La estrategia de inversión de capital en las economías de Norteamérica y Europa (y la desinversión en el este asiático), unida a la disminución en el costo de la mano de obra en sus propios países solo tiene viabilidad si se ejerce un control directo y férreo sobre las reservas de energía y materia prima […]
La estrategia de inversión de capital en las economías de Norteamérica y Europa (y la desinversión en el este asiático), unida a la disminución en el costo de la mano de obra en sus propios países solo tiene viabilidad si se ejerce un control directo y férreo sobre las reservas de energía y materia prima del mundo y no sólo sobre el control de su producción.
La lucha de los diferentes capitales insurgente de China, India, Brasil, el Sudeste Asiático y Rusia con los capitales tradicionales (y unidos) de Norteamérica, Europa y Japón plantean una contradicción para estos últimos: explotar la mano de obra de estos países insurgentes (como se ha hecho hasta ahora) y vender luego las mercancías en esos mismo mercados insurgentes (en crecimiento) o explotar la mano de obra de sus países (Norteamérica y Europa) y luego vender las mercancías en los mercados de los países insurgentes. En el primer caso, la lucha entre capitales (tradicionales e insurgentes) se plantearía como un asunto de política económica interior de los países insurgentes, por cuanto se trataría de mercancía producida y vendida en el país (de capital extranjero), y en cuanto tal la producción, fijación de precios y estrategia de expansión de mercados estaría condicionada por las citadas políticas económicas internas.
Otro agravante que crea la producción y venta en los países insurgentes sería el debilitamiento del capital norteamericano y europeo frente a los capitales insurgentes, ya que estos últimos en plena expansión, coparían mayores porciones del mercado mundial en razón de los bajos costo, agresiva política de mercadeo y alta rentabilidad de su mercancía, sin posibilidad de expansión para el capital occidental en los «nuevos» e inmensos mercados insurgentes y la poca competitividad en sus propios mercados. Esta estrategia no solo inviabiliza el mantenimiento de la subvención a las clases burguesas, obreras y campesinas de Norteamérica y Europa como beneficiaria de la renta mundial por la explotación de mano de obra en otras partes del planeta; sino que, perderían toda hegemonía económica y política frente a los otros capitales imperiales insurgentes. La consecuencia de esa estrategia obligaría al capital norteamericano y europeo a optar por prácticas antidoping para la importación de mercancías venidas de los capitales insurgentes, guerras comerciales, la creación de crisis financieras para acumular capital en países productores (insurgentes), la profundización de prácticas xenofóbicas e inclusive la promoción de guerras militares de pequeña o mediana intensidad a fin de restablecer el «equilibrio» o hegemonía de este capital en los mercados tradiciones e insurgentes. Por otra parte, esta estrategia de (producir y vender en los propios mercados insurgentes) reduce toda posibilidad de profundizar la expansión del sistema capitalista en mercados como los de China, India, Brasil, el Sudeste Asiático y Rusia en virtud de que la política económica interna de esos países la mantendría fuera del alcance norteamericano, europeo y japonés. La poca injerencia del capital norteamericano en la política interior de los países insurgentes reduciría la posibilidad de negociación con estos capitales por las cuotas de participación en los mercados tradicionales e insurgentes porque no habría objeto sobre qué negociar.
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