Los diseñadores de la política norteamericana de la Administración de Bush acudieron a la mitología romana para explicar lo obvio. La metáfora mitológica –Marte contra Venus– resultó eficaz y era lo suficientemente plástica para que nadie pudiese llamarse a engaño. Las consecuencias las hemos interiorizado en imágenes de desolación y muerte, y han dejado cicatrices […]
Los diseñadores de la política norteamericana de la Administración de Bush acudieron a la mitología romana para explicar lo obvio. La metáfora mitológica –Marte contra Venus– resultó eficaz y era lo suficientemente plástica para que nadie pudiese llamarse a engaño. Las consecuencias las hemos interiorizado en imágenes de desolación y muerte, y han dejado cicatrices en las retinas de millones de seres humanos que difícilmente podrán olvidar que no pudieron parar la máquina de la guerra a pesar de sus movilizaciones y protestas.
La reelección del mandatario y comandante en jefe de la guerra ha reforzado los ánimos de los ideólogos y les ha convencido de la superioridad de su estrategia frente a una Europa timorata, amedrentada y sin proyección de futuro, formada por naciones, como España, que retira los soldados del campo de batalla.
A partir del fin de la guerra, la deseada normalización del vida política y social en Irak se retrasa preocupantemente y la incertidumbre sobre el futuro se extiende por toda la zona. En los últimos tiempos hemos percibido un cambio de estrategia asimismo envuelto en imágenes mitológicas. La mayor parte de los medios de comunicación han coincidido en calificar el viaje del presidente Bush a Bruselas, capital de Europa, como un ejercicio de seducción de los europeos para el alivio de los gastos del desastre y la recomposición de los vidrios rotos.
Pero lo más llamativo ha sido la actitud despectiva hacia el presidente del Gobierno de España y hacia la voluntad democrática de los españoles. La escena se ha hecho imperecedera. Un frío apretón de manos y una frase no menos gélida y admonitoria: «Hola, ¿qué tal, amigo?».
Los que tenemos debilidad por las magníficas películas de vaqueros pensamos, por un momento, que el encuentro no había tenido lugar en un salón diplomático, sino en uno de los saloons del lejano oeste.
La gira continúa. Es imposible seducir a todos. No se pueden vender aviones a Pakistán sin irritar a la India. Resulta difícil compaginar las elecciones en Irak con el mantenimiento de sistemas basados en absolutismos de inspiración divina. La seducción es un arte y exige equilibrios y generosidades que no siempre se poseen.
EN EL FUTURO nos gustaría que estos viajes, imprescindibles para mantener la sintonía diplomática, sirvieran para afrontar los problemas reales y obtener resultados tangibles, por otro lado, nada ilusorios. Esbozaré alguno de ellos.
Hubiera sido una buena noticia que EEUU hubiera aprovechado el viaje, por ejemplo, para firmar su adhesión al estatuto que regula la justicia universal encarnada en el Tribunal Penal Internacional. Roma bien merece una firma. Sigamos soñando. Pensemos que el presidente Bush, impactado por la visión de la atmósfera que envuelve las zonas próximas a nuestras ciudades o contemplando en Bratislava la degradación del río Danubio, hubiera firmado el Protocolo de Kioto.
Más emociones. Qué les parece que hubiera anunciado el desmantelamiento de las jaulas de Guantánamo, poniendo en libertad a los que no tuviesen cargos pendientes y entregando a los demás a la justicia de un país que presume tener el mejor estándar de calidad del sistema judicial al que consideran, con orgullo, uno de los pilares fundamentales de la República. No sigo. Podría caer en la melancolía que produce conocer lo que se puede hacer, sabiendo que no existe voluntad para poner en marcha estas inaplazables reivindicaciones.
Al final de su recorrido, y después de una breve parada, los halcones vuelven a volar. Es difícil abandonar los viejos hábitos cuando se acaban de ganar, mayoritariamente, unas elecciones. Los gestos recientes son preocupantes. Se propone a Wolfowitz para presidir el Banco Mundial. Se reacciona agriamente contra las propuestas del secretario general de la ONU para dar mayor entidad decisoria al Consejo de Seguridad.
Pocos «patriotas» de nuestro país se han ofendido cuando el pasado 11-M, el presidente de EEUU, de forma inusual, despreció a los representantes políticos elegidos por la soberanía popular para mostrar su disgusto con la decisión soberana de retirar las tropas de Irak. Enviar directamente sus condolencias al pueblo español es saltarse las más elementales normas de la diplomacia. Al final, se terminan perdiendo las buenas costumbres y usos internacionales.
Tampoco son mejor tratados sus incondicionales aliados. Berlusconi, presionado por el clamor de su país ante el desenlace del secuestro de la periodista Giuliana Sgrena y la muerte de Nicola Calipari, prometió que las topas italianas volverían en un tiempo breve. El teléfono debió de tronar a los pocos minutos llamando al orden al desorientado gobernante. Esperamos con interés, la reacción de los ciudadanos italianos, con una larga experiencia y cultura democrática, ante un hecho que ha levantado una justificada indignación al existir datos que descartan un suceso desafortunado.
OSCURA e incierta se nos presenta el resto de la legislatura del mandatario norteamericano. El personaje se siente llamado a una misión histórica que no respeta ni las más firmes tradiciones políticas de la comunidad norteamericana. La decisión de alzarse orgullosa y prepotentemente (caso Terri Schiavo) contra las bases elementales de la arquitectura constitucional de EEUU es un síntoma preocupante. La Enmienda XIV de la Constitución impide los privilegios legales y exige que la ley sea igual para todos. El espectáculo del Congreso convertido en asamblea romana aplaudiendo la decisión del emperador no incita al optimismo. La sociedad, los medios de comunicación y los jueces han reaccionado entre sorprendidos y preocupados.
Es la imagen positiva dentro de un panorama sombrío.
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José Antonio Martín Pallín es Magistrado del Tribunal Supremo