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El reencantamiento del mundo

Fuentes: Al Jumhuriya English

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Contra la tesis del «desencantamiento» popularizada por Max Weber, vivimos hoy en un mundo cada vez más «reencantado», según sostiene Yassin al-Haj Saleh.

[Nota del editor: Este artículo apareció publicado originalmente en lengua árabe el 25 de agosto de 2017, en una adaptación de la charla ofrecida por el autor en EUME (Europe in the Middle East), en la ciudad de Berlín.]

La securitización de la política

En agosto de 2012, se descubrió en Beirut un plan de la inteligencia siria. El principal conspirador resultó ser el exministro libanés Michel Samaha; el plan intentaba perpetrar ataques terroristas contra civiles y personalidades públicas libanesas para atribuírselos después a islamistas sirios.

Si la operación hubiera tenido éxito, se habría culpado finalmente a alguna organización salafista, conocida o desconocida. Se habrían escrito toda una serie de análisis en los periódicos subrayando la amenaza yihadista en el Líbano. «Expertos», entre los que sin duda figuraría el mismo Samaha, habrían aparecido en los canales de televisión pro-Asad pontificando acerca de cómo el debilitamiento del gobierno de Asad en Siria iba a causar la expansión del yihadismo salafista por toda la región. El embajador del régimen sirio habría estado presente en los funerales de los asesinados en Beirut. Quizá Bashar al-Asad habría enviado a algún representante especial para que ofreciera sus condolencias, como por ejemplo el director del Buró Nacional de Seguridad, Ali Mamluk, o la asesora política y mediática de Asad, Buthaina Shaaban, bien conocedores ambos de la conspiración.

En cuanto a los opositores al régimen, no habrían tenido nada que objetar ante la retórica del miedo que invoca la amenaza del terrorismo, y menos aún defender el carácter fraudulento de toda la operación y revelar sus objetivos políticos. Cuando un destacado personaje cristiano, como el cardenal Nasrallah Sfeir, muere asesinado, algo al parecer planeado, y en el contexto del conflicto sirio, cuya estructura nacional estaba ya empezando a desmoronarse, ¿quién entonces, en el Líbano o en otro lugar, estaría dispuesto a cuestionar la culpabilidad de los yihadistas extremistas? ¿Quién estaría dispuesto a considerar la posibilidad de que la operación hubiera sido perpetrada por los servicios de inteligencia de Asad (cuyo carácter sectario es bien conocido de todos), y que además de todo eso, el hombre que apretó el gatillo fuera de hecho un cristiano libanés? Aunque no se hubiera excluido a estos escépticos considerándoles teóricos de la conspiración, sus palabras, en el mejor de los casos, habrían sido consideradas dudosas y no podrían haber resistido los «hechos» del ataque terrorista y las consiguientes campañas mediáticas. Quienes cuestionaran los «hechos» habrían sido considerados simpatizantes de los yihadistas, quizá por motivos sectarios. Habrían aparecido detallados informes de investigación en el periódico Al-Akhbar revelando los secretos del ataque y los caminos por los que los yihadistas se infiltraron en el Líbano, haciendo hincapié en el papel de los opositores a Hizbollah incitando «terroristas» en Siria. Incluso Hassan Nasrallah podría haber aparecido y ofrecido un discurso sobre los takfiris, alabando a Irán y al Eje de la Resistencia y hablando largamente acerca del «honor».

No es impensable que los salafistas de Siria y el Líbano, provocados por los comentarios y declaraciones de aquí y allá, y envalentonados por sus supuestas acciones, estuvieran entonces más que dispuestos a llevar a cabo ataques de verdad contra segmentos similares (o distintos) de la sociedad libanesa.

La trama antes mencionada había sido coordinada por Mamluk y Samaha, con conocimiento de Asad, pero se descubrió antes de que se materializara. Samaha fue posteriormente encarcelado durante tres años y medio, y luego liberado bajo fianza, para ser encarcelado de nuevo. Mientras tanto, no parece que nadie haya estado dispuesto a sacar conclusiones políticas de su caso, por ejemplo que los asadistas -y el mismo Asad- patrocinan el terrorismo, o que el régimen está dispuesto a aniquilar al Líbano e instigar un conflicto sectario sin parpadear.

Me pregunto, ¿cuántos complots se han materializado y no se han descubierto? Nadie lo sabe. Pero no hay garantías de que una alta proporción de este tipo de operaciones haya fracasado de igual modo. Incluso cuando algunas de ellas quedan expuestas posteriormente -como fue el caso del asesinato del primer ministro Rafiq Hariri en 2005-, las realidades políticas, securitarias y psicosociales hacen que dicha exposición sea limitada e incluso cuestionable. Hoy parece que la verdad sobre el asesinato de Hariri ha quedado enterrada para siempre, o mejor dicho, que ha perdido su relevancia y valor político.

La mujabarat (inteligencia) de Asad no es la más competente de su clase, ya sea a nivel regional o internacional. Los israelíes, los iraníes, los turcos, los estadounidenses, los rusos, los europeos y otros también llevan a cabo operaciones que, aunque no sean equivalentes en brutalidad, crean una desinformación duradera y dejan poca o ninguna posibilidad de poder averiguar lo que realmente sucedió. Nuestra región de Oriente Medio, donde las personas son anecdóticamente consideradas susceptibles a las teorías de la conspiración, ha sido potencialmente testigo de más actividades encubiertas que cualquier otra región del mundo. Atribuirnos la etiqueta de teóricos de la conspiración tiende a ser un juicio de valor esencialista que hace referencia a propiedades mentales fijas irracionales, en contraste con la mente racional que distingue a la gente en Occidente.

Pero incluso cuando no se formula como afirmación esencialista, este juicio de valor despectivo no explica el núcleo razonable detrás de la creencia de que en nuestra región se producen muchas conspiraciones. Es lo que podría denominarse «infraestructura conspirativa»: la naturaleza clandestina de los procesos políticos y de toma de decisiones en la región, la dependencia extrema de potencias extranjeras por parte de oligarquías gobernantes que nunca rinden cuentas, la influencia autoritaria de los servicios de inteligencia en la política de los Estados de la región, los privilegios inaceptables concedidos a elites irresponsables, y, finalmente, la cuarentena política impuesta a los pueblos y las restricciones a su acceso a la información. Oriente Medio es el espacio geopolítico más secretista del mundo en términos de toma de decisiones, y es la región más internacionalizada del mundo; es decir, que su historia no ha sido sustancialmente conformada por acciones o dinámicas internas. Si creer en las conspiraciones es creer en una mente maestra oculta y omnipotente que determina lo que ocurre en nuestra región, entonces la existencia de operaciones encubiertas de inteligencia sirve para apoyar esta creencia en vez de disiparla.

La «infraestructura conspirativa» proporciona base suficiente para una teoría de las teorías de la conspiración, convirtiéndola en una puerta de entrada indispensable al análisis político y social en Oriente Medio. Esta mente maestra oculta no tiene que ser la Orden de los Masones, los magníficos Sabios de Sión cuya sede aún se desconoce, ni un supuesto gobierno global secreto que dirige ostensiblemente a gobiernos y Estados por detrás de un velo. En cuanto a la posibilidad de que sea altamente probable que estemos viviendo en un mundo fabricado y manipulado, basta con que los gobiernos y las diversas agencias secretas (que no actúan de forma muy diferente de la anterior función con cero responsabilidades) se mantengan activos en nuestra región, guarden el secreto de sus operaciones y engañen a sus súbditos y a otros sobre sus propias acciones y las acciones de sus adversarios. Es probable que la realidad que percibimos esté distorsionada por las operaciones mediáticas y de seguridad, que no están desvinculadas de consideraciones políticas y financieras (Ali Mamluk le desembolsó 170.000$ a Michel Samaha a cambio de transportar los explosivos en su coche desde Damasco a Beirut), que están además entrelazadas con consideraciones religiosas y sectarias.

El reino de los dioses y ángeles responsables no es tan inmensamente diferente del de los regímenes y servicios de inteligencia, ya sea en nuestro ámbito o en el mundo en general. Ignorar elementos sustanciales de la realidad considerándolos creencias dogmáticas, a pesar de reconocer la existencia de operaciones sobre las que no sabemos nada, hace que sea más fácil ignorar por completo la realidad o fingir racionalidad y aversión a las «teorías de la conspiración». Si es cierto -y realmente lo es- que la política de la que formó parte la conspiración Mamluk-Samaha sigue su curso (y con un éxito impresionante, a pesar del plan y del arresto de su protagonista), entonces no hay base para descartar otras potenciales conspiraciones como irrelevantes o insostenibles. No sólo no sabemos nada sobre esta conspiración salvo que fracasó, sino que nuestro conocimiento de la mayor parte de las particularidades políticas entre el régimen Asad y sus aliados libaneses siguen siendo demasiado generalizadas y especulativas. Sabemos que casi no sabemos nada sobre los motivos, detalles, financiación, patrocinadores, agentes secretos y vínculos de confianza que les unen. Sin esa información, es inviable cualquier conocimiento serio sobre la situación en Siria y el Líbano.

La lección aprendida de la conspiración Mamluk-Samaha es la alta probabilidad de que haya muchos más aspectos que no conocemos y puede que no conozcamos nunca, que gran parte de lo que pensamos que sabemos que es cierto es falso, y que hay gente encargada de asegurar que sólo veamos aquello que no concuerda con la realidad. Incluso los más exigentes de entre nosotros podemos haber construido análisis y concepciones, y quizá desarrollado teorías enteras, basándonos en realidades preparadas literalmente para inducir a error. Esta es una perspectiva horrorosa, porque cuestiona la validez del conocimiento que se construye alrededor de la presunción de que no hay secretos indescifrables en las cuestiones humanas, o que la proporción de tales secretos es tan limitada que es casi insignificante.

Es con esta realidad en mente por lo que hablo sobre el encantamiento del mundo, teniendo en cuenta que hoy en día el encantamiento y los fantasmas, los demonios y los espíritus, los monstruos y los espíritus malignos, y sobre todo los dioses, están fabricados por aquellos que no pueden creer en ningún dios o demonio. Max Weber consideró el desencantamiento del mundo, su anulación de espíritus, fantasmas y criaturas invisibles, como la esencia de la modernidad. El desencantamiento dio paso a la «objetividad» y a las humanidades; Dios no es necesario ya, ni el diablo, ni los duendes, ni cualquiera de las criaturas míticas que en otro tiempo habían impregnado nuestro mundo. Se han convertido en arte, folklore y elementos para el entretenimiento de las masas, al igual que las viejas armas han quedado confinadas en los museos.

El mundo de hoy no está uniformemente encantado, pero la transparencia está en proceso de recesión general a causa de securitización siempre creciente de la política por todo el planeta. Las elites poderosas toman sus decisiones cada vez más fuera de la supervisión pública, especialmente en lo que se refiere a la política exterior y a las relaciones con Estados más débiles, donde la información permanece recluida en las altas esferas de las elites políticas y económicas. Incluso en los países más avanzados, la población general tiene pocos conocimientos más allá de los que le proporcionan los medios de masas vinculados con esas elites, a menudo distorsionados por la ignorancia, los prejuicios y toda una variedad de motivos ulteriores.

Identidades e identidad política

Unido a este aspecto clandestino del poder aparece el aspecto identitario, que ha crecido de forma veloz e ininterrumpida desde el final de la Guerra Fría. El mundo se define culturalmente mediante identidades y credos, por religiones, sectas y culturas, por civilizaciones enfrentadas. Como tal, el pasado es el antepasado del presente, y la herencia cultural del pasado determina el presente político y social de las sociedades.

¿Y qué son las identidades? No son sino espíritus particulares, al igual que otras criaturas mágicas como los dioses o demonios, que difieren a través de las tribus, naciones, culturas y religiones. Como las identidades (i.e., la definición cultural de sociedades o grupos) son inexplicables como premisas descriptivas, descuidan las realidades del poder local o internacional, las realidades de clase, los modos de producción y distribución de la riqueza y la formación y disolución de identidades en la historia (a través de procesos de identificación activos, tibios o contrarios). Esto complica especialmente las implicaciones de las identidades y la política; es decir, sus luchas, polarizaciones, coaliciones y alianzas, así como sus ascensos y caídas. También están en recesión las humanidades, que en otro tiempo estaban destinadas a explicar las diferentes sociedades con una lógica humana comúnmente compartida, aplicando instrumentos cada vez más refinados y enfoques cada vez más sofisticados que son comunes a todas las personas más allá de sus culturas. Ahora, los musulmanes son de tal manera y son de tal manera porque son musulmanes: hacen uso de un pensamiento irracional y sensual (Renan); sus fronteras son sangrientas (Huntington); envidian a Occidente (Bernard Lewis); hay una contradicción fundamental entre el Islam y el laicismo (también Lewis); la «excepción democrática» árabe o medioriental es causada por el Islam; etc.

Hablo de los musulmanes porque pertenezco al mundo del Islam y porque los musulmanes constituyen la mayoría de la población de Oriente Medio: la región más internacionalizada, expuesta y hermética. Además, hablo de los musulmanes porque parece haber una «conspiración epistemológica» que el sistema de información internacional lleva promoviendo aproximadamente un cuarto de siglo en términos de medios y centros de investigación. Estos promotores, cuyo número no es precisamente reducido, y cuyas voces no resultan ser débiles ni siquiera en nuestras sociedades, excluyen a los musulmanes y a sus sociedades de la validez universal de la humanidad, proponiendo alternativamente explicar sus acciones y condiciones a través de sus creencias religiosas, a través de un espíritu propio que les distingue de los otros, conocido como el Islam. Esta «conspiración epistemológica» ha recibido un apoyo indebido a causa de las afirmaciones de los islamistas, en particular sus afirmaciones acerca de una particularidad no transformable del Islam y los musulmanes. Los islamistas exigen administrar esta particularidad y excluir su religión y a ellos mismos, así como a nuestras sociedades, de cualquier principio universalmente aplicable de comprensión y buen gobierno.

Hay de hecho una cuestión global islámica resultante de la convergencia de esta «conspiración epistemológica» con esa infraestructura conspirativa, así como las tendencias violentas de los imperialistas subyugados entre los yihadistas. Sin embargo, esta conspiración epistemológica no se limita al ámbito de los musulmanes, sino que cada vez se universaliza más por todas partes, incluidas las sociedades occidentales, donde ante todo se aplica a inmigrantes y minorías.

La doctrina del relativismo y determinismo cultural tiene un efecto hechizante similar al de la política clandestina al filtrar objetos mágicos y fantasmas misteriosos en las realidades y prácticas sociales: el Islam, la mentalidad árabe, la civilización occidental, la cultura judeocristiana, etc. Fuerzas secretas que actúan como dioses vengativos, creando destinos y hechos desde un mundo tras una nube, no muy lejos de las identidades y sus conflictos y alianzas, como demostró el caso Mamluk-Samaha. La confianza necesaria en esos tratos entre los fantasmas del primer mundo de secretos (la mujabarat) parece requerir una base sólida que sólo puede encontrarse en el segundo mundo de los espíritus (sectas e identidades). Si el terrorismo es el concepto en el que se condensa hoy lo secreto, el asesinato y la religión, entonces resulta una descripción más adecuada de los aparatos de inteligencia en general, y de los del régimen de Asad en particular, que de ninguna organización yihadista-salafista.

La exclusión de las humanidades, i.e., de la «mente» común, no se produce sin establecer primero una exclusión de la política basada en la igualdad y en la noción de justicia, adoptando así el exterminio como práctica política. Si el crimen cometido por el musulmán se deriva de su islamismo, como siempre proclaman los medios occidentales cada vez que algún musulmán comete un crimen, entonces el castigo adecuado a los musulmanes por sus crímenes es el genocidio. En tal sentido, la exclusión de las humanidades allana el camino para la exclusión de la humanidad y sólo mediante la política de exterminio.

A través de la interacción entre la política clandestina, por un lado, y el empuje a favor del determinismo cultural y su procesión de identidades, almas, dioses y espíritus, por el otro, la posibilidad de entender a los seres humanos de diferentes entornos y culturas acaba gravemente socavada, al igual que los fundamentos epistemológicos de las humanidades y de las ciencias sociales. Lo que conocemos es o falso o incierto, y no sirve como base para nuestro pensamiento y análisis, o es raro y estrafalario, y se refiere a particularidades que no nos dicen nada sobre el ser humano como tal.

La posverdad y la colonización de hechos independientes

Son tendencias en parte adelantadas a causa del clima intelectual del posmodernismo y la posverdad que, bajo el pretexto de oponerse a las grandes narrativas que llevan a la tiranía, son hostiles a los principios de objetividad y la autonomía de la verdad, y por tanto no están interesadas en articular visiones para un mundo más justo.

La característica esencial de la era de la posverdad es la de difuminar los límites entre hecho y opinión, de suerte que cada persona no sólo tiene sus propias opiniones sino también sus propios hechos. No existe un criterio para distinguir entre enunciados y todas las afirmaciones son igualmente válidas. Esto va en paralelo con la transformación del centro de conocimiento desde el «objeto» (de conocimiento, de observación, etc.) al «otro», con lo que el «ego» formado en contraste con el otro parece mucho menos sustantivo que el «sujeto» clásico formado en contraste con el objeto.

Aunque el dominio de la verdad, el gobierno de la verdad, por decirlo de algún modo (ya sea en nombre de la religión, la ciencia o el nacionalismo), reduce la opinión y conduce a la tiranía, la democracia se ha fundado en dos pilares: por una parte, en el derecho a la opinión, y, por otra, en la autonomía de la verdad. Si la verdad está subordinada a la opinión, entonces llegamos a una sociedad «babélica» fragmentada, cuyos pueblos no pueden llegar a un entendimiento común y en la que todo puede decidirse o negarse con el mismo grado de legitimidad. El caos resultante allana el camino para la tiranía, según una enseñanza platónica clásica.

La posverdad estuvo precedida por el posmodernismo. Esto resolvió que todo lo que tenemos no son sino discursos e interpretaciones, que no hay hechos que sean independientes de los discursos. Esto, a su vez, abrió el camino a un nuevo salto: que los discursos diferentes que reflejan una serie de hechos -la situación siria actual, por ejemplo- son iguales, y que los hechos carecen igualmente de independencia en ellos. Por tanto, el discurso asadista, el de los rusos, el estadounidense, el iraní, el yihadista y el de quienes luchan por la democracia en Siria, son todos iguales. Puede que de entre ellos nos guste esto o aquello, y este es el único criterio para determinar su veracidad. No nos gustan los yihadistas, por eso no aceptamos su discurso. Nos gustan los rusos, por tanto cuanto ellos dicen es bueno. ¿Qué sucede con los grupos democráticos y de base? Bien, que creemos que no existen realmente.

Esta condición de posverdad va vinculada al aumento de las narrativas y al declive de la historia, como investigación y como dimensión del pensamiento y la política; es decir, al aumento de lo que se centra en la comunidad a expensas de que lo que es refinado, comprometido y orientado a la realidad. Las narrativas son otra puerta de entrada al encantamiento, debido a su asociación con grupos, y por tanto a espíritus, fantasmas e identidades particulares. En un mundo de espíritus maleables, el contagio se transmite más fácilmente que en un mundo de los hechos sustantivos. Los espíritus se envidian entre sí y tienden a imitarse unos a otros, lo que produce la expansión de todas sus capacidades. Las palabras árabes adwa («contagio»), aduww («enemigo»), udwān («agresión») y ta’adï («trasgresión») se derivan todas ellas de una raíz. Nosotros y el enemigo tenemos el mismo entorno contagioso. Por ejemplo, la ira identitaria, que durante mucho tiempo se ha considerado como una característica islámica, parece ser actualmente una tendencia global, y tiene el potencial de crear una variedad de organizaciones nihilistas y movimientos terroristas.

En un mundo encantado de espíritus, fantasmas, dioses, demonios y ángeles, el «sujeto» formado en contraste con el objeto y disciplinado por él retrocede, y el «ego» formado en contraste con el otro y soportando su contagio progresa. Parece como si la desindustrialización y el aumento de los sectores tecnológico y de servicios alentaran estas transformaciones forzadas. Solíamos aparecer como sociedad; ahora, tras la revolución de la información, la sociedad llega hasta nosotros, aunque sea virtualmente. En un mundo plagado de individuos aislados, se producen fácilmente «hechos alternativos» que no se adhieren a criterio alguno de verificación colectiva.

El mundo de la posverdad socava la deliberación racional y el debate público y permite que afirmaciones demagógicas se equiparen -cuando no se prefieran- a perspectivas cautelosas sobre los asuntos públicos. Incluso resulta bastante engañosa la creencia que podría resultar apropiada para los individuos y grupos pequeños vis-à-vis de las grandes entidades y Estados. La Rusia de Putin es el fabricante más activo de hechos alternativos, de todo un mundo alternativo en el que la democracia no es más que un esquema de la dominación occidental sobre el mundo.

Mundo encantado/mundo desencantado

El mundo reencantado de hoy en día es al menos un producto parcial de la contradicción del anterior desencantamiento del mundo que había allanado el camino para la secularización, la objetividad y las humanidades. En el tiempo en que el mundo social estaba siendo desencantado en el Occidente capitalista, se estaba predicando simultáneamente una distintiva racionalidad europea y un moderno milagro europeo que es heredero del antiguo milagro griego. El mismo Weber introdujo un enfoque culturalista en la modernidad, encantando así el mundo cuyo desencantamiento postulaba.

El proceso de desencantamiento no ha concluido nunca en momento alguno, y la posesión distintiva de la racionalidad ha legitimado la expansión colonial europea, que a su vez despertó identidades y espíritus que habían estado más o menos latentes en muchas sociedades, incluyendo las del mundo islámico. Además, el proceso de desencantamiento (la objetivización del mundo) ha llevado a una alarmante crisis ambiental que amenaza la vida. El «sujeto» que se había formado al incrementarse la objetividad y el desencantamiento resultó ser demasiado egoísta: no sólo trataba a los otros seres humanos como objetos, algo característico del colonialismo y el racismo, sino que también trataba de igual manera al planeta, provocando la «inflamación» de la Tierra, una fiebre potencialmente mortal.

La objetividad ha sido siempre reduccionista, descuidando o marginando al individuo, lo efímero, lo obsceno, lo desconocido y lo discreto. Desde estos márgenes, el posmodernismo y la posverdad irrumpen en escena, acompañados por una multitud de identidades reprimidas. La objetividad asume un mundo transparente sin secretos. En la actualidad nos sentimos escépticos ante ese mundo hegeliano de autoconciencia cuya realización pasaba por la infinitud hasta alcanzar el fin de la historia. Ahora hay cosas que se han perdido, olvidado o que están deteriorándose todo el tiempo, y que no parece que vayan a guardarse en mente alguna ni resulten inteligibles como «conocimiento objetivo».

Al mismo tiempo, este encantamiento renovado parece ser más una exacerbación de la crisis de desencantamiento que una respuesta reparadora o un nuevo camino que pueda conducir a la protección de la vida y de los seres vivos. Los dioses secretos que asesinan y falsifican, las guerras, políticas y culturas identitarias y el mundo de los hechos alternativos antisociales: son espíritus maléficos, caminos de autodestrucción y magia negra.

Por lo tanto, la crisis es doble: la crisis de desencantamiento autocontradictorio y la crisis de reencantamiento negro y destructivo.

Como orientación general, salir de esta crisis requiere de exorcismos, de la expulsión de los espíritus malignos, al mismo tiempo que se recuperan para el mundo los buenos espíritus de forma que protejan la vida y los seres vivos. Pero esto implica nada más y nada menos que un mundo nuevo.

(Traducido del árabe al inglés por Yaaser Azzayyaat)

Yassin al-Haj Saleh (nacido en Raqqa en 1961) es un destacado escritor e intelectual sirio. En 1980, cuando estudiaba Medicina en Alepo fue encarcelado por sus actividades políticas permaneciendo tras las rejas hasta 1996. Escribe sobre temas políticos, sociales y culturales relacionados con Siria y el mundo árabe para varios periódicos y revistas árabes fuera de Siria. Es miembro fundador de la página Al-Jumjuriya.net (en árabe e inglés).

Fuente: https://www.aljumhuriya.net/en/content/re-enchantment-world

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.