Seguir el rastro del dinero. Independientemente de la elevada retórica y de las buienasbuenas intenciones, lo que cuenta y lo que realmente define a una nación, a una sociedad o a una comunidad es quién obtiene qué y por qué. Es el estado de justicia social y económica; o parafraseando al cantante de folk/rock de […]
Seguir el rastro del dinero. Independientemente de la elevada retórica y de las buienasbuenas intenciones, lo que cuenta y lo que realmente define a una nación, a una sociedad o a una comunidad es quién obtiene qué y por qué. Es el estado de justicia social y económica; o parafraseando al cantante de folk/rock de la década de 1990 Joni Mitchell, por qué alguna gente recibe el buen corte de carne, otros solo hueso con tuétano o nada para comer.
El presupuesto es una prueba de Rorschach que nos dice a nosotros y al mundo quiénes somos, qué valoramos y cómo nos imaginamos a nosotros mismos en relación con el resto de la humanidad, viva o aún por nacer, en casa y en el extranjero.
¿Qué dicen acerca de nuestros valores y prioridades las propuestas de presupuesto ofrecidas por republicanos en la Cámara de Representantes y la administración demócrata en la Casa Blanca –y los presupuestos a niveles estatales y locales?
Permítanme comenzar por el macro nivel global, e ir bajando hasta los niveles estatales y locales. Muchos países en varios niveles de desarrollo -desde pequeñas naciones de la ex Unión Soviética a Grecia, España, Gran Bretaña, Irlanda y Estados Unidos- han reaccionado a la crisis actual lanzando bajo el autobús a la gente trabajadora promedio, principalmente los que ganan su dinero con su trabajo (o lo hacían antes de quedar desempleados o jubilados),mientras que tratan con todo su empeño de asegurar la salud del «sistema financiero», a saber: los grandes bancos, los administradores de los fondos de inversión de riesgo y todos esos individuos de alto valor neto cuyo dinero trabaja para ellos.
Con este fin, específicamente para rescatar a los principales culpables cuyo comportamiento temerario provocó la crisis, la Tesorería de EE.UU. y la Reserva Federal, junto con los gobiernos y bancos centrales de Europa, han gastado billones de dólares. Los gigantescos déficits que han resultado de estos enormes desembolsos gubernamentales -desde la brusca disminución de los ingresos del gobierno como resultado de la Gran Recesión y de las ruinosas guerras norteamericanas/británicas/ OTAN en Irak y Afganistán deben ser recortados ahora.
¿Quién pagará? Los menos responsables del desastre y con menor capacidad de pago. Este enfoque no solo es injusto, sino que es económicamente destructivo, ya que disminuye el empleo, deprime la demanda y recorta los ingresos del gobierno, lo cual agrava aún más la crisis.
No es sorprendente que hayan estallado fieras protestas contra tal política, especialmente en Grecia y en menor medida en Gran Bretaña y España. Pero en ninguna parte ha estallado la ira popular con la magnitud de Túnez y Egipto: hasta ahora las protestas en países europeos no han sido en una escala tal como para obligar a los gobiernos a cambiar de rumbo, y mucho menos los ha derrocado.
En Estados Unidos, la indignación popular apenas se ha manifestado porque el grueso del dolor todavía no se ha sentido y porque la gran victoria republicana en las elecciones de noviembre ha sido considerada como un mandato para grandes recortes del gasto gubernamental. Sin embargo, ya ha habido varios dramáticos recortes insensibles y contraproducentes en programas gubernamentales en los niveles estatal y local.
En Arizona, desde 2009 los legisladores estatales han estado tratando de eliminar un programa de trasplante de órganos que beneficia a decenas de pacientes muy enfermos. En 2010 tuvieron éxito y a pesar de conmovedores llamamientos por parte de pacientes y sus familiares, la gobernadora republicana Jan Brewer se negó a reinstaurar el programa de $5 millones de dólares al usar parte de los $30 millones de dinero federal de estímulo discrecional que quedaba de $185 millones que el gobierno federal había asignado al estado. Dos de los pacientes potenciales para trasplante a los que se negó la cobertura murieron a las pocas semanas del recorte de fondos.
Camden, New Jersey, ciudad infestada con una alta tasa de criminalidad, recientemente se vio obligada a despedir a la mitad de su fuerza de policía. En el mismo estado, el gobernador Chris Christie canceló la construcción de una muy necesaria vía férrea a la Ciudad de Nueva York, a pesar del hecho de que el gobierno federal hubiera cubierto la mayor parte del gasto.
Pero los recortes más salvajes de todos puede que sean los de la Florida, donde más de las dos terceras partes de los miembros de cada cámara legislativa son republicanos y el recién electo gobernador Rick Scott acaba de revelar un presupuesto que propone una cifra de $4,6 mil millones en recortes. Más de dos tercios de ese recorte afectarán la educación. Según el plan, la escuelas públicas del condado de Miami-Dade perderían $214 millones. «Un recorte de $214 millones es el inicio del deceso de nuestro sistema de educación pública», declaró el superintendente Antonio Carvalho a The Miami Herald. Mientras tanto, el gobernador Scott está proponiendo un gran descuento de impuestos corporativos.
Ahora, el mayor de los enfrentamientos está a punto de realizarse, con el presidente Obama ofreciendo un presupuesto que recortaría el déficit en $1,1 billones durante los próximos diez años. Dos tercios de la reducción del déficit corresponderían a programas vitales, incluyendo subsidios para calefacción de hogares, y un tercio sería en forma de aumento de impuestos a los ricos. El plan republicano, aunque aún se está elaborando, seguramente exigirá un recorte más profundo de programas internos y pelearía en contra de cualquier aumento de impuestos a los ricos.
Aunque el discurso de «sacrificio compartido» y «duras decisiones» actualmente se oye en boca de políticos de ambos partidos, el hecho es que aunque hay un llamado a que algunos departamentos y personas se sacrifiquen en gran medida, a otros no se les pide ningún sacrificio.
Se espera que todo, desde servicios humanos hasta parques nacionales, sean golpeados duramente, pero el crecimiento de del presupuesto del Pentágono continúa incólume. Este año, el presupuesto del Departamento de Defensa totalizará nada menos que $553 mil millones, casi tanto como todos los gastos militares del resto del mundo. China, con una población cuatro veces mayor que Estados Unidos, gasta la séptima parte del gasto de EE.UU. Este año, el presupuesto del Pentágono se aumentará en 3 por ciento, sin contar las guerras de Irak y Afganistán. Con el ajuste por inflación, el presupuesto del Pentágono ha aumentado 65 por ciento en los últimos diez años y se espera que se infle hasta $735 mil millones para 2020.
En contraste -y para subrayar la continua e incluso mayor dependencia de este país en el «poder duro» en vez de en el «poder suave», los republicanos en el Congreso están proponiendo un descuento de nada menos que 13 por ciento en el ya magro presupuesto del Departamento de Estado, el cual incluye la ayuda exterior. La asistencia al exterior ya es menos del uno por ciento del presupuesto de EE.UU., y menos del 0,2 por ciento del Producto Interno Bruto. Esos es mucho menos que otros países ricos, y como la cuarta parte del 0,8 del PIB que los países desarrollado se comprometieron a dedicar a la ayuda exterior hace más de una década. Adicionalmente, gran parte de la supuesta ayuda exterior de EE.UU. se hace en la forma de asistencia militar a un puñado de países, incluyendo Israel. Pakistán, Egipto y Colombia. Una buena proporción del resto beneficia a exportadores y otras corporaciones norteamericanos.
Un imperio, en especial uno que depende en mayor medida del poder duro, es una propuesta muy costosa. Cada vez más para Estados Unidos el costo incluye el abandono criminal de las necesidades sociales y de la justicia en el país, y un desprecio displicente por las obligaciones internacionales no militares. La pregunta es cuándo, si sucede, el pueblo de Estados Unidos -como el pueblo de Túnez y Egipto- va a rebelarse en contra de este lamentable estado de cosas.