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En caso de naufragio, chalecos amarillos

Fuentes: El Periódico de Catalunya

Desconozco la historia concreta de Santa Fe de Montfred, un conjunto de masía y ermita, pero creo que es innecesario. Está en ruinas, como muchas masías dispersas por todo el territorio catalán. Está completamente abandonada, como muchos pequeños pueblos del país. Pero Montfred tiene algo especial, de metáfora. Caminando hacia el este, el sur o […]

Desconozco la historia concreta de Santa Fe de Montfred, un conjunto de masía y ermita, pero creo que es innecesario. Está en ruinas, como muchas masías dispersas por todo el territorio catalán. Está completamente abandonada, como muchos pequeños pueblos del país. Pero Montfred tiene algo especial, de metáfora. Caminando hacia el este, el sur o el oeste, en pocos minutos puedes situarte en la provincia de Lleida, en la de Tarragona o en la de Barcelona. Un punto central de nuestro territorio abandonado como fiel reflejo de la realidad de un país que, como todos los industrializados, han ninguneado al mundo rural.

Al no poder vivir de la agricultura y la ganadería -el sector primario-, en las últimas décadas han sido cientos de miles las personas que han dejado sus oficios campesinos, sus granjas, masías y pueblos, para incorporarse a otros sectores, seguramente en la ciudad o en sus alrededores. En este siglo, el cálculo promedio indica que, cada día, dos fincas agrícolas han cesado en su actividad. No es de extrañar entonces que sobre una población total de unos 7 millones de habitantes, solo 25.000 ejerzan oficios campesinos, cuando en 1994 eran el doble.

Desequilibrio demográfico

Efectivamente, el mundo rural desaparece provocando un grave desequilibrio demográfico. Como explicó hace un año La Federación Española de Municipios y Provincias, los pueblos por debajo de 1.000 habitantes, con pérdida de población constante, con un serio déficit de los servicios públicos, obligando a recorrer muchos kilómetros para cualquier cuestión cotidiana, están en riesgo de desaparición. En el caso de Catalunya, de los 947 municipios, 483 tienen menos de 1.000 habitantes: uno de cada dos, señalados como pueblos en peligro de extinción.

Y me pregunto ¿es sostenible un país sin población en el medio rural y sin población produciendo alimentos? Yo, que acumulo juventud, aún recuerdo nítidamente que en la escuela nos enseñaban la pirámide de los sectores de producción. En la base de la pirámide, como su nombre indica, el primero de los sectores, el primordial, el que todo lo sostiene: el sector primario. Sobre él descansaba el sector secundario, la construcción y la industria. Por último, en la cúspide, colocábamos el más pequeño de los sectores, el sector terciario, el de los servicios. Pero, al dibujarla ahora, la pirámide aparece completamente invertida . La base es apenas un vértice, con solo el 1% de la población activa dedicada al sector primario y generando un PIB que ronda el 0,8%. Por encima, mucho mayor, la industria. Y arriba, y enorme, el sector de los servicios con un buen pedazo ocupado por el turismo. Es un equilibrio imposible de una economía que naufragará.

Un dato más. A propósito de la crisis en su país, el demógrafo francés Hervé Le Bras ha superpuesto tres mapas: el de los departamentos que pierden población, el mapa que refleja la lejanía con respecto a los servicios de la vida cotidiana y el mapa de los departamentos con alta densidad de ‘chalecos amarillos’. Coinciden.

Por los altavoces escucho: «En caso de naufragio, preparen sus ‘chalecos amarillos'».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.