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«En la ciudad de Nueva Orleans reina en su plenitud el neoliberalismo salvaje»

Fuentes: Insurgente

Así comienzan la mayoría de las noticias que transmite hoy Falsimedia. Ése ha sido, sin duda, el titular de ayer, y será el de hoy y el de mañana. En realidad, tenemos realidad y titular para dos meses al menos. Con razón porque las noticias más concretas son coherentes con esa síntesis general. Sin embargo, […]

Así comienzan la mayoría de las noticias que transmite hoy Falsimedia. Ése ha sido, sin duda, el titular de ayer, y será el de hoy y el de mañana. En realidad, tenemos realidad y titular para dos meses al menos. Con razón porque las noticias más concretas son coherentes con esa síntesis general. Sin embargo, ustedes no lo ven u oyen de ese modo. Un error de trascripción en la primera fuente, seguido de la natural inadvertencia en las traducciones y del prodigioso sentido de la emulación en los medios, han provocado una enorme confusión: «en la ciudad de Nueva Orleáns y en los estados de Misisipi, Luisiana, Alabama y Florida, reina la anarquía». Así pasará a la historia. Nada más alejado de la realidad. Allí no hay nada de sociedad autorregulada y solidaria. En los estados del Sur de EEUU lo que hay es una ausencia. Se ha marchado el Mercado. Y todo es desolación, violencia y muerte. La naturaleza desnudó al rey, o al Dios, y con él quedaron desnudas millones de personas.

El mecanismo regulador se ha roto. El Mercado no tiene nada que decir ante un huracán tropical que anda por ahí bramando sin intención de vender ni de comprar nada. Además, su publicidad es incomprensible para los administradores públicos y para los ciudadanos. Los meteorólogos hicieron las advertencias debidas, incluso el ciclón tropical se dio un primer paseo enseñando «el producto». Nada que comprar, nada que vender. Nadie le hizo caso.

Las medidas de «prevención» (palabra inexistente en el diccionario neoliberal salvo cuando se refiere a cuestiones de guerra, terrorismo y procedimientos policiales») fueron nulas en las zonas amenazadas. No se hizo acopio de alimentos, medicamentos ni agua. Tampoco se hizo el más mínimo intento de planificar una evacuación que en realidad, para la mayoría, fue una desbandada hacia ninguna parte. Los cogería el agua.

La «libre opción» de Bush fue el recurso universal del desamparo más absoluto. Se aconsejó a los residentes en Nueva Orleans que abandonaran la ciudad. Se organizó, eso sí, el tráfico de salida. Los que «optaron por irse» de manera decidida -tenían vehículos, y lugar y alojamiento de destino-, se salvaron de la catástrofe. Buena «opción en Libertad» la suya. Los que carecían de medios de transporte o de lugar al que dirigirse, se quedaron con el huracán y con el miedo. Estallarían después de furia. «Anarquía» dicen -por error- los medios.

Se quedaron decenas de miles de personas que no tenían ningún vehículo, o que no tenían capacidad física para trasladarse, o que no sabían a dónde ir. Pobres, enfermos, ancianos, niños y gentes de la calles. No hubo ningún plan público de desalojo, aviso o transporte en la ciudad de Nueva Orleans. Simplemente las autoridades les aconsejaron que se fueran. Individualismo y mercado. El sistema se pone a prueba.

Durante más de veinticuatro horas miles de personas se concentraron en un estadio de gran capacidad que no había sido dotado de los más mínimos elementos de supervivencia. «Individuos libres, con opciones libres», decía en esos días Bush hablando de los iraquíes, otros ciudadanos metidos a la fuerza en el sufrimiento. La Guardia Nacional, cuya función principal es la asistencia en las grandes catástrofes, esta ausente en Iraq. Los «restos» que permanecían en los estados de Misisipi, Luisiana, Alabama y Florida, eran unidades incompletas y mal dotadas. Carecían de vehículos, andaban escasos de combustible, sólo estaban preparados para la «gran guerra mundial antiterrorista». No aparecieron. No hubo alarmas, ni amarilla ni roja. Estaban en su sitio que no era Nueva Orleans ni los condados más pobres de mayoría negra.

Y llegó el mar, el viento, los terribles chaparrones huracanados y la furia. Todo se llenó de agua y de barro. Los techos fueron arrancados, las casas convertidas en astillas, las calles en lagos pestilentes. La gente fue simplemente cubierta por las aguas. Muchos flotaron.

Después llegó la otra furia, y con la furia, las esencias: cada uno es cada uno y ¡sálvese quien pueda!. Saqueos. Ausencia de toda estructura de organización social. Hospitales sin luz, sin agua, sin medicamentos. Batallas a tiros por la supervivencia. Las virtudes del sistema -afán de lucro-, desatadas. Tiroteos y saqueos. Grupos de tareas espontáneos. Organización elemental surgiendo de «la nada con egoísmo», de «la nada con codicia».

Arriba Bush reflexionando sobre el extraño comportamiento de sus ciudadanos libres. Abajo llega la Guardia Nacional militarizada para restablecer el orden y hacer que se respeten las propiedades y las «grandes superficies». Ya llegará el pan, el agua, las medicinas. Ya llegarán los proveedores. Volverá el Mercado.

Arriba Bush pidiendo «conservadurismo con compasión» al mundo. Abajo la gente deshidratada y anegada.

Arriba Bush, en su cielo, reclama mano dura para los que desesperados rompen a hachazos los depósitos de hospitalarios para buscar medicamentos de urgencia o los que quieren comer después de tres días de desesperación: «Pienso que debería haber tolerancia cero para las personas que violan la ley durante una emergencia como esta, ya sea con saqueos, o precios inflados en las estaciones de servicio, o los que se aprovechan de las donaciones de caridad, o el fraude de los seguros,». Abajo la gente empieza a disparar a los helicópteros.