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Las dos caras de una misma moneda

Evaluación externa en centros docentes y gestión privada en hospitales públicos

Fuentes: Rebelión

Quizá uno de los puntos mas controvertidos de la Ley Wert sea el que se refiere a las evaluaciones externas y su función en el sistema educativo. La nueva ley de educación propone un conjunto de exámenes realizados por profesionales ajenos a los centros. Las repercusiones de estas reválidas son, desde detectar a alumnos con […]

Quizá uno de los puntos mas controvertidos de la Ley Wert sea el que se refiere a las evaluaciones externas y su función en el sistema educativo. La nueva ley de educación propone un conjunto de exámenes realizados por profesionales ajenos a los centros. Las repercusiones de estas reválidas son, desde detectar a alumnos con dificultades, pasando por determinar qué alumnos deben estar en las clases de mejora, (en 2º de la ESO estableciendo, ya a los trece años itinerarios educativos diferenciados) a impedir continuar los estudios a un alumno pese a haber aprobado todas las asignaturas.(reválidas de 4º y 2º de bachillerato).

En primer lugar hay que aclarar qué entendemos por «evaluar». Desde la docencia entendemos por evaluar algo no muy diferente a lo que un médico entiende por diagnosticar. En nuestros exámenes, con nuestro tradicional boli rojo o sin el, marcamos lo que está mal, lo que falta, los errores, también subrayamos los aciertos. Indicamos al alumno las vías para obtener lo que esperamos de cada uno de ellos, individualmente.

De la misma forma en que un médico receta una medicación, el profesor aconseja formas de estudiar, de expresarse, etc. Igual que un médico da de alta a un paciente, los profesores consideramos apto a un alumno para que pase de curso. Por el contrario, cuando un médico niega el alta a un paciente es porque considera que podría empeorar si, en su estado, hace vida normal. De la misma forma que un profesor suspende a un alumno porque tiene muy claro que, con los conocimientos y la madurez que en ese momento ha adquirido, el pasar a un curso superior puede suponer un fracaso.

Se trata de diagnosticar lo que anda bien y, cuando algo anda mal proponer una solución.

Pero hay otra forma de entender el término «evaluar». Una empresa «evalúa» un proyecto. Esto quiere decir que establece la viabilidad del mismo siguiendo criterios de rentabilidad, idoneidad de cara a los objetivos propuestos etc.

La Ley Wert ha mezclado ambas acepciones. Los profesores seguiremos evaluando, diagnosticando, pero habrá un grupo de expertos externos a los que se les encargará determinar la viabilidad del alumno. Este sentido de «viabilidad» es el que tienen las evaluaciones externas propuestas en la esta ley. Se trata de valorar si el sistema educativo debe seguir invirtiendo en este joven, establecer, cuanto antes mejor, si este alumno tiene posibilidades como trabajador altamente cualificado o mano de obra barata. En el segundo caso no se le permite seguir sus estudios, se le expulsa, directamente, del sistema educativo.

No se trata de ningunear al profesorado. En realidad las evaluaciones externas cumplen una función muy diferente: hacer efectiva que la inversión educativa sea «rentable», función que ningún profesor aceptaría, por dignidad profesional, realizar.

¿En qué sentido podemos relacionar esto con la actual situación de la sanidad? Imaginemos a un médico evaluando según la acepción expuesta en la LOMCE. Una vez diagnosticada la enfermedad, el médico tendría que analizar la viabilidad del paciente. Un paciente de cierta edad que requiere una operación costosa no será, por lógica, un paciente viable. ¿Qué hacemos? ¿Le damos un analgésico y lo mandamos a casa? Como el profesor, el médico se negará a plantearse algo distinto que no sea cumplir su labor como médico, es decir: determinar las pruebas necesarias para un diagnóstico y el tratamiento mas conveniente.

Por eso es fundamental la gestión privada de los hospitales. Los gestores de los hospitales son los evaluadores externos de la educación. Son ellos lo que decidirán sobre la viabilidad de los pacientes, convirtiendo la opinión del profesional de la sanidad simplemente en un indicativo a tener en cuenta siempre y cuando las cuentas salgan.

Médic@s, enfermer@s y personal sanitario en general así como profesores nos encontraremos con las manos atadas. Un médico solicitará la realización de pruebas a un paciente para determinar su diagnóstico, pruebas que no serán consideradas rentables. Un profesor diagnosticará la necesidad de un apoyo específico a a un alumno. Apoyo que no existirá.

Un médico evaluará la necesidad de una intervención quirúrgica a un paciente que no será realizada, una vez considerada la viabilidad del mismo. Un profesor diagnosticará el paso de un alumno de un nivel educativo al otro que no se producirá, al considerar que no es un alumno en el que merezca la pena seguir invirtiendo.

Y en los hospitales y en los centros educativos sabremos que no podremos realizar el trabajo con el que un día nos comprometimos porque priman otros criterios por encima de nuestra profesión. Por encima están aquellos que determinan lo importante: la rentabilidad de nuestros cuerpos y nuestras vidas.

En este punto no he podido dejar de acordarme de un texto terroríficodel Banco Mundial que cita Miquel Soler.1 Como ejemplo de la rentabilidad de la inversión en educación entre las niñas de Pakistán determina»… es rentable porque produce efectos en la sociedad () que justifican con creces el gasto educativo. El razonamiento es el siguiente: educar a mil mujeres durante un año cuesta 30.000 dólares y, a la vez, aporta los siguientes beneficios: evita 60 muertes de niños que a un costo de 800 dólares cada una significan un ahorro de 48.000 dólares; evita 500 nacimientos, que a 65 dólares cada uno suponen el ahorro de 32.500 dólares; evita también la muerte de tres madres, que a un costo de 2.500 dólares cada una aporta un ahorro de 7.500 dólares. Los supuestos beneficios suman 88.000 dólares, suma muy superior a la inversión de 30.000 dólares, lo que permite al Banco decir que «la relación costo beneficio de esas externalidades de salud y fecundidad se ha calculado aproximadamente en 3:1»

Nuestros cuerpos tienen precio, nuestros sufrimientos se cambian por incentivos, nuestro futuro por monedas.

Porque nosotros, personal sanitario, médicos y profesores, sabemos lo que nos e stamos jugando: SÁBANAS BLANCAS EN NUESTRAS VENTANAS, CAMISETAS VERDES EN NUESTROS CUERPOS.

Nota:

1 Miguel Soler Roca, Dos visiones antagónicas de la educación desde la Atalaya internacional: http://www2.rosasensat.org/files/dos_visiones_antagonicas_de_la_educacion_miguel_soler-2.pdf

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.