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El racismo no es un chiste

Fuentes: Rebelión - Foto: Luisa González (Reuters).

El racismo fue inventado para perpetuar la injusticia sistémica.

Sampling con perspicacia

“Esto no es acerca de un salario, todo esto es acerca de la realidad” [1].

NWA[2]

            De acuerdo, el racismo no es un chiste y jamás deberá serlo. Tremenda vaina seria, tan seria es porque es el “organizador de la economía política, países adentro y pampa externa”. O dicho desde el filo de la necesidad: la pobreza tiene color. (Y la riqueza también, brother). No es cháchara, pero hay que pararle bola en son de funky. O heavy metal. Y a los brazos jodedores del racismo hay que tirarles rima de varios hervores, bachatas con condumios picantes y un chin de venenillo entripao. (Solo de marimba afropacífica). Los brazos de jodienda en mención son las policías sin excepción de país, los encorbatados institucionales con sus frases, sus desdenes y sus portafolios; también a esas hileras de periodistas santificando los trucos maléficos para desacreditar al joven barriobajero y hip-hopero, a las cofradías partidarias creadoras de laberintos para postergar hasta nunca esos temas sociales o sacarlos intactos por la puerta de atrás, a las sociedades transitorias y anónimas de estadios y coliseos listas a vociferar aquello que tienen la punta de la lengua (de manera habitual) y a los gobernantes de a nada que ninguneando a las afro-personas ningunea el problema. Está hecha la taxonomía del racismo en su versión cotidiana o de ‘ya mismo’. ¡Yeah!

            El racismo no es un chiste ni los racistas chistosos son humoristas buenos. Quienes tienen la carga de la prueba histórica son los historiadores, mujeres y hombres, ellos escribieron que el tema tuvo la cara de seriedad del viejo barbudo, con el triangulito de luz y que revoloteaba por las nubes buscando a quien mandar a los quintos infiernos, porque el swing de su vida aethiop no tenía el crédito del Vaticano. Por ahí andan las estampas, el tipo es (o era) blanco. White Anglo –Saxon and Protestant  y old man. Muy serio, el hombre y adefesioso y venerado por acá hasta en las capillas sin historia de mi gente de true color. Por cierto, también imitado y a veces superado. Sí, claro, el racismo es primero que las razas.

            Las fraternidades true color tenían vecindad en las ciudades de allá, del servilmente llamado Viejo Continente  y si no las tenían fáciles tampoco les prohibían las zarabandas ni las meriendas de (ya saben quiénes). No todos los viejos acarrean sabiduría, pero sí un buen contingente de ancianidad y son los de ahí que mandan a “desaprender, para aprender y reaprender”.

            Un día de un año del siglo XV, alguien pensó en serio extraer la riqueza ajena como propia y apretó las ideas a un mínimo y sencillo significado con su significante: la raza. Y el alma como valedora de efluvio superior. Quienes la tenían, verificada y medida por la policía metafísica del Vaticano, eran humanos. Quienes no, no sé, pero los cargaban de apelativos, por ejemplo, paganos, idólatras, gente sin alma. ¡Ah, gente sin alma! ¡Eureka, se inventó la raza! (Disculpas pedidas a Arquímedes, por el mal uso de su gol). Se habían inventado las razas, unas destinadas al paraíso de aquí y de allá y otras al infierno de los mismos lugares. Aquello que vino después fue biología y otras ciencias, cultura, origen geográfico, epistemología, procesos ontológicos, organización social (el trajinar diario) y de nuevo la religión, para convencer a cada vecino o vecina de su clasificación racial, con sus privilegios y sus desgracias. O su importancia indispensable, si les preguntamos a las hermanas Alicia Garza, Patrisse Cullors y Opal Tometti. Así empezó todo hasta el 25 de mayo del 2020 cuando George Floyd pedía una imposible caridad de aire o antes, el 23 de agosto de del 2018, cuando Andrés Padilla fue baleado por la espalda. Fueron diferentes e iguales policías. Una de Estados Unidos de América (cuna de la democracia) y otra de la República del Ecuador. Ambas policías, eso sí, brazos asesinos del racismo estatal y social. Iguales en su comprensión del swing humano de la black commmunity: es malo y asesinable.   

            Brazo es aquella extremidad del cuerpo, se inicia en el hombro y termina al final de la mano. Ya lo sabían, ¿verdad? Ahora estos brazos de jodienda nos la ponen difícil, trabajoso, complicado, intricado y enredado todo ello multiplicado por ‘X’. Donde X> 10. Siempre. Es el estándar para la gente negra de cualquier lugar de las Américas. El digitus primus manus social lo tenemos hacia abajo hasta no demostrar, con gran solvencia, lo contrario. Somos (yo también) los sospechosos de siempre. Los afro-lectores saben de lo que escribo y describo. Y si la sospecha escala se le pone fácil la tarea a las policías americanas para que atropellen primero y acusen después. Además es parte de sus servicios de brazo-duro ‘de aquella ley del color’, escrita en la piel, y no importa si es policía ecuatoriano, brasileño, estadounidense, colombiano o dominicano. Ahí están, con sus nombres-retratos del desquite[3], aprendido el Manual del sospechoso para averiguar la descripción instantánea y al gusto del presunto implicado en sabrá Dios qué tramoya: nigger, nigga, niche, catanga, melanodermo, haitiano, prieto.

            El racismo es jerarquización del valor de uso de la clase social (la plusvalía del linaje subjetivo), no es ninguna “enfermedad del alma”, ni distorsión educacional tampoco es prejuicio social ni se está colifato, mejor dicho, es el ejercicio del poder brutal (o con finura criminal) de una pesada historia del grupo adueñado de todas las formas hegemónicas y de unas representaciones de la realidad política de sí y para sí mismo. La propiedad privada del valor de humanidad. Estos grupos sociales tienen sus ejecutivos y ejecutores, sus actuantes y artífices, sus verdugos y martirizadores. Están agrupados y organizados para que sepamos que están ahí, en cualquier lugar, con sus orgullosas genealogías y sus decires para bendecir a quienes “no se comporten como negros”; andan incómodos con la maldita corrección política y explicando que hay como una ‘tiranía del black demos’; inventando aquello del racismo al revés y diagnosticando que las víctimas racializadas son acomplejadas; poniendo fe en sus palabras para convencernos, con santos óleos, de que las ‘razas humanas son una sola’ y es el capitalismo que no alcanza para todas ellas. (Aplausos). Y tienen sus Trumps y Bolsonaros jodiendo vidas y destinos, por lo que sea, piel, género, procedencia geográfica, creencias religiosas, nkame cultural, también porque sí o porque no. O porque les sale de los cojones del poder machista-patriarcal, animalejo, racista o  cualquier tarupidez (tara + estupidez) que sirva para fastidiar a la sola humanidad. Para despojarla de los gramos elementales de humanismo, como si se estuviera en un callejón desolado y rodeado por maleantes de otra especie.

            A la repetición de tragedias y comedias históricas hay respuestas elocuentes del lóbulo frontal colectivo: Black Lives Matter. O el humor fino, sencillo, productivo, magnético y negro. Humor negro no es lo que dicen que es. Aunque parece mentira, pero es cierto, no tienen futuro las aplicadas tribus del racismo; sin importar el país, sus furias o sus discursos. Como están las cosas las dudas desbalancean la credulidad popular. Aquello que se ve, se siente o se presiente nos tira el alma al piso. Hay una espiral de repetición de ese “racismo vulgar, primitivo, simplista, (que pretende)[4] encontrar en lo biológico, ya que las escrituras se han revelado insuficientes, la base material de la doctrina”[5]. Está de vuelta como el cambio climático o la frecuencia de las pandemias. Así empezó y continúa: la opresión a perpetuidad de nuestros pueblos. El despojo de su territorialidad[6], en unos casos, o la desposesión de sus humanidades, en otros; de nuestra sencilla humanidad repartida para que a nadie le faltara su chininín de felicidad; de sus axês comunitarios, de sus mitologías que son narrativas de las certezas, de sus andares sin historias librescas, de sus caminares inventando estéticas y consolidando éticas ubuntológicas. El racismo fue inventado para perpetuar la injusticia sistémica con el nombre que se le acomode. La plusvalía contable y medible de la raza. Aún lo llamamos capitalismo y no solo es por la economía.

            ‘Brazo’ tiene sus sinónimos: extremidad, apéndice, sostén, fracción, rama, por ejemplo. Y todos le calzan a cualquier ejecutor y a quienes se benefician con el racismo en los países americanos. Los racistas intelectuales o no son tribales porque creen escuchar el “llamado de la sangre”, son argumentativos con unas lógicas de elegante perversidad (las versiones cinematográficas están algunos pasos detrás), toman de rehén al sentido común hasta dejarlo en la aridez del sinsentido (“los pobres son pobres porque son negros y no digo que no sean inteligentes”, se conmueven), condenan al Klu Kux Klan, a los racistas de blasón y remilgues, pero te hablan de esa chusma apuntando con el dedo uno sabe hacia dónde, hacia la territorialidad urbana de la negritud. La violencia traslaticia es la gentileza de sus actos repulsivos. Esos grupos con sus ramas o sus apéndices son quienes tienen el “negro(a) de m…” en la boca, aunque después se fotografíen con hermanas y hermanos, mientras más desharrapados mejor; su afán opresivo mediante significados y significantes es no proporcionar ninguna tregua. Para esas razas nuestra miseria es rendimiento económico e ideología para su razón. Amin[7].      


[1] Traducción (JME): Original: “It’s not about a salary; it’s all about reality” .

[2] Niggaz With Attitude (NWA).

[3] Chotas, pig (cerdo), ratas, judas, maderos, tombos, etc.

[4] Paréntesis del autor.

[5] Por la revolución africana, Frantz Fanon, Fondo de Cultura Económica, México, 1965, p. 39.

[6] Espacio físico, nación cultural y lugar de la existencia.

[7] Amén, en yoruba.