Con esta jubilosa expresión celebró el cubano Virgilio Paz Romero su puesta en libertad, hace 5 años, luego de que la Corte Suprema de los Estados Unidos determinara que «las detenciones indefinidas son inconstitucionales». Paz Romero había pasado dos años preso acusado por el FBI de colocar la bomba en el coche en que viajaban […]
Con esta jubilosa expresión celebró el cubano Virgilio Paz Romero su puesta en libertad, hace 5 años, luego de que la Corte Suprema de los Estados Unidos determinara que «las detenciones indefinidas son inconstitucionales».
Paz Romero había pasado dos años preso acusado por el FBI de colocar la bomba en el coche en que viajaban Orlando Letelier, ex ministro de Allende, y su secretaria, la estadounidense Moffitt, en septiembre de 1976, a dos o tres esquinas de la mismísima Casa Blanca, en el corazón de Washington. Tecnicismos legales y la extrema generosidad de la Suprema Corte dejaban en libertad al acusado de dos crímenes.
Cinco años han pasado desde entonces, los suficientes como para que la misma Corte Suprema ya no considere inconstitucionales las detenciones indefinidas de centenares de personas secuestradas por el gobierno estadounidense en su base de Guantánamo, territorio cubano, por cierto, también secuestrado hace más de un siglo.
Y otra vez, el sistema funciona para Robert Ferro, otro cubano, residente en California, que había pasado dos años preso, a principios de la década pasada, luego de que le encontraran algunas libras de un poderoso explosivo de uso exclusivamente militar llamado C-4, y que vuelve, de nuevo, a ser detenido, esta vez, por hallarse en su casa más de mil armas. Pero el sistema funciona y Ferro, que se reconoce miembro de la banda terrorista Alpha 66, con sede en un reconocido domicilio de Miami no va a tener problemas de justicia con la Corte Suprema.
Y también están a la espera de que el sistema siga funcionando, Santiago Alvarez y Osvaldo Mitad, otros dos cubanos con asiento en Miami y detenidos en noviembre pasado, también con armas.
Luis Posada Carriles no tiene la menor duda de que el sistema funcione. Tiene años, toda su vida, disfrutando su funcionamiento. La penúltima vez que funcionó para él, una impresentable presidenta de apellido Moscoso, lo ponía en libertad en Panamá un día antes de dejar la presidencia. Y siguió funcionando cuando entró a Estados Unidos sin que nadie lo viera, sin que nadie lo sometiera al formulario verde, sin que lo detectara computadora alguna, sin que nadie lo registrara ni revisara sus documentos, sin que nadie supiera de él, incluso, cuando ya en Miami, daba ruedas de prensa. Tiene, además, amigos que funcionan, dentro y fuera de los Estados Unidos. Y decir que hoy está preso es casi un desagradable eufemismo a la espera de que el sistema funcione de nuevo y convierta al agente cubano de la CIA en ciudadano estadounidense.
Para quienes el sistema no funcionó, ni funciona, ni parece que vaya a funcionar es para Letelier y Moffitt, 30 años esperando justicia; para los 73 ocupantes del avión cubano muertos al volar por los aires en 1976 un avión cubano en el que Posada Carriles, Orlando Bosch y otros terroristas colocaran dos bombas; para los centenares de personas secuestradas en Guantánamo, a quienes ni siquiera se les han formulado cargos, que no tienen derecho a un abogado, cuyas condiciones contravienen todos los puntos y acápites de la Convención de Ginebra, de cualquier convención sobre derechos humanos o respeto a la vida, torturados ante la indiferencia de los llamados estados democráticos.
Como no funciona para los cinco héroes cubanos condenados en Estados Unidos a 30 años de cárcel y a cadena perpetua, no por que se les encontraran armas o explosivos, sino por prevenir las acciones de bandas terroristas con asiento en Estados Unidos en beneficio, incluso, del país que los condena.
El sistema no funciona tampoco para los millones de latinos que pueden morir en Iraq, Afganistán o en cualquier otra canalla guerra defendiendo los intereses del régimen de la Casa Blanca, pero no pueden vivir en Estados Unidos; de esos millones de latinos culpables aunque se demuestre lo contrario, a los que en «el país de las oportunidades» les niegan todas, y que, o son en inglés o nunca van a ser.