El presidente George W. Bush dijo que las elecciones del mes pasado en Irak eran «un trascendental hito en la marcha hacia la democracia». Son realmente un hito. Pero no del tipo que le agrada a Washington. Si descartamos las declaraciones estándar de intento benigno por parte de los líderes, revisemos la historia. Cuando Bush […]
El presidente George W. Bush dijo que las elecciones del mes pasado en Irak eran «un trascendental hito en la marcha hacia la democracia». Son realmente un hito. Pero no del tipo que le agrada a Washington.
Si descartamos las declaraciones estándar de intento benigno por parte de los líderes, revisemos la historia. Cuando Bush y el primer ministro de Gran Bretaña, Tony Blair, ordenaron la invasión a Irak, el pretexto, reiterado con insistencia, era «una sola pregunta»: ¿Eliminaría Irak sus armas de destrucción masiva?
En el curso de algunos meses esa «simple pregunta» fue respondida de la manera equivocada. Luego, con mucha rapidez, la razón real de la invasión fue la «misión mesiánica» de Bush para llevar la democracia a Irak y a Medio Oriente.
Inclusive, aparte de la oportunidad, el carro de la democratización marcha contra el hecho de que Estados Unidos ha intentado, de todas las maneras posibles, evitar los comicios en Irak.
Las elecciones del pasado enero se realizaron debido a la resistencia no violenta de las masas, para las cuales, el gran ayatola Ali Sistani se convirtió en un símbolo. (La insurgencia violenta es otra criatura que nada tiene que ver con este movimiento popular).
Escasos competentes observadores pueden discrepar con los editores de The Financial Times, que escribieron en marzo pasado, «la razón de que se realizaran (las elecciones) fue la insistencia del gran ayatola Ali Sistani, quien vetó las maniobras de las autoridades de ocupación encabezadas por Estados Unidos para archivarlas o diluirlas».
Si se toman en serio las elecciones, eso significa que se presta algo de atención a la voluntad de la población. La pregunta crucial para un ejército invasor es: «¿Nos quieren aquí?».
No hay escasez de información sobre la respuesta. Una fuente importante es una encuesta del ministerio de Defensa de Gran Bretaña, divulgada en agosto, y llevada a cabo por investigadores universitarios iraquíes. La encuesta, filtrada a la prensa inglesa, determinó que 82 por ciento estaban «vigorosamente opuestos» a la presencia de soldados de la coalición, y menos de uno por ciento creía que habían contribuido a lograr alguna mejora en la seguridad.
Analistas del Instituto Brookings en Washington, informan que en noviembre 80 por ciento de los iraquíes estaban en favor de una «pronta retirada» de los soldados estadunidenses. Otras fuentes coinciden por lo general.
Por lo tanto, los soldados de la coalición deben retirarse, tal como lo desea la población, en lugar de intentar de manera desesperada crear un régimen títere, con fuerzas militares que puedan controlar.
Pero Bush y Blair siguen negándose a establecer un cronograma para la retirada, limitándose a evacuar algunos soldados a medida que sus objetivos se concreten.
Existe una buena razón por la cual Estados Unidos no puede tolerar un Irak soberano, más o menos democrático. El tema apenas si se ha planteado, pues contradice una doctrina firmemente establecida. Se nos quiere hacer creer que Irak hubiera sido invadido sin importar si era una isla en el oceáno Indico, cuyo principal producto de exportacion eran pepinos en salmuera, no petróleo.
Como resulta obvio para cualquiera que no está comprometido con la línea del partido gobernante, tomar control de Irak fortalecerá enormemente la fiscalización de Estados Unidos sobre los recursos de energía global, una palanca crucial en el control del mundo.
Supongamos que Irak se convierte en un país soberano y democrático.
Imaginemos qué pautas políticas seguirá. La influencia predominante será la población chiíta del sur, donde se hallan los mayores recursos petroleros del país. Esos sectores seguramente preferirán relaciones amistosas con Irán, una nación de mayoría chiíta.
Las relaciones ya son estrechas. La brigada Badr, la milicia que controla la mayor parte del sur, fue adiestrada en Irán. Los clérigos, que cuentan con gran influencia, tienen relaciones con Irán de larga data. Eso incluye a Sistani, que nació en ese país. Y el gobierno interino, de mayoria chiíta, ha comenzado a establecer relaciones económicas y posiblemente militares con Irán.
Además, del otro lado de la frontera, en Arabia Saudí, existe una mayoría chiíta oprimida. Cualquier acción en favor de la independencia iraquí posiblemente aumentará los esfuerzos por obtener un grado de autonomía y de justicia también allí.
Esa es también la región donde se halla la mayor parte del petróleo saudí. El resultado podría ser una alianza de chiítas que comprenda Irak, Irán y las principales regiones petroleras de Arabia Saudí, independiente de Washington y en control de las principales porciones de las reservas mundiales de crudo.
No resulta inverosímil que un bloque independiente de ese tipo siga el ejemplo de Irán y realice proyectos conjuntos con China e India.
Tal vez Irán se aleje de Europa occidental, presumiendo que no estará dispuesta a actuar independientemente de Estados Unidos. Pero China no puede ser intimidada. Por eso Estados Unidos está tan asustado por el régimen de Pekín.
China ya ha establecido relaciones con Irán, inclusive con Arabia Saudí, tanto economicas como militares. Existe una red de energía asiática, con sede en China y Rusia, pero que posiblemente atraerá a India, Corea y otros países. Si Irán se desplaza en esa dirección, podría convertirse en un factor vital de esa red energética.
Tales desarrollos, incluidos un Irak soberano y tal vez grandes recursos energéticos saudíes, pueden convertirse en la peor pesadilla para Washington.
Por otra parte, un movimiento sindical de gran importancia se está creando en Irak.
Washington insiste en mantener las leyes antigremiales de Saddam Hussein, pero el movimiento sindical continúa organizando a los trabajadores pese a ellas.
Sus militantes son asesinados. Nadie sabe quiénes son sus perseguidores: tal vez insurgentes, tal vez ex miembros del partido Baath, tal vez algún otro sector. Pero esos activistas persisten. Constituyen una de las principales fuerzas democráticas que tienen profundas raíces en la historia de Irak. Eso puede resurgir, con gran horror de las fuerzas de ocupación.
Una cuestion esencial es cómo reaccionarán los occidentales. ¿Se pondrán del lado de las fuerzas de ocupación e intentarán impedir la democracia y la soberanía? ¿O se pondrán del lado del pueblo iraquí?
*Noam Chomsky es profesor de lingüística en el Instituto de Tecnología de Massachussetts en Cambridge y autor del libro, de reciente publicacion, Imperial Ambitions: Conversations on the Post-9/11 World
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