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Estados Unidos: Bipartidismo sin pluralismo

Fuentes: World Data Service

Muy interesante resulta la historia del surgimiento y evolución del sistema bipartidista norteamericano, baste decir que reconocidos pensadores y en buena medida creadores de las formas de gobierno y de la democracia norteamericana basada en los partidos, fueron con anterioridad acérrimos críticos de los mismos y hasta abogaron por su eliminación. Luisa Navarro, investigadora dominicana, […]

Muy interesante resulta la historia del surgimiento y evolución del sistema bipartidista norteamericano, baste decir que reconocidos pensadores y en buena medida creadores de las formas de gobierno y de la democracia norteamericana basada en los partidos, fueron con anterioridad acérrimos críticos de los mismos y hasta abogaron por su eliminación.

Luisa Navarro, investigadora dominicana, señala que «el constitucionalismo norteamericano sirvió como factor de extinción de lo que había sido la original expresión multipartidista de la voluntad popular en ese país, la sustitución del pluralismo político por el bipartidismo técnico que lo ha convertido hoy en un país que en términos reales presenta un régimen de partido único».

Antonio Gramsci, conocido teórico marxista, calificó como «bloque histórico» al constituido fundamentalmente por la clase dominante, que expresa el vínculo orgánico que une la estructura económica con las estructuras jurídicas, políticas e ideológicas correspondientes a una formación social concreta e históricamente determinada. El «bloque histórico», así concebido, ejerce la hegemonía en una sociedad o aspira a ejercerla y se articula en una coalición más o menos sólida, más o menos estable.

La manifestación del «bloque histórico» en las condiciones de la sociedad norteamericana se expresa en la fórmula republicanos-demócratas, partidos estos últimos que indistintamente se alternan en el gobierno y ejercen la hegemonía. Comprender y apreciar en el contexto explicado la pugna política en los Estados Unidos resulta crucial para descubrir interioridades y vislumbrar tendencias y particularidades de un proceso electoral que transcurre entre plataformas bastante parecidas, ataques y defensas similares, abundantes recursos financieros y logísticos y una marcada falta de ética y escrúpulos en el empleo de las más variadas formas y métodos para desacreditar al contrario.

Oficialmente, la campaña para la presidencia en los Estados Unidos comienza en septiembre, después de la realización de las Convenciones Demócrata (26 al 29 de julio) y Republicana (30 agosto al 2 septiembre). No obstante, desde mucho antes se inició la confrontación. Ya en junio del presente año los demócratas definían 2 ejes de ataque contra Bush: cuestionar su forma de conducir la guerra contra el terrorismo, particularmente en lo concerniente a la guerra de Iraq y en segundo lugar criticar la conducción de la economía norteamericana.

Los republicanos, por su parte, enarbolaban como elementos centrales: ponderar la postura «enérgica» de Bush en respuesta a los hechos del 11 de septiembre y cuestionar la capacidad de Kerry para dirigir al país en la actual coyuntura de «amenaza» calificando al candidato presidencial demócrata de «dubitativo» respecto a temas cruciales del país.
En torno a estos puntos se desataron múltiples debates, declaraciones y enfrentamientos. Para refutar las acusaciones de «dubitativo» que recibía Kerry, se potenció la propaganda acerca de su participación en la guerra de Vietnam donde recibió 5 condecoraciones, mientras Bush permanecía en territorio continental gracias a su alistamiento en la «Guardia Nacional Aérea». Rápidamente sobrevino la reacción republicana cuestionando la participación de Kerry en Vietnam. Reflejamos esto como ejemplo de ataques y contraataques que constituyen uno de los sellos distintivos de este proceso electoral y que muchas veces hacen muy difícil poder distinguir cual de las partes resulta vencedora en el debate relacionado con comportamientos, actitudes y conducta personal, ante la abundancia de elementos de desprestigio que salen a relucir sobre los contendientes. Justificando el empleo de elementos de descrédito del oponente, Steve McMahon, demócrata experto en campañas electorales señaló: «Las personas dicen que odiarían guerras de barro políticas, pero las investigaciones muestran que la suciedad se queda pegada». En resumen, el debate en torno a la participación en Vietnam de los contendientes está vivo aún.

Con relación al tema económico, a partir de una leve recuperación manifestada desde junio, una encuesta de Times y la cadena CBS dada a conocer el 30 de junio, reflejaba que un 58% de los estadounidenses consideraba que la economía estaba en buena forma, contra un 49% que opinaba lo mismo en marzo. Diversos especialistas apreciaron esto como un elemento importante a favor de Bush con independencia de que los sondeos apuntaban a que la mayoría de la población estaba (y se mantiene) inconforme con la gestión económica del actual presidente.

Mucha actividad se ha desplegado en torno al último de los temas centrales de inicios de campaña, la lucha contra el terrorismo, veamos algunos aspectos centrales relacionados con el mismo:

El documental de Michael Moore, estrenado los días 26 y 27 de junio en 868 salas de Estados Unidos y Canadá con récord de recaudación, se convirtió en una fuerte denuncia contra la política de Bush y avivó la polémica sobre la guerra en Iraq, no obstante, su lanzamiento 4 meses antes de las elecciones hace pensar a muchos que le restó efectividad.
Otro elemento que consideramos importante relacionado con el debate en torno al terrorismo en el marco de la campaña electoral, lo constituye el montaje que se pretendió hacer en torno al juicio de Saddam Hussein. El vocero presidencial Scott McClellan declaró el 1 de julio que la Casa Blanca consideraba el juicio contra Hussein como el cierre de la página de la historia de Iraq. Nada más lejos de la realidad, lejos de cerrar la página, una de las pocas imágenes y referencias que se pudieron apreciar relacionadas con el proceso a Hussein fueron sus acusaciones a Bush y sus declaraciones calificando el proceso judicial como un «teatro».

Finalmente, vinculado con el tema del terrorismo, es significativo el empleo del recurso de elevar el nivel de alerta ante supuestas amenazas de ataques inminentes de Al Qaeda en momentos en que la posición de Bush y los republicanos es más débil. Un ejemplo fehaciente de lo dicho lo constituye la advertencia de ataques terroristas a instituciones financieras en New York, Washington y Newark, realizada el 2 de agosto por el Secretario de Seguridad Interna, Tom Ridge, solo tres días después de la clausura de la Convención Nacional Demócrata que impulsó el nivel de aprobación de Kerry. Ya anteriormente, el 30 de junio, cuando ya resultaba evidente el marcado interés de ambos partidos por ganarse los electores de la Florida, John Ashcroft, Procurador General de Justicia, declaraba en Miami que la red Al Qaeda planeaba asestar un fuerte golpe en territorio norteamericano antes de fin de año y que la Florida y en especial Miami constituían zonas de «alto riesgo». Con relación a estas «convenientes alertas», Howard Dean, excandidato demócrata, declaró que le preocupaba que siempre que ocurría algo no favorable a Bush, él jugaba su naipe de suerte: el terrorismo. Por su parte, Christopher Cox, congresista republicano reconoce que ya existe una especie de «cansancio de alertas». No obstante, a pesar de que crece la comprensión acerca de lo infundadas y oportunistas de estas acciones, continúan teniendo un efecto favorable a las intenciones de Bush de aparecer como la figura «fuerte» contra el terrorismo. Sobre este asunto, el diario español El País, en su edición del 4 de agosto señaló: «En el ámbito de la seguridad Bush sabe que, por el momento, su credibilidad, aunque menguada, está por delante de la del candidato demócrata John Kerry».

A estos elementos con los que se inició el debate electoral, todos los cuales se mantienen hasta hoy, se han sumado otros de los cuales queremos referirnos a tres que consideramos están bien definidos: Marcado interés por ganar los Estados del Sur y el voto hispánico; extensión de los cuestionamientos y críticas a las figuras de los vicepresidentes y reforma de los servicios secretos.

El Sur fue ganado en las pasadas elecciones por los republicanos, resulta una zona muy importante en las pretensiones electorales para ambos partidos y ahora se perfila con preferencias muy divididas, especialmente en Colorado, Florida. Nevada, Nuevo Mexico y Arizona. La designación de John Edwards como compañero de fórmula de Kerry tuvo, entre otros propósitos, reforzar las posibilidades demócratas en el Sur, región donde nació. Por su parte, el voto hispano, en caso de que las elecciones se decidan por un estrecho margen, puede tener, como en las elecciones pasadas, un peso específico importante. En noviembre deben votar alrededor de 7 millones de hispanos, un millón más que en el 2,000. Destacan los Estados de la Florida (más de 830,000), Nuevo Mexico (300,000) y Arizona (400,000). Una encuesta de principios de julio de The Miami Herald señalaba que un 58% de los votos hispanos serían para Kerry y 33% para Bush. Los hispanos han sido denominados el «grupo columpio clave» de las elecciones y ambos candidatos continuarán haciendo todo lo posible por coincidir con sus intereses. Hasta la actualidad los republicanos han invertido un millón y medio de dólares en propaganda en español y un millón los demócratas.

En cuanto a los candidatos a vicepresidentes, Kerry y el Partido Demócrata recibían muestras de aprobación por la mayoría de la sociedad norteamericana, al nominar a John Edwards como vicepresidente. Edwards, hijo de obrero textil, se presenta como representante de los menos privilegiados socialmente y de la clase media trabajadora, a pesar de que actualmente es millonario en virtud del capital que reunió durante aproximadamente 20 años ejerciendo como abogado.
Este palmarés positivo que presenta Edwards ha sido refutado por los republicanos, que buscando disminuir el grado de aceptación que indudablemente tiene en el electorado, lo califican de falto de experiencia e incompetente para el cargo de vicepresidente, contraponiendo la experiencia acumulada por Dick Cheney, compañero de fórmula de Bush. Una encuesta de CNN-USA Today del 8 de julio presentaba 49% de apoyo al dúo Kerry-Edwards contra 41% para Bush-Cheney, 4 puntos más para los demócratas que antes de la selección de Edwards.

La proposición de reformar los Servicios Secretos la presentó Bush en el contexto de una nueva alarma terrorista, pero el efecto le ha resultado totalmente contraproducente al incluir el nombramiento de un director supremo de las 15 instituciones que tienen que ver con el terrorismo. La Comisión Mixta republicano-demócrata de investigación de los hechos del 11 de septiembre consideró «imprescindible» que ese jefe controle el presupuesto de los Servicios Secretos y, además, tenga influencia sobre designación de cargos en las diferentes instancias incluyendo la CIA. Esta proposición ha sido rápidamente apoyada por Kerry y los demócratas y le crea un serio contratiempo a Bush, que sólo concebía el cargo de jefe supremo de los Servicios Secretos con un carácter prácticamente nominal, sin jurisdicción sobre presupuestos ni cargos y, por tanto, sin la posibilidad de crearle fricciones molestas con intereses creados. Ahora Bush tiene ante sí un agudo problema, sobre todo con el poderoso Departamento de Defensa, que hoy controla prácticamente el 80% del presupuesto de los Servicios Secretos y que, por supuesto, no tiene ninguna pretensión de poner este control en manos de otro. Este asunto está pendiente y su solución puede tener determinada influencia en el marco electoral en dependencia de cómo sea apreciada por los votantes.

En resumen, en la actualidad el presidente Bush tiene problemas en dos direcciones: baja popularidad y la opinión mayoritaria de que el país avanza en dirección equivocada (los errores evidenciados en el conflicto iraquí inciden en esto). Aparecen como sus lados fuertes los temas de valores, familia y seguridad.

Kerry y los demócratas, por su parte, parecen más fuertes en proyección económica, salud, educación y asuntos sociales.

La ligera mejoría en los indicadores económicos obra a favor de Bush y así lo reflejan los sondeos.

Finalmente, los indicadores y encuestas sobre la preferencia de los electores arrojan cifras muy parejas para ambos contendientes, es muy probable que ésta sea la tónica de todo el proceso, ejemplos fehacientes lo constituyen los datos dados a conocer por el diario USA Today y la firma GALUP con fecha 24 de agosto que refleja un 48% de preferencias para Bush en la Florida contra un 47% de Kerry y la encuesta nacional dada a conocer el 26 de agosto por el diario Los Angeles Times concediendo 49% de preferencias a Bush por 46% para Kerry.

La recientemente finalizada Convención Republicana incrementó la proporción a favor de Bush como expresión de una tendencia histórica que indica que después de las Convenciones respectivas aumenta el índice de favoritismo hacia uno u otro Partido. Varias informaciones reflejan descontento por algunos directivos republicanos que esperaban mayores índices de favoritismo al finalizar su Convención, situación similar se presentó al finalizar la Convención Demócrata. Lo cierto es que se mantiene el criterio mayoritario de que existe una considerable paridad en las preferencias.

Se impone a nuestro juicio una rápida valoración personal del gobierno de Bush, baste decir que en nuestro criterio ha resultado tan deleznable que nos obliga a reconsiderar hasta viejos proverbios. Muy conocida es la frase: «mejor malo conocido que bueno por conocer». La reelección del actual presidente sería tan negativa que el único postulado válido es: «mejor cualquiera por conocer que malo conocido».

El sistema electoral norteamericano, como hemos visto, no cumple con el postulado establecido por la llamada «democracia» capitalista en cuanto a la necesidad de permitir la alternabilidad gubernamental al interior del Estado de manera tal que se sucedan ascensos y desplazamientos de diversos sectores sociales a las esferas de generación de demandas y de toma de decisiones políticas. Por el contrario, esta posibilidad resulta prácticamente inexistente. Tanto para republicanos como para los demócratas, las elecciones no constituyen un punto de partida para transformar, cambiar y mejorar la situación de la comunidad, sino un punto de llegada (o continuidad) a las esferas del poder gubernamental. Por este camino, el expresar la verdad sobre determinado asunto por parte de los partidos en contienda está condicionado por la pérdida o ganancia de votos. Cabe preguntarse entonces, ¿por qué este proceso electoral no es sometido a la observación internacional cuando incluso existen antecedentes de burdos y bochornosos robos de urnas en Miami?, quede la respuesta a la reflexión del lector.