington de hoy tiene algún parecido con el esbozado en la Constitución de 1787». Y parece que no hay retorno: «El poder legislativo de nuestro gobierno está roto», escribe, «y se hace difícil imaginar cómo podría repararse él mismo, dados los enormes intereses que se alimentaron de él». Igualmente, un movimiento de base para reclamar la democracia «es improbable debido al control de los medios masivos por los conglomerados y de las dificultades de movilización». En esencia, Johnson se ha rendido. Tal pesimismo parece exagerado. La república ha sobrevivido a Richard Nixon y a Edgar J. Hoover, y la democracia, a pesar de los golpes recibidos, sobrevivirá también a Bush. El presidente ha perdido su Congreso que le era deferente; sus tasas de aprobación han caído a récords históricos. Bush se siente en la actualidad más como que está en las últimas que como un tirano omnipotente.
En términos de geopolítica, el legado de Bush también es ambiguo. Némesis es un libro acerca del poder duro. Al equiparar a las lejanas bases de Estados Unidos con las guarniciones de Roma, Johnson postula que las cosas no han cambiado mucho desde los días de César y Octavio. Pero con las armas nucleares desperdigadas entre las grandes potencias y las menores, el poderío militar solo puede lograr la destrucción mutua. El poder duro tiene sus límites. Por tanto, para juzgar la fuerza de una nación uno también debe medir su talento para una persuasión más suave. Y en esto los militaristas de la administración Bush ciertamente se han convertido en sus peores enemigos. Al poner en práctica las visiones de dominación global, han creado un mundo de resentimiento y han provocado cada vez más retos al poder de Estados Unidos. Nuestras tropas están asediadas. Las visitas de estado de Bush atraen las protestas en las calles. Los políticos descorteses ascienden a todos los podios. Todo eso nos hace pensar: ¿Cuánto más peligro había cuando nuestro presidente era tan dominante como estimado, alabado por los premiados, recibiendo ovaciones cerradas cuando iba de visita?
— Mark Engler, escritor que reside en la Ciudad de Nueva York, es analista de Foreign Policy In Focus y el autor del libro «Cómo dominar el mundo: la nueva política de combatir al imperio en la era post-Bush,» de próxima aparición (Nation Books, Otoño de 2007). Se le puede contactar por medio del sitio web www.DemocracyUprising.com. Sean Nortz ayudó en la investigación para este artículo. Traducido por Progreso Semanal.
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