Hace algunos años, durante la asamblea anual de la Organización de Colonias Americanas, ya George Bush había expresado lo mismo aunque con otras palabras: «Algún día llegará a Cuba la ola de la libertad». Hoy vuelve el presidente estadounidense a reiterar su vieja letanía pero, ya que no a un tsunami, apela al propio Dios […]
Hace algunos años, durante la asamblea anual de la Organización de Colonias Americanas, ya George Bush había expresado lo mismo aunque con otras palabras: «Algún día llegará a Cuba la ola de la libertad». Hoy vuelve el presidente estadounidense a reiterar su vieja letanía pero, ya que no a un tsunami, apela al propio Dios para que ponga remedio a sus males: «Un día, el buen Dios se llevará a Fidel Castro».
No se explica entonces la desconfianza del presidente estadounidense en la eficacia para el fin propuesto de la naturaleza y del propio Dios, cuando en estos mismos días reconocen haberse asociado hasta con la mafia (con la otra) con tal de corregir la desidia divina y la natural evolución.
George Bush, en cualquier caso, sólo es el último gran hipócrita y criminal de guerra desairado por Dios y por la naturaleza.
Eisenhower también pronosticó hace 45 años la ola liberadora que restituyera a Batista en Cuba y la ola se llevó a Eisenhower. Y el buen Dios y Fidel le dijeron adiós mientras erradicaban el analfabetismo en Cuba.
Vino después J.F.Kennedy, augurando nuevas y libertarias olas a las que, incluso, por aquello de ayudar al mar, hasta les buscó una cochina playa por las que romper, pero otras olas, que 40 años más tarde todavía no han sido esclarecidas, acabaron ahogando a Kennedy en Dallas. Y el buen Dios y Fidel escribieron su responso mientras multiplicaban los panes y los peces.
Johnson tomó el relevo en los pronósticos meteorológicos y predijo la llegada a Cuba del maremoto redentor que la devolviera al pasado esplendor de casinos y casas de putas, pero la ola, otra vez, equivocó el rumbo y se llevó a Johnson. Y el buen Dios y Fidel lo vieron partir mientras levantaban escuelas y hospitales.
Nixon, para no ser menos, también anunció el arribo a Cuba de la ola de la libertad que restituyera los derechos de los gansters en La Habana, pero pasó la ola y el que se ahogó fue Nixon. Y el buen Dios y Fidel lo despidieron mientras extendían la solidaria cooperación cubana por todo el mundo.
Llegó Gerald Ford y advirtió la inmediata presencia en la isla de una ola redentora que la recuperase para los tantos delincuentes barridos por la historia y por Fidel pero, antes de que terminara de hacer sus climatológicos pronósticos, el tiempo y el agua se llevaron a Ford. Y el buen Dios y Fidel le mandaron flores mientras ponían en marcha una escuela de medicina gratuita para miles de estudiantes latinoamericanos sin recursos.
Jinmy Carter también apeló a la ola de la libertad que rescatara a Cuba de la ignominia del derecho, la educación y la salud pero, de nuevo, la ola se llevó a Carter. Y el buen Dios y Fidel, guardaron un minuto de silencio mientras reducían el índice de mortalidad infantil en la isla a porcentajes inferiores a los de sus vecinos.
Ronald Reagan, no conforme con pronosticar las libertarias olas sobre Cuba, hizo lo indecible por ayudar al mar en su trabajo, pero el mar, otra vez dispuso el mismo rumbo y se llevó a Reagan. Y el buen Dios y Fidel ni siquiera sacaron sus pañuelos ocupados, como estaban, en extender sus campañas de vacunación por Cuba y el mundo.
Vino George Bush I, padre del actual incumbente, y anunció la llegada de la ola de la liberación a Cuba. En la espera, la ola terminó por llevárselo a él. Y el buen Dios y Fidel le enviaron sus condolencias mientras garantizaban a la infancia su derecho a la vida y a la dignidad.
Bill Clinton, no se quedó atrás y, desde que asumió el gobierno y la becaria, predijo el arribo a Cuba de la ola libertaria. Ocho años esperó la ola pero, cuando ésta llegó, el que resultó ahogado fue Clinton. Y el buen Dios y Fidel pasaron la página mientras persistían en su empeño de construir una sociedad más justa, más libre, más igualitaria.
Por ahí anda, todavía, George Bush II, el hijo de su padre, procurando maremotos por el mundo, anhelando la ola que, finalmente, haga de Cuba otra burdel… pero la ola, la que vendrá, la única posible, la que el buen Dios, que en vano invoca, ya le está preparando, será la que también barra con el actual presidente estadounidense y termine por ahogar este maldito «viejo orden» que tiene en George Bush su primer y principal mentor. Y entonces, el buen Dios y Fidel, como buenos compadres, cogidos de la mano y rodeados de pueblo, saldrán a cantar y bailar son por el malecón de La Habana.