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Esperando a los bárbaros

Fuentes: Ctxt

Desde 1977 no habíamos vivido un momento tan peligroso para la democracia como el actual. La esencia misma del sistema democrático, que parecía inatacable, está en el aire. La ideología de Vox, replicada por algunos en los partidos de derecha, ataca a las bases de nuestra convivencia y de la Constitución: no solo niegan el sistema autonómico, que fue la clave maestra del pacto constitucional. Niegan también la universalidad de los derechos humanos, al abrir la puerta a la discriminación y el racismo. Pretenden recortar los derechos de la mujer y su protección frente a la violencia machista. Quieren sustituir la ciencia y la historia por un relato falso sustentado en el nacionalismo más irracional. Ponen en duda la sanidad universal gratuita y la educación pública. En definitiva, no presentan una opción política como las demás, ni un movimiento para derrotar electoralmente a la izquierda. Como herederos de lo peor de nuestra historia, aspiran a reinstaurar un sistema predemocrático, autoritario contra las minorías y los disidentes, y que desprecia el valor absoluto de los derechos humanos. 

Estas ideas antidemocráticas están calando en amplísimas capas de la población. Cuentan con la complacencia irresponsable de opinadores y medios de comunicación que, en el mejor de los casos, no son conscientes del daño que causan. Y así, entramos en una fase en la que existe el riesgo cierto de una mayoría social que rechaza la universalidad de los derechos humanos como regla esencial de juego.

Y parece que este momento clave para nuestra historia democrática nos ha pillado con algunos de los peores líderes posibles. Konstantinos Kavafis –el poeta trágico y melancólico de Alejandría– tiene un poema titulado Esperando a los bárbaros al que es inevitable recurrir estos días. Cuenta cómo, con los bárbaros a las puertas de la ciudad, los líderes del pequeño ejército que había de defenderla tardaron en reunirse. Seguramente todos ellos querían ser sus capitanes. Pasaron días eligiendo sus mejores túnicas para lucir gloriosos en la batalla. Luego elaboraron discursos ingeniosos, prodigios de oratoria, para desacreditarse mutuamente. Cada facción aspiraba a que su líder encabezara a los soldados y fueran sus plumeros los que se vieran desde la ciudad entre el polvo de la lucha. Por fin, tras días de discusiones lograron… repartirse el botín que conseguirían cuando derrotaran a los bárbaros, y sólo con esa condición aceptaron seguir al capitán elegido. Afortunadamente los bárbaros de Kavafis resultaron no existir, pero ahora que esa ideología insolidaria y antidemocrática se extiende como el aceite, y está ya entrando en gobiernos autonómicos, se antoja terrible estar en una situación parecida.

Entre quienes creemos en la igualdad de la mujer, en la sanidad gratuita o en una sociedad sin racismo ni xenofobia empieza a cundir el desánimo al ver a tanto político centrado en batallas internas y sin altura de miras. No es ya que se espíen unos a otros usando recursos estatales o no sean capaces de asumir las consecuencias de sus actos. Es que piensan en sus intereses y ambiciones personales antes que en la colectividad. Demuestran una absoluta falta de voluntad para unirse, dejar en segundo plano su bienestar personal y plantar cara a la amenaza. Cuando ninguna fuerza política plantea alternativas ilusionantes ni demuestra el mínimo sentido de la responsabilidad, crece la tentación de la abstención y la pasividad. En verdad dan ganas de quitarse de en medio y muchos auténticos demócratas lo están haciendo ya.

La destrucción del Estado social, y la sociedad tolerante que, con sus carencias, venimos disfrutando, sólo podrá evitarse eficazmente con organización y trabajo colectivo. Pero los partidos políticos son incapaces de canalizar algo así. Ahora más que nunca son una fábrica de colocaciones en la que casi nadie participa si no es para promocionarse personalmente. Está mal visto militar en sus bases con el objetivo de discutir, proponer ideas y trabajar cotidianamente para crear alternativas. Están llenos de trepas que se ríen sin disimulo de los pringaos que les siguen. Y cuando este tipo de referentes colectivos falla, y nos vemos representados por indigentes intelectuales deseosos de hacer carrera, es tremendamente fácil caer en el fatalismo personal y la apatía. 

Aun así, como sociedad, no podemos permitirnos dejar el camino expedito a los bárbaros. Frente a quienes quieren llevarnos al pasado es necesario reorganizarse desde abajo, en colectivos de cualquier tipo: cultural, político, festivo, sindical. Una sociedad organizada autónomamente es una sociedad capaz de articular alternativas contra los autoritarios. Mientras tanto, también es posible responder personalmente. Cada persona que en las pequeñas cosas de la vida cotidiana le planta cara al fascismo es una victoria colectiva. Si los políticos no son capaces, corresponde a toda la ciudadanía dar un paso adelante. 

Hay otro poema de Kavafis sobre esos griegos que, sabiendo que el ejército persa era inmenso, se plantaron en el paso de las Termópilas a hacer lo que había que hacer: enfrentarse a ellos y resistir para defender lo que era justo. Estamos en ese momento. Cada persona individualmente y en los colectivos en los que se integre tenemos una responsabilidad: reivindicar el valor de los derechos humanos frente a esta ola retrógrada. Ese es el único freno que puede evitar un retroceso de sesenta años. Defender a diario las ideas de la igualdad y la democracia. Hay que hacer frente más que nunca, con palabras y acciones, a cada idea machista, xenófoba o totalitaria. No callarnos y reivindicar que funcionen la sanidad pública, la educación y la separación entre Estado y religión. Ante nuestros amigos, en la familia o en el trabajo. En cada momento.

Nos toca dar ese paso y recuperar por nosotros mismos la ilusión; sin perder de vista las elecciones, pero sin apostarlo todo a unos políticos más que dudosos. Por supuesto que será necesario también frenar en las urnas este nuevo tipo de fascismo, pero el mejor antídoto contra unos políticos que no están a la altura es que nosotras y nosotros sí lo estemos. Si cada demócrata se ve como una barrera frente a los bárbaros no nos costará ir a votar contra los que amenazan la democracia. Y no porque esperemos gran cosa de unos partidos que demasiadas veces se muestran miserables, sino para cerrarles la puerta de las instituciones a los fascistas y a sus ideas. Votar contra la ultraderecha irracional, y actuar personal y colectivamente contra sus ideas. Porque es lo correcto y lo coherente. 

Como dice Kavafis: “Honor a aquellos que en sus vidas custodian y defienden las Termópilas. Sin apartarse nunca del deber; justos y rectos en sus actos”. No pasarán.

Joaquín Urías es profesor de Derecho Constitucional. Exletrado del Tribunal Constitucional.

Fuente: https://ctxt.es/es/20220501/Firmas/39641/fascismo-vox-politicos-barbaros-konstantinos-kavafis.htm