Traducido del inglés para Rebelión por S. Seguí
Como era de prever, la coincidencia de toma de posesión de Barack Obama con el aniversario de la muerte de Martin Luther King trae a la mente una relación entre ambos personajes. Muchos están utilizando la elección de Obama como constatación de la realización del sueño [de King]. Otros murmuran afirmaciones sobre unos Estados Unidos post raciales. Tengo la impresión de que King, si viviera, rechazaría toda esta cháchara. Si bien el propio Obama, cuando le preguntaron a quién pensaba que hubiera apoyado King en estas elecciones, afirmó: «a ninguno», es posible que King hubiera dado su apoyo a Obama.
King era un político de bajo nivel, aunque menos en el momento de su asesinato. Ahora todos apreciamos a King, pero al final de su vida no era tan popular. Los activistas jóvenes lo criticaban y lo llamaban cosas como «El Señor», burlándose del lugar preferente que tuvo en las políticas de derechos civiles. El presidente Lyndon B. Johnson y toda una serie de funcionarios gubernamentales, locales y nacionales, lo criticaron públicamente cuando se manifestó contra la guerra de Vietnam. King no agradó a todos cuando, en vísperas de su muerte, se manifestó por las calles de Menfis con los basureros en apoyo a la huelga de éstos en demanda de salarios justos y respeto. En realidad, fue abucheado, incluso por algunos negros.
Es evidente que ahora todos amamos a King, pero hubo un tiempo en que la gente le dio la espalda, a él y a su mensaje.
Siempre ha sido preocupante ver cómo la misión y el mensaje de King quedaban reducidos al eslogan «I have a dream» ( Tengo un sueño ) que forma ya parte de la cultura popular. Se lo enseñan a los niños en las guarderías, y éstos lo llegan consigo todas sus vidas. Pero todos los sueños no son iguales, y pueden interpretarse de diferentes maneras. Y algunos sueños son pesadillas, o se vuelven pesadillas para otras gentes.
Antes de que se convirtiese en un atolladero, la guerra de Vietnam fue un sueño del establishment político estadounidense. Exactamente un año antes de su asesinato, King, haciendo caso omiso del peligro que para él significaba, desafió a su gobierno e hizo pública su ruptura con la política imperial estadounidense. En la iglesia de Riverside, en la ciudad de Nueva York, el 4 de abril de 1967, (1) King vinculó la explotación interna de los afroamericanos con «la mortífera arrogancia occidental que ha envenenado la atmósfera internacional durante tanto tiempo.»
En este discurso, titulado «Beyond Vietnam: A Time to Break Silence» (Mas allá de Vietnam. Tiempo de romper el silencio) King afirmaba: «Llega un momento en que el silencio es traición…», y más adelante dice «Supe que nunca podría volver a alzar mi voz de nuevo contra la violencia de los oprimidos en los guetos si antes no lo hacía para hablar con claridad contra el que es hoy el mayor abastecedor de violencia del mundo: mi propio gobierno.»
La acusación de King es tan cierta hoy como lo era hace más de 40 años.
Estados Unidos sigue siendo el mayor abastecedor de violencia del mundo. Y el silencio sigue siendo traición. Pero vayamos un poco más allá del silencio. La inacción es otra traición. El cambio no es sólo unas elecciones en noviembre y una toma de posesión en enero. Tiene que ver con hacer algo apreciable en favor de un mundo más pacífico. Es evidente que el cambio de la propia perspectiva y manera de mirar las cosas es positivo. Pero el truco está en hacer que nuestras acciones estén a la altura de nuestras ideas.
Hay un arco, y la gente y los acontecimientos están vinculados el arco.
Así pues, este año deberíamos honrar a Martin Luther King de manera activa. Deberíamos comprometernos a organizarnos contra la política estadounidense de violencia e imperio. El movimiento anti guerra debería presionar a Obama para que se retirase de Iraq y Afganistán. E igualmente importante, en particular entre el horror impuesto al pueblo de Gaza, un movimiento pacifista más amplio debe también crear una presión económica y política real contra los actos inmorales y criminales de Israel contra los palestinos. Este Día de King debería ser el comienzo de un impulso organizado para la desvinculación de Estados Unidos de Israel.
Si se analiza, la política exterior de Estados Unidos hacia Palestina ha sido una política segregacionista o de apartheid . En su libro de 2006, titulado Palestina, paz no apartheid , el ex presidente Jimmy Carter equiparaba la ocupación de la tierra palestina por Israel y la represión del pueblo palestino, tanto dentro de Israel como en los territorios ocupados, al estado de apartheid que existió en Suráfrica antes de 1991. Apartheid significa separación. Y es indiscutible que el sionismo, ideología oficial de Israel, se basa en la separación o segregación religiosa y étnica. Un Estado que se califica a sí mismo de judío -es decir, un estado que trabaja por y para un único grupo de personas- no puede ser también un estado democrático y secular en el que las personas de cualquier religión u origen étnico sean tratadas indiscriminadamente. Un Estado judío que nunca ha definido sus fronteras, que ha anexionado y ocupado territorios, burlándose del Derecho Internacional y sometiendo a la población indígena a la pobreza, la indignidad, el robo, la tortura y la muerte, no es sólo un estado colonialista, es también racista. Como me hizo observar un caballero palestino: «Los negros estadounidenses fueron considerados infrahumanos, en otra época. Los palestinos no son considerados humanos en absoluto.»
Pero Israel no podría haber perseguido ninguna de estas políticas sin el firme apoyo financiero y político de Estados Unidos. No es ningún secreto que Israel es el mayor beneficiario de ayuda estadounidense en todo el mundo. Recibe de Estados Unidos más de 15 millones de dólares al día, lo que equivale a cerca de 6.000 millones por año, según la mayor parte de las estimaciones. Los cazabombarderos F-16 y los helicópteros Apache que han arrojado centenares de bombas y misiles sobre Gaza son de fabricación estadounidense, entregados al gobierno israelí. Todos y cada uno de los contribuyentes estadounidenses subsidian el apartheid israelí.
La desvinculación puede no coincidir con la postura de muchos de los líderes negros elegidos (entre otros, del propio grupo negro – Black Caucus – del Congreso), pero no va en contra de lo que defendió, y por lo que murió, Martin Luther King, ni se opone tampoco a sus seguidores, los excluidos y oprimidos.
Durante toda mi vida, la política del pueblo negro se ha alineado con los pueblos oprimidos de otras naciones. Malcolm X apoyó a Fidel Castro y al pueblo cubano tras la salida del dictador respaldado por EE UU Fulgencio Batista, y con él de todo el crimen organizado y los delincuentes corporativos estadounidenses que explotaban al pueblo cubano. Los habitantes de Harlem acogieron a Castro con afecto y se manifestaron para darle la bienvenida durante su estancia en el Hotel Teresa, en 1960, porque él deseaba «estar entre los trabajadores.»
Muhammad Ali forma parte ahora del patrimonio nacional, pero no lo era cuando abandonó su nombre de Cassius Clay y afirmó: «A mí ningún vietnamita me ha llamado nunca ‘nigger’.»
Los estadounidenses adoran ahora a Nelson Mandela, pero era un terrorista cuando lideraba Umkhonto we Sizwe ( Lanza de la Nación ), brazo armado del African National Congress. Por esta razón fue recluido en la prisión de Robben Island. El nombre de Mandela sólo ha sido retirado hace poco -durante el segundo mandado de George W. Bush- de la lista de terroristas del Departamento de Estado. En los días de Ronald Reagan, sólo Estados Unidos e Israel apoyaban a Suráfrica, mientras el resto del mundo decía basta .
Pero los negros de Estados Unidos recordamos los centenares de niños que murieron en la masacre de Sharpesville, en los años 60; nos manifestamos en solidaridad con los participantes del alzamiento de Soweto, en 1976; lloramos y protestamos cuando la policía surafricana mató a Steve Biko, en 1977.
Lo que está sucediendo en Palestina no es fundamentalmente diferente de lo ocurrido en la Suráfrica del apartheid . Se está asesinando a niños; la gente ha sido empujada a un equivalente aún más mortífero de los bantustanes; se asesina fríamente a los líderes políticos. Solo hace unos días, el ministro del Interior de Hamás, Siad Siam, fue asesinado junto a otras nueve personas cuando cazabombarderos israelíes bombardearon una casa del campo de refugiados de Jabalia.
El comportamiento de Israel exige la misma respuesta de la comunidad mundial de Derechos Humanos que tuvo en su día Suráfrica.
Los datos son claros: los ciudadanos de Gaza viven en una prisión virtual, rodeados de agua, muros, vallas y torres de vigilancia.
En esta última agresión, el número de palestinos asesinados es de al menos 1.133, entre ellos 346 niños y 105 mujeres, y el número de heridos de al menos 5.200. Se habla del «sufrimiento de ambas partes» pero hay una total desproporción en el armamento y la fuerza empleadas, lo que explica que por cada israelí muerto hayan caído 100 palestinos.
El pueblo palestino vive en el apartheid del bloqueo israelí, que no permite la entrada en Gaza ni siquiera de la ayuda humanitaria, y por el que los ciudadanos sólo pueden conseguir alimentos, medicamentos e incluso cabras, además de armas, a través de los túneles.
No sólo en Gaza sino en todos los territorios ocupados, el derecho al agua de los palestinos les ha sido enajenado, junto a sus tierras y sus derechos humanos. Inmigrantes judíos fundamentalistas, provenientes de Brooklyn, gozan automáticamente de ciudadanía y derechos civiles y de propiedad, mientras que los palestinos indígenas los van perdiendo cada día más. Con mucha frecuencia, los recién llegados se asientan sobre tierras de los palestinos, con la bendición de Israel y el apoyo financiero de Estados Unidos por mediación del gobierno israelí, en desafío a las resoluciones de las Naciones Unidas que condenan dichos asentamientos. Es sobre la tierra palestina, robada para instalar asentamientos, sobre la que han disparado sus morteros los palestinos; tierra palestina parcelada por carreteras sólo para israelíes y por un muro que excede al Muro de Berlín en tamaño y crueldad. (Ningún alemán vio su tierra o su casa partida en dos por el muro.) Se han arrasado con bulldozers campos palestinos, se han derruido casas palestinas por el mismo método. Y son bulldozers fabricados en Estados Unidos los que han realizado estas tareas. Un bulldozer marca Caterpillar aplastó a la joven Rachel Corrie, activista estadounidense por la paz, y le causó la muerte cuando se plantó ante la casa de un médico de Gaza para evitar su demolición, el 16 de marzo de 2003. Estos mismos bulldozers han arrebatado todo a las familias palestinas, año tras año durante décadas.
A lo largo del último ataque sobre Gaza, los defensores de Israel plantean la falacia de preguntar ¿Quién dio el primer golpe? O, ¿quién disparó el primer tiro? O, ¿quién lanzó el primer mortero?. La respuesta a esta pregunta es siempre la misma: Hamás. Antes de la llegada de Hamás al poder, la misma pregunta obtenía siempre la misma respuesta: Al Fatah, conducida por el líder de la OLP Yaser Arafat.
Los defensores de Israel nunca mencionan el bloqueo de Gaza o los asesinatos políticos o el muro o la pobreza y desesperación. En cambio, etiquetan a Hamás, o a cualquier otro que ocupe su posición, de «terroristas» y se contentan con unas débiles excusas a los civiles asesinados, a los que llaman «daños colaterales»; o si no, aseguran que las mujeres y los niños asesinados en la escuela o en el hospital o en las instalaciones de la ONU estaban siendo utilizados como escudos humanos. Nadie llama a los colonos judíos escudos humanos, aunque sus incursiones en los territorios ocupados han sido a la vez provocaciones y excusas desde 1967.
Simplemente, tomen ustedes un mapa del territorio perdido por el pueblo palestino desde 1948, y más tarde a un ritmo inexorable desde 1967. Y entonces respondan la cuestión: «¿Quién dio el primer golpe?»
En este último ataque a los palestinos he podido escuchar a algunas personas hacer la sangrienta sugerencia de que los israelíes «deberían matarlos a todos [los palestinos].» Pero lo más frecuente que se escucha es algo parecido a lo que Obama dijo durante una visita a Israel el verano de 2008: «Si alguien dispara cohetes a mi casa, cuando mis dos hijas duermen, haré todo lo que esté en mi mano para impedirlo.» El comentario del nuevo presidente fue la primera cosa que vino a la boca de varios portavoces del gobierno israelí cuando comenzó el asalto a Gaza. Pero, ¿qué hay de los cohetes y bombas, balas y bulldozers israelíes que durante años han impactado en hogares en los que dormían niños palestinos?
Ahora Israel ha proclamado un alto el fuego en Gaza, aunque sea momentáneo. Sin embargo, debemos organizarnos y protestar con efectividad más allá de este momento. Tenemos mucha tarea por delante, porque los palestinos tienen pocos amigos en las altas esferas. En una votación con 404 votos a favor y 1 en contra, la Cámara de Representantes de EE UU manifestó su apoyo al régimen de apartheid de Israel y condenó literalmente el derecho de los palestinos a su propia defensa. El único miembro del Congreso que tomó partido por los palestinos fue el demócrata Dennis Kucinich, de Ohio.
Durante su campaña presidencial, en una conferencia ante el American Israel Public Affairs Committee (AIPAC), principal lobby israelí en Estados Unidos, Obama se declaró sionista, y tras su elección nombró a Rahm Emanuel, de doble ciudadanía israelí y estadounidense, como jefe de gabinete. El diario Ha’aretz en su edición del 6 de noviembre de 2008 lo anunció en primera página: «Primera elección de Obama: el israelí Rahm Emanuel como jefe de gabinete.» Hay quienes opinan que el historial de Emanuel en relación con Israel que lo sitúa muy a la derecha de George W. Bush. Por ejemplo, en 2003 firmó una carta en la que se justificaba la política israelí de asesinatos políticos y criticaba a Bush por no apoyar suficientemente a Israel. Emanuel respaldó una resolución de apoyo a los bombardeos de Líbano por Israel en el verano de 2006, y pidió al gobierno estadounidense que anulase un discurso ante el Congreso previsto por el primer ministro iraquí Nuri al-Maliki porque éste había condenado las acciones de Israel.
¿Cuál será la posición de Obama como presidente? Más importante todavía, ¿cuál es la posición moral, y qué debemos hacer para presionar al gobierno para que la adopte?
En primer lugar, debemos ver a Israel con los mismos ojos que vimos a Suráfrica en los años del apartheid , como un país racista que merece el aislamiento y las sanciones internacionales. En segundo lugar, debemos exigir a Estados Unidos que ponga fin a los miles de millones de subsidio anual con que apoya a ese país. En tercer lugar, deberíamos organizarnos, hacer frente y exigir que organismos públicos como universidades y gobiernos locales y estatales dejen de invertir en acciones de empresas que negocian con Israel. En cuarto lugar, deberíamos identificarnos y boicotear a las compañías que hagan negocios con o en Israel. En quinto lugar, deberíamos convocar a un boicot cultural de Israel, y boicotear a los artistas que actúen en ese país.
En cuanto al nuevo presidente, deberíamos seguir presionándolo (1) para que se comprometa de manera justa con las partes en disputa, reconozca su igual humanidad, y no adopte la postura unilateral del «Primero, Israel» de sus predecesores; (2) que presione al gobierno israelí para que permita el acceso sin trabas de la ayuda humanitaria a la Franja de Gaza; (3) que pida una investigación por el uso ilegal por parte de Israel del armamento estadounidense, entre otros del fósforo blanco, y que inste a los inspectores de armamento de las Naciones Unidas a que establezcan si Israel está utilizando contra los palestinos misiles con ojivas de uranio empobrecido. Con esto se daría un primer paso hacia el final de la transferencia de armamento a Israel.
Todo pueblo tiene derecho a la existencia, judíos y palestinos por igual. El camino hacia la paz pasa por el respeto de cada una de las partes al derecho a la existencia de la otra.
Pero Estados Unidos debe ser un actor imparcial en lo que ahora mismo es una catástrofe continua, en la que nuestro país se halla en el lado equivocado de la Historial. Debemos recordar que «en qué se gasta el dinero constituye un acto político.» Presionar a las empresas y al gobierno es un medio para promover el cambio. «Atacarles en sus bolsillos» es un modo de decir «no» a la violencia. Podemos decir: «No en nuestro nombre.» Es esto lo que creo que el Dr. King diría y haría en un momento como el nuestro.
Hace casi 40 años, Martin Luther King nos advirtió de que «el problema del racismo, el problema de la explotación económica y el problema de la guerra están los tres vinculados. Son los tres males que están interrelacionados.» Estos tres males -racismo, injusticia económica y militarismo- son los que debemos combatir, y cuya derrota fue el sueño de Martin Luther King.
En esta celebración de su día, seamos solidarios con los desposeídos. Como dijo el vicepresidente Joe Biden en su despedida del Senado, citando a King: «El arco del universo moral es largo, pero se inclina hacia la justicia.» Creo que Biden, como King, tenía razón. Pero hay un fuerte campo magnético que mantiene todavía la aguja en la dirección de la injusticia. La injusticia de ser «el mayor abastecedor de violencia del mundo.» Podemos contribuir a mover la aguja símplemente dejando claro que nuestro país considera las vidas palestinas tan valiosas como las vidas israelíes.
(1) http://www.hartford-hwp.com/archives/45a/058.html (N. del t.)
Kevin Alexander Gray es un activista de los derechos humanos de Carolina del Sur (EE UU). Acaba de publicar el libro Waiting for Lightning to Strike (Esperando la caída del rayo), CounterPunch/AK Press. Su correo electrónico es: [email protected]
S. Seguí pertenece a los colectivos de Rebelión y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar el nombre del autor y el del traductor, y la fuente.