Eric Schlosser, periodista y corresponsal del The Atlantic Monthly, publicó su libro Fast Food Nation (Nación de Comida Chatarra) en el 2001. El libro, lectura obligada de cualquier estudiante universitario en Norteamérica, fue seguido de una película con el mismo título el año pasado. La película, dirigida por Richard Linklater, presenta los argumentos del libro […]
Eric Schlosser, periodista y corresponsal del The Atlantic Monthly, publicó su libro Fast Food Nation (Nación de Comida Chatarra) en el 2001. El libro, lectura obligada de cualquier estudiante universitario en Norteamérica, fue seguido de una película con el mismo título el año pasado. La película, dirigida por Richard Linklater, presenta los argumentos del libro en formato de historias con caractéres y ha recibido variados comentarios. Para Schlosser, la película es sólo otra herramienta en ayudar al público a estar informado sobre la comida chatarra y la cultura que favorece. Estar informados sobre lo que comemos, sin embargo, no parece ya suficiente, tenemos que entender las complejidades detrás de algo aparentemente simple, como la comida chatarra, y descubrir como ésta ha transformado, no sólo qué y como comemos, sino nuestra economía, valores y sociedad. Necesitamos entender sus efectos en la salud de la población tanto como la totalidad de los cambios que ha favorecido.
Seis años después de la publicación del libro de Schlosser, su mensaje continúa siendo valioso y su investigación reveladora. Para Schlosser el éxito de su libro tiene más que ver con el contexto que con ninguna otra cosa; la gente, argumenta, ha comenzado a cuestionar los masivos sistemas homogeneizantes que producen, distribuyen y marquetean la comida que comemos cada día. El principal argumento es que lo que comemos importa y que la comida representa nuestros valores y ayuda a crear un tipo específico de mundo, tanto como que ha probado ser una fuerza revolucionaria en la vida americana a la vez que una comodidad y una metáfora; un argumento muy sabio. La dieta de una nación, nos dice, puede ser mucho más reveladora que su arte y su literatura. Schlosser ha establecido lo que ahora todos vemos como obvio en nuestra vida diaria: el papel de la comida en darle forma a la sociedad. Cuando Marx y Engels identificaron el papel crucial del trabajo y del dinero, o el capital como ellos lo nombraron, también desnudaron dos aspectos fundamentales de la vida diaria que hasta entonces habían estado bien escondidos y que gracias a ellos emergen; desde entonces no podríamos entender la vida sin incluirlos.
Schlosser comienza su libro hablando de la majestuosa belleza de Cheyenne Mountain, en Colorado; belleza natural que aloja dentro de sí, como el dice, «una de las más importantes instalaciones militares de la nación» incluyendo «unidades del Comando Aerospacial Norteaméricano, del Comando de la Fuerza Aérea, y del Comando Espacial de los Estados Unidos.» Cheyenne Mountain es natural pero esconde en sus entrañas algo muy marcadamente «hecho por el hombre». Mil quinientas personas trabajan en el interior de la montaña, «manteniendo la facilidad y recolectando información de una red de radares, de satélites espías, de sensores localizados en la tierra, de aviones y globos, que se extienden por el mundo. Es el corazón del sistema de temprana alerta de la nación.» Pero, «casi cada noche, el repartidor de pizas Domino sube a la montaña por la Cheyenne Mountain Road, pasa un tétrico cartel que dice FUERZA MORTAL AUTORIZADA, para entregar sus pizas y recoger su propina.»
Comida, como se ve, importante como para arriesgar la localidad de la más secreta base del país, hoy ya no secreta, todo sòlo para satisfacer los deseos de comida chatarra del personal militar. Irónico, teniendo en cuenta la actitud dominante en cuanto a no discutir la importancia de esta comida.
El nacimiento de la comida chatarra en Estados Unidos en los años 50, explica Schlosser, está conectado al ingreso de la mujer a la fuerza laboral y con la necesidad de servicios que provean lo que las amas de casa generalmente proveían hasta entonces, o sea, comida, limpieza y cuidado de niños. Este movimiento de las mujeres hacia fuera de la casa favoreció el desarrollo de industrias de servicios y la llamada industrialización de la comida, en general. El nacimiento de la comida chatarra, barata, coincide también con la era de Eisenhower – con la glorificación de la tecnología – con propagandas optimistas como «Mejor vida a través de la química.» Si bien es cierto que la comida chatarra parece suficientemente ordinaria, encierra en su preparaciòn avances tecnológicos detrás de una fachada por demás ordinaria.
Nadie compraría comida chatarra si no tuviera buen sabor, por lo que se han hecho extraordinarios esfuerzos para asegurarse que sabe bien a pesar del proceso poco natural al que se somete. Su gusto, olor, aroma, tiene muy poco que ver con sus ingredientes naturales, es resultado de aditivos químicos diseñados para lograr determinados sabores, y que son preparados en gigantes laboratorios en extremo secretos. IFF (en inglés International Flavors & Fragances, o Sabores y Fragancias Internacional) es la más grande e importante compañía del sabor del mundo. Y, la ciencia básica detrás de las esencias, desde el olor de la crema de afeitar que usamos al sabor de la comida preparada que recién ingerimos, es basicamente la misma.
La comida chatarra tiene notablemente sus pioneros, hombres como Carl N. Karcher, Ray A. Kroc y Walt Disney, que pronto descubrieron el potencial de los niños como consumidores y productores de bienes de consumo. Y sin embargo, la industria de la comida chatarra favorece la obediencia y la uniformidad, ningún rebelde es aceptado en su interior hoy día.
El «dulce líquido,» como se llama a las bebidas, es chatarra también. Las marcas de algunas bebidas son hoy símbolo de los Estados Unidos alrededor del mundo. Tres compañìas de bebidas (Coca Cola, Pepsi y Cadbury-Schweppes -que produce Dr Pepper) controlan el 90 por ciento del mercado de las bebidas en Estados Unidos. Para estas corporaciones, también, el mercado adulto está paralizado mientras que el mercado de los niños está lleno de promesa, por lo que se han tratado de establecer dentro de las escuelas de la nación.
Hay una conexión entre la comida y bebida chatarra y los niños: es ilustrativo que la Corporación McDonald´s maneja más de 8 mil lugares de juego en el país y tiene conexiones promocionales con las más grandes manufactureras de juguetes de los Estados Unidos. Historicamente, McDonald´s comenzó vendiendo hamburguesas y papas fritas en los parques que creara Disney; Kroc y Disney se conocieron en el ejército. Esta asociación continúa hasta hoy, por eso podemos comer nuestra «comida feliz» en «El lugar más feliz de la Tierra»(Disneylandia). Así fabricantes de juguetes, dueños de parques de diversión se unen a la industria química del sabor, a compañías fabricantes de bebidas y productores de comida chatarra del país y juntos conquistan al consumidor desde temprano, cuando es aún niño.
Así como son niños quienes compran también son niños los que venden comida chatarra detrás de los mostradores de las cadenas de restaurantes -de McDonald´s hasta Taco Bell. Niños que trabajan por bajos salarios no es historicamente nuevo, lo que es nuevo es el efecto específico y profundo de la incorporación de los niños a esta industria no sólo en términos de las prácticas laborales que favorece -explotación, salarios mínimos sin beneficios, empleo de medio tiempo y no sindicalizado, sino porque favorece la expansión de este tipo de dinámica en otras areas económicas. En algunos lugares el abuso es tal que las compañías usan «detectores de mentiras» en contra de la sindicalización.
Como hablamos antes, la comida chatarra no logra su delicioso sabor naturalmente. Las papas fritas, por ejemplo, son producidas siguiendo especificaciones detalladas. La producción de papas en Idaho, que comenzó en los años 20, tuvo que transformarse y J. R. Simplot, hoy billonario, fue el primer productor de papas que comenzó a separarlas por tamaño y guardarlas, para transformarse eventualmente en el mayor exportador de papas y cebollas del oeste – «el barón de la papa». A finales de la segunda guerra mundial, Simplot plantaba, fertilizaba y procesaba sus papas y las enviaba en cajas a todas partes, usando las cáscaras para alimentar animales. Luego invirtió en la tecnología para congelar comida y vendió papas cortadas y congeladas para freir a las grandes cadenas. Ese sabor de las papas fritas de Mc Donald´s, se logra gracias al uso de esencias «naturales» y «artificiales» fabricadas por la industria del sabor.
IFF, que tiene su segunda planta en New Jersey, es la industria del sabor más grande del mundo. Está concentrada en el area que va desde Teaneck a South Brunswick y manufactura cerca de dos tercios de los aditivos de sabor que se consumen en los Estados Unidos. En sus laboratorios IFF manufactura no sólo el sabor de las papas fritas, sino también del pan, las galletas, los cereales, el helado, los dulces, la pasta dental y los antiácidos, a más del el olor de seis de los más famosos perfumes del mundo – Beautiful de Estée Lauder, Happy de Clinique, Tresor de Lacôme y Eternity de Clavin Klein, junto al perfume del jabón, shampoo, lustrador de muebles,cera de pisos y otros.
Cuando hablamos de comida chatarra hablamos de hamburguesas; la carne para hamburguesas, en si misma un asunto digno de una mirada cercana, ha transformado la industria también. Desde que emergió la comida chatarra el procesamiento de la carne ha cambiado más de lo que nadie se imagina. ConAgra Beef Company, que maneja el más grande complejo empacador de carne desde Greeley, Colorado, controla una buena parte del mercado de la carne de los Estados Unidos. En Greeley opera un par de gigantescos lotes de alimentación para su ganado de engorde y allí este gana peso rapidamente con grano y ayudado de esteroides anabólicos implantados en sus orejas. A veces los animales están tan amontonados que parecen un mar de vacas. Cada animal produce entre 20 y 25 kilos de desechos diarios, que no son tratados sino se acumulan en pozas y que le dan al area un olor particular.
Parte del complejo, el matadero que procesa cinco mil cabezas de ganado al día; en el matadero los trabajadores están en proximidad, blandiendo cuchillos afilados y vulnerables a serios accidentes, en especial cuando se aumenta la velocidad de la línea y baja la visibilidad debido al vapor y a los desechos. Los cambios dentro de la industria de la carne han sido tantos que se habla de la «Revolución IBP» (Iowa Beef Producers). Son cambios que no favorecen ni al trabajador ni al consumidor pero que enriquecen más y más a las corporaciones.
Tad Williams, quien escribió La corrupción de la agricultura Americana, explica que el control de las corporaciones sobre la agricultura ha afectado las economías rurales y las comunidades agricolas en forma muy drásticas, volviéndose uno de los eventos más devastadores en la historia de los Estados Unidos. Hace 60 años, explica, habían sesenta millones de granjas, para 1998 quedaban apenas dos millones. En la industria de la carne, IBP, ConAgra, Cargill, Farmland National Beef and Packerland Packing Co., controlan el 79 por ciento del mercado. Algo similar ocurre con aves y puercos. La mayor parte de las ganancias en la agricultura terminan en manos de corporaciones. Lo llaman la «industrialización de la agricultura» y favorece el control, por parte de unas pocas corporaciones, de casi todas las area de producción de alimentos.
Las comunidades agrícolas sufren los efectos económicos, sociales y ecológicos de este proceso,los trabajos decentes del pasado son hoy malos, los salarios son bajos y no incluyen beneficios, sólo inmigrantes que no tienen más opción los toman. Al mismo tiempo, dice Williams, la base impositiva se ha erosionado y estas comunidades son entonces incapaces de mantener un nivel apropiado de servicios, hospitales, escuelas, o de apoyar al pequeño negocio.
Los alimentos producidos son poco saludables -somos testigos de la obesidad y diabetes que plagan Norteamérica. Pero además, esta forma de producir alimentos genera otros problemas, transforma el ambiente social y económico en tóxico para el desarrollo humano, para el mantenimiento de los derechos humanos y de los derechos laborales y para el funcionamiento apropiado de una democracia. Contribuye a envenenar el medio ambiente -al contribuir a la contaminación del agua, de la tierra y del aire que respiramos, todo al tiempo que trata a los animales como comodidades y arriesga el futuro de la viabilidad de la agricultura y la crianza de animales al empobrecer las líneas de cultivos y de reproducción de animales.
Sin duda nos presenta con crecientes peligros de contaminación por comida consumida, al mezclar en forma masiva comida contaminada con no contaminada y empaquetarla y distribuirla a través del continente. El uso contínuo y normalizado de antibióticos en la crianza de animales ha contribuído seriamente a la evolución de patógenos tanto más peligrosos como resistentes, con capacidad de matar en especial a niños, ancianos y la población vulnerable.
Sin duda informarnos es el primer paso, el libro y la película de Schlosser ayudan, pero necesitamos plantearnos la necesidad de actuar, personal y en grupo, pero políticamente. Negarnos a consumir alimentos chatarras pero también concientizar y unirnos con otros. Los riesgos son graves para nosotros y la sociedad en que vivimos.