Mal que le pese a Samuel Huntington, la creciente presencia de latinoamericanos en EE.UU. no constituye una amenaza. Priman la capacidad de asimilación del mercado, la evolución conservadora de los sectores latinos que acceden al status de clase media, y el retraso de la comunidad en la conquista del poder político
Entre las ocres montañas que circundan el verde valle todo brota: verduras, hortalizas tempranas, frutas, viñedos. Salinas Valley es una de las comarcas que hacen de California uno de los primeros productores agrícolas del mundo. Un ultrasofisticado sistema de irrigación alinea sus tuberías a lo largo de kilómetros. Los trabajadores cosechan, arrodillados en los campos. Como ellos, los capataces que los controlan durante 60 horas semanales son mexicanos, pero tienen alguna dificultad en hacerse entender. La mayoría de sus empleados no habla español. Son indios triquis y mixtecos originarios del Estado de Oaxaca, los campesinos más pobres de México. Aquí ganan alrededor de 7 dólares por hora, diez veces más que en su país. «Para nosotros, los indígenas, no hay manera de vivir allá», dice con una mueca Ramiro, de 20 años, envarado en su ropa deportiva con el logo de Fortyners, el equipo de fútbol americano de San Francisco. «Tienes que elegir: o quedarte en el pueblo con tu fam
ilia y ver cómo se muere de hambre, o irte, venir aquí, ganar dinero y enviárselo para que sobrevivan». En el linde del campo se alinean los símbolos de su nueva vida: autos de segunda mano en buen estado, que compraron a menos de 1.000 dólares. A la hora de hacer la pausa -no más de media hora- sacan del bolsillo un teléfono celular para charlar con los amigos.
En un español chapurreado o a través de un traductor se quejan de los «contratistas». Esos intermediarios latinos (1), encargados de reclutar la mano de obra para las granjas estadounidenses, embolsan del 15 al 20% del fruto del trabajo de esos indígenas. No obstante, los triquis y mixtecos no se unen al sindicato que negocia con las compañías agrícolas y les garantizaría mejores condiciones laborales, un salario más alto, incluso un seguro de enfermedad. Miembro de la Union of Farm Workers, el sindicato de trabajadores agrícolas fundado en la década de 1960 por el mítico mexicano-estadounidense César Chávez (2), José Manuel Morán lo deplora: «Lo único que quieren es trabajo, poder comprarse un auto, comer bien y enviar algo de dinero a sus familias. Viven de 8 a 10 en una casa de tres ambientes o a veces pagan la mitad de su salario para vivir en pareja en un solo cuarto…».
El noventa por ciento de los trabajadores agrícolas de California son inmigrantes mexicanos o centroamericanos, clandestinos e indocumentados. En plena expansión, la agricultura local no puede prescindir de ellos porque allí nadie quiere trabajar la tierra en esas condiciones. Sólo los que cuentan con un pariente provisto de un título legal o que vayan a contraer matrimonio con un ciudadano estadounidense podrán obtener un permiso de trabajo y una tarjeta de residencia, la famosa green card, y eso al término de largos trámites burocráticos.
Sin embargo, hace años que los funcionarios de los servicios de inmigración ya no aparecen por los campos. Desde fines de la década de 1990 miles de mexicanos, de los cuales 4.000 son indios, llegaron al cercano pueblo de Greenfields. Excepto algunos delincuentes menores, ninguno fue deportado. «Negocios son negocios… Es un sistema hipócrita», concluye Morán.
Don Andrés Cruz es el jefe de esa pequeña comunidad indígena. Por supuesto, él no conoce a Samuel Huntington. Tampoco sabe que el autor de Choque de civilizaciones (3) desempeña un papel decisivo en el actual debate sobre el tema de la inmigración latina en Estados Unidos (4). ¿Acaso el famoso universitario no afirmó en su último libro (¿Quiénes somos?) (5) y en múltiples artículos que los latinoamericanos no son asimilables en «la América que conoce y a la que ama?» Según él, «los fundamentos de la cultura angloprotestante fundadora son: la lengua inglesa; la cristiandad (…) una concepción inglesa de la preeminencia de la ley, la responsabilidad de los dirigentes, el derecho de los individuos (…), los valores protestantes del individualismo, la ética del trabajo, y la creencia en que los humanos tienen la capacidad y el deber de crear un Paraíso en la Tierra…».
Interrogado sobre si podría caerle en gracia a Huntington, don Andrés responde categóricamente: «¡Sí, si nos dan la oportunidad, podemos convertirnos en buenos estadounidenses!». A lo que Morán asiente. Según él, hace mucho que Greenfields probó que los mexicanos son asimilables. La ciudad alberga el cuádruple de los habitantes que tenía hace treinta años y un 95% son mexicanos, entre ellos el alcalde, los consejeros municipales y los delegados escolares. La mitad de ellos son ciudadanos estadounidenses o poseen una green card, respetan escrupulosamente las leyes, pagan sus impuestos y cancelan religiosamente las pesadas deudas contraídas para adquirir los símbolos materiales del sueño estadounidense.
Es cierto, en sus casas siempre hablan español. Pero todos se defienden en inglés. En especial los niños que nacieron allí. A diferencia de otros Estados, Texas por ejemplo, en California ya no hay escuelas bilingües. La enseñanza se imparte sólo en inglés. En cuanto a la capacidad de trabajo de esta gente venida del Sur, pregunten a los patrones qué piensan.
Morán predice que «la mayoría de los recién llegados echará raíces aquí. Al llegar todos dijeron lo mismo: trabajo tres o cuatro años, ahorro y vuelvo a mi país para instalar un pequeño comercio». Luego el tiempo pasa, la alcancía se va llenando poco a poco: si bien en Estados Unidos se gana mucho, también se gasta mucho. Sobre todo si uno compra una casa. Los trabajadores -incluso los ilegales- que prueban tener ingresos regulares, pueden acceder a créditos. «Después uno se casa, tiene hijos. ¡Hijos estadounidenses! Y ya está… Treinta años después uno sigue allí… Para gente como nosotros, el país es la tierra donde se logra vivir bien». Pero el camino es arduo…
A pocas calles de distancia de los rascacielos del centro de Los Angeles, un restaurante anuncia con grandes letras en plástico: Pupuseria (6). En la perspectiva de la avenida, hacia el este, se alinean centenares de letreros: Tiendas Mariposa, El Palacio Centroamericano, Llantas nuevas Zamora, Ropa para la Familia… A lo largo de 30 kilómetros, hasta los confines del Este de Los Angeles el paisaje no cambiará. De camino, la Plaza Olivera ofrece un altar consagrado a la Virgen de Guadalupe, la patrona de México, adosado a una monumental pintura mural que reproduce las banderas de Estados Unidos y de todos los países de América Latina. Los indocumentados acuden a rogar a la Virgen que los ayude a encontrar un lugar al sol en Estados Unidos.
Carlos llegó a California desde el Estado de Michoacán a los cinco años, con su madre y sus hermanos, y durante 11 años, indocumentado, trabajó en todas las menudas ocupaciones posibles para terminar estableciéndose como técnico en rayos X. Un trayecto agotador. Los empleadores pueden contratar trabajadores por hora o por día sin pedirles papeles. Pero para ofrecerles un empleo remunerado mensualmente les exigen un número de seguridad social y un documento de identidad estadounidense. Los inmigrantes recién llegados no los poseen. Con rapidez se enteran de que los patrones aceptan sin chistar las tarjetas de seguridad social falsas y los falsos permisos de conducir, que se venden a 70 dólares cada uno en todos los mercados de pulgas del sur de Estados Unidos.
De esta manera circulan millones de documentos falsos, sin que el gobierno federal se inquiete demasiado. Provisto de esta precaria documentación y contratado como jardinero, lavaplatos en un restaurante o personal temporario en una empresa de limpieza, el trabajador latino podrá vivir clandestinamente durante años en un país que no puede prescindir de su fuerza de trabajo. A los estadounidenses no les agradan los oficios urbanos más modestos ni tampoco las labores campesinas. En realidad, el 53% de los mexicanos que viven en Estados Unidos carece de todo documento legal.
A los 25 años, Carlos es ciudadano estadounidense gracias al procedimiento de agrupamiento familiar que inició un tío instalado legalmente. Nos cuenta: «Todavía no logré mi objetivo: la casa propia y la estabilidad económica para mis tres hijos y mi mujer… Pero por supuesto que me quedaré en Estados Unidos». Para «ahorrar», por la noche trabaja como valet parking en un restaurante.
Una cultura híbrida
La mitad de la población del condado de Los Angeles es latina: 4,5 millones de personas. Los barrios donde se concentran -el East L.A. en particular- irradian una atmósfera pequeño-burguesa. Apariencia engañosa. La mayoría de las familias que habitan en ese sitio viven con menos de 20.000 dólares por año, suma que en Estados Unidos apenas permite hacer frente al gasto diario (7). Y esos barrios albergan a las pandillas más temidas del Oeste estadounidense.
José Huizar, un joven político de 37 años nacido en el Estado mexicano de Zacatecas, pasó la mayor parte de su vida aquí, en un viejo chalet de madera al borde de una autopista. Llegó a los 5 años, estudió en la escuela pública antes de ganar una beca para asistir a una de las mejores universidades del país: Princeton (Nueva Jersey). Actualmente miembro del patronato de su universidad, y a la cabeza de los servicios de educación pública del Gran Los Angeles, este militante del Partido Demócrata luchó durante muchos años por la justicia en la escuela. Hace campaña para ocupar un escaño en el consejo municipal de la ciudad. Una succes story digna del mejor de los folletines. El padre de José era un campesino analfabeto.
En el corazón de ese bastión mexicano, Huizar habla español con dificultad. Sin embargo es un migrante de primera generación. Declara su apego a una cultura mexicana de contenido impreciso -«Una especial manera de comportarse, de vestirse… Una música… Una cocina distinta…»- pero no se considera un «asimilado». No obstante, cuando se le pregunta cuál es el título de la última novela en español que leyó, sonríe y responde: «Tiene razón, soy un poco pocho…». En argot mexicano la palabra «pocho» designa a un inmigrante que pierde su lengua nativa y se funde en la cultura estadounidense. Para terminar dice: «Estoy orgulloso de ser mexicano, pero estoy agradecido a Estados Unidos por lo que me brindó: educación, trabajo… Todo lo que no había en las montañas de Zacatecas».
El último censo federal establece que en todo el país 41 millones de residentes son de origen latino (el 14% de la población) (8). La mitad nació fuera de sus fronteras, el 65% tiene una ascendencia mexicana. Según el centro de estudios Pew Hispanic Center, en 2045 la cantidad de latinos rondará los 103 millones. El español ya es la segunda lengua del país. Y mundialmente Estados Unidos es el segundo país de idioma español después de México, pero delante de España y Colombia… Los diarios y la programación nocturna de las estaciones locales de Univisión, el gigante de la televisión hispánica, a menudo tienen más audiencia que las cadenas ABC, CBS o NBC, tanto en Miami como en Nueva York o Los Angeles.
La Opinión de Los Angeles, La Voz de Houston, Rumbo de Texas, La Raza de Chicago, proponen diariamente a sus lectores una nueva succes story: una familia de Michoacán fundó su propia explotación vinícola después de haber trabajado en los viñedos de Napa Valley durante una generación… Un muchacho de 29 años nacido en Tijuana acaba de lanzar una línea de t-shirts… Durante mucho tiempo peyorativa, la palabra latino está de moda. La estrella mexicana de Hollywood Salma Hayek o Jorge Ramos, famoso presentador del telediario de Univisión, se constituyen en modelos para la juventud urbana, cualquiera sea su origen. Cantantes bilingües como el mexicano Alejandro Fernández y los portorriqueños Chayanne, Jennifer López, Ricky Martin, invaden tanto la radio como la televisión, en español o en inglés.
Vicente del Río ofrece habitualmente tequila en la terraza de Frida (9), su restaurante de Beverly Drive, no lejos de la montaña cruzada por las letras que dicen: Hollywood. Su establecimiento se convirtió en el lugar de encuentro de los yuppies del barrio, del show business latino y de la comunidad judía de Beverly Hills. Y eso porque en los últimos años cada vez más mexicanos de clase media se establecen en Estados Unidos. Según una encuesta del Pew Hispanic Center, dos de cada cinco mexicanos se declaran dispuestos a vivir allí, incluso sin documentación. Roberto Suro, el director del sondeo, afirma que la intención de emigrar «ya no aparece sólo en los pobres. También es un deseo manifiesto en el seno de la clase media, e incluso en los círculos de latinos formados en la universidad» (10).
Para explicar el fenómeno ya no basta la antigua idea de que la única causa de la inmigración es la miseria. La instauración del modelo neoliberal al sur del Río Grande se traduce en un aumento de la cantidad de pobres y la pauperización de la pequeña burguesía. Tanto el continuo bombardeo publicitario como la televisión hacen que también la juventud se muestre más sensible al sueño estadounidense.
Es así como de Chicago a San Antonio se asiste al nacimiento de una cultura híbrida: la juventud hispana de los barrios populares deja de lado la salsa y la cumbia tradicionales por un nuevo ritmo made in USA, el reggaeton, mezcla indefinible de hip hop, rap y cadencias latinas. Sin embargo, paseándose indolentemente por California, se pueden encontrar altos ejecutivos mexicano-estadounidenses de tercera generación, que aunque hablan mal su lengua de origen, se apasionan por el teatro chicano en español.
Salvo algunas excepciones, los grandes medios de comunicación latinos vuelcan sobre su público una programación embrutecedora hecha de publicidad, talks shows estúpidos e información tendenciosa. Sin embargo, de norte a sur, por todo el país, Radio bilingüe emite en inglés, español y diferentes dialectos indígenas mexicanos, proponiendo programas de calidad y luchando por salvar la cultura hispana original de su disolución en el melting pot comercial.
Asimilación y «sueño americano»
El ambiente político le hizo un lugarcito a los representantes de la segunda comunidad nacional. Dos de los principales ministros de George W. Bush, el Secretario de Justicia Alberto Gonzáles y el Secretario de Comercio Carlos Gutiérrez, son latinos. Veinticinco diputados y senadores -de origen mexicano, cubano y portorriqueño- tienen sus escaños en el Congreso, y más de veinte alcaldes hispanos administran ciudades de más de 100.000 habitantes en California, Texas, Florida y Connecticut. En 2004 Antonio Villaraigosa, mexicano de segunda generación, fue elegido por amplia mayoría alcalde de Los Angeles, lo que constituyó una revelación, un verdadero shock.
Evidentemente, el American dream es el principal objetivo del grupo de presión formado por las principales personalidades latinas. David Ayon, investigador en la Universidad jesuita californiana de Loyola Marymount, lo bautizó la Red Latina. Nacido en Texas hace 48 años de padre mexicano enrolado en el ejército estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial, Ayon explica que esa red está sostenida por los funcionarios electos y altos ejecutivos de origen latino, además de las grandes asociaciones dirigidas por mexicano-estadounidenses como la League of United Latin American Citizen (LULAC – Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos), el Mexican American Legal Defense and Educationnal Fund (MALDEF – Fondo Mexicano-Estadounidense de Defensa Legal y Educativa) o el Consejo de la Raza, todas organizaciones ampliamente abiertas a latinos de cualquier origen.
En conjunto trabajan para lograr una rápida integración, y en el Congreso Federal apoyan los proyectos de leyes que tienden a regularizar la situación de los indocumentados y los programas sociales que puedan beneficiar a los migrantes. Luchan también por facilitar la progresión escolar de niños que al empezar no hablan español, y para hacer respetar los derechos de los trabajadores hispanos. Y en especial distribuyen millones de dólares en forma de becas que permiten el ingreso a la universidad de los hijos de migrantes.
Esa red latina se sitúa globalmente en la órbita demócrata. En su constitución jugaron un papel decisivo Henry Cisneros -ex alcalde de San Antonio y ministro del ex presidente William Clinton-, Bill Richardson -gobernador de Nuevo México-, y el diputado demócrata de Nueva Jersey, el cubano-estadounidense Robert Menéndez. Por ejemplo, financiaron las campañas de Antonio Villaraigosa en Los Angeles y del senador Ken Salazar en Colorado. Sin embargo, estos últimos años algunas personalidades de la Red Latina se acercaron al Partido Republicano. Es así como Carlos Olamendi, propietario de una cadena de 50 restaurantes, se unió al equipo de Arnold Schwartzeneger, el muy derechista gobernador de California.
La red latina privilegia el trabajo de lobbying que se realiza ante las autoridades federales. Se muestra menos receptiva con los avances de los gobiernos mexicano y centroamericanos que le piden defender sus intereses en Washington. Sonriendo, Ayon dice que sería erróneo creer «que la comunidad latina en Estados Unidos es Latinoamérica transplantada aquí».
Una red menos influyente, a la que Ayon llama la Red Mexicana, resiste la asimilación mucho más activamente. De Chicago a San Antonio se organiza localmente en clubes de oriundos, pequeñas asociaciones que reúnen a mexicanos naturalizados e inmigrantes originarios de un mismo lugar, que se reagrupan en federaciones. Las más activas son las de los Estados mexicanos de Zacatecas, Michoacán y Guanajuato, que con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial aportaron a Estados Unidos sucesivas generaciones de inmigrantes. Los clubes financian proyectos sociales, la construcción de escuelas o centros deportivos en México, en sus municipalidades de origen.
Con el fin de recolectar fondos organizan bailes o banquetes animados por mariachis o un grupo de música norteña. La Red Mexicana mantiene estrechas relaciones con los consulados mexicanos y el Instituto de Mexicanos en el Exterior, creado por el presidente Vicente Fox para apoyar a su gobierno en sus negociaciones con Washington. Pero los clubes de oriundos reclutan muy poca gente en las grandes ciudades. Los latinos parecen más preocupados por hacerse un lugar en el país que por hacerle un lugar a su nación de origen en Estados Unidos.
El análisis del comportamiento de los latinos que hace Harry Pachon, presidente del Instituto Político Tomás Rivera de la Universidad de California Sur, va en ese sentido. Se caracteriza, dice, «por una fuerte ética de trabajo y la renovación del credo estadounidense según el cual un trabajo intenso y la perseverancia conducen a una vida mejor». Agrega que la idea de considerar a Estados Unidos tierra de oportunidades explica también que los latinos hayan manifestado siempre «un elevado grado de patriotismo»: 300.000 estadounidenses de origen mexicano participaron en la Segunda Guerra Mundial y 130.000 latinos estaban enrolados bajo la bandera estadounidense a comienzos de la segunda guerra en Irak.
Hilda Solís, primera diputada federal de origen nicaragüense por parte de madre, relativiza ese juicio. La circunscripción de Los Angeles donde fue electa lamenta la muerte en Irak de 11 latinos. Explica que, más que la fibra patriótica, son la falta de oportunidades y las precarias condiciones de existencia las que empujan a los jóvenes latinos a enrolarse en el ejército. Y la esperanza de obtener verdadera documentación al dejar el servicio militar, que pagan a costa de miedo y sangre.
Asimismo, Hilda Solis confirma que si bien los latinos, una vez naturalizados, votan siempre mayoritariamente por el Partido Demócrata, en cuanto acceden a la clase media tienden a «pasarse a la derecha». El treinta por ciento de ellos prefirieron a Schwartzeneger y el 40% a Bush. Los cubanos de Miami ya no son los únicos que apoyan al presidente George W. Bush. Por ejemplo Alberto Gonzáles, brillante abogado mexicano-estadounidense de segunda generación, nombrado Ministro de Justicia en 2004, se hizo famoso por su defensa de las políticas carcelarias en Abu Ghraib y Guantánamo, en completa contradicción con los principios (al menos proclamados) de las democracias latinoamericanas: respeto de los derechos humanos y no intervención.
Los demócratas no están menos preocupados por la escasa representación política de los latinos. De los 41 millones que viven en Estados Unidos sólo 7 millones tienen el derecho de voto, y parece poco probable que en el corto plazo puedan influir en el porvenir político del país. En México Carlos González, director del Instituto de Mexicanos en el Exterior, explica una de las claves del problema: «La estructura de la economía estadounidense ya no permite que el inmigrante recién llegado alcance rápidamente, como entre los años 1950 y 1960, un status de clase media. En esencia es una economía de servicios que premia a las elites del conocimiento y engendra una subclase sin posibilidades de promoción vertical». Al ser muy restrictiva, la política migratoria de Estados Unidos condena a esos sectores a permanecer por mucho tiempo en el status de indocumentado, alejándolos de las pugnas electorales.
De todos modos, la arquitectura y el urbanismo californiano evolucionan al ritmo de la inmigración, como lo atestigua la fachada neocolonial del hipermercado Mi Pueblo de San José, capital de Silicon Valley. Sus propietarios llegaron de México hace menos de treinta años. Los estantes proponen tortillas de maíz, salsas picantes, porotos negros en conserva y pimientos de todo tipo… Muchos de los productos llevan la marca El Mexicano perteneciente a los hermanos Márquez, inmigrantes de primera generación que instalaron sus establecimientos a la entrada de la ciudad. Bruno Figueroa, cónsul general de México en San José dice: «Aquí existe un real business de la nostalgia». El volumen de ventas de las cadenas de supermercados latinos es millonario. En resumidas cuentas, los hispanos penetran en el mercado estadounidense con mucha mayor facilidad que en el ámbito político.
El poder adquisitivo anual de la comunidad latina roza los 700 mil millones de dólares, 400 mil millones más que el Producto Interno Bruto de Argentina. Con el fin de implantarse en ese mercado, la distribución mayorista invierte sumas considerables en marketing y publicidad. Dos millones de empresas hispanas generan anualmente alrededor de 250 mil millones de dólares de volumen de ventas y más de dos millones de empleos: cadenas de supermercados y restaurantes, empresas de limpieza, medios de comunicación, agencias de publicidad, compañías de transporte y de embalaje…
Las cámaras de comercio hispano-estadounidenses publican en internet interminables listas de pequeñas y medianas empresas. Los latinos crean más empresas que los blancos o los negros de Estados Unidos. Hace poco el US Bank y la US Hispanic Chamber of Comerce (USHC: 40 cámaras en California, 20 en Texas) instauraron un plan nacional de financiacion de mil millones de dólares destinado a empresas latinas. No es de extrañar que esta integración económica se traduzca en términos políticos. Por ejemplo, en 2005 la USHC apoyó públicamente la nominación del juez ultraconservador John Roberts, propuesto por Bush, para la presidencia de la Corte Suprema. Es cierto que en materia de familia, aborto u homosexualidad, la mayoría de los inmigrantes recién llegados -católicos practicantes- no están a la zaga de los ultra estadounidenses.
En Houston Juan Álvarez, uno de los muchos militantes centroamericanos -más politizados que los mexicanos- que luchan por la defensa de los derechos de los migrantes, recorre diariamente las esquinas -estaciones de servicio, supermercados y encrucijadas- donde los trabajadores indocumentados ofrecen sus servicios por el día a las empresas constructoras. En todo el país habría 100.000 jornaleros, y 6.000 en Houston. Curiosamente, a mediados de octubre pasado esas esquinas casi se vaciaron, cosa que según Álvarez tiene una explicación: «Estos últimos días unos cuatro mil fueron a trabajar a Nueva Orleans».
Desde fines de septiembre de 2005 miles de latinos indocumentados participan en la limpieza de la ciudad víctima de la catástrofe. Poco les importa que los salarios que les ofrecen sean más bajos que los propuestos por el mismo trabajo a negros y blancos estadounidenses. Poco les importan las 12 horas de labor en el medio del agua estancada y la putrefacción. El único que se queja por la situación es el alcalde de la ciudad, el afro-estadounidense Ray Nagin, que invoca «la nueva inundación» de la ciudad por los latinos. Salvo raras excepciones, una vez más las autoridades migratorias dejan hacer… Estados Unidos tal como lo sueña Samuel Huntington necesita muchos hispanos pobres… para seguir siendo el mismo.
1 En Estados Unidos se usan indistintamente las palabras «latino» o «hispano».
2 Líder de los mexicanos-estadounidenses en los años 1960, años calientes del radicalismo «chicano» en los campos de Nuevo México y California.
3 Samuel P. Huntington, El choque de civilizaciones, Buenos Aires, Paidós, 2000.
4 Sobre este temas véase James Cohen y Annick Tréguer (coord.), Les latinos des USA, IHEAL Editions, París, 2004.
5 Who Are We? The Challenges to America’s National Identity, Simon and Schuster, Nueva York, 2004. Versión en español: ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense, Barcelona, Paidós, 2004.
6 La pupusa es una tortilla salvadoreña rellena de porotos.
7 En 2001, según el sindicato United Auto Workers (UAW) había que ganar un mínimo de 8,70 cólares por hora (17.960 dólares anuales) para evitar la pobreza; en ese entonces el 40,4% de los latinos vivían en hogares que no disponían de esa suma. Citado en la obra de James Cohen, Spanglish America, Le Félin, París, 2005.
8 US Census Bureau, Washington, 2004.
9 En referencia a Frida Khalo, pintora mexicana, esposa de Diego Rivera y amante de León Trotsky.
10 http://pewhispanic.org/topics/index.php?TopicID=16
Traducción: Teresa Garufi