Los manifestantes en Ferguson no son ni irracionales ni apolíticos. Están llamando la atención sobre sus necesidades básicas no alcanzadas. El fin de semana la policía en Ferguson, Missouri, asesinó al adolescente negro Michael Brown. Mientras los detalles todavía están llegando a cuentagotas, lo que está claro es que durante un enfrentamiento con un coche […]
Los manifestantes en Ferguson no son ni irracionales ni apolíticos. Están llamando la atención sobre sus necesidades básicas no alcanzadas.
El fin de semana la policía en Ferguson, Missouri, asesinó al adolescente negro Michael Brown. Mientras los detalles todavía están llegando a cuentagotas, lo que está claro es que durante un enfrentamiento con un coche patrulla a una manzana de la casa de su abuela, un policía disparó y mató al adolescente desarmado en medio de la calle. Los testigos dicen que Brown corría alejándose del policía y que tenía las manos alzadas justo antes de que el policía le disparara.
Ferguson es una ciudad con una gran concentración de población negra pobre bajo el control de unas instituciones abrumadoramente blancas. El asesinato inmediatamente tocó una fibra sensible. Manifestaciones y protestas estallaron mientras la gente tomaba las calles, lo que culminaría eventualmente en una revuelta. Las multitudes oscilaban desde gente que guardaba vigilia portando velas en el lugar de la muerte de Brown hasta otra que quemaba establecimientos comerciales y arrojaba cócteles molotov durante los enfrentamientos con la policía. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Lejos de ser una muchedumbre violenta y descerebrada, la gente de Ferguson atravesó un proceso de elevación de su nivel de conciencia político que le llevó a la insurrección. Un vídeo grabado en la escena muestra a varios agitadores políticos hablando entre la multitud, convirtiendo la rabia momentánea en unidad política. Un orador en particular, un joven negro, ofrece un convincente análisis político que enmarca la injusticia que supone la brutalidad policial como un subproducto del desorden económico de la comunidad.
«Seguimos dándole nuestro dinero a esos blanquitos que están en sus complejos residenciales, y no podemos obtener justicia. Ni respeto. Ellos están dispuestos a echarte si no pagas una factura…. Es normal que uno este harto.»
Las revueltas, como otras formas de acción política, pueden construir solidaridad. Pueden crear fuertes sentimientos de identidad común. La indignación que se desató en Ferguson atrajo rápidamente a la personas pertenecientes a entornos marginales a lo largo de la región. Más que un hecho que lo ilegitime, la presencia de esos «foráneos» refleja el poder magnético del momento político.
Desde el comienzo, las manifestaciones antipoliciales que precedieron las revueltas tuvieron una clara dinámica «nosotros contra ellos». En un punto de la manifestación, una mujer sosteniendo una cámara dice: «¿Dónde están los gamberros? ¿Dónde están las bandas callejeras cuando las necesitamos a todas?» y entonces la gente comienza a instar a las diversas bandas callejeras a abandonar la violencia «negro contra negro» y a unirse en la lucha contra la opresión. La comunidad estaba unida y preparada para emprender acción. La policía era el problema, y había que pararles los pies.
La muchedumbre que se congregaba no era ni irracional ni apolítica. Intentaban utilizar su oportunidad para abordar sus necesidades políticas que iban más allá. Sabían que la violencia interracial en la comunidad era tan sólo una de sus preocupaciones, y que en la mayoría de los casos quien perpetraba acciones violentas eran los propios niños, primos, amigos y vecinos de la comunidad. Aunque muchos arguyen que la población negra no se preocupa por la violencia dentro de sus comunidades, los llamados que se hicieron desde la gente para que las bandas callejeras se les unieran demuestra que los levantamientos antipoliciales abren oportunidades únicas para unir a la gente en formas que pugnan por resolver cuestiones de fondo como la violencia de las bandas.
Tras la insurrección, los participantes siguieron debatiendo sobre el levantamiento en términos políticos. DeAndre Smith, que estaba presenta en la quema del local de QuikTrip, dijo a las noticias locales,: «creo que están demasiado preocupados sobre lo que sucede en sus tiendas, comercios y todo eso. Pero no les preocupa el asesinato.» Un segundo hombre añade: «Yo simplemente creo que lo que sucedió fue necesario para demostrarle a la policía que ellos no manejan todo». Smith concluye: «no creo que haya sido suficiente.»
En una segunda entrevista, esta vez con Kim Bell del St. Louis Post-Dispatch, Smith amplio su opinión acerca de las revueltas como una estrategia política viable.
«Esto es exactamente lo que se supone que tiene que pasar cuando una injusticia sucede en tu comunidad… Yo estaba aquí fuera con la comunidad, es todo lo que puedo decir… A decir verdad, no creo que esto haya acabado. Creo que lo que han recibido es una lección de lo que significa contraatacar, en el propio St. Louis, el último estado en abolir la esclavitud. ¿Acaso creen que aun ostentan el poder sobre ciertas cosas? Yo creo que así lo piensan.
Ellos obtienen dinero de la siguiente manera: negocios e impuestos, con la policía parando gente y multándola, llevándolos a juicio, encerrándolos, así es como ellos hacen dinero en St. Louis. Todo gira alrededor del dinero en St. Louis. Así que cuando uno frena este flujo de ingresos ellos lo tiene organizado…’nosotros vamos a comer, vosotros vais a pasar hambre’, gentrificación. Vete tú misma a un barrio y ve si eres capaz de soportar el hambre…. Esto no va a pasar aquí, no en St. Louis.»
Smith identifica lo que muchos que se autoproclaman como antiracistas e izquierdistas no comprenden, que el racismo no es una cuestión moral o de carácter. Él reconoce que el ordenamiento económico facilita y se beneficia de la opresión racial, y es por eso que busca vías para interferir en ese proceso y alterarlo. Este análisis no es solamente más real que cualquiera ofrecido normalmente por la izquierda, sino que ademas interviniendo en base a él es del único modo que se puede erradicar la jerarquía racial que está tan arraigada.
Lo que suele pasar cuando ocurren sucesos como la rebelión de Ferguson, es que gente bienintencionada se apresure en condenar a los participantes. Como mínimo, tachan y descartan las revueltas como no productivas y oportunistas, unas cuantas manzanas pueden arruinar el resto de la cesta. Esta actitud es precisamente la que Deandre Smith criticaba en su primera entrevista. Muchos de los detractores, de los cuales algunos son también negros, intentan vigilar estas comunidades con «políticas respetables», un llamado a que la gente oprimida se muestre a sí misma en formas que sean aceptables para la clase dominante en un esfuerzo para conseguir réditos políticos.
Tal y como el científico Frederick Harris escribió en un artículo este año:
Lo que empezó como una filosofía promulgada por las élites negras para «elevar la raza», mediante la cual se debían corregir los rasgos «malos» de la población negra pobre, ha evolucionado ahora en una que se ha convertido en uno de los sellos distintivos de la política en la era Obama, una filosofía de gobierno que se centra en controlar el comportamiento de la población negra dejada atrás en el marco de una sociedad que se vende como repleta de oportunidades.
Pero la política de la respetabilidad ha quedado retratada como una estrategia emancipadora que abandona los debates sobre las fuerzas estructurales que ponen trabas a la movilidad social de la población negra y de la clase obrera.
Mientras que las revueltas a menudo galvanizan los sucesos dentro de una comunidad con el potencial de desatar una energía política concentrada en dinámicas y direcciones impredecibles, las obsoletas políticas de la respetabilidad conducen tan sólo a más marginalización y desestructuración. Ahora bien, es posible no estar de acuerdo con la utilidad de la insurrección. Pero la forma en que las comunidades reaccionan a la opresión han de ser debatidas en términos políticos y no simplemente descartadas sin más.
Vivimos en un contexto de supremacía blanca y capitalismo neoliberal donde las políticas racialmente neutras están siendo utilizadas para mantener la explotación de clase y la jerarquía racial, y cualquier intento abierto de abordar el racismo es desarmado o ignorado. Estas políticas solamente intensifican la desestructuración económica y la pobreza y son aquellos que viven en los márgenes quienes las experimentan.
Lo que tanto los entrevistados por las noticias locales, como la gente que se amontonaba en el lugar donde murió Brown parecían entender, es que lo que se necesita es descoyuntar la interacción que existe entre opresión racial y capitalismo. Sentían que una manifestación o cualquier otra forma aceptable de indignación complaciente no abordaría sus necesidades políticas, y no se equivocaban.
Muchos de nosotros nos apresuramos en condenar estos tipos de alteraciones del orden normal porque estamos de facto satisfechos con la ilusión postracial neoliberal. En los escombros reducidos a cenizas del QuikTrip, alguien dejó un cartel que se dirigía a su «vecino empresario» con la esperanza de que el negocio regresara: «Querido vecino empresario, siento que haya ocurrido este acto de robo y violencia. Por favor vuelva pronto. Me pasaré por aquí 2 o 3 veces por semana».
En la superficie, abordar los efectos de una revuelta es una cuestión importante. Poniéndose en el papel de consumidores que necesitan de su «vecino empresario», es posible que esta persona no esté actuando motivada por la preocupación de que los trabajadores puedan perder sus empleos, que también son sus vecinos, sino por el miedo de ver alterada su rutina de consumo. Tal y como Deandre Smith observaba, nos identificamos más con ventanas rotas que con personas rotas.
Desde el Motín del Té en Boston hasta la Rebelión de Shays, las revueltas han moldeado para bien o para mal a los Estados Unidos. En el pasado, los blancos revoltosos tuvieron acceso al poder institucional, lo que permitió que algunas de sus demandas fueran legitimadas y resueltas políticamente, al menos en los términos posibles en una sociedad capitalista. La clave del levantamiento de Ferguson, como de cualquier otro momento político que no puede permanecer como tal eternamente, es la transición entre la indignación y desorden, y la creación de una organización política que actúe en un sentido constructivo. Es mucho más fácil decirlo que hacerlo, pero este tipo de reacción es mejor que aquella que despacha las revueltas y que tan sólo pone trabas a la gente para llevar a cabo esta tarea hercúlea.
Malcolm X nos recuerda que los medios de comunicación son instrumentos claves para la opresión porque son los que determinan qué actos son respetables y que otros son extremistas y por ende ilegítimos. En vez de seguir ese guión familiar, rechacemos esas narrativas sobre los revoltosos como gentes vacías de política. Encontremos vías para observar y discutir de forma honesta sus necesidades políticas más que simplemente criticar la naturaleza de su respuesta a la violencia social.
Traducción de Viento Sur
Fuente: https://www.jacobinmag.com/