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Una respuesta a Asef Bayat

Entre pasado y futuro

Fuentes: New Left Review

Traducción por S. Seguí.

«La dinastía y el gobierno», escribe Ibn Jaldún en su introducción a Al-Muqaddimah (Prolegómenos), «son como la plaza del mercado del mundo, y atraen hacia sí por igual los productos de la erudición y la artesanía.» Este erudito del siglo XIV estaba elaborando una nueva metodología para la comprensión de la historia, basándose en un estudio del Magreb y una crítica de la obra de los historiadores árabes de los siglos precedentes. Reemplacemos «dinastía y gobierno» por «Washington o la ‘comunidad internacional'» y la cita que se incluye a continuación no resultaría inapropiada para los tiempos que corren:

«Aparecen en él tanto una sabiduría obstinada como una tradición olvidada. En ese mercado se cuentan historias y se entregan retazos de información histórica. Todo lo que responde a la demanda de ese mercado está en demanda en general, en todas partes. Ahora bien, cuando la dinastía establecida evita la injusticia, los prejuicios, la debilidad y el doble juego, y se mantiene con determinación en el camino correcto sin desviarse de él, las mercancías del mercado son de plata pura y oro fino. Pero, cuando está influida por intereses y rivalidades egoístas, o bajo de la influencia de vendedores de tiranía y falta de honradez, la mercancía de la plaza se vuelve escoria y metal degradado. El crítico inteligente debe juzgar por sí mismo cuando mira a su alrededor, examinando esto, admirando aquello y eligiendo lo de más allá.» [1]

A la vista del mundo árabe, dos años después de las revueltas que estallaron por todo él en la primavera de 2011, ¿cómo debemos juzgar los resultados: la fraccionada escena política en Egipto y Túnez, los conflictos latentes en Yemen, la anarquía armada en Libia, la guerra civil en Siria, la crisis gubernamental en Líbano, la represión en Bahréin, el potenciado peso en la región de Riad y Qatar? ¿Hay algún patrón que podamos discernir en el presente árabe?

El elaborado trabajo de Asef Bayat «Revolución en horas bajas» es una contribución a un primer balance [2]. Bayat nos ofrece una clasificación de las estrategias de oposición -reformista, insurreccional, refolucionaria– encuadradas en un marco histórico comparativo. En cierto sentido, argumenta, estamos realmente en una edad madura para la revolución: la quiebra de la democracia liberal y la falta de responsabilidad de los gobiernos frente a los niveles crecientes de desigualdad y privación, con el agravante de la exacerbación que comporta la crisis financiera, han creado un impasse político que pareciera exigir un cambio revolucionario. Sin embargo, el dominio de la ideología neoliberal y de las derrotas sufridas por las anteriores corrientes revolucionarias -anticolonialismo, marxismo-leninismo, islamismo- han socavado las posibilidades de dicho cambio: hay falta, a la vez, de «medios y visión». Como resultado de ello, sostiene, los opositores de las dictaduras de Egipto y Túnez adoptaron una estrategia de «refolución«: movilizaciones de masas orientadas a obligar al régimen a reformarse a sí mismo, en lugar de estar orientadas a su destrucción. Fue sólo cuando algunos regímenes intransigentes respondieron con la fuerza de las armas -Libia, Siria- que los «refolucionarios» se vieron obligados a pasar directamente a la insurrección abierta (con la OTAN como soporte) y al derrocamiento violento del régimen.

Bayat toma prestado el término «refolución» del teórico de la Guerra Fría Timothy Garton Ash, quien lo acuñó para describir la liberalización en marcha en Polonia y Hungría en la primavera de 1989. Bayat admite, sin embargo, que los procesos políticos de Túnez y Egipto no han ido dirigidos a unas transformaciones económicas fundamentales, comparables a las que las que estaban siendo negociadas en Europa Central. En ese sentido, argumenta, la «revolución rosa» de Georgia, en 2003, o su versión «naranja»en Ucrania, en 2004-05 son aproximaciones más cercanas, aunque carentes de la carga liberadora que desató en toda la sociedad egipcia la Plaza Tahrir. Así mismo, Bayat concluye tomando prestada de Raymond Williams la idea de»revolución larga» como posible estrategia para un»cambio democrático significativo». ¿Cómo valorar esta contribución?

Terminologías

Bayat subraya acertadamente la falta de medios y visión para un derrocamiento revolucionario de estos regímenes, así como también la profundidad y escala de las energías insurreccionales liberadas en Egipto, Yemen y Túnez. Si es o no útil adoptar el neologismo de «refolución» para designar estas realidades es otro asunto.

Su acuñación inicial se refería a un proceso muy diferente. Garton Ash se estaba refiriendo concretamente a las negociaciones que estaban teniendo lugar entre los representantes del Estado y de la oposición en Budapest y Varsovia, donde apparatchiks «ilustrados» estaban escenificando una «retirada sin precedentes», ofreciendo compartir el poder, inscribiéndose en el camino a la democracia parlamentaria y gritando «enrichissez-vous! «(hasta el mismo Garton Ash confiesa que la perspectiva de unos jefes comunistas convirtiéndose en jefazos capitalistas -en sus propias palabras- le producía bastante malestar.) [3]

Con la excepción de Rumanía y la RDA, las movilizaciones en Europa del Este eran de una escala relativamente pequeña. Las pequeñas confabulaciones de la primavera de 1989 estaban muy lejos de los anuncios televisados de portavoces uniformados del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas y las cabezas rotas de la plaza Tahrir.

Tampoco el término «refolución» refleja el gran grito de guerra de 2011: «El pueblo quiere la caída del régimen, no su reforma». Hay un riesgo evidente en esta terminología de confundir las tácticas -flexibles, por definición, en cualquier movimiento político decidido y efectivo- con los objetivos. Sin embargo, las consignas y el espíritu de las multitudes en El Cairo, Suez o Alejandría eran muy claras. No sólo era Mubarak quien tenía que irse sino también sus torturadores -entre otros el siniestro Omar Suleiman, a quien el gobierno de Obama en un momento dado consideró como sucesor de Mubarak- y las fuerzas del Ministerio del Interior que habían sometido brutalmente al país durante décadas. No solo el ejército era el objetivo, a pesar del papel de un corrupto y colaboracionista alto mando que había estado en la nómina de Estados Unidos desde la derrota de 1973. La decisión de los líderes de la protesta, en febrero de 2011, de intentar no dividir al Ejército, a pesar de la confraternización de oficiales subalternos y soldados con las multitudes, fue probablemente un cálculo táctico erróneo del equilibrio de fuerzas, y no tanto algo que implicase ningún tipo de ilusiones en las instituciones del Estado de Mubarak. «Refolución» en el sentido de Bayat, si es que significa algo, es más aplicable a las repúblicas bolivarianas de América del Sur, un modelo firmemente rechazado por la Hermandad y Ennahda, y con un apoyo trágicamente escaso entre los oficiales jóvenes.

La terminología de Bayat ofrece pocos asideros respecto al contenido social y político-económico de las revueltas árabes. Aquí la analogía con Europa Central en 1989 se desmorona por completo. Los estados del Comecon, contrapartes orientales de las socialdemocracias occidentales, eran en esencia social-dictaduras, en su mayor parte muy urbanizadas y con sectores industriales y sociales muy desarrollados, y dispositivos sociales, educativos y culturales que beneficiaban a la mayoría de los ciudadanos, tal como G.M. Tamás analiza en otro lugar del presente número. [4]

Cada vez más, las facciones que lideraban estas burocracias en los años 1970 y 80 fueron ganadas a la causa del mercado como panacea. Una vez alcanzado el acuerdo con la oposición procapitalista, los recortes del gasto público propios de la «terapia de choque» y las privatizaciones destruyeron las estructuras sociales existentes y echaron el cierre a gran parte de la industria nacional, a medida que las empresas occidentales iban eliminando la competencia. Por el contrario, la industrialización de sustitución de importaciones fue siempre mucho más limitada en las repúblicas árabes, y los trabajadores no tuvieron la valorización que alcanzaron en el socialismo estatal. La pobreza rural es arraigada; vastas barriadas pobres rodean las principales ciudades y el desempleo juvenil es desesperadamente alto. Egipto se había deshecho de la mayor parte de su limitado estado de bienestar y, bajo la presidencia de Anwar el-Sadat, se había lanzado a un programa de privatizaciones. Así, las prestaciones sociales son raquíticas y consisten principalmente en subsidios a los alimentos y el combustible; las mezquitas -los free-riders de Bayat- proporcionan la mayor parte de la asistencia sanitaria y la educación que pueden obtener los pobres. Como es sabido por todos, el neoliberalismo ha servido para enriquecer a los compinches del régimen. Se han reprimido las huelgas y el malestar social una y otra vez, pero nunca desaparecieron por completo. Cómo articular las demandas políticas y económicas sigue siendo un problema estratégico clave para los movimientos de protesta.

Dimensiones ausentes

Un aspecto igualmente importante es que las categorías políticas abstractas de Bayat -reforma, revolución, algo intermedio- excluyen cualquier análisis del equilibrio general de las fuerzas en juego. Si bien las revueltas árabes comenzaron como rebeliones indígenas contra la privación social y unos estados policiales corruptos, se internacionalizaron rápidamente en cuanto las potencias occidentales y los vecinos regionales entraron en la refriega. En su deseo de encontrar analogías para el presente árabe en el pasado europeo, Bayat minimiza el impacto concreto del imperialismo occidental en la región. Las actuales fronteras de los estados árabes fueron trazadas por los vencedores de la Primera Guerra Mundial, y fueron acompañadas de una declaración del Gabinete británico, con la oposición de su único miembro judío, por la que aquél se comprometía a facilitar el establecimiento de un hogar nacional para los judíos europeos en Palestina. Con ello se daba comienzo a la expropiación, el desarraigo y la expulsión de grandes sectores de la población palestina nativa para preparar el terreno al estado de Israel. No puede haber un análisis adecuado de los acontecimientos en el mundo árabe hoy en día sin tomar en consideración el papel desempeñado por la más poderosa fuerza militar y diplomática de la región, Estados Unidos; a la vez que, dada la fuerza del lobby israelí en EE.UU., no puede hacerse una evaluación adecuada de la función de Estados Unidos sin tener en cuenta la cuestión israelo-palestina.

Los motivos por los que estos regímenes despóticos han persistido en el mundo árabe, mucho después del desmantelamiento de las dictaduras de la Guerra Fría en América Latina, África y gran parte de Asia, descansan en gran medida en la intrincada lógica de la celosa custodia por parte de Washington del petróleo de la región y del predominio de Israel en sus políticas en Próximo Oriente. Unas elecciones libres amenazaban con llevar al poder a islamistas que podían intentar llevar a la práctica su retórica propalestina. La naturaleza del excepcionalismo del mundo árabe ante la creciente «tercera ola» de democratización se demostró crudamente en Argelia, donde la primavera árabe podría decirse que comenzó en 1988. Tras una semana de protestas masivas, el régimen del FLN acordó celebrar elecciones, primero municipales y luego, en 1990, a la Asamblea Nacional, justo en el momento en que la masiva escalada militar de la Primera Guerra del Golfo iba encendiendo la ira popular en toda la región. El partido islamista mayor, el Frente Islámico de Salvación (FIS), obtuvo una victoria aplastante en la primera vuelta de las elecciones a la Asamblea Nacional, después de haber liderado las masivas manifestaciones contra la guerra poco antes. Los militares argelinos desconvocaron la segunda ronda electoral, siguiendo los consejos de Washington y París. Se produjo entonces una guerra civil brutal y corruptora en la que se produjeron atrocidades masivas por ambas partes, hasta llegar a un final por agotamiento, mientras las masas se retiraban a una amarga pasividad. Las estimaciones más conservadoras dan un número de muertos que oscila entre 100.000 y 200.000, sin una palabra de protesta por parte de las potencias occidentales. El país aún no se ha recuperado completamente de esa terrible experiencia.

Con algunas variaciones, los regímenes populistas-nacionalistas que habían llegado al poder en las décadas de 1950 y 1960 en Egipto, Siria, Iraq, Yemen, Libia y Argelia estaban estructurados -para su desgracia- como una versión del modelo soviético: Estado de partido único de facto, grotesco culto a la personalidad que glorificaba al presidente de turno, y un régimen de monopolio en materia de política e información. El colapso de la Unión Soviética dejó a estos presidentes de por vida como copias malas del original. Las sesiones en que se les reunía para posar ante las cámaras en las cumbres árabes anuales, como coches veteranos en un rally de época, fueron cruelmente satirizadas por el poeta iraquí exiliado, Muzzaffar al-Nawab. Mientras tanto, los jefazos de la Mukhabarat (policía secreta) participaban en negocios de más envergadura, colaborando con el Mosad, comparando notas sobre los disidentes, compitiendo por las víctimas de las «rendiciones» de los países de la OTAN y, en ocasiones, partiéndose de risa con la descripción de los efectos de la tortura sobre sus víctimas.

Ni los jefes de la Mukhabarat ni sus patrocinadores (Estados Unidos, Unión Europea) pudieron detectar la magnitud de las insurrecciones que se aproximaban.

Intervenciones

Tomados por sorpresa cuando las revueltas estallaron, en 2011, la primera reacción de Washington y París fue defender a sus vasallos. La ministra de Asuntos Exteriores de Sarkozy, Michèle Alliot-Marie, esperaba que su buen amigo Ben Alí podría aguantar con la ayuda de paracaidistas franceses en la defensa de su régimen. Pero fue demasiado tarde, y el oligarca tunecino ya estaba en un avión rumbo a Arabia Saudita. Los intentos del gobierno de Obama de salvar la cara de Mubarak tuvieron que ser abandonados por la muerte de cientos de personas; sin embargo, en un país de gran centralidad geoestratégica como Egipto, Washington tenía otras herramientas disponibles. Se celebraron conversaciones urgentes con el Alto Mando del Ejército: una demanda clave de Estados Unidos era el compromiso de que los nuevos gobernantes respetarían el Tratado de 1979 firmado con Israel, que despojaba a Egipto de la soberanía sobre toda una franja de su territorio colindante de la frontera israelí. Una de las primeras declaraciones del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA) al asumir el poder manifestaba su respeto del Tratado. Al final, el CSFA resultaría un instrumento tosco y torpe, pero los objetivos inmediatos de Washington habían quedado asegurados.

Después de los hechos de la plaza Tahrir, las protestas de la población ya no tenían la ventaja de la sorpresa, y las fuerzas imperiales, junto con los vecinos regionales, tomaron la delantera en la configuración del resultado de las revueltas. Bayat habla de «petróleo» y «brutalidad» como motivos para la intervención militar occidental, pero no ofrece ninguna explicación para el tratamiento tan selectivo en los diferentes países de las potencias de la OTAN. Para Washington, los países árabes se clasifican de acuerdo con un cálculo jerárquico de intereses: importancia geoestratégica, proximidad a Israel, petróleo y riqueza, ubicación, peso demográfico, situación en el binomio amigo-enemigo. Egipto, como eje geoestratégico de la región, ha sido un «amigo» que los Estados Unidos han mantenido en su abrazo desde 1973, sólo superado por Israel en la cantidad de ayuda militar que recibe. El empobrecido Yemen fue tratado como una dependencia de Arabia Saudí y Estados Unidos mantuvo en el poder a Saleh el tiempo que pudo. Sólo cuando la división del ejército y un ataque con bomba contra la residencia del déspota lo convirtieron en una ruina parcial, Washington lo trasladó a Riad e impuso un gobierno nacional de compromiso, con los hombres de Saleh siempre en suspuestos.

Las monarquías que deben su misma existencia al imperialismo de EEUU y el Reino Unido siempre han recibido un trato diferenciado; en Jordania, Arabia Saudí, Omán, Bahréin y los Estados del Golfo siguen en pie dinastías corruptas, árbitros supremos de la vida y la política. En estos «pilares de la estabilidad», los valores occidentales -libertades individuales, derechos humanos, no discriminación contra las mujeres y las minorías- son violados de manera más atroz y flagrante que en cualquier ningún estado de los denominados «canalla» (rogue states), con apenas un murmullo de desaprobación por parte de la Casa Blanca . En Bahréin, el Pentágono y el Departamento de Estado, obviamente, aprobaron la intervención militar saudí que contribuyó a dividir por sectas el conflicto y aplastar la rebelión, a pesar de los cantos de los jóvenesque provocaron la revuelta; «Ni chiís ni sunís, somos bahreinís». Este éxito animó a Riad y Qatar a pasar a la ofensiva en Libia y Siria. Con la aprobación tácita de la Casa Blanca e Israel, Al-Jazeera se convirtió en el megáfono de la militarización de la primavera árabe según un guión configurado por enemistades personales, odios sectarios y rivalidad homicida con Irán.

Las repúblicas nacionalistas árabes siempre habían sido vistas con más frialdad por Washington. Libia tenía poca importancia geoestratégica o peso demográfico; sociológicamente era más comparable a los países del Golfo, con una población pequeña, una numerosa mano de obra extranjera y una economía totalmente determinada por las rentas petroleras. Trípoli había estado en la lista de «enemigos» de Washington sólo debido a la retórica de Gadafi, aunque la CIA siempre contó con su experiencia en la persecución de islamistas. Oficialmente, la amistad data de 2003, después de entregar un poco de equipo nuclear antiquísimo y alistarse en la guerra de Occidente contra el terrorismo, mientras los servicios secretos británicos le entregaban disidentes libios. Pero a diferencia de Mubarak y Ben Alí -puros apparatchiks enfeudados con Washington o París- Gadafi era impredecible. Podía ser violento y vengativo un mes, y ofrecer al mes siguiente concesiones a los que había ofendido. La vida de Gadafi había estado siempre determinada, y en gran medida dislocada, por su constante necesidad de poses. Era capaz del autoengaño y la fantasía más extremos con el fin de elevarse a sí mismo a un estadio moral e ideológico que, para empezar, nunca había tenido. Tras su rehabilitación, los asesores occidentales lo convencieron para que prometiera un mercado libre, diera facilidades a las grandes petroleras y abriera la impoluta costa de Libia a la industria turística mundial. Gadafi aceptó pero siguió prevaricando. Pensaba que podía seguir haciendo que las potencias occidentales lo financiaran; a la vez, él contribuyó a los fondos de la campaña electoral de Sarkozy y de la London School of Economics, recibió a lord Giddens, cuyo efusivo elogio en el sentido de que el Libro Verde y «La Tercera Vía»de Tony Blair (con autoría del propio Giddens) tenían mucho en común no era del todo falso.

Los vicios y los defectos más graves de Gadafi -poner obstáculos a la construcción de una infraestructura social adecuada y disolver así lealtades tribales; reprimir brutalmente a los islamistas disidentes- estaban totalmente a la vista durante las primeras semanas del levantamiento en Libia, en febrero de 2011. Pero una vez que se dio cuenta de que Occidente había decidido prescindir de él, se mostró dispuesto a negociar. [5] El cuento de las razones humanitarias para la intervención militar, según las cuales Gadafi estaba decidido a masacrar a su pueblo, se basó en gran parte en un informe de Al-Jazeera según el cual la fuerza aérea libia había ametrallando a manifestantes. Esta noticia resultó ser un montaje, según testificaron ante el Congreso el secretario de Defensa Robert Gates y el almirante Michael Mullen. Tampoco hubo ninguna masacre en Misrata, Zawiya y Ajdabiya, cuando las fuerzas del gobierno volvieron a tomar estas ciudades. La advertencia de Gadafi de 17 de marzo de actuar sin piedad se refería explícitamente a los rebeldes en armas en Bengasi, pero con el ofrecimiento de una amnistía y una vía de escape a través de la frontera con Egipto a los que entregaran sus armas. A pesar del brutal carácter del régimen de Gadafi, hay poca evidencia de que los bombardeos de la OTAN «impidieran un genocidio», «otra Ruanda», o, que como Obama afirmó: «Si esperamos un día más, Bengasi podría sufrir una masacre que retumbaría en toda la región y mancharía la conciencia del mundo.» [6] Menos de 1.000 personas habían muerto antes de que la OTAN comenzara los ataques aéreos; ahora bien, según algunas estimaciones, de 8.000 a 10.000 murieron durante el bombardeo de seis meses, en el que los aviones de la OTAN no actuaron «protegiendo civiles» sino atacando a las fuerzas de Gadafi donde quiera que las hallaran.

La guerra ha dejado al país fragmentado y fuertemente armado, con el poder en manos de quienes pueden ejercer el monopolio de la violencia sobre su territorio, en gran medida fuera del control del Congreso Nacional General elegido en julio de 2012 (se dice que Qatar ha financiadoa ambos partidos principales). [7] El consulado de EEUU en Bengasi, con su anexo de la CIA, fue atacado por miembros de las milicias libias en septiembre de 2012, provocando la muerte del embajador. [8] Mientras tanto, el futuro de la Corporación Nacional de Petróleo (CNP) sigue siendo un secreto, a pesar de las proclamas de una «gobernación transparente.» El petróleo libio representa el 3,5 por ciento de las reservas mundiales, y si la CNP se privatiza no faltarán compradores.

Fin de juego en Siria

De mucha mayor importancia geoestratégica, el estado policial baazista de Siria ha jugado un papel ambivalente en la región: apoyando a Hizbulá en el Líbano y dando cobijo al liderazgo de Hamás desde hace muchos años, y a la vez resignado a la ocupación israelí de su zona sudoeste y colocado del lado de EEUU contra Iraq. En algunos casos ha demostrado ser menos asimilable a las órdenes que emanan de Estados Unidos que la mayoría de los estados de la región: no ha tratado de colaborar con Israel y Occidente, como Turquía y Jordania; ni ha visto reducida su soberanía, como Egipto. Veinte años después del final de la Guerra Fría, Damasco se las arregla para encontrar un cierto margen de maniobra, aunque menguante, entre la OTAN y Rusia. Irán ha sido un apoyo en la lucha contra los saudíes en Líbano. Si bien el régimen de Bashar al-Assad es más racional que el de Gadafi, sus opciones son limitadas por el temor a las represalias de la mayoría suní contra las minorías alauí y cristiana que siempre han dirigido el Estado.

Durante muchos meses las protestas populares fueron pacíficas y la fuerza del movimiento no dejó de crecer, de un modo no muy diferente de la primera Intifada palestina. Pero las esperanzas iniciales de que la escala del levantamiento y su popularidad evidente obligasen al régimen a negociar -se pedían elecciones a una asamblea que redactara una nueva Constitución- nunca se materializaron. Existen algunos indicios de que una minoría dentro del régimen estaba a favor de esta vía, pero Assad, que trata de imitar el autoritarismo intransigente de su padre, estaba convencido de que cualquier concesión sería fatal. El establecimiento de campos de entrenamiento en Turquía para el Ejército Libre de Siria en el verano de 2011, el interés declarado de Arabia Saudí en el derrocamiento del régimen baazista -la opinión del rey saudí es que «nada podría debilitar a Irán más que perder Siria» es ampliamente compartida en Israel, que también desea ver la caída de Hizbulá- y el suministro de armas y dinero de Riad y Qatar a los islamistas de Siria a través de Jordania, bajo supervisión de la CIA, sólo pueden confirmar la opinión del régimen de que se trata de una ofensiva suní apoyada por potencias exteriores, y reforzar su intención de hacerse fuerte y defenderse por medios militares. [9]

Al igual que en Libia, el gobierno de Obama está «liderando desde atrás», canalizando lo que el New York Times describe como una «catarata de armamento» a sus grupos escogidos y empujando a la oposición a un consenso que permita establecer un gobierno semitítere, como en Iraq, mientras que árabes matan a árabes sobre el terreno. Oponerse a Assad no tenía por qué acabar en una invitación a la intervención occidental; pero una vez que la OTAN entra en la refriega, gane quien gane, el pueblo pierde. La declaración de los Comités de Coordinación Local de Siria de 29 de agosto de 2011 era ambigua en estas cuestiones. Un gobierno de transición impuesto, una elección prefabricada como hoja de parra y un líder tejano-sirio lanzado en paracaídas como nuevo primer ministro, no conseguirán en absoluto resolver la miseria social de las poblaciones agrícolas pobres que fueron la piedra angular del movimiento de protesta. [10] Incluso en esta etapa, una solución negociada sería la mejor manera de deshacerse de Assad y sus secuaces. Pero parece que la suerte está echada: el Imperio quiere la caída del régimen.

Islamistas en el poder

El contraste entre Argelia en 1991 y Egipto y Túnez post 2011 radica en la cautelosa autorización de Washington a que islamistas de la línea suave sean potenciales componentes del Gobierno, aunque bajo la sombra del Ejército y el Ministerio del Interior. La descripción que hace Bayat de estas fuerzas como «postislamistas» con objetivos consistentes en alcanzar una sociedad piadosa elude la verdadera política en juego. El modelo es el del AKP de Turquía: una economía neoliberal, fuertes vínculos militares con Washington y connivencia de facto con la ocupación israelí de la tierra palestina. Puede que sea demasiado pronto para realizar un balance sobre el gobierno Hermanos Musulmanes en Egipto o el de Ennahda en Túnez, pero su actuación hasta la fecha es instructiva. Las conversaciones entre funcionarios estadounidenses y la Hermandad egipcia se aceleraron tan pronto como el CSFA expulsó a Mubarak del poder. Khairat Al-Shater, principal ideólogo de los Hermanos, no perdió ocasión de asegurar que quería «seguir profundizando» la relación estratégica de Egipto con Washington, que acataría el tratado firmado por Sadat con Israel y que cumpliría los acuerdos de suministro a Israel de petróleo y gas a precios preferenciales. [11]

Sin embargo, cuando se celebraron las elecciones presidenciales de junio de 2012, el CSFA se las compuso para encontrar un candidato del ancien régime-Ahmed Shafik, último primer ministro de Mubarak- y se aseguró de que éste obtuviera una votación lo suficientemente alta como para que el Departamento de Estado tuviera, por lo menos, otra opción. Si no podían llegar a un acuerdo con Mohammed Morsi y la Hermandad, podrían contar con Shafik, y que los militares ahogaran las protestas populares. El 24 de junio de 2012, una semana después de las elecciones, la tensión fue desactivada. Washington dio luz verde a la victoria de Morsi y la Comisión Electoral santificó formalmente triunfo electoral de la Hermandad Musulmana. En su primera visita para besar manos en la Casa Blanca, Morsi ronroneó:

El presidente Obama ha sido muy útil, muy amable. Y sólo puedo decir que sus acciones coinciden con sus intenciones. Hemos discutido cuestiones como el alto el fuego, que es muy importante, para luego poder hablar de las diferencias entre palestinos e israelíes. . . Ambas partes están hablando de diferencias. Nosotros queremos que hablen de similitudes. . . Ahora estamos trabajando en ello en la medida de nuestras fuerzas. [12]

El trabajo en cuestión incluye la vigilancia de las fronteras de Gaza y el cierre de los túneles que son el único sustento económico para los dos millones de habitantes encerrados en el gueto masivo de la Franja. Morsi se comprometió a cerrarlos en septiembre de 2012. El ejército egipcio ha comenzado a inundarlos con aguas negras. [13]

En Túnez, Ennahda y su líder Rachid Ghannouchi se esfuerzan por consolidar su control sobre el país, dieciocho meses después de las elecciones de octubre de 2011. La situación constitucional es todavía fluida, y el nuevo proyecto aún no ha sido ratificado. La economía se ha deteriorado, con un desempleo de 17 por ciento, un aumento de la inflación y escasos cambios en el empobrecido interior del país, a pesar de hablar de reorientar el desarrollo hacia la zona sur, tradicionalmente desatendida. Las condiciones de un préstamo del FMI de 2012, todavía en fase de negociación, incluyen cortes en las subvenciones a los combustibles y el aumento del impuesto sobre el valor añadido. El estancamiento y las luchas armadas en Malí y Siria, han contribuido a fortalecer a las milicias salafistas, que han tomado como blanco la federación sindical UGTT, que convivió durante años con el régimen de Ben Alí antes de movilizarse en su contra en enero de 2011. El asesinato de la más popular figura de la izquierda del país, Chokri Belaid, en febrero de 2013, sobre el que Ennahda niega toda responsabilidad, dio lugar a una manifestación fúnebre masiva y a enfrentamientos callejeros que provocaron la dimisión del primer ministro, Hamadi Jebali, secretario general de Ennahda. Éste había ofrecido a la multitud un gobierno nacional compuesto por tecnócratas, con dimisión de Ennahda hasta la promulgación de la nueva constitución, y nuevas elecciones -un programa que contaba con el respaldo de la UGTT, el Ejército, la patronal y las embajadas occidentales y argelina. Ghannouchi lo reemplazó con un duro islamista, Alí Laarayedh. La crisis ha provocado un gran debate público con la izquierda laica sobre si el objetivo real de Ennahda, a pesar de su aparente moderación, consiste en establecer un régimen autoritario y confesional, y marginar a sus oponentes laicos mediante la represión y el asesinato. No cabe ninguna duda de que en el interior de Ennahda existe una corriente que favorece este curso. Personalmente, Ghannouchi, más astuto que Morsi (lo que no es difícil) dice estar a favor del modelo turco. En su caso, ello significa dejar de lado a Paris y establecer estrechas relaciones con Washington.

¿Una revolución larga?

En el apogeo del panarabismo, cuando Nasser se permitía nacionalizar el canal de Suez, resistir el ataque de venganza anglo-franco-israelí y responder a la presión económica occidental recurriendo a los soviéticos para ayudar en la construcción de la presa de Asuán, los Hermanos Musulmanes se alineaban decididamente con los objetivos del imperialismo occidental. Hubo tres intentos de los Hermanos de asesinar a Nasser, y fue esto lo que llevó a la prohibición de la organización, la detención de sus dirigentes y la lamentable ejecución de su ideólogo más dotado y retorcido, Sayyid Qutb. Durante toda la Guerra Fría, los grupos islamistas de todo el mundo musulmán aceptaron la financiación estadounidense por medio de diversas vías, una de las cuales era el régimen wahabíes de Arabia Saudí, a fin de organizar su electorado en contra del comunismo ateo. Las referencias a estas organizaciones en los manuales de ciencia política estadounidenses eran muy favorables. Durante medio siglo, los nacionalistas árabes, los socialistas, los comunistas y otros estuvieron enzarzados en una pelea con los Hermanos Musulmanes por la hegemonía en el mundo árabe. Puede que no sea muy agradable, pero ese combate lo ha ganado la Hermandad.

Los frutos de su victoria se retrasaron, pues coincidieron con el aplastamiento de la primera Intifada por parte de Israel, y con el avance militar de Washington en la Eurasia central, dibujando un arco bélico en tierras musulmanas que iba desde el Mediterráneo oriental hasta Kabul, provocando con ello la ira inevitable política. Pero el «postislamismo» de Ankara -y, al parecer, también el de El Cairo- ha demostrado ser capaz de tragar incluso esta píldora. Abandonados por los estados árabes, los palestinos han sido derrotados no sólo militarmente, sino también políticamente. Los Acuerdos de Oslo han tenido un resultado incluso peor que la caracterización que de ellos hizo Edward Said como el «Versalles palestino». Aunque pueda seguir habiendo sobre la mesa un miniestado-bantustán, cualquier idea de una solución equitativa de dos estados ha sido descartada, con la connivencia de la dirección de la OLP y su policía secreta, a cambio del enriquecimiento de la burocracia de la OLP mientras veía sufrir a su gente. Sería preferible abandonar la ficción de que la Autoridad Palestina es algo más que un complemento del ejército israelí que proporciona un stock de dignatarios para pasearlos y exhibidos como «buenos palestinos». Sería mejor reconocer fríamente las realidades del día y declarar a los palestinos ciudadanos sin derechos de un único estado binacional.

Lo que es evidente es que las esperanzas de aquellos que sacrificaron sus vidas en los vertiginosos días de la Primavera Árabe están lejos de cumplirse. Los aparatos coercitivos permanecen intactos y, en lugar de ofrecer algún tipo de paliativo socialdemócrata, los gobiernos de Morsi y Ghannouchi están bajo presión de Occidente para dejar de subvencionar los alimentos y los combustibles. Las promesas de «justicia social»de la Hermandad siguen siendo estudiadamente vagas. Mientras tanto, ésta corteja con entusiasmo a los inversores extranjeros, y al-Shater ha solicitado de un banco, propiedad en parte del hijo de Mubarak, que le organice reuniones con los financieros occidentales, mientras otros Hermanos prominentes elogian las políticas económicas de Mubarak. [14] Ambos partidos islamistas son conscientes de que sus victorias electorales fueron posibles gracias a las revueltas, a las que se unieron sólo después de asegurarse de su éxito. La capacidad de las masas para derrocar a dos presidentes les ha dado fuerza interior, y la concienciación alcanzada no se ha evaporado en ninguno de los dos países, lo que sigue siendo un obstáculo real a que los avances gubernamentales con sus políticas sean excesivos o acelerados. Una de las lecciones que ofrecieron las revueltas en ambos países es que sin un instrumento político o sin la creación de nuevas instituciones desde abajo, la gente vota por lo que le parece serla mejor oferta. En Egipto, la Hermandad Musulmana colaboró con el régimen de Mubarak a la vez que lo resistía. Aceptaba la zanahoria y también la tortura, y los recuerdos de esta última ayudó a impulsarlos hacia el poder. Pero su futuro dependerá de su capacidad para hacer frente a la enorme crisis social que subyace en las explosiones de 2011.

Bayat concluye sus reflexiones sobre los primeros resultados de la Primavera Árabe con algunos comentarios más generales sobre los medios posibles y deseables de cambio social fundamental existentes hoy en día. En un giro sorprendente, llega a asociar el término «refolución» -crear «un entorno más favorable para la consolidación de la democracia electoral- con la elaboración de Raymond Williams de una «revolución larga». Tenemos aquí, escribe, «otra comprensión del término ‘revolución'», y así es, pero no de una especie que pueda halagar a los practicantes de la refolución como ruta improvisada a la siguiente solución política. Para Williams, la revolución sería larga en su elaboración, e incluso más larga en el cumplimiento de sus fines, precisamente por el alcance y la profundidad de las transformaciones previstas; pero no sería gradual en el sentido que los reformistas y eclécticos recientes proponen. «La condición para el éxito de la revolución larga en cualquier sentido real es una decisiva revolución breve», ha escrito. [15] Puede suceder tarde o temprano en la secuencia, pero el momento es ineludible. El marco conceptual de la revolución larga ofrece un medio para resistir, en la teoría y en la práctica, la rebaja de las expectativas -un horizonte limitado a la consecución del sufragio universal, un determinado nivel de vida, una determinada edad para el fin de la escolarización- en sí mismas un obstáculo grave para una demostración genuina de avance democrático, industrial y cultural, afirma Williams. Por otra parte, propuso una medida para las condiciones reales de desarrollo y exigió identificar y contrarrestar las fuerzas -«las agencias del poder y el capital, la distracción y la desinformación, que tienen todas nombre»-que operan continuamente para bloquear o limitar cualquier avance. [16] La coexistencia con ellas, como Bayat propone, no era una opción.

Notas:

[1] Ibn Jaldún, The Muqaddimah: An Introduction to History, Princeton 1967 , pp 23-4.

[2] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=168886

[3] Timothy Garton Ash, «Refolution, the Springtime of Two Nations», New York Review of Books , 15.6.1989

[4] NLF no 80, http://newleftreview.org/II/80/g-m-tamas-words-from-budapest

[5] Horas después de que el Consejo de Seguridad de la ONUC 1973 aprobara, el 17 de marzo de 2011, la resolución 1973, Gadafi ofreció un alto el fuego, de conformidad con la resolución, lo que fue inmediatamente rechazado por el Consejo Nacional de Transición, contando con el apoyo de Occidente. Obama entonces exigió otras condiciones, equivalentes a una rendición incondicional, y también se hizo caso omiso de las tres ofertas siguientes de Gadafi de alto el fuego (abril, mayo y junio).

[6] Hugh Roberts, ‘Who Said Gaddafi Had to Go?’, lrb , 17.11.2011.

[7] Patrick Haimzadeh, ‘Libya’s Unquiet Election’, Le Monde diplomatique , Julio 2012

[8] Según la ex amante del general Petraeus, Paula Broadwell, la CIA tenía prisioneros en el anexo a miembros de las milicias, y consideraba el ataque como un intento de liberarlos. «Lo difícil para el general Petraeus,» dijo Paula, «es que en su nuevo cargo no está autorizado a comunicarse con la prensa. Petraeus estaba al corriente de todo, había intercambiado correspondencia con el jefe de la CIA en Bengasi, y en 24 horas ya sabían lo que estaba pasando.» La CIA negó de plano las afirmaciones de Paula Broadwell. Véase Max Fisher, ‘Why did Paula Broadwell think the CIA had taken prisoners in Bengasi?’,Washington Post World Views blog, 12.11.2012

[9] C. J. Chivers y Eric Schmitt, ‘Arms Airlift to Syria Rebels Expands, with Aid from CIA’, New York Times , 24.3.2013.En relación con la valoración del rey Saud, véase John Hannah, ‘Responding to Syria: The King’s Statement, the President’s Hesitation’, Blog en Foreign Policy , 9.8.2011, citado en Tug˘al, ‘Democratic Janissaries? Turkey’s Role in the Arab Spring’, New Left Review76, Jul-Aug 2013, pp. 16-7.

[10] Sobre Ghassan Hitto, véase Franklin Lamb, ‘A Draft-Dodging, Zionist Friendly, Right-wing Texan Islamist to lead Syria?’, CounterPunch , 22-24.3.2013

[11] ‘Khairat Al-Shater to Al-Ahram : We Are Not at War with Anyone’, Al-Ahram , 29.1.2012; véase también ‘Khairat Al-Shater: The Brother Who Would Run Egypt’, The Wall Street Journal , 23.6.2012

[12] ‘We’re Learning How to Be Free’, Time , 28.11.2012.

[13] ‘To Block Gaza Tunnels, Egypt Lets Sewage Flow’, New York Times , 20.2.2013

[14] Avi Asher-Schapiro, ‘The GOPBrotherhood of Egypt’, Salon.com, 24.1.2012

[15] Raymond Williams, Politics and Letters , Londres 1979, pp. 420-1.

[16] Raymond Williams, The Long Revolution , London 1961, pp. 12-13; and Towards 2000 , London 1983, p. in this book and lends to them her own considerable strength.

Fuente original: http://newleftreview.org/II/80/tariq-ali-between-past-and-future