La duda sobre la honestidad y la transparencia de Hillary Clinton, o el repudio a las posiciones xenofóbicas y prepotentes de Donald Trump, matizan los días de los votantes en Estados Unidos, en la medida que se avanza en el proceso electoral en la nación norteña. Ambos equipos, tanto el de la demócrata, como el […]
La duda sobre la honestidad y la transparencia de Hillary Clinton, o el repudio a las posiciones xenofóbicas y prepotentes de Donald Trump, matizan los días de los votantes en Estados Unidos, en la medida que se avanza en el proceso electoral en la nación norteña.
Ambos equipos, tanto el de la demócrata, como el del republicano afilan los últimos disparos. Los de Trump han anunciado lo que representa un cambio en la táctica empleada hasta ahora, en lo que incluyen unos 140 millones, 100 de ellos dirigidos a la parte propagandística, mientras que los de Clinton que habían invertido en propaganda unos 124 millones de dólares, en la presente etapa prevén 11 millones semanales.
Así andan las cosas de ambos contendientes en cuanto a gastos y derroches, para de cualquier forma llegar a la silla presidencial en la Casa Blanca.
El pasado 26 de septiembre se efectuó el primer debate presidencial, pasó sin penas ni glorias, pero con bastante CHANCLETEO, como decimos los cubanos, se dijeron uno y otro de todo, pero NADA de lo más que preocupa a los estadounidenses por estos convulsos tiempos, nada como por ejemplo de: Qué harían para mitigar la violencia, para controlar el desmedido uso de las armas, con el racismo y con el tema universal de la preservación del medio ambiente.
En una parte de las arremetidas se escucharon intercambios como este: El republicano: «yo tengo mejor juicio, mejor temperamento; ella tiene experiencia, pero de la mala». La demócrata: «él tiene una historia racista» y ya enfrentó una demanda por ello, recuerda.
Según no pocos medios el debate fue presenciado por unos 100 millones de televidentes, cuyo análisis antes, durante y después del debate fueron como si se tratara de un campeonato de boxeo, o como si estuviéramos asistiendo a unas peleas callejeras donde se sacan a la luz los trapos sucios que empañan a uno y a otro.
Ante este panorama electoral en los Estados Unidos, el tema Cuba y sus «cambios de política», para con la mayor de Las Antillas ha estado en algunas ocasiones sobre el tapete, en la mayoría de las veces para tratar de endulzarle los oídos a la más recalcitrante ultraderecha de Miami, donde existe un gran potencial electoral, sobre todo para los del clan republicano, aunque ni uno, ni el otro ha sido claro sabemos muy bien que es y será más de lo mismo: Subversión, doble rasero, injerencia….
Lo cierto es que en Estados Unidos la vida nacional se encuentra un tanto desordenada, marcada por el temor y la desconfianza hacia la capacidad real de liderazgo que puedan ofrecer uno y otro contrincante.
Mientras se halan y se estiran el pellejo entre los dos candidatos, y porque siempre, tanto demócratas como republicanos se me presentan casi igual, y digo «casi» para no ser absoluta, con sus dimes y diretes, con sus arrogancias, su prepotencia y su falta de identificación con las grandes mayorías, no cumplir con NADA de las promesas, así como ser campeones olímpicos en violar y no respetar los tratados internacionales que tengan que ver con un mundo mejor y equitativo.
Mientras todo este enredo de elecciones en las entrañas del monstruo, se suceden unos tras otros, prefiero seguir pensándolas como las calificó nuestro José Martí: «Es recia y nauseabunda una campaña presidencial en Estados Unidos».
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.