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Entre negacionistas anda el juego

Fuentes: Rebelión

Durante la primera década del presente siglo, el gobierno de Hugo Chávez puso en marcha un plan de ahorro energético que, entre otras medidas, implicaba el reparto entre la población de diez millones de bombillas de bajo consumo.

El plan denominado Operación Luciérnaga, con el fin de racionalizar el desaforado consumo eléctrico propio de un estado rentista, facilitaba también el acceso a equipos de aire acondicionado y neveras de reciente fabricación. Este proyecto de racionalidad económica en los usos cotidianos, fue boicoteado, desde el primer momento, por los sectores sociales más pudientes, que utilizando el control que tenían, y todavía tienen, sobre los medios de comunicación, impulsaron una campaña apocalíptica, que hubiese hecho las delicias del mismísimo Orson Welles.

Los medios de la oligarquía venezolana, a diferentes niveles, extendieron el rumor de que la distribución de bombillas de bajo consumo, obedecía a un plan de control social bolivariano-castrista, según el cual, cada bombilla, portaría un micrófono a través del cual, lo que se hablaba en cada hogar, sería escuchado por los servicios de inteligencia cubanos, siempre trabajando para que su país pudiese engullir todo el petróleo venezolano posible.

Traigo a colación este episodio de asalto a la razón desarrollado en el país caribeño, porque tiene muchas similitudes con las campañas realizadas por los sectores negacionistas que, en plena pandemia, dicen promover una supuesta cultura de la salud alternativa.

Me sería bastante cansino aquí, desglosar, uno a uno, los argumentos sin fundamentación científica que estos sectores han difundido en las redes sociales desde que empezó el confinamiento. De desmentir sus falsedades ya se han ocupado responsables de la salud y la ciencia de forma mayoritaria, aunque no han faltado, incluso dentro del mundo médico-científico, algunos personajes bien pagados de sí mismo, que sin ningún contacto directo con la angustiosa realidad que se vivía en los hospitales, afirmaban que las medidas de confinamiento eran injustificadas, ya que estábamos ante un simple “proceso gripal algo más fuerte”. Un caso paradigmático de estos sectores ha sido el médico inmunólogo colombiano Manuel Elkin Patarroyo, que tras afirmar en un primer momento, que había una “histeria colectiva injustificada” y que se podía viajar por todo el mundo sin mayor problema de contagio del Covid-19, se apresuró luego a apoyar la gestión de la pandemia que desarrollaba el presidente colombiano Iván Duque, el cual, a día de hoy , más que contra el coronavirus, habría demostrando más su eficacia reprimiendo brutalmente a manifestantes, líderes sociales y ex guerrilleros de las FARC.

Por estos lares, un grupo denominado “Médicos por la Verdad”, también se ha empleado a fondo en criticar la efectividad de los PCR, el uso de mascarillas, y la vacuna contra la gripe estacional, que según ellos, guardaría una sospechosa relación con el desarrollo del Covid-19. A tenor de sus comparecencias televisivas, el celo por la verdad de este grupo se circunscribe ,casi en exclusiva, al canal de Intereconomía, representante informativo y cultural de otro tipo de negacionismo, quizá más doloroso: la negación de los asesinatos planificados del franquismo.

Después de escuchar las farragosas intervenciones en Intereconomía de miembros de “Médicos por la Verdad “, me asalta una duda un tanto inocente: ¿Fue la elección de la Plaza de Colón como escenario de la concentración antimascarillas, una decisión casual, o guardaba alguna concordancia, digamos, “estética” con manifestaciones recientes desarrolladas en el mismo marco?

Conviene, no obstante, seguir realizando algunas reflexiones sobre ese mundo negacionista que se dio cita en la Plaza de Colón el pasado mes de agosto. Gustan a menudo, muchos de estos sectores, de perfumarse de precursores o practicantes, de una idea integral de la salud, una suerte de curanderas y curanderos contemporáneos del cuerpo y el alma, que enlazarían con un antiguo mundo pagano de sabidurías naturales (por cierto, ideario muy fomentado en su época por los nazis); según muchos de estos grupos, este mundo de luz y armonía fue reprimido tanto por el poder de la Iglesia y el oscurantismo religioso como, posteriormente, por la modernidad. Para esta amalgama variopinta, (de la cual se acaba de descolgar el mismísimo Donald Trump que en un alarde de sinceridad y cinismo reconocía que mintió a la opinión pública sobre el auténtico alcance de la pandemia) estaríamos ante un moderno capítulo de oscurantismo, de tal modo que, un peculiar contubernio político y económico, uniría a Bill Gates, el grupo de Bilderberg, el gobierno “socialpodemita” español y el Partido Comunista chino. Y es que, como en los años del macartismo, cualquier teoría de conspiración que se precie, nunca debe de prescindir del elemento comunista que fija y da esplendor. El objetivo último sería imponer una vacunación mundial generalizada que inocularía un chip a través del cual, se conseguiría un control absoluto del pensamiento. En fin, otro micrófono en la bombilla.

Llegado a este punto sobre la vacunación, no quiero dejar de destacar el magnífico articulo* que Angeles Maestro, doctora y buena conocedora de la medicina tropical, publicó en Público y en esta misma web, sobre el papel benefactor de las vacunas a lo largo de la historia, recordando como sus usos alcanzaron auténticas coberturas sociales de la mano de la Revolución de 1917, siendo posteriormente desarrolladas durante la existencia de la URSS, haciendo posible salvar millones de vidas.

Viviendo en la sociedad del acceso inmediato, muchas personas congregadas en Colón, han decidido abrazar teorías absurdas, ya que la ciencia no les daba la respuesta al problema con la misma rapidez que pulsaban un me gusta en Facebook o compraban un busto dorado de Buda en Amazon; se trata de un enfoque pueril ya que desconocen que la ciencia requiere tiempo y saber hacerse las preguntas pertinentes; requiere el trinomio, observación-ensayo-error, y luego, volver a comenzar. La ciencia es radical en su praxis, y no puede ser de otra manera, sin embargo, no es lo mismo ser radical que extremista, ya que al no contrastar sus premisas con la realidad , el extremista nunca se equivoca. Las antiguas brujas condenadas por la Inquisición, al contrario que los esotéricos negacionistas actuales, sí tenían una vocación precientífica de fuerte carácter empírico, basada en la observación de la naturaleza y en la experimentación con los productos que ésta proporcionaba. Desgraciadamente, lo único empírico que encontramos en muchos de estos sectores es su fino olfato para los negocios y la certeza de que nunca se congregarán en la Plaza de Colón para pedir un apoyo nítido para la sanidad pública.

Mi tía azkoitiarra, mucho antes de que la cruel bruma del alzheimer la fuera desdibujando, me contaba que, cuando los sinsabores de la vida la achuchaban, solía bajar a la Iglesía de Santa María para rezarle a la virgen, pero que solía hacer coincidir estas súplicas con los ensayos que el organista de la parroquia interpretaba en el magnífico Cavaillé-Coll: “La música me envolvía” , explicaba sobrecogida y rotunda. Sabía mi tía, que la espiritualidad que la reconfortaba de veras, salía de aquellos tubos imponentes, de aquel fruto humano que unía proeza técnica y sensibilidad.

Muy posiblemente, las respuestas a esta crisis del Covid-19, también saldrán de otros tubos, los tubos de ensayo de los laboratorios, manejados por manos pacientes y sensibles. Hará falta tiempo y un masivo apoyo popular en las calles y en las plazas para apoyar la sanidad de todos.

Nota:

La vacuna rusa contra el Covid-19, sobre los hombros de la URSS. Ángeles Maestro

https://rebelion.org/la-vacuna-rusa-contra-el-covid-19-sobre-los-hombros-de-la-urss/