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El «problema»

Fuentes: La Jornada

  Anna Greene, voluntaria jubilada de 70 años, agita un corazón de papel y grita palabras de aliento a los niños al otro lado de la cerca del centro de detención de menores migrantes más grande de Estados Unidos, ubicado en Homestead, Florida. La semana pasada el gobierno del presidente Donald Trump recortó los servicios […]

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Anna Greene, voluntaria jubilada de 70 años, agita un corazón de papel y grita palabras de aliento a los niños al otro lado de la cerca del centro de detención de menores migrantes más grande de Estados Unidos, ubicado en Homestead, Florida. La semana pasada el gobierno del presidente Donald Trump recortó los servicios de educación, recreación y asistencia legal para los niños en refugios federales. Foto Afp

¿Quiénes somos los que nos vamos?   ¿Quiénes somos los que llegamos? ¿Quiénes somos los que regresamos? John Berger escribió que a lo largo del último siglo hubo más adioses que nunca antes en la historia humana, y aunque muchos viajan por voluntad propia por trabajo, negocios, turismo, y muchísimos más porque tienen que hacerlo, huyen, son desplazados por fuerzas políticas, económicas y cada vez más, ambientales. Nos dicen migrantes, pero eso implica algo en movimiento, muchos ya llegaron a su destino hace años, décadas. Muchos ya se fueron, pero no llegan, están desaparecidos, y otros han llegado pero sólo sueñan con regresar. No pocos sienten que no son de aquí ni de allá.

Y dicen que somos un problema

Se habla de los migrantes como algo separado de todo lo demás, como tema aparte, como si fueran un grupo, una categoría de humanos, entre muchos otros. Curiosamente, una de las críticas de opositores a la jugada del bufón peligroso de la Casa Blanca esta última semana fue que mezcló dos temas, el comercio (aranceles) y migración, y que uno, se afirmó, no debería de ser tratado junto con el otro. Pero Trump, sin saberlo, tiene razón. No son temas separados. Las políticas de libre comercio forman parte integral de la política neoliberal durante las últimas cuatro décadas (por lo menos).

Opositores del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, como de su versión hemisférica ALCA (enterrada por los movimientos que llevaron al poder a Chávez, Morales, Mujica, Correa, Lula, Kirchner, algo que no les perdonan) llamaban a esos acuerdos candados de las reformas neoliberales. Múltiples investigaciones a lo largo de las últimas cuatro décadas han documentado la relación entre estas reformas con la expulsión masiva de seres humanos de sus tierras junto con la pérdida de la soberanía en su esencia (autosuficiencia y control de alimentos, recursos naturales, etcétera).

Algunos proponen que el desarrollo es la respuesta integral al problema. Los promotores del TLC junto con varias otras iniciativas para incentivar la inversión productiva prometieron justo eso. Según sus libros de texto sobre economía, el libre comercio resolvería de una vez por todas la migración y nos bañaría de prosperidad, una invitación VIP al primer mundo. Están a la vista los resultados.

Ahora, la retórica trumpesca de que él hará respetar las fronteras de su país, justificación para su amenaza arancelaria durante la semana pasada como del muro y más, debería sólo provocar risa triste por todo este hemisferio ante el hecho de que Washington y Wall Street jamás han contemplado tal principio en otros países. Toda esa historia, incluyendo la imposición de los modelos económicos, no puede ser separada, sólo porque conviene, del tema migratorio.

Muchos de los que llegaron a este país (como en los europeos) están aquí porque los estadunidenses fueron a sus países primero para intervenir, invadir y saquear. Algunos inmigrantes nos han explicado, medio bromeando medio no, que han llegado aquí para retomar el oro que se robaron de sus países.

No se puede entender el éxodo centroamericano sin hablar de la historia estadunidense en esa zona hasta hoy día (Hillary Clinton apoyó el golpe de Estado en Honduras, por ejemplo, y por ende es responsable en parte de la migración que ella después intentó frenar, sobre todo el de los menores de edad).

Hablando de actos criminales, investigaciones recientes han comprobado que, al contrario de la acusación xenófoba de Trump, de que los invasores son criminales, los inmigrantes, y aun más los indocumentados cometen muchos menos delitos que los ciudadanos. Y resulta que ese mismo ciudadano que repetidamente acusa a los inmigrantes de ser delincuentes, es el mismo que está bajo múltiples investigaciones criminales federales acusado de diversos delitos graves (incluido el secuestro y enjaulamiento de niños inmigrantes).

¿Quiénes son los verdaderos violadores de soberanías y los criminales reales? ¿Quiénes son el verdadero problema?

Fuente: http://www.jornada.com.mx/2019/06/10/opinion/023o1mun