Frantz Fanon nació en la isla caribeña de Martinica, pero sus restos descansan en Argelia tras toda una vida en movimiento. Con sólo 36 años había luchado ya en una Guerra Mundial y participado en una revolución. Fue militante en el Caribe, soldado en Europa y revolucionario en África. Su obra escrita, sintética y poderosa, es la mejor muestra de una vida intensa como los huracanes del Caribe y ardiente como las arenas del Sahara.
و طويناه كما يطوى الكتاب
يا فرنسا ان ذا يوم الحساب
فاستعدي وخذي منا الجواب
ان في ثورتنا فصل الخطاب
و عقدنا العزم ان تحيا الجزائر
اشهدوا.. فاشهدوا.. فاشهدوا..
Fragmento del Himno nacional de Argelia
Somos los que combaten por el triunfo del derecho/Por nuestra independencia, hemos ido a la guerra/Nadie escuchaba nuestras reivindicaciones/Las hemos gritado a ritmo del cañón/Y martilladas al compás de las ametralladoras/ Porque hemos decidido que Argelia vivirá/Sean testigos.
Frantz no tiene tiempo. Nunca tuvo tiempo. El reloj corre, y las palabras no solo ocupan lugar, sino que precisan tiempo para llenar el papel. Tiempo, justamente, que no tiene. Su boca gesticula, sus manos se afanan en escribir, como si millones de litros de agua debieran pasar por un pequeño embudo en pocos minutos. Su mente, afiebrada, trata de completar análisis, arrojar conclusiones, de sembrar el camino de lecciones y advertencias para los que después de él sigan peleando.
Es el año 1961 y a Fanon le quedan pocos meses de vida. Lo sabe bien. La salud nunca ha estado en el centro de sus preocupaciones. Desde el regreso de su gira en el Sahara sus energías se deterioran a toda velocidad. Padece de leucemia. Los papeles que desordena son los borradores de la obra que hará las veces de testamento político para los movimientos de liberación de todo el mundo. Su título es lo suficientemente claro: se llamará “Los condenados de la tierra”.
Del Caribe a Europa
Frantz Omar Fanon nació en Fort de France, Martinica, el 20 de julio de 1925. Su familia no tenía un mal pasar económico y, como tantas otras, se encontraba tan alejada geográficamente de la metrópolis francesa como culturalmente distante de la realidad local y la lengua popular, el creol o criollo. Frantz fue el menor de ocho hermanos, y su infancia transcurrió en una sociedad colonial en donde el color de la piel y el “buen habla” se medían con la vara blanca de la sociedad francesa. En un texto de juventud supo recordar que “la burguesía de las Antillas no emplea el criollo, salvo en sus relaciones con los domésticos”.
Con 18 años dejó su hogar de forma clandestina y se enlistó en las Fuerzas de Liberación de Francia para luchar contra la barbarie fascista. Pesaba en él un sentimiento humanista: “cada vez que un Hombre hace triunfar la dignidad del espíritu, cada vez que un Hombre ha dicho no a una tentativa de sometimiento de su semejante, me siento solidario de su acto”. Su hija, Mireille Fanon-Mendès-France, asegura que esta decisión fue el elemento disparador de la conciencia política de su padre.
Inmerso en medio de la guerra, el joven Fanon se verá de frente con el sistema colonial. Los Aliados y los Nazis eran enemigos declarados, pero compartían una civilización y una “otredad”. Sin importar en que ejército peleasen esos “otros”, siempre serían distintos e inferiores a los europeos. En marzo de 1945 el destino de la Gran Guerra estaba casi definido, y las fuerzas aliadas se preparaban para dar a las fuerzas del Eje la estocada final. Mientras las tropas penetraban en territorio alemán, los altos mandos dieron la orden de “blanquear” los batallones. Fanon, quién había recibido una medalla de la Croix de Guerre por su valentía en la Batalla de Alsacia, fue impedido de entrar en Berlín con los ejércitos victoriosos. Él y muchos y muchas de los que con él combatieron, no podían, no debían entrar en La Historia. Eran apenas la mano de obra detrás del telón. Su piel y su origen “no se lo permitieron”. La “civilización” se presentaba en todo su esplendor.
Mientras en Francia se festejaba la derrota del nazismo, el 8 de mayo de 1945, en la ciudad de Sétif cientos de miles de argelinos y argelinas salían a manifestarse contra la colonización. Ho Chi Minh dirá que Francia es un curioso país, “pues si bien es un foco de ideas admirables, cuando viaja no las lleva consigo”. Ese día, la “ilustrada” potencia colonial respondería con una represión que se cobraría la vida de más de 40 mil personas.
Terminada la guerra europea, Fanon volvió a Martinica. Allí fueron a parar muchos de los franceses colaboracionistas que se habían aliado con los Nazis. Los mismos que entregaban aún más prisioneros judíos de los que los propios ocupantes exigían en la Francia de Vichy. Los mismos que irían luego a Argelia y resistirían hasta el último momento su sagrado derecho a la “libertad” de colonizar, a la “igualdad” entre los blancos y a la “propiedad” sobre los territorios de los condenados de la tierra. En su isla natal, Fanon trabajó junto a su maestro de la juventud, Aimé Césaire, en una exitosa campaña que llevaría al reconocido poeta a ser elegido alcalde por el Partido Comunista en la capital Fort-de-France.
Más tarde volverá a Europa para estudiar psiquiatría en la ciudad francesa de Lyon. Su tesis de doctorado fue escrita -y en parte dictada- con ayuda de su compañera Marie-Josephe Dublé, mientras se paseaba frenéticamente por su pequeño cuarto de estudiantes. Llevará como título “Un ensayo sobre la desajenación del negro”. En una de sus reflexiones afirma el joven psiquiatra:
“Hemos conocido, y desgraciadamente seguimos conociendo, compañeros originarios de Dahomey o Congo que se llaman antillanos; hemos conocido y todavía conocemos antillanos que se sienten ofendidos si se les supone senegaleses. Y es que el antillano es más ‘evolucionado’ que el negro de África (entiéndase bien, que está más cerca del blanco).” Estos procesos de alienación y autodenigración serán una constante de su pensamiento, dado que el sistema colonial coloca al blanco como parámetro de humanidad. Su tesis será publicada finalmente en el año 1952, adoptando precisamente el título de “Piel negra, máscaras blancas”.
De Europa al Magreb
En noviembre de 1953 es designado médico en jefe del Hospital Psiquiátrico de Blida-Joinville, a unos cincuenta kilómetros al sureste de la ciudad de Argel, sobre una meseta seca. La mayor parte de la población vive aquí en una franja estrecha que da al Mar Mediterráneo. El resto del territorio es un desierto, tan infernal como hermoso. Hacia 1830 los colonizadores franceses ocuparon esta tierra y colonizaron a su población. Cuando el joven Fanon arribó a Argelia, las tensiones generadas por más de un siglo de colonialismo, racismo y despojo estaban a punto de estallar. Fue en esa tierra extraña y lejana, pero identificable por el impacto de la colonización que tan bien conocía, en donde al decir de Ernest Pipin “Fanon encontró a Fanon”.
La llegada del antillano a Argel la blanc fue todo un golpe cultural. Fanon ignoraba la lengua originaria y desconocía la religión local, pero sospechaba que el dominio colonial presentaba grietas detrás de las blancas paredes deslumbrantes de la ciudad mediterránea. “El árabe es un enajenado en su propia tierra”, reflexionará por ese entonces. Pero también había quiénes se organizaban en la penumbra de la clandestinidad.
Cuando el primero de noviembre 1954 comenzó la guerra de liberación nacional, el joven doctor entró en contacto con las fuerzas independentistas del Frente de Liberación Nacional (FLN). Su vida se escindió entonces en dos personalidades contrapuestas. Aún perseguía los anhelos profesionales que tanto había cultivado, y necesitaba a la vez de un trabajo y un sustento. De día, el psiquiatra trataba a los oficiales de la policía colonial por los traumas generados en las largas sesiones de los “interrogatorios”. Por las noches, entre aquellos pasillos estrechos y laberínticos de Argel, el revolucionario enseñaba a los milicianos independentistas a curar sus heridas, formaba a médicos musulmanes y desempeñaba otras tareas igualmente clandestinas. En aquellos tiempos convulsos y contradictorios, Fanon atendía a los torturadores coloniales en su consultorio y alojaba a los combatientes guerrilleros en su casa.
De esa época también es el poema “Qasaman” escrito por Moufdi Zakaria mientras estuvo en la prisión colonial de “Barbarroja”: Oh Francia, se acabó el tiempo de las palabras / Hemos acabado con ellas como cuando acabamos un libro / Oh Francia, ha llegado el día en que tienes que rendir cuentas / Prepárate, he aquí nuestra contestación / El veredicto, nuestra Revolución lo pronunciará / Porque hemos decidido que Argelia vivirá / Sean testigos. Este llamado a la resistencia se convertiría, una vez lograda la independencia, en el himno nacional de la República de Argelia.
Simone de Beauvoir relata en su artículo “La fuerza de las cosas” que ocho de cada diez atentados fracasaban porque los fedayines, atemorizados, eran descubiertos inmediatamente. Por lo tanto “había que formar a los milicianos; y con el acuerdo de los dirigentes [Fanon] se encargó de ellos. Les enseñó a controlar sus reacciones en el momento de poner una bomba o de lanzar una granada y también qué actitud psicológica y física podría ayudarlos a resistir mejor las torturas.”
El ya comprometido revolucionario no soportó esa doble vida y dimitió de sus funciones en 1956, declarando que no podía curar los traumas de sus pacientes para abandonarlos luego en medio de una sociedad deshumanizante. Las patologías psíquicas eran, para él, consecuencia directa de la dominación colonial. Tras realizar su descargo público fue expulsado sin demora por las autoridades francesas. Arribó clandestino a Túnez, en donde se sumergió de lleno en la organización del FLN. En esos años formó parte del colectivo editorial de El Moudjahid, cuya sede se encontraba en aquel país vecino, enclavado, como Argelia, entre las olas del Mediterráneo y las dunas del Sahara.
Por la revolución africana
Fanon se mueve, inquieto. Recorre la extensión del desierto, y se lanza luego por todo el África. Lo hace en su rol de embajador itinerante del gobierno provisional del Movimiento de Liberación Nacional de Argelia. En virtud de este papel participa en las conferencias de la Unión de Naciones Africanas en Accra, en 1958, y en Túnez, en 1960. Ese mismo año se presenta en la Conferencia de Paz y Seguridad en África, otra vez en la capital de Ghana; también lo hace en la Cumbre de Conakry de 1960; y finalmente en la Conferencia de los Estados Independientes Africanos en Etiopía. En Ghana debatirá con Kwame Nkrumah sus tesis pacifistas. En el Congo advertirá al líder nacionalista Patrice Lumumba sobre los peligros de una independencia pactada con las antiguas metrópolis. De paso por Liberia, y de nuevo en Guinea, conseguirá la solidaridad del presidente Ahmed Sékou Touré, y juntos convencerán a los soviéticos para que envíen armas al frente oeste.
Una de las principales metas de sus escritos africanos era la de promover un panafricanismo radical, opuesto a lo que él consideraba un «panafricanismo de la mente». Este discurso de reivindicación meramente cultural estaba siendo apropiado y diseminado por las burguesías nacionalistas del continente. Fanon, aun con sus diferencias, concordaba con Nkrumah en el proyecto de crear una federación de los «Estados Unidos de África». Y procuraba también construir una «legión voluntaria africana» que diese apoyo a las luchas independentistas en curso.
Mientras recorre el desierto del Sahara en noviembre de 1960, escribe en su bitácora: “A veces vemos una puesta de sol que torna el manto del cielo de un violeta brillante. En estos días encontramos un rojo muy fuerte”. Los atardeceres le traen alivio y dan rienda suelta a sus reflexiones. Su misión es, por ese entonces, abrir un frente meridional en la frontera con Mali. Allí, donde ningún ejército europeo sobreviviría ni una semana, se propone abrir una ruta de suministros desde Bamako, atravesando el desierto para pertrechar a la revolución. De Bamako, en Mali, hasta Monrovia, en la costa de Liberia, recorrerá más de mil kilómetros en un jeep precario.
Ese desierto, letal para los colonialistas, ha sido una vía de comunicación para los pueblos de África y de Asia desde tiempos inmemoriales. En estos paisajes de arena, sol rojo y violáceos atardeceres, la escritura discurre fácilmente. Su vida, sin embargo, empieza a consumirse, como la selva húmeda que supo ocupar esa parte del mundo, y que en pocos siglos desapareció bajo las arenas y el polvo.
Exhausto, y ya en Ghana, un médico amigo le sugiere que se realice algunos análisis. Ambos saben que algo no marcha bien, y que ese agotamiento no viene de los sacrificios cotidianos sino desde su propio interior. De regreso en Túnez un nuevo examen de sangre confirma las sospechas: se trata de leucemia, un cáncer en la sangre. Esa misma noche decide escribir un nuevo libro. Sería el último.
Los meses siguientes son particularmente agitados. Forma milicianos y oficiales del FLN, dirige un centro psiquiátrico en Túnez, atraviesa la frontera cotidianamente y por las noches continúa escribiendo. Viaja a la URSS para recibir tratamiento en una clínica ubicada en las afueras de Moscú. La remisión temporal del cáncer le da una tregua breve para continuar el libro.
“En varias ocasiones había creído que llegaba su última hora; durante una o dos semanas había perdido la vista; a veces tenía la impresión de ‘hundirse en el colchón’ como un peso muerto.” Así lo describe Beauvoir en el artículo donde recuerda sus encuentros con Fanon, Jean-Paul Sartre y Claude Lazmann en Roma. Era la segunda vez que el antillano, ahora devenido argelino, visitaba la ciudad. Esta vez para encontrarse con el célebre filósofo francés que escribiría el prólogo de “Los condenados de la tierra”. De Beauvoir da pistas sobre su estado interior en aquellos tiempos: “Lo vimos antes de que él nos viera; se sentaba, se ponía de pie, se volvía a sentar, cambiaba dinero, cogía sus maletas con gestos bruscos, un rostro agitado, mirando de reojo.”
Fanon se había comprometido a entregar el manuscrito al editor francés François Maspero, quien ya había publicado en 1959 “El V año de la revolución argelina”. En aquel libro acusaba frontalmente a Francia por sus crímenes coloniales en Argelia, por lo que la obra, previsiblemente, fue censurada. Mientras los pueblos africanos obtenían y celebraban sus frágiles y amenazadas independencias, Fanon pensaba en como consolidarlas. Y sobre todo, en cómo hacer de la Revolución Argelina una revolución africana, y de ella, un capítulo de la revolución mundial.
Tres días antes del final, ya en cama y entre el sopor de la enfermedad, llegó a sus manos la primera edición de su libro Les damnés de la terre, impreso de forma clandestina. Finalmente moriría el 6 de diciembre de 1961 en un hospital de Maryland, Estados Unidos, utilizando un nombre falso. Sus restos mortales serían enviados a Túnez.
“Frantz Fanon ha muerto. Supimos desde hace meses que iba a morir, pero teníamos esperanza −contra toda razón−, ya que sabíamos que era tan resuelto y tan esencial en nuestro horizonte de hombre, que algún milagro podría ocurrirle. Y ahora debemos inclinarnos ante lo inevitable.” Esas fueron las palabras de Aimé Césaire ante la pérdida de quién fuera su amigo y discípulo.
Jean Paul Sartre dirá al mundo occidental, mientras se decía a sí mismo: “Europeos, abran este libro, penetren en él (…) Nuestras víctimas nos conocen por sus heridas y por sus cadenas (…) Lean a Fanon (…) Nuestros caros valores pierden sus alas; si los contemplamos de cerca, no encontraremos uno solo que no esté manchado de sangre (…) Europa hace agua por todas partes. “
Cuando sus restos fueron repatriados en medio de la guerra, el FLN decidió sepultarlo con todos los honores en la frontera argelina. Dos pelotones presentaron sus armas armas mientras el ataúd ingresaba al territorio. La ceremonia fue la de un héroe nacional, sin importar que Fanon hubiera nacido al mundo en una pequeña isla del Caribe, al otro lado del inmenso Atlántico.
En El Moudjahid del 21 de diciembre de 1961 pudo leerse: “El bosque es majestuoso, el cielo deslumbrante; la columna se desplaza en absoluto silencio y calma (…) Se pueden escuchar disparos en el valle, más allá por el norte. Muy alto en el cielo vuelan dos aviones. La guerra está ahí, muy cerca. Una procesión de hermanos ha venido a concederle a uno de los suyos su último deseo…”
Intelectual y combatiente. Profesor y psiquiatra. Periodista y diplomático. Panafricanista y revolucionario. Un internacionalista en tres continentes. Guerrero-sílex/ vomitado/ por la boca de la serpiente de los manglares, tal y como lo describiera de forma póstuma un poema de Aimé Césaire. Frantz Fanon pertenece sin duda a todos los pueblos que luchan por su liberación.