Estados Unidos está contaminado por una grave epidemia de horror. En el último mes y medio, decenas de personas han muerto en sorprendentes masacres colectivas. El 5 de marzo, un hombre con una pistola semiautomática mató a 5 personas, tres de ellas niños, en la ciudad de Clevaland, Ohio. Cinco días después, en dos pequeños […]
Estados Unidos está contaminado por una grave epidemia de horror. En el último mes y medio, decenas de personas han muerto en sorprendentes masacres colectivas.
El 5 de marzo, un hombre con una pistola semiautomática mató a 5 personas, tres de ellas niños, en la ciudad de Clevaland, Ohio.
Cinco días después, en dos pequeños poblados de Alabama, un individuo asesinó a su madre, su abuela y otras ocho personas, hasta ser ultimado por la policía.
A mediados de mes, seis personas fueron asesinadas en Sillicon Valley, California, en lo que simuló ser un suicidio colectivo, y en Oakland, California, cuatro agentes policiales murieron baleados.
El 29 de marzo, un hombre fuertemente armado mató a ocho personas en una casa de salud ,en Carolina del Norte, dedicada a atender ancianos y enfermos de Alzheimer.
El 3 de abril, otro individuo asesinó a 13 personas y después se suicidó, en un Centro para Inmigrantes en la apacible localidad neoyorquina de Binghamton.
Al otro día, un hombre de 23 años, armado con una AK-47 y usando un chaleco antibalas, dio muerte en su casa en Pittsburgh, Pensilvania, a tres policías que habían acudido por una denuncia de violencia doméstica.
El 5 de abril, un hombre del Estado de Washington mató a sus cinco hijos, de entre 7 y 16 años, y luego se suicidó, al parecer porque fue abandonado por la esposa.
El domingo pasado, un residente en Miami le disparó a su esposa y su hija, para luego intentar suicidarse. Los tres están hospitalizados.
Nadie sabe cuándo será la próxima matanza, que cebará de crónica roja a los telediarios y periódicos.
Muchos ven la causa del mal en la crisis económica que abate a los Estados Unidos y causa desazón social. Parte significativa de los autores de los crímenes habían quedado desempleados en los últimos meses. Cada vez son más los que pierden trabajo, vivienda, automóviles, sueños y tranquilidad.
El criminólogo Jack Levin, de la Universidad Northeastern en Boston, Massachusetts, dijo en declaraciones a la AFP que parece haber una relación entre el declive económico estadounidense y el incremento de los asesinatos. «Un asesino en masa es alguien que casi siempre ha sufrido una pérdida catastrófica, ese es el vínculo entre una recesión y asesinatos masivos», opinó.
Un pastor residente en la atribulada ciudad de Binghamton dio a los medios similar explicación a la masacre ocurrida en esa localidad: «Hay mucha gente acá que está padeciendo síntomas de depresión porque están perdiendo sus empleos»
La Secretaría de Salud ha alertado sobre el incremento de los niveles de stress y depresión entre la población estadounidense y ha abierto líneas telefónicas de ayuda. Pero la situación va hacia peor, con casi 2 millones de ciudadanos que han perdido el empleo en los tres primeros meses del año.
Una agravante a la situación es la enorme cantidad de armas que están en manos de la población. Estadísticas oficiales hablan de más de 270 millones de armas de fuego en posesión de los individuos; y continua creciendo la cifra. A pesar de la crisis, las tiendas de armas han reportado en los últimos meses un crecimiento del 25% en sus ventas, resultado según dicen del temor de sus clientes a la ola de violencia y a que el gobierno de Obama ponga restricciones a la posesión de armas de fuego.
Diversas organizaciones de la sociedad civil han intensificado sus reclamos para incrementar el control de las armas de fuego. Paul Helmke, presidente de la Campaña Brady para prevenir la violencia con armas señaló: «Las leyes no están cumpliendo su cometido. Este es el momento para adoptar medidas más eficaces para prevenir la violencia con las armas». Según Helmke, cada año 30 mil personas mueren en EE.UU por esta causa.
«Las armas son el cáncer de la democracia norteamericana», escribió en The New York Times el escritor Timothy Egan.
A la violencia incubada en la sociedad norteamericana, hay que añadir la enquistada en las mentes de las decenas de miles de soldados y reservistas que han estado en las sangrientas guerras de Afganistán e Irak, muchos de los cuales han regrasado con traumas sicológicos.
Columbine, Virginia Tech, Binghamton, van marcando fechas de luto, violencia y odio en los Estados Unidos, un país donde el crimen se va haciendo identidad. «El homicida múltiple es algo tan típicamente estadounidense como el pastel de manzana», ha dicho el escritor de bet sellers de terror Stephen King.
El presidente Barack Obama se pronunció tras la matanza en Binghamton: «Tenemos que ponernos en guardia contra una violencia insensata representada por esta tragedia». A la escucha estaban la crisis económica, las guerras, el quebrado «sueño americano», la Segunda Enmienda que autoriza la posesión de armas, la Asociación Nacional del Rifle y la codicia, la ilusión del éxito a toda costa y el individualismo a ultranza que genera el sistema.. La epidemia necesita tratamiento.
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