Entre el Río Grande y el Cabo de Hornos hay 10.000 kilómetros y 33 países, y casi todos han visto al vecino del norte entrometerse en sus asuntos
Cuando en 1823 el presidente estadounidense James Monroe dijo lo de «América para los americanos» , en América Latina ya hubo muchos que entendieron a la primera que se refería a «América para los estadounidenses». Los siguientes 200 años les han dado la razón. Entre el Río Grande y el Cabo de Hornos hay 10.000 kilómetros y 33 países, y casi todos han visto al vecino del norte entrometerse en sus asuntos. Intentemos un pequeño resumen.
Invasiones a lo bestia
Estamos acostumbrados a que EE.UU. se salga con la suya encumbrando dictadores o aplicando presiones económicas, pero conviene recordar que en muchas ocasiones ha sido bastante más directo. Cuando Washington no ha encontrado modos sutiles de proteger sus intereses ha optado por la opción salvaje: la invasión.
Este contundente método fue casi el primero que EE.UU. empleó en sus relaciones con América Latina. En 1846 el presidente James Polk decidió que el «destino manifiesto» de su país era expandirse y México tuvo la mala suerte de estar al otro lado de la frontera. En dos años de guerra el vecino sureño perdió un tercio de su territorio a manos de los estadounidenses, que se hicieron con casi todo lo que hoy es California, Utah, Nevada, Arizona y Nuevo México.
En 1898 el presidente McKinley tuvo otro ataque de codicia e invadió las colonias españolas en el Caribe. El ejército estadounidense ocupó Puerto Rico y allí sigue hasta hoy. También invadió Cuba por primera vez, una operación que los norteamericanos repetirán en varias ocasiones durante los siguientes 30 años y de nuevo en 1961, cuando la CIA patrocinó la intentona anticastrista de Bahía de Cochinos. También ocupó Haití durante casi 20 años y otros tantos estuvo en Nicaragua para evitar que alguna otra potencia controlara un hipotético nuevo canal para unir el Atlántico y el Pacífico.
Los ejemplos más recientes de intervenciones militares estadounidenses en América Latina son la invasión de la isla de Grenada, una mini guerra para acabar con su gobierno marxista en 1983, y la de Panamá en 1989. Allí las tropas de EEUU derribaron al dictador Manuel Noriega, que curiosamente había llegado al poder gracias al apoyo de la CIA. Otra historia de ida y vuelta es la del dictador Trujillo en la República Dominicana: fue entrenado por los estadounidenses durante su ocupación del país entre 1916 y 1924, pero también fue la CIA la que suministró a sus rivales las armas para asesinarlo en 1961. Cuatro años más tarde, las tropas norteamericanas regresarán al país una vez más para derribar un supuesto «gobierno comunista».
Intereses económicos
EE.UU. ha sido particularmente celoso a la hora de defender sus intereses económicos en ‘su’ continente. Casi todo el mundo sabe que la expresión «república bananera» se ha usado para definir a una serie de países centroamericanos donde la United Fruit Company estadounidense hacía y deshacía con total libertad. El término lo usó por primera vez el escritor T. S. Eliot para hablar de Honduras, un país que fue 7 veces invadido por EEUU a principios del siglo XX para abortar diversas huelgas y revoluciones que ponían el riesgo el negocio frutícola.
En la vecina Guatemala, la United Fruit llegó a controlar el principal puerto del país y la red ferroviaria, además de poseer el 42% de la tierra. Su impunidad era tal que no sólo no pagaba impuestos, sino que durante la dictadura de Jorge Ubico la empresa podía ejecutar legalmente a sus trabajadores. Cuando llegó al poder el presidente Jacobo Árbenz e intentó hacer una reforma agraria, un golpe de la CIA lo quitó de en medio y marcó el comienzo de tres décadas de guerra civil. Es solo parte del legado trágico de la industria bananera estadounidense en América Latina, ya que por ejemplo la empresa heredera de la United Fruit también ha reconocido haber pagado escuadrones de la muerte en Colombia,
Dictadores subcontratados
Los gobiernos estadounidenses estaban acostumbrados a hacer intervenciones militares directas y patrocinar golpes en Centroamérica y el Caribe, pero lograr la misma influencia en los grandes países sudamericanos, mucho más estables y lejanos, era un reto difícil. Con el inicio de la Guerra Fría y el endurecimiento del ‘o conmigo o contra mí’, Washington decidió que el modo más práctico de controlar América del Sur era estrechar al máximo sus lazos con las Fuerzas Armadas de esos países. No hacía falta mandar a sus soldados si otros soldados ya estaban allí.
Por los programas de intercambio y entrenamiento de la siniestra ‘Escuela de las Américas’ pasaron más de 60.000 militares de una veintena de países, incluyendo prestigiosos torturadores como Noriega y Torrijos de Panamá, Hugo Banzer de Bolivia o Leopoldo Galtieri de Argentina. Cuando se produjo el golpe de 1976 en este país, la Casa Blanca no sólo sabía por la CIA lo que pasaría, sino que uno de los líderes golpistas tuvo reuniones en la embajada estadounidense en Buenos Aires para explicar exactamente el procedimiento y pactar las explicaciones que habría que dar a la prensa norteamericana.
Washington no sólo consintió la llegada de la Junta Militar argentina, sino que estaba perfectamente al tanto de la ‘guerra sucia’ y las desapariciones forzadas. Pero aún así su implicación fue mucho menor que en el caso de Chile, donde Pinochet había llegado al poder tres años antes. EEUU intentó primero de mil maneras que el socialista Salvador Allende no alcanzara la presidencia, luego que no tomara posesión y desde el día en que lo hizo trabajó para derrocarle. No hablamos solo de presiones económicas, sino de entregas de armas, planificación de asesinatos y otras barrabasadas confirmadas por documentos desclasificados del propio espionaje estadounidense.
Gracias a esos papeles también sabemos que EE.UU. estaba al tanto de la Operación Cóndor, un mecanismo por el que las dictaduras compartían información para exterminar opositores. A esa mesa se sentaban además de Chile y Argentina, también Brasil (donde EE.UU. impulsó el golpe que derrocó al gobierno socialista), Bolivia (donde las ayudas militares de EE.UU. fueron clave para que el ejército se decidiera a tomar el poder), y Paraguay y Uruguay. Todos recibían amonestaciones verbales de EE.UU. pero apoyos en privado.
En definitiva, EE.UU. ha invadido varios varios países latinoamericanos, ha contribuido a cargarse la democracia en unos cuantos más y se ha entrometido en los asuntos internos de casi todos. En ocasiones les ha salido el tiro por la culata tras apostar por socios indeseables, pero con mucha diferencia el legado más destructivo de esas políticas es que ahora todas esas naciones tienen motivos más que justificados para sospechar de sus intenciones en cada ocasión. Probablemente esa desconfianza tarde siglos en disiparse.
Fuente: http://www.eldiario.es/internacional/Invasiones-intervenciones-EEUU-America-Latina_0_865814089.html