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Indultar pavos pero achicharrar negros

Estados Unidos y sus tradiciones

Fuentes: Rebelión

Una de las características más llamativas de la sociedad estadounidense es, sin duda, su apego a crear y conservar tradiciones. Y, hasta aquí, lo digo sin sorna alguna dado que un servidor también tiene su apego a esas costumbres propias de todos los pueblos y que, podrán ser tontas si se quiere, pero uno recuerda […]

Una de las características más llamativas de la sociedad estadounidense es, sin duda, su apego a crear y conservar tradiciones. Y, hasta aquí, lo digo sin sorna alguna dado que un servidor también tiene su apego a esas costumbres propias de todos los pueblos y que, podrán ser tontas si se quiere, pero uno recuerda y practica, incluso, con entrañable devoción.

El problema es que, no teniendo los Estados Unidos un pasado del que rescatar costumbres, así fuesen simpáticas o aburridas, ni población indígena que haya podido sobrevivir al circo o al alcohol, ha ido improvisando en los pasados 200 años  y pico algunas tradiciones en verdad lamentables.

Porque resulta cruel, en el mejor de los casos, que uno de los países que más practica la pena de muerte, se permita, en apego a una de esas tradiciones, una acción de gracia una vez al año.

Miles de personas han sido ejecutadas en ese país mediante inyecciones letales, la silla eléctrica o el fusilamiento. En la mayoría de los casos, negros o hispanos pobres condenados a muerte por delitos que si hubieran sido blancos y ricos hubieran merecido un buen abogado y una mejor sentencia.

Condenados por los que, en ocasiones, han intercedido cientos de organismos e instituciones, iglesias, el propio Vaticano e, incluso, serias reservas sobre el crimen que se les imputaba.

Karla Fayer, por ejemplo, fue ejecutada a pesar del clamor del mundo, incluyendo Pablo VI, porque se le respetara la vida luego de 15 años esperando en el llamado corredor de la muerte y tras haber dado pruebas más que evidentes de sincero arrepentimiento. En otros casos han sido ejecutados hombres de 40 años que fueron sentenciados sin cumplir los 18 y jóvenes con retraso mental. Nada ha importado, ni la condición de los presos condenados, ni los pedidos de clemencia, ni la rectificación de sus conductas, ni las sombras que en tantos casos acompañaron los fallos de los jurados, ni la minoría de edad de los ejecutados, ni su salud mental… nada.

Pero en el país que se erige y pretende como paradigma de todas las libertades y derechos hay que preservar las tradiciones. Y ninguna más hermosa que, una vez al año, indultar…  un pavo.

La prensa informa regocijada la buena nueva para que sepamos los lectores que, el presidente, rodeado de niños, ha tenido la gracia de indultar a un bendito pavo en la Casa Blanca, que el pavo era natural de Minnesota y que, a partir de su amnistía, pasará a residir en un zoológico de Virginia.

Los otros, los que cometieron el imperdonable error de no ser pavos, ni siquiera tienen el beneficio del sorteo que, al menos, salve a alguien de la quema.

Todo sea por la tradición, que tan costumbre estadounidense es indultar rollizos pavos en acción de gracias, como achicharrar malditos negros en desgraciada acción.