Entre las muchas insensateces que se han escrito a propósito de la llegada de Obama a la Casa Blanca, figura en un lugar preeminente la de que su llegada a la presidencia de los Estados Unidos representa el final de la opresión racial y la culminación de la lucha por los derechos civiles de los […]
Entre las muchas insensateces que se han escrito a propósito de la llegada de Obama a la Casa Blanca, figura en un lugar preeminente la de que su llegada a la presidencia de los Estados Unidos representa el final de la opresión racial y la culminación de la lucha por los derechos civiles de los años sesenta. Para cualquier persona que se haya asomado o que viva en los barrios y ciudades de afroamericanos y latinos en California (Oaklad, Compton Richmond, Watts, Barrio Logan, East Los Angeles, etc.) esto no puede ser más que una broma cruel de la burguesía blanca estyadounidense. Las condiciones de opresión, pobreza, encarcelamiento indiscriminado y acoso policial en estos barrios no sólo no han mejorado sino que se han deteriorado desde la llegada de Obama a la Casa Blanca. El desempleo, por ejemplo, afecta de manera desproporcionadamente alta a los afroamericanos sin que se hayan previsto medidas para paliarlo. De manera paralela, la administración Obama ha aumentado el presupuesto y los poderes legales de Janet Napolitano, la secretaria de Homeland Security, para coordinar tanto a la policía de inmigración (ICE por sus siglas en inglés) como a los otros cuerpos de seguridad del Estado federales y estatales en su campaña de acoso y deportación de trabajadores latinos indocumentados.
En una conferencia reciente, Ruth Wilson Gilmore, profesora de Estudios Afroamericanos y fundadora del colectivo Critical Resistance, un grupo de militantes cuyo objetivo es abolir el complejo industrial de prisiones, expresó de manera gráfica la cruel paradoja de la Obama «post-racista»: «a black man in the White House, and a million blacks in the big house» (un hombre negro en la Casa Blanca y un millón de negros en la gran casa -la cárcel-). Desde la llegada de Obama a la presidencia el ritmo de encarcelación de las poblaciones latina y afroamericana no se ha detenido, las cifras son espeluznantes: el 60% de las mujeres encarceladas son latinas, la relación entre blancos y afroamericanos que van a la cárceles y a la universidad es de 1 a 5, las condiciones de salubridad y seguridad en las prisiones son insostenibles, etc.
Esta es la situación que vive a diario la población de color en las calles y las prisiones de Estados Unidos. Las condiciones en la universidad no son mejores: la nueva crisis financiera se está utilizando como excusa para terminar de privatizar el sistema educativo, para negar el acceso a la universidad a las clases trabajadoras y segregar aún más a la población de color. En la Universidad de California en San Diego, donde ejerzo mi actividad docente, la población estudiantil afroamericana sólo alcanza el 1,3 % del total de estudiantes, mientras que los estudiantes latinos representan el 10%, cifras todas muy bajas si se tiene en cuenta que el porcentaje de población afroamericana y latina en San Diego y en California es muy superior. Pero aunque las cifras son reveladoras, lo que no se ve es el efecto perverso que tiene este racismo estructural en profesores, estudiantes y trabajadores del campus: la alienación, el desprecio y el ninguneo que sufren a diario, la falta de espacios propios en una universidad construida de espaldas a la ciudad con la estética de un centro comercial y con propósitos consciente o inconscientemente segregacionistas.
Pero a veces las cosas estallan… el pasado 16 de febrero un grupo de estudiantes de una fraternidad, mayoritariamente blancos, organizó una fiesta parodiando el mes dedicado a la historia afroamericana. En las instrucciones que aparecen en Facebook se pide que los chicos se disfracen como criminales de un gueto, que se pinten la cara de negro, vayan con pantalones amplios como los dealers de los suburbios y pistolas de plástico. A las chicas se les pide que lleven ropa barata, dientes de oro y que empiecen peleas dramáticas, las instrucciones son igual de racistas y clasistas que las de los chicos, pero con una buena dosis de misoginia añadida. La fiesta se llama: Compton Cookout y por si quedara alguna duda los organizadores concluyen que es «un encuentro mostruoso». Compton es una ciudad en el sur de Los Ángeles de población mayoritariamente afroamericana y latina de clase trabajadora que vive con toda la dignidad que se lo permiten las estructuras racistas y clasistas descritas arriba. Los estudiantes de la Unión de Estudiantes Negros (BSU por sus siglas en inglés) protesta enérgicamente por la fiesta de tintes racistas. La administración reacciona tímidamente con un comunicado de condena, pero afirma que no puede hacer nada porque la fiesta tuvo lugar fuera del campus.
El 18 de febrero el programa de televisión Koala TV (un colectivo de estudiantes blancos conocido y tolerado por las autoridades universitarias a pesar de su racismo, clasismo y misoginia) eleva la tensión en un programa en directo en el que se utilizan apelativos racistas y se acusa a los afroamericanos de ser unos desagradecidos. La grabación del programa desaparece, pero en la oficina de Koala se encuentran notas escritas en las que se alude al linchamiento de negros. Estalla la rebelión, los estudiantes de la BSU y sus aliados ponen a la canciller de la universidad contra las cuerdas y le exigen cambios estructurales inmediatos para solucionar la situación de discriminación y segregación que experimenta la población de color en el campus.
Fuera de Estados Unidos -particularmente en Europa- estos incidentes tienden a ser ignorados o descartados como parte del discurso de lo «políticamente correcto» y sus sensibilidades extremas. En mi opinión, esto sucede porque Europa sigue negando su pasado colonial y sus complicidades con el tráfico de esclavos, pero también porque el multiculturalismo empresarial ha cooptado los canales mediáticos y las luchas de la población de color a través de sus políticas liberales de diversidad y mercantilización de la diferencia. No obstante, hay que decir alto y claro que las parodias y shows cómicos de blancos pintados de negro -que por cierto se pueden seguir viendo en las televisiones españolas- pertenecen a una tradición racista -el mistrel show- importado de Inglaterra a Estados Unidos en el siglo XIX. Estos shows no eran un síntoma de la esclavitud y el racismo segregacionista, sino también su necesaria condición de posibilidad, puesto que el objetivo era exagerar ciertos rasgos fenotípicos de la población afroamericana para transformarlos en sujetos infrahumanos y justificar así su opresión y explotación. La violencia simbólica es violencia, su reproducción en el presente sigue afectando a quienes son objeto de esta estereotipación.
Pero veamos cómo se desarrollan los hechos con esta distinción entre el multiculturalismo de los de arriba y las luchas de la población de color desde abajo. La universidad reacciona como lo que es, una corporación, con una campaña de publicidad bien orquestada individualizando y psicologizando el problema y repartiendo chapitas con mensajes del tipo «paremos el racismo en nuestra comunidad». La vicecanciller de asuntos estudiantiles, Penny Rue, actúa como si fuera la primera vez que oye hablar del problema. No es verdad, el Concilio Chicano y varios informes de estudiantes y profesores llevaban años alertando a la administración del deterioro de las relaciones raciales en el campus. Además de la campaña de publicidad, la administración organiza una sesión de terapia colectiva para «enseñarnos a ser tolerantes», aunque en realidad el objetivo es controlar la situación y recuperar su prestigio (multiculturalismo mercantil).
Sin embargo los estudiantes no aceptan el formato de la sesión (altamente controlada por la administración) ni la reducción del racismo a un problema de unos cuantos individuos blancos mal informados, no se conforman con reparaciones simbólicas. El eslogan que lucen en sus camisetas es muy claro: «real pain, real change» («el dolor real exige cambios reales», una curiosa reformulación del eslogan de Obama). Cuando les llega el turno a los estudiantes de la BSU, con la mayor dignidad del mundo anuncian que no piensan participar en la farsa organizada por la universidad y nos invitan a salir a la calle para celebrar nuestra propia sesión de protestas. En la calle miles de estudiantes y una buena representación de profesores experimentamos un momento catártico: uno tras otro profesores y estudiantes de color no sólo de San Diego, sino de todo el sur de California, denuncian la historia racista y segregacionista de la universidad y exigen cambios reales, es decir, le piden a la universidad que invierta sus recursos en las poblaciones de clase obrera de color de la ciudad, le exigen que deje de servir a la industria militar y a la «comunidad de los negocios» y comience a invertir en las poblaciones más desfavorecidas.
Los estudiantes de la BSU han presentado sus demandas, la administración de la universidad, del Estado y del país deben recordar, ahora más que nunca, las palabras que escribió el doctor Martin Luther King en la cárcel de Birmingham, en 1963, cuando luchaba contra la segregación de la población de color: » Injustice anywhere is a threat to justice everywhere» («la injusticia en cualquier parte es una amenaza para la justicia en todas partes»).
* Para las y los estudiantes de la BSU y sus aliadas y aliados por la lección de dignidad y coherencia política que nos han brindado.
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