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Historia de un víctima palestina de la matriz de control israelí

Fuera de la cárcel

Fuentes: Haaretz

Traducido para Rebelión por LB

Estos días Osama se despierta temprano cada mañana y sale a trabajar en su bien cuidado jardín. Después se va a dar un paseo. Le cuesta quedarse en casa. «Me resulta difícil quedarme mirando a las paredes», dice. Tiene 45 años, 19 de los cuales los ha pasado encerrado entre paredes, pernos y cerraduras. Hace diez años, cuando nos presentaron por primera vez a través de las cartas que me escribió desde la cárcel, utilizando tinta verde y un hebreo excelente, escribió que soñaba con poder llevarse a su otro corresponsal, un muchacho llamado Hagai Matar, a dar un paseo a caballo alrededor de su pueblo.

Desde entonces Matar ha crecido -antes era objetor de conciencia y ahora es un periodista que trabaja en el semanario Ha’ir– y Osama Barham ha dejado la cárcel y ha vuelto a entrar en ella. Los israelíes lo pusieron en libertad este pasado verano y volvimos a encontrarnos esta semana. «Tienes buena pinta», le dije mientras nos abrazábamos. «Me tiño el pelo», me dijo.

La casa de la aldea tiene mejor aspecto de lo que tenía antes y Osama está más musculoso. En el tiempo transcurrido ha tenido lugar otra Intifada y la retirada israelí de la Franja de Gaza. La primera vez que los israelíes lo soltaron de la cárcel me invitó a una gran fiesta que organizó su familia. Participó todo el pueblo. Me pareció extraño que una persona a la que Israel acusa de militar en la Jihad Islámica se tome la molestia de invitar a un israelí a sentarse a su lado. «Durante cinco años me habéis estado diciendo que formo parte de la Jihad y durante cinco años os he dicho que no lo soy», me escribió una vez desde la cárcel. Más tarde me invitó a almorzar en su casa con mis hijos.

En mayo del 2000 viajamos juntos para cubrir el Día de la Nakba en el campamento de refugiados de Balata, cerca de Nablús. Juntos vimos a la «Pantera Negra», Ahmed Tabuk, que disparó a 43 colaboradores palestinos en las rodillas, de pie sobre un escenario y disparando tiros a diestro y siniestro. Desde entonces a Tabuk lo asesinaron, la Intifada ha remitido y Osama desapareció de mi vida.

En diciembre del 2000 visitamos una tienda de ropa del centro de Nablús, propiedad de un amigo íntimo suyo, Sa’ad al-Kharouf, que vendía camisetas de Oslo. Charlé con Al-Kharouf en alemán. Poco después, Al-Kharouf pasó la noche en casa de Osama. A altas horas de la noche una llamada telefónica les arrancó de la cama para ayudar a un amigo que decía estar «atascado» en una carretera de Cisjordania con el cuñado de Osama. Cuando llegaron al lugar se hizo evidente que habían caído en una emboscada del ejército israelí. Los israelíes mataron al vendedor de ropa e hirieron de gravedad al cuñado de Osama. Ellos sospechan que los israelíes organizaron la emboscada para asesinar a Osama, pero mataron a su amigo e hirieron a su cuñado. Osama pasó a la clandestinidad y desapareció.

Osama, en situación de busca y captura, permaneció oculto durante tres años. Durante todo ese tiempo no oí una palabra de él. En octubre de 2003 los israelíes lo capturaron en una tienda de Ramallah. Tres soldados israelíes disfrazados lo arrastraron fuera de la tienda apuntándole a la cabeza con una pistola. Trató de defenderse diciendo que no era Osama Barham, pero fue en vano. Su fotografía, que los israelíes habían distribuido entre sus chivatos de Ramallah, lo delató. Cerca de un año más tarde, en diciembre del 2004, sonó mi teléfono. «Tengo juicio mañana. Por favor, ven. Me gustaría verte», me dijo desde una cárcel de Ramallh utilizando un teléfono celular de contrabando.

El juicio en la prisión de Ofer fue sólo otra farsa rutinaria en los tribunales militares israelíes. El juez tenía acento francés, el fiscal acento ruso y confundió al acusado con un testigo, y el guardia de la prisión era etíope. Osama era el único nativo de esta tierra. Intercambiamos miradas mudas a través de los barrotes. La fiscalía ofreció a Osama nueve años de cárcel si se declaraba culpable, pero él se negó. «Ni cincuenta cadenas perpetuas harán que me declare culpable». Se declaró inocente. «¿Cómo es posible que antes yo fuera comunista y ahora me acuse usted de ser un destacado comandante de la Jihad Islámica?»

Entre otros cargos destacaba por su gravedad el de posesión de explosivos. Osama negó la acusación y fue condenado a sólo cinco años, una pena sustentada en la dudosa información facilitada por un preso llamado Hassan Fatfata. Esta era la enésima detención de Osama tras haber sido el más veterano de los detenidos administrativos, con decenas de extensiones y seis años encerrado sin juicio en una cárcel israelí.

La primera vez que los israelíes lo detuvieron fue durante la primera Intifada, cuando Osama tenía 15 años. Después de que un soldado israelí lo golpeara por no llevar encima la tarjeta de identificación, mientras que su padre, un respetado director de escuela, soportaba las maldiciones y humillaciones del militar israelí, el joven Osama decidió pasar a la acción. Colgó una bandera palestina en un poste de electricidad y fue detenido. Desde entonces su vida ha sido un constante entrar y salir de cárceles israelíes. La cuestión de su participación en la Jihad Islámica sigue siendo un misterio. Pero él nunca cortó los lazos con sus amigos israelíes, entre ellos la doctora Anat Matar (la madre de Hagai Matar), de la Universidad de Tel Aviv -«mi amiga Anat», la llamaba Osama en sus cartas- y la abogada Tamar Peleg-Shrick, que era como una madre para él.

Osama se ha manifestado en contra de la violencia en más de una ocasión. En 1999, mientras permanecía en detención administrativa, me escribió desde la cárcel: «Quiero preguntar a la sociedad israelí una cuestión humana básica que resuena en mi cabeza: ¿Por qué estamos en la cárcel? ¿Cuántos años vamos a permanecer en la cárcel en base a cargos misteriosos y arbitrarios?»

Osama proviene de uno de los hermosos y antiguos pueblos de Samaria. Una vez más nos sentamos como lo hacíamos en el pasado, en el jardín, a la sombra de la higuera. Hacía 8 años que yo no había vuelto aquí. Los niños, Layat, de 8 años, y Hanin, de 7, que nacieron cuando él era prófugo y crecieron sin padre, regresan de la escuela. Durante las primeras semanas posteriores a su liberación Hanin no permitía que su padre la tocara. Durante sus últimos cinco años de prisión los israelíes solo le permitieron a su esposa visitarlo tres veces. Cinco años sin poder llamar a casa por teléfono y sin recibir apenas visitas.

Cuando recibía una visita no le decían qué miembro de su familia había fallecido. Sólo tras ser puesto en libertad supo que su tío había muerto. El padre de Osama murió en 1996 en un accidente de tráfico cuando se dirigía a visitarlo a la cárcel de Ketziot. En cierta ocasión su enfermiza madre se sintió mal mientras se encontraba visitándolo. Los guardias de la prisión retuvieron sus medicinas y Osama temió perderla a ella también.

La madre, Najiya, se ha pasado los últimos 18 años viajando por las cárceles de Israel. En la década de 1990 los israelíes detuvieron simultáneamente a cinco de sus hijos, acusándolos de pertenencia a diferentes grupos resistentes. Ahora, por primera vez desde 1980, todos están en casa. Osama dice que no conoce a los jóvenes en la aldea. A veces detiene a un joven en la calle y le pregunta quién es su padre.

El sol de otoño inunda el patio con una luz brillante. «Respete mi experiencia», le espetó Osama a su interrogador durante su último interrogatorio, tras pasar 14 días sin dormir. «¿Tiene usted 24 años? Pues yo ya sufría interrogatorios antes de que usted naciera». Cuando el interrogador le ofreció café y tarta, Osama los rechazó educadamente. Sabe que es probable que el servicio de seguridad israelí, el Shin Bet, muestre a sus compañeros una fotografía suya bebiendo café en compañía de su interrogador con el objeto de desacreditarlo. «Desde las ocho de la noche hasta las seis de la mañana no le dije ni una sola palabra excepto que mi nombre es Osama Barham, y gané».

Osama se ha convertido en un exitoso agente inmobiliario. Se ha hecho vegetariano y trabaja todos los días. En la cárcel cierto día los israelíes les dieron un pimiento para que se lo repartieran entre ocho reclusos en el desayuno. Osama arrojó el pimiento al carcelero israelí y lo castigaron con régimen de incomunicación. Su última condena fue su primera como hombre de familia con esposa y dos hijos. Dice que es mucho más difícil estar en la cárcel cuando afuera aguardan esposa y niños pequeños. Afirma que hay presos palestinos que no han recibido una llamada telefónica o una visita en siete años. Recuerda a un preso al que los israelíes condenaron a 26 años y que no había visto a su hijo en 12 años. Cuando ambos se reunieron en la cárcel después de que el hijo también fuera detenido, el padre le hablaba como si se estuviera dirigiendo a un niño, dice Osama.

Cada dos o tres meses los israelíes transferían a Osama a otra prisión. Al cabo de tres años le permitieron a abrazar a Hanin por primera vez. Layat estalló en lágrimas cuando los carceleros israelíes no le también a él abrazar a su padre. «¿No tiene usted hijos?», le preguntó Osama al carcelero. Por el teléfono a ambos lados del panel de vidrio a través del cual los detenidos hablan con sus visitantes, Osama trató de calmar a su hijo. «¿Por qué no me dejan entrar?», preguntaba el niño, y su padre le respondió: «Ya eres un hombre y los israelíes te tienen miedo». Cinco años tenía Layat.

En junio, cuando su sentencia tocaba a su fin, Osama advirtió a su esposa que no dijera los niños que estaba a punto de salir en libertad. No es raro que tras el cumplimiento de una condena el Shin Bet la amplíe mediante una detención administrativa. Hasta el último momento uno nunca está seguro de que lo vayan a liberar. Es difícil incluso llevar una cuenta atrás en condiciones. Por si las moscas, Osama mandó decir a sus amigos que lo liberarían en octubre. Cuando finalmente lo soltaron en junio, cientos de vecinos de la aldea acudieron a esperarlo junto al puesto de control.

En el curso de su condena Osama llegó a conocer hasta 72 miembros del Parlamento palestino a los que los israelíes habían encarcelado con él. A fecha de hoy, 45 miembros del Consejo Legislativo Palestino están presos en las cárceles israelíes, la mayoría de ellos sin juicio. Sin embargo, Barham es reacio a involucrarse en política. «No existe una sola organización palestina que sea honesta», dice. «Todos son corruptos y nadie está contento. La gente de Fatah no está contenta con lo que está pasando en Fatah, y la gente de Hamas no está contenta con lo que está pasando en Hamas, y nadie está contento con lo que ocurrió en Gaza. Pero a la gente le da miedo hablar. Yo no tengo miedo de hablar».

¿Qué es lo que ha cambiado?

«Todos se han convertido en mendigos. Como la Autoridad Palestina pide limosnas, la cosa se hizo normal. Eso es lo que más me perturba. Hubo un tiempo en el que la gente moría de hambre y sin embargo rehusaba pedir caridad. Ahora ven mendigando a la AP y piensan que todo el mundo puede hacer lo mismo. Hace quince años un ladrón era un ladrón. Ahora es un héroe. Todo el mundo habla de dinero, dinero, dinero. Todo el mundo tiene miedo de que la Autoridad Palestina se colapse y no haya dinero. Sólo dinero. Intercambia 20 palabras con alguien y 15 de ellas serán sobre dinero».

«Hubo un tiempo en que la gente estaba dispuesta a luchar por ideas. Ahora lo único que cuenta es el dinero. Nos estamos deteriorando a marchas forzadas y hemos tocado fondo. Ojalá tuviéramos una organización como Hezbollah. Hezbollah tiene instituciones, verdad, genuina preocupación por las familias que han perdido a alguno de sus miembros miembro. Aquí ya no hay nada sagrado para nadie. Nadie se atreve a criticar, nadie reflexiona, nadie está dispuesto a reconocer sus errores. Ni Fatah, ni Hamas ni ninguna otra organización. Tampoco vosotros estáis muy lejos de esa situación. También entre vosotros lo único que cuenta es el dinero. Os avergonzáis de ello. Y la persona que más odio en vuestro lado es [el Presidente del Likud Benjamin] Netanyahu, que siempre habla como si estuviera encima de un escenario. Avraham Burg es el único que comprende que habéis tomado un mal camino y por eso se hizo con un pasaporte extranjero. Ami Ayalon también comprende la situación».

«Si los israelíes supieran lo que pasa en los territorios [ocupados] se les romperían todos los esquemas. Mira lo que le pasó a [la activista de la paz] Tali Fahima, una derechista que una vez fue allí de visita [y a la que luego declararon culpable de ayudar a los militantes de las Brigadas de los Mártires de Al-Aqsa]. Nosotros, lamentablemente, no apelamos al público israelí. En lugar de hacer llamamientos a los Estados Unidos y a Europa, deberíamos haber apelado a la opinión pública israelí, que es la que en última instancia decide. Un puñado de cámaras habrían cambiado la opinión del público israelí. Bastaría con que los israelíes pudieran ver el gran rodeo que hemos tenido que hacer debido a los retenes militares sólo para llegar a la aldea».

Fuente: http://www.haaretz.com/hasen/spages/1043714.html