Una extraña bestia fue vista la semana pasada en Washington. Un hecho tan insólito como ver a Big Foot. Vimos realmente un verdadero filibusterismo en acción. (*) Fue un evento grato, a pesar de que haya sido realizado por el loco senador Rand Paul. Por dos razones. Una, porque Paul no solo amenazó con un […]
Una extraña bestia fue vista la semana pasada en Washington. Un hecho tan insólito como ver a Big Foot. Vimos realmente un verdadero filibusterismo en acción. (*)
Fue un evento grato, a pesar de que haya sido realizado por el loco senador Rand Paul. Por dos razones. Una, porque Paul no solo amenazó con un filibusterismo y luego regresó a su oficina a mirar ESPN. Paul realmente prometió hablar tanto como sus pulmones o vejiga resistieran -¡lo cual resultó ser 12 horas y 52 minutos!
¿La segunda razón por la cual el filibusterismo de Rand Paul era una noticia tan buena? Porque era acerca de la política norteamericana acerca de los drones -y planeado para coincidir con un voto en el Senado para confirmar a John Brennan, el arquitecto del uso expandido por EE. UU de los drones -como nuevo director de la CIA.
Tan solo hace un mes publiqué mi columna acerca de este tema, cuando la administración Obama declaró por primera vez que, si fuera necesario, era perfectamente legal usar drones para matar en suelo extranjero a ciudadanos norteamericanos. Esa aseveración, escribí, fue uno de los documentos más atemorizantes -y una de las aseveraciones más atrevidas del poder ejecutivo- de nuestro tiempo.
Hoy hemos visto una aseveración aún más atrevida del poder ejecutivo. Paul se dispuso a hablar un día después de recibir una carta del Fiscal General Eric Holder en la cual él aseguraba que, aunque la administración no tenía intención de hacerlo, estaría totalmente justificado enviar a un drone para matar a un ciudadano norteamericano -¡en suelo norteamericano!-«en circunstancias extremas». En otras palabras, ya no solo tenemos que aceptar que maten a ciudadanos norteamericanos en otro país; ahora podemos usar a los drones para matarlos aquí mismo en nuestro país.
La carta de Holder llegó el mismo día que un piloto de Alitalia reportó que lo que él creyó era un drone se atravesó en su ruta de vuelo cuando se acercaba al Aeropuerto JFK de Nueva York. Ya sea que esa nave aérea resulte ser una maqueta de avión o un drone, tales avistamientos en los cielos norteamericanos pudieran convertirse dentro de poco en lugares comunes. Se están utilizando drones a lo largo de nuestra frontera sur por parte de la Aduana de EE.UU. y por la Patrulla Fronteriza, y la FAA ya ha emitido cientos de permisos de drones a universidades, departamentos de policía y a otras agencias gubernamentales.
El uso creciente de los drones por parte de agencias internas ya es bastante problemático. Pero su uso expandido y secreto por parte del Pentágono y la CIA plantea preguntas aún más graves. El Buró de Periodismo Investigativo en el Reino Unido estima que drones norteamericanos han matado a unas 3 000 personas en Yemen, Somalia y Pakistán, cientos de las cuales eran civiles inocentes. Dos de ellas, Anwar al-Awlaki y su hijo de 16 años, eran ciudadanos norteamericanos.
¿Con qué autorización legal estamos asesinando en otros países a sospechosos de terrorismo? ¿Qué alto funcionario oficial decide quién es un objetivo legítimo y quién no? ¿Qué responsabilidad tenemos hacia los civiles muertos accidentalmente por drones, contabilizados simplemente como «daño colateral»? ¿Cuál es la moralidad de sentarse frente a una pantalla de computadora en la sede de la CIA y jugar con una palanca de mando, enviar un mortífero misil dentro de un complejo en Pakistán, matar a decenas de hombres, mujeres y niños, y luego irse a casa a cenar y mirar televisión con la esposa e hijos? Y en especial, ¿bajo qué posibles circunstancias estaría autorizado nuestro gobierno a matar a ciudadanos norteamericanos con ataques de drones aquí, en Estados Unidos?
La verdad es que no sabemos. Cuando se trata de drones estamos volando a ciegas -literalmente: despachando estas máquinas de muerte sin que existan leyes internacionales, leyes internas ni orientaciones gubernamentales conocidas con referencia a su uso. En su lugar, inventamos nuestras propias reglas sobre la marcha -un flagrante abuso de poder que no aceptaríamos de otro país que decidiera volar con sus drones por sobre nuestro espacio aéreo.
Para algunos demócratas este puede ser un duro problema, pero no debiera serlo. Expresar preocupación acerca de nuestro uso ilimitado de drones no es una crítica al presidente Obama. Es una afirmación de los límites al poder ejecutivo planteada en la Constitución y un recordatorio de que incluso la Autorización para el Uso de la Fuerza Militar, adoptada por el Congreso después del 11 de septiembre, no es un cheque en blanco. Ni para la tortura bajo el presidente Bush. Ni para los drones, bajo el presidente Obama.
Después de todo, Obama no estará en la Oficina Oval para siempre. Puede que confiemos hoy en él en cuanto a los drones. Pero ¿confiaríamos el mismo poder a cualquier presidente futuro?
(*) El uso de tácticas irregulares u obstructivas por parte un miembro de una asamblea legislativa con el fin de impedir la adopción de una medida generalmente favorable o forzar una decisión favorecida en sentido general o para forzar una decisión contra la voluntad de la mayoría.
Bill Press es el anfitrión de un programa diario de radio distribuido nacionalmente, conductor de «Full Court Press» en Current TV y autor de un nuevo libro, La máquina de odio contra Obama, a la venta ya en librerías. Pueden escuchar «The Bill Press Show» en su sitio web www.billpress.com. Su correo electrónico es [email protected].
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Fuente: http://progreso-semanal.com/ini/index.php/eeuu/6658-es-que-no-hay-limite-al-uso-de-los-drones