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En una misión de socorro de la Cruz Roja y llega la fuerza aérea israelí

Fuentes: The Independent

Traducido del inglés para Rebelión y Tlaxcala por Germán Leyens

Debía ser un viaje de rutina por los campos de la muerte libaneses para los valerosos hombres y mujeres de la Cruz Roja Internacional. Sylvie Thoral era la «jefe de equipo» de nuestros dos vehículos, una francesa de 38 años, con cabellos marrón oscuro y ojos acerados. Los israelíes habían sido informados y habían dado lo que el CICR gusta de llamar su «luz verde» a la ruta. Y, por supuesto, casi nos costó la vida.

Confiar en el ejército y la fuerza aérea israelíes, que violan casi a diario las Convenciones de Ginebra, es algo arriesgado.

Sus aviones ya han atacado – contra todas las convenciones – las centrales de la defensa civil en Tiro, matando a 20 refugiados. Han atacado dos veces a camiones llenos de refugiados a los que ellos mismos habían ordenado que abandonaran sus aldeas.

Ya han atacado a dos ambulancias de la Cruz Roja libanesa en Qana, matando a dos de los tres pacientes que se encontraban en su interior e hiriendo a todo el personal – una violación obvia y aparentemente deliberada del Capítulo IV, Artículo 24 de las Convenciones de Ginebra de 1949.

Pero el CICR debe haber confiado en los militares israelíes y por lo tanto partimos del sur de Líbano hacia Jezzine mientras resonaban los tiros, bajo las almenas desmoronadas del castillo de los cruzados en Beaufort, pasando por las fantasmagóricas calles destruidas de Nabatiyeh, cráteres de bombas y edificios derrumbados a ambos lados de la ruta.

Para cruzar el río Litani, tuvimos que conducir pasando por el agua, escuchando el aullido de los motores de los aviones, con un ojo sobre la ruta y otro en el cielo. Sylvie y sus compañeros – Christophe Grange de Francia, Claire Gasser de Suiza, Saidi Hachemi de Argelia u dos colegas libaneses, Beshara Hanna y Edmund Khoury – conducían en silencio.

Había cráteres de bombas frescos en la carretera al norte de Nabatiyeh – los ataques habían tenido lugar sólo unas pocas horas antes, algo que nos debiera haber hecho pensar dos veces. Había trozos de munición desparramados por las calles, fragmentos de metralla, inmensos pedazos de hormigón. Pero nos habían dado esa vital «luz verde» de Tel Aviv.

Los equipos del CICR podrían ser los únicos salvadores en las carreteras del sur de Líbano – su reserva en la crítica a cualquiera, incluyendo a los israelíes y a Hezbolá es un silencio digno de ángeles – aunque su trabajo puede afectar sus emociones con tanta seguridad como un ataque aéreo. Sólo un día antes, habían conducido a la aldea de Aiteroun a apenas una milla del desastroso ataque del ejército israelí contra Bint Jbeil. En cada aldea «abandonada» en el camino, aparecía una mujer, luego un niño y luego más mujeres y ancianos, todos desesperados por partir.

Había, tal vez, unos 3.000 y, anoche, Sylvie Thoral trató de conseguir permiso para un convoy de evacuación. Los israelíes prometen a los libaneses algo mucho peor que el castigo que ya han recibido – mucho más de 400 civiles libaneses muertos- por el asesinato por Hezbolá de tres soldados israelíes y la captura de otros dos. Pero todavía los israelíes no han sugerido su «luz verde» para Aiteroun.

«Nos rogaban que los lleváramos con nosotros y no teníamos la posibilidad de hacerlo, dice Saidi con profunda emoción. «Sus ojos estaban repletos de lágrimas.»

Los colaboradores del CICR en Líbano viajan sin chalecos a prueba de balas o cascos – su condición desmilitarizada es algo que los enorgullece – y conducir con ellos en la misma condición fue una experiencia extrañamente emotiva.

Viven – a diferencia de los israelíes y de sus antagonistas de Hezbolá – según las Convenciones de Ginebra. Creen en ellas, cuando todos los demás las violan. Pero ayer, cuando llegamos a la ciudad de Jarjooaa, el CICR en Beirut nos ordenó que volviéramos atrás. Los israelíes estaban bombardeando la ruta hacia el norte, así que dimos cuidadosamente media vuelta en nuestros coches y volvimos a los montes hacia Arab Selim. La ruta estaba vacía y casi habíamos llegado al fondo de un pequeño valle.

Estaba pensando en una conversación que acababa de tener por mi móvil con Patrick Cockburn, el corresponsal de The Independent que venía de abandonar Bagdad. Nuestros ángeles de la guardia están trabajando tanto, dijo, que temía que formarían un sindicato y se declararían en huelga.

De repente cinco amplias columnas de humo marrón se dispararon por el cielo frente a nosotros, una bomba lanzada desde el aire por los israelíes que estalló en la calle a sólo 80 metros de distancia, con el tipo de «¡c-crack! que las historietas expresan con tanta exactitud, seguido por el aullido de un avión jet. Si hubiésemos conducidos 25 segundos más rápido por esa carretera, habríamos muerto todos.

Así que volvimos a retirarnos a Jarjooaa y estacionamos bajo el balcón de una casa en la que nos contemplaban dos mujeres y tres niños, saludando y sonriendo.

Sylvie guardaba silencio, pero podía ver la furia en su cara. Los israelíes, parecía, habían cometido «un error». Habían malinterpretado la ruta – o el número – de nuestro pequeño convoy. «¿Cómo podemos trabajar así? ¿Cómo demonios podemos realizar nuestro trabajo?» preguntó Sylvie con una mezcla de ira y frustración. En todas las rutas ayer, vi a sólo tres hombres que puedo sospechar eran de Hezbolá – que tampoco respetan las Convenciones de Ginebra – conduciendo a alta velocidad en un Volvo destartalado. Pueden cruzar los ríos de Líbano a su gusto – como nosotros lo hicimos – evitando los cráteres de las bombas y cruzando los ríos. ¿Así que qué sentido tenía hacer volar 46 de los puentes viales de Líbano?

Un anciano se nos acercó llevando una bandeja de plata con vasos y una tetera con té hirviendo. Generosos hasta el fin, bajo constante ataque aéreo, esos libaneses atemorizados nos ofrecían su hospitalidad tradicional incluso ahora, mientras los jet giraban por el cielo sobre nosotros. Nos invitaron a la casa que se habían negado a abandonar y me di cuenta que esa amable gente libanesa – sin armas, sin conexión con Hezbolá – era la verdadera resistencia en este país. Los hombres y mujeres que terminarán por salvar a Líbano.

Pero antes de que abandonáramos nuestro viaje y antes de que Sylvie y su equipo y yo partiéramos a su base en el lejano y peligroso sur de Líbano, un hombre con un saco de vegetales se acercó a Beshara Hanna. «Por favor alejen sus coches de mi casa,» dijo. «Nos están poniendo a todos en peligro.

Y de inmediato me estremeció la vergüenza de todo esto. El ataque israelí contra las ambulancias de Qana – con sus misiles cayendo sobre las cruces rojas en sus techos – había contaminado hasta a nuestros propios vehículos. Se trataba sólo de un hombre. Pero para él, los israelíes habían convertido a la Cruz Roja – el símbolo de esperanza sobre nuestros techos y sobre los lados de nuestros vehículos – en un símbolo de peligro y miedo.

Las leyes de la guerra

Las leyes de la guerra, como a veces describen a las Convenciones de Ginebra, parecen a menudo una lección en lo absurdo. Pero durante siglos los países se han adherido a principios centrales de combate.

Al comienzo de este conflicto, la Alta Comisionada para Derechos Humanos de la ONU, Louise Arbour dijo: «El bombardeo indiscriminado de ciudades constituye un ataque previsible e inaceptable contra civiles.»

Las leyes de la guerra estipulan:

  • «Las guerras deben limitarse al logro de los objetivos políticos que iniciaron la guerra (y no deben incluir una destrucción innecesaria).

  • Las guerras deben terminar lo más rápido posible.

  • La gente y la propiedad deben ser protegidas contra destrucción y penurias innecesarias.

Las leyes tienen el propósito de:

  • Proteger a los combatientes y a los no-combatientes contra sufrimientos innecesarios.

  • Salvaguardar los derechos humanos de los que caen en manos del enemigo: prisioneros de guerra, heridos, enfermos, y civiles.

  • Prohibir ataques deliberados contra civiles. Pero no se comete un crimen de guerra si una bomba cae por error en un área residencial.

* Los combatientes que utilizan a civiles o predios como escudos son culpables de violación de las leyes de la guerra.

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© 2006 Independent News and Media Limited

http://informationclearinghouse.info/article14241.htm

Germán Leyens es miembro de los colectivos de Rebelión y Tlaxcala (www.tlaxcala.es), la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción es copyleft