Cuando en el 2003 terminaba de escribir mi libro Misión en Bagdad, aún reciente la proclamación de «Misión Cumplida» que hizo el 1ro. de mayo de ese año el emperador Bush sobre el puente del portaviones Abraham Lincoln, concluí aquel texto afirmando en su última línea que Iraq se convertiría en un infierno. En los […]
Cuando en el 2003 terminaba de escribir mi libro Misión en Bagdad, aún reciente la proclamación de «Misión Cumplida» que hizo el 1ro. de mayo de ese año el emperador Bush sobre el puente del portaviones Abraham Lincoln, concluí aquel texto afirmando en su última línea que Iraq se convertiría en un infierno.
En los meses anteriores a la ilegal y criminal invasión estadounidense, recorrería yo una buena parte del país árabe incluidas las zonas donde se podían esperar tensiones y que habían sido objeto de conflictos en el pasado, como las más importantes ciudades chiitas del sur: Nayef, Kerbala o Amara, encontrando en ellas absoluta normalidad. Bagdad, en ese entonces, podía ser apreciada como una de las más tranquilas capitales del mundo, era incluso contraproducente apreciar que casi no se veían guardias ni policías en las calles. Nunca oí un disparo que no fueran los que se hacían con motivo de una celebración o festejo. Yo, que a pesar de ser extranjero, caminaba frecuentemente por cualquier calle o mercado, aun aquellos más populares, nunca tuve problema alguno ni presencié incidente violento. El pueblo iraquí se mostraba siempre amable y servicial. Pocas semanas antes del inicio de la guerra, solía ir con mi esposa a medianoche a tomarnos un helado en un popular comercio de la calle Karrada y nos sentábamos en un banco a conversar, comentando lo apacible de una ciudad que estaba amenazada con un holocausto.
Por ello me causan tanto dolor las noticias que veo y leo a diario y que lamentablemente corroboran mi afirmación de que Iraq se convertiría en un infierno. La historia indica que los iraquíes nunca fueron dóciles ante una ocupación extranjera, menos lo serían con quienes pretendían apoderarse de sus riquezas y obligarlos a formar parte de una alianza con Israel.
El holocausto llegó llevado de la mano por la criminal ocupación militar estadounidense bajo la consigna de «traer la democracia al pueblo iraquí». Hoy se afirma que son más de 800 000 los muertos entre la población civil. Para los ocupantes, la cifra se acerca a los 3 000, y parece que piensan que no tienen otra salida que continuar matando, según se desprende de las reiteradas declaraciones del emperador, quien descarta la posibilidad de una retirada de sus tropas a pesar de crecientes criterios que le aconsejan lo contrario desde sus propias filas.
¿Hasta qué cifra de muertos resistirá la opinión publica estadounidense antes de lanzarse masivamente a las calles para imponer una retirada? ¿Qué nuevas alternativas militares podrían tener los ocupantes? Son preguntas que todos nos hacemos.
Estados Unidos ya perdió esta guerra. Sus objetivos estaban, como es conocido, bien lejos del propósito de democratizar Iraq. Eso es pura hipocresía y demagogia. A ellos les importa un bledo la democracia, lo que les interesa es la hegemonía y el petróleo. Tampoco esta guerra tenía nada que ver con la lucha contra el terrorismo, de hecho es reconocido que lo está alentando. Pero se equivocaron de lleno al pensar que podían dominar fácilmente a Iraq, beneficiarse de sus enormes reservas energéticas e imponer allí un gobierno dócil que les sirviera de trampolín para después desestabilizar a Irán y Siria e instalar en esos países gobiernos pro-estadounidenses.
El plan incluía igualmente producir cambios políticos en El Líbano y con ese rediseñado Nuevo Medio Oriente, obligar a los palestinos a claudicar en su justo derecho a recuperar los territorios ocupados y constituir su propio estado independiente, derecho que, vale la pena reiterar, está amparado por numerosas resoluciones de la ONU.
Los miles de millones de dólares que gastan los órganos estadounidenses de inteligencia y de evaluación de informaciones, sin embargo de poco les sirvieron. La arrogancia y estupidez que los impulsó a esta aventura, como reconoció recientemente un vocero del Departamento de Estado, los lleva a cometer graves errores. Sus evaluaciones no tienen en cuenta los sentimientos y los intereses de los pueblos, por ello reiteradamente fracasan.
Y han fracasado. Iraq se ha convertido en un pantano en el cual no pueden quedarse a pesar de que proclamen no querer irse. Están tratando de encontrar una fórmula mágica y el emperador Bush acaba de reunirse con la más alta jefatura militar en busca de ella, pero no encuentran solución. Tal vez un nuevo plan los lleve, en su desesperación, a considerar la opción de dividir el país, retirarse internamente y establecerse en el Kurdistán iraquí, donde podrían encontrar relativa seguridad a cambio de dar protección a los kurdos, aprovechando las aspiraciones de estos de constituirse en estado independiente. Desde ese protectorado, donde ya Israel está dando asesoramiento militar y de seguridad, es de suponer que tratarían de renovar sus planes desestabilizadores contra Irán y Siria, países donde habitan comunidades kurdas, pero ello abriría nuevas y complejas opciones bélicas que podrían tener importante y negativa repercusión en sus relaciones con Turquía.
Las complejidades étnicas y sectarias de Iraq, cuyas contradicciones ha estimulado la ocupación, son difíciles de solucionar y únicamente una fuerte voluntad de conciliación interna podría resolverlas. Para ello es imprescindible que se produzca el fin de la ocupación militar extranjera y el traspaso del poder a una autoridad elegida sin la influencia de estos. Reservas patrióticas dentro del pueblo iraquí hay para lograr una concertación nacional e iniciar la reconstrucción de la nación.
Pero un nuevo Iraq, estaría bien lejos de ser un aliado de quien ha masacrado a su pueblo y destruido prácticamente el país. Por el contrario, sería un baluarte opuesto a los planes de dominación de Estados Unidos e Israel.
Los cálculos de Washington de derrocar a los gobiernos de Teherán y Damasco no han podido cumplirse y las posibilidades de hacerlo parecen alejarse. Irán ha ganado influencia en una parte importante de la comunidad chiita iraquí, que podría pasar abiertamente a combatir la ocupación en caso de un ataque al país persa, lo cual hasta ahora solo ha hecho de forma limitada.
Por otra parte, las maniobras contra Siria no han tenido resultados y el gobierno de Damasco se mantiene firme en defensa de su independencia. Presiones políticas que se han ejercido utilizando el escenario libanés, no han logrado los objetivos esperados debido a la resistencia de las fuerzas patrióticas. Ello impulsó a Estados Unidos a estimular el criminal ataque de Israel dirigido a destruir a Hizbollah, lo cual tuvo resultados contraproducentes ya que la organización les hizo pagar un alto costo militar, elevó su prestigio dentro del pueblo libanés, e incrementó el espíritu de resistencia en los pueblos árabes.
El triunfo de Hamas en las elecciones en Palestina ha sido otro paso en el sentido opuesto a las aspiraciones de los gobernantes estadounidenses e israelíes de lograr la claudicación y la renuncia a sus derechos por parte de este martirizado y heroico pueblo.
Los planes de dominación imperialistas y sionistas para el Medio Oriente fracasan, aunque hacen pagar un alto precio en vidas a los pueblos de la región y al propio pueblo estadounidense. Estados Unidos e Israel, con su política de dominación y fuerza, estimulan el odio y la venganza que son los principales generadores de la violencia. Ellos han propiciado y son la verdadera fuente del terrorismo. Solo la justicia, el respeto a la legalidad internacional y la búsqueda de la solución pacífica de los conflictos podrán cerrar las puertas del infierno.
* Ernesto Gómez Abascal es embajador de Cuba en Turquía.