Durante los últimos diez años, Estados Unidos ha sido testigo de quizás la mayor transferencia de riqueza en la historia. Las rebajas de impuestos de Bush en 2001, que supuestamente deben expirar en 2010, representan una enorme bonanza de una década para el 2 por ciento más rico de la población, en especial para el […]
Durante los últimos diez años, Estados Unidos ha sido testigo de quizás la mayor transferencia de riqueza en la historia. Las rebajas de impuestos de Bush en 2001, que supuestamente deben expirar en 2010, representan una enorme bonanza de una década para el 2 por ciento más rico de la población, en especial para el 0,001 por ciento más rico. El 98 por ciento restante recibió algún beneficio como consecuencia de las rebajas tributarias de Bush (modesto para la alta clase media, exiguo para la clase media, ninguno para los pobres). Adicionalmente, en momentos en que los jornales y salarios se estaban estancando para la vasta mayoría, la compensación para los ejecutivos de corporaciones, administradores de compañías inversoras de riesgo y otros entre los pocos privilegiados ascendían en flecha. Mientras tanto, se recortaban los programas sociales de ayuda a los pobres y los enfermos y la infraestructura básica del país estaba enclenque de fondos.
El resultado fue que para 2008, la desigualdad económica en Estados Unidos llegó a su punto más alto desde 1928. Y durante toda la década, los puentes derruidos y los diques arcaicos sembraron la muerte entre los norteamericanos, desde Minnesota a Luisiana. Además, el desmantelamiento general de regímenes regulatorios, desde la seguridad minera hasta la perforación en aguas profundas y su reemplazo por políticas que permiten que los negocios definan y pongan en práctica sus propias reglas, prepararon el camino para desastres tales como el derrame de petróleo de BP en este año.
Ahora, casi dos años después de iniciarse la presidencia de Obama, se avecina una batalla que podría ayudar a definir la frontera a menudo difusa que separa al Partido Demócrata del Republicano. En medio de crecientes preocupaciones acerca del déficit presupuestario, la administración Obama está proponiendo permitir que caduquen las rebajas tributarias de Bush, pero solo para aquellos que ganan más de $200 000 al año (para un individuo) o $250 000 (para una pareja). Este grupo es aproximadamente el 2 por ciento de todos los que reciben ingresos y el impuesto incrementado ahorraría al gobierno más de $800 mil millones durante los próximos diez años. Para este alto rango de ingresos, la tasa de impuestos aumentaría solo 3 por ciento (de 36 a 39 por ciento), y se aplicaría solamente a ganancias por encima del límite de $200 000/$250 000. Esto es menos de la mitad de la máxima tasa tributaria (80 por ciento) que prevalecía en los buenos tiempos de la década), cuando un presidente republicano, Dwight D. Eisenhower, ocupaba la Casa Blanca de 1950. Por tanto, en todo caso, a los muy ricos les seguiría yendo, muy pero muy bien bajo el «socialista» Obama.
Pero incluso este modesto incremento de la carga tributaria para los muy ricos es demasiado para los republicanos en el Congreso, y están jurando oponerse hasta la muerte. Quizás en un intento por parecer flexible, el Líder de la Minoría en la Cámara de Representantes, John Boehner, ha dicho que votaría a favor de una ley que extendiera los recortes tributarios a los que ganan menos de $200 000/$250 000 tan solo si no le quedara otra opción.
Pero la Cámara de Representantes, donde los demócratas poseen una enorme mayoría, no es el problema. La verdadera batalla será en el Senado, donde la minoría republicana puede utilizar un procedimiento parlamentario (el filibusterismo) para bloquear cualquier legislación propuesta por los demócratas. Por tanto, los senadores republicanos (junto a algunos demócratas flojos de piernas) pudieran estar en posición de mantener una legislación que continúe las rebajas de impuestos para el 98 por ciento que es rehén de su demanda de que el 2 por ciento continúe recibiendo los ricos beneficios de que Bush les confirió.
El asunto está hecho a la medida para los demócratas. En un año electoral difícil para el partido, los demócratas necesitan presentar muy en claro las diferencias que los separan del Partido Republicano. Los demócratas tienen que luchar por los intereses del 98 por ciento, mientras señalan con insistencia que el Partido Republicano representa los intereses del 2 por ciento, incluso a expensas del 98 restante. Los demócratas tienen que presentar con fuerza el hecho de que los $800 mil millones que irían a parar a manos de los muy ricos si los republicanos se salen con la suya serían más beneficiosos si se gastaran en reparar la desintegrante infraestructura de EE.UU. y en poner a trabajar de nuevo a los 20 millones de norteamericanos desempleados y subempleados. Si los demócratas puedan unirse en este esencial tema de clase y justicia, se vería que existe al menos alguna diferencia entre los dos partidos.