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El racismo en EE.UU. es una realidad estructural y sistémica

Fuentes: Rebelión - Foto de Richard Grant

Desde la llegada de los colonos europeos al continente americano con sus ideas racistas, pasando por el posterior apoyo teológico de las corrientes puritanas a la esclavitud, unido al genocidio contra los pueblos originarios, obligados a desaparecer o recluidos en reservas, alejados de sus lugares de origen, se ha sustentado lo que posteriormente se iría transformando en Estados Unidos.

La creación de Estados Unidos se asemeja a una gran pirámide de privilegio sustentada en una estructura de desigualdad. A pesar de su historia de esclavitud casi genocida y sus desigualdades actuales, mucha gente todavía ve a Estados Unidos como un referente de libertad e igualdad.

Para entender por qué el racismo se afianzaría en los Estados Unidos, uno debe ir más allá de su historia y profundizar en la historia religiosa, filosófica, social, cultural, económica y política de la civilización occidental. Desde la llegada de los colonos europeos al continente americano con sus ideas racistas, pasando por el posterior apoyo teológico de las corrientes puritanas a la esclavitud, unido al genocidio contra los pueblos originarios, obligados a desaparecer o recluidos en reservas, alejados de sus lugares de origen, se ha sustentado lo que posteriormente se iría transformando en Estados Unidos.

Posteriormente, con la llamada “Revolución Americana”, verá un impresionante crecimiento de la esclavitud, donde políticos e intelectuales se unirán para buscar un encaje justificador de la misma en el desarrollo económico en marcha. La aparición de las teorías abolicionistas, si bien acabaron en cierta medida con la esclavitud, no pusieron fin a las ideas racistas, sino que buscaron un patrón asimilacionista que permitiera el mantenimiento de los privilegios a costa de las minorías raciales, “trabajo negro y riqueza blanca”.

Más tarde llegarán las leyes segregacionistas Jim Crow, y a mediados del siglo pasado tras el movimiento en defensa de los derechos civiles se producirían cambios importantes, pero que no afectarán a la pirámide estructural racista. A partir de esa fecha, un punto de inflexión lo encontramos con la llegada de Reagan a la presidencia, y la articulación de la llamada «nueva derecha», lo que supondrá una militarización de la policía y una política de mano dura contra las minorías.

En el periodo de George H. W. Bush, bajo el paraguas de los neocon, se desmantelará el estado de bienestar, erosionando los derechos de los trabajadores y reduciendo los programas estatales de vivienda y educación, aumentando la división social en calve racista.

Los noventa serán los años de Clinton, demócrata que aplicará políticas republicanas, y artífice de una de las leyes más duras en materia de seguridad y del boom del sistema y negocio carcelario. George Bush, hijo, siguió la estela del movimiento neoconservador, y el desastre del Katrina dejó a la vista un sistema zonificado en clave racista.

La llegada de Obama, para algunos suponía cerrar el ciclo del racismo. Sin embargo, siguió la línea de sus antecesores, tanto en materia exterior (drones, Libia, Yemen) como doméstica (políticas de austeridad, deportaciones masivas). Trump no ha cambiado la tónica (violencia, muertes e injusticia racial económica), y ha sido aprovechada además para visualizarse posturas racistas de extrema derecha en las calles.

A lo largo de esta larga historia, el debate se ha centrado en tres posturas. Los segregacionistas, cuyas ideas son cada vez más difíciles de defender públicamente, aunque mantienen importantes apoyos, y culpan a la población negra de las desigualdades raciales. Los antirracistas, enfrentándose a todas las caras del racismo, duras o blandas. Y finalmente, los asimilacionistas, los equidistantes, que pretenden racionalizar las desigualdades raciales, rechazándolas, pero al mismo tiempo condenando las protestas que surgen de las posturas antirracistas.

Si bien las políticas segregacionistas son las más fáciles de identificar, las que defienden los teóricos de la asimilación no son menos peligrosas. Utilizando argumentos que pretenden hacer más atractiva su postura, buscan que las minorías se integren política y culturalmente en el sistema que ellos defienden.

Las políticas racialmente discriminatorias surgen de intereses económicos, políticos y sociales. Por eso es interesante destacar los apuntes de un pensador antirracista, “la ignorancia y el odio no crean ideas racistas, y éstas a su vez no son la fuente original de la discriminación. En realidad, ha sido a la inversa, la discriminación racial ha traído las ideas racistas que han desarrollado el odio y la ignorancia”.

A lo largo de la historia de EE.UU., hemos observado cómo la función principal de las ideas racistas ha sido la supresión y persecución de la resistencia a la discriminación racial y sus desigualdades raciales resultantes.

Todo un engranaje político, social e institucional puesto al servicio de un sistema racista. A día de hoy, la mayoría de la  población negra y otras minorías se encuentran mucho más atrás que los blancos en la mayoría de los ámbitos de la sociedad: son más pobres, sus salarios son más bajos, su patrimonio es muy inferior, su acceso al mercado de vivienda o la educación es menor, también sufren un trato discriminatorio en espacios públicos. 

Y a todo ello, se añade una policía que desde sus orígenes (Patrullas nocturnas y Patrullas de esclavos) no sólo combatía el crimen, sino que devolvía a los negros a la esclavitud y controlaba e intimidaba a las poblaciones negras libres. “La policía no fue creada para servir a los estadounidenses negros, sino para vigilarles y servir a los intereses de algunos estadounidenses blancos”. 

Sin olvidar que el sistema judicial sigue teniendo una serie de estándares para los blancos y otro para el resto, lo que le ha servido en ocasiones el calificativo de “organización supremacista blanca”. Y un sistema carcelario, convertido en soporte de todo el sistema y en un gran negocio para algunos.

Asistimos a un intento de racionalizar el racismo, es decir buscar racionalizar situaciones racialmente injustas. Para ello, los postracistas (“Obama es presidente, luego ya no existe el racismo”), los “racistas daltónicos” o la alianza entre supremacistas asimilacionistas blancos y colaboradores negros (los Tío Tom) han utilizado diferentes fórmulas: El liberalismo abstracto, ideas ligadas al liberalismo político y económico para justificar la importancia abstracta de la raza; la naturalización, explicando las situaciones raciales como frutos de la naturaleza; el racismo cultural, con “argumentos” basados en estereotipos culturales; o minimizar el racismo, presentando la discriminación racial como algo residual.

Como señala el historiador estadounidense Ibram X. Kendi, “Las protestas contra el poder racista y tener éxito nunca pueden confundirse con la toma del poder. Cualquier solución efectiva para erradicar el racismo estadounidense debe involucrar a la población comprometida con las políticas antirracistas, que se apoderen y mantengan el poder sobre las instituciones, vecindarios, condados, estados, naciones, el mundo. No tiene sentido sentarse y poner el futuro en manos de personas comprometidas con políticas racistas, o personas que navegan regularmente con el viento del interés propio, hacia el racismo hoy, hacia el antirracismo mañana. Una América antirracista solo puede garantizarse si los antirracistas de principios están en el poder, y luego las políticas antirracistas se convierten en la ley del país, y luego las ideas antirracistas se convierten en el sentido común del pueblo, y luego el sentido común antirracista del pueblo tendrá esos líderes antirracistas y esas políticas responsables”.

Y ese día seguramente llegará. Ningún poder dura para siempre.