El establishment, a pesar de las recompensasque pueda darnos, también nos matará si es necesarioPara mantener el control.Howard Zinn La regresión del proceso político estadounidense va llegando a límites que tan sólo hace una decena de años eran impensables. Hoy el poder ejecutivo de la Casa Blanca puede ordenar directamente el homicidio de sus conciudadanos […]
que pueda darnos, también nos matará si es necesario
Para mantener el control.
Howard Zinn
La regresión del proceso político estadounidense va llegando a límites que tan sólo hace una decena de años eran impensables. Hoy el poder ejecutivo de la Casa Blanca puede ordenar directamente el homicidio de sus conciudadanos sin que de acuerdo a los jueces estadounidenses ello se oponga al ordenamiento legal de su país. Esta pena de muerte con características cercanas a la Ley del Talión, es significativa en el decurso de una nación que se preciaba hace una década de afincarse en un sólido estado de derecho. A su vez, la libertad de expresión defendida por la Primera Enmienda de la constitución de EE.UU., orgullo nacional por excelencia, también corre un peligro impensable hace poco, a causa de los mal disimulados propósitos de censura, vislumbrantes de un aumento de la vigilancia sobre las vías del intercambio de ideas en la sociedad estadounidense, adicionales de las escuchas ilegales de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA en ingles), entre otras facultades públicas y secretas similares.
El hecho es muy revelador; se puede asesinar a ciudadanos estadounidenses sin mediar proceso judicial con derecho a la defensa, tan sólo mediante órdenes emitidas por el jefe de estado, con la justificación, bastante débil e imprecisa, de que esto ocurrirá cuando el condenado no ha podido ser capturado, además de violentar la soberanía de otros estados con estos actos de guerra, pues se puede realizar (al menos teóricamente) en cualquier lugar del planeta. Es más, el presidente estadounidense justifica tácitamente el no aplicar las normas jurídicas garantistas en este caso, y expresamente exalta los procederes de hecho de sus cuerpos de espionaje (http://ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=99269), que con prolijidad de adjetivos reprocharía si los cometiera en esas circunstancias otra nación no ‘aliada’ o ‘amiga’.
En el campo de las libertades, la clara intención de censurar el uso de la Internet y su consecuencial pérdida de la libertad de expresión con la propuesta ley Stop Online Piracy Act (SOPA), es una muestra de esa desconfianza dirigida ya contra los mismos habitantes del país, naturalmente bajo el pretexto (debe invocarse alguno creíble), de proteger la propiedad intelectual del fraude llamado piratería; la apoyan, y no podrían ser otros, quienes monopolizan y manipulan la cultura y se lucran con ella en la industria de la distracción y el aturdimiento (http://www.youtube.com/watch?v=5fvwoHKj6cs&feature=player_embedded), con el trivial circo de Hollywood a la cabeza.
Con unas circunstancias como estas, ya algunos han establecido como un acontecimiento medible y comprobado el fin de la república estadounidense y el inicio del draconiano orden imperial contrario a los valores democráticos, incluso al interior de las fronteras, como lo prescribía el aguzado escritor Norman Mailer hace unos años: «En Estados Unidos la democracia está siendo sometida a un proceso de acoso y derribo. Estamos viviendo una situación de prefascismo. Todavía no somos un país fascista, pero podría ocurrir pronto.» (http://www.elpais.com/articulo/ensayo/Bush/presidente/estupido/hemos/tenido/sirve/estupidez/estrategia/elpepuculbab/20030426elpbabens_1/Tes).
Bush Jr, Cheney y Rumsfeld habían dado los primeros pasos al respecto creando campos de concentración y permitir expresamente la tortura, sin embargo esto se limitaba a someter y vejar extranjeros en el extranjero.
Resulta ostensible la situación de avance liberticida manifestado en la nación más poderosa militarmente hablando; se retrocede a tiempos estimados como ya superados. Es pretextada la necesidad de seguridad para tales efectos. La noción de esta para el gobierno imperial no es el estar libre de peligros y asechanzas, sino el permanecer indefinidamente en un estado de amenaza omnipresente reguardado por cerrojos, muros, cámaras, software invasivo, guardias, soldados y espías, junto con la ostentosa panoplia convencional y atómica; lo cual se trasluce bélicamente en un verdadero ‘dispara primero a quien sea y donde sea’, en encerrar en campos de concentración sin juicio y por tiempo indefinido a personas acusadas de vaguedades, y aumentar la vigilancia hasta límites inimaginables arroyando la privacidad, y ejerciendo la intimidación en cualquier lugar del mundo.
Las autoridades de EE.UU. van proyectando con altas dosis de paranoia y de modo infundado y arbitrario la existencia de una amenaza interna, la cual puede tener como propiciadores a los propios ciudadanos estadounidenses, en una prolongación de las leyes contra el terrorismo de la pasada administración. Quienes propusieron, votaron y firmaron la Ley de Autorización de la Defensa Nacional (National Defence Authorisation Act) estiman que cualquiera incluso nacido dentro de su territorio puede ser un potencial enemigo, que no merece ser juzgado conforme a las garantías existentes, y dependiendo de su potencial de agresión confinado a campos de concentración, con el aplauso de la domesticada gradería mediática, como legitimación ex post facto.
No hay lugar a equívocos, el asunto es una respuesta a una especie de ‘agresión interna’: «Los ciudadanos de EEUU muy lejos del campo de batalla pueden ser ejecutados por su propio gobierno sin un proceso judicial y sobre la base de normas y pruebas de que son secretas» (Jameel Jaffer, subdirector legal de la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles American Civil Liberties Union o ACLU. http://www.elmundo.es/elmundo/2011/10/01/internacional/1317452156.html).
Este concepto de agresión posee una gran analogía con los preceptos de la tristemente célebre Doctrina de la Seguridad Nacional (DSN) impuesta en Latinoamérica, los cuales determinan que cualquiera puede ser un individuo peligroso, induciendo a la sospecha generalizada sobre la población, y la consecuencial sensación de miedo colectivo como una de las formas convenientes de mantener a raya a la plebe.
Las coincidencias de leyes, proyectos de ley y actos ejecutivos represivos ideados al interior de los poderes ejecutivo y legislativo de Washington, junto a la aceptación expresa por los poderes judiciales, con la DSN, son evidencia de la apreciación de la existencia de un estado de emergencia generalizado por parte de quienes detentan el poder allí, los cuales han ido asumiendo de manera paulatina e imperceptible la posición de ejército de ocupación preventivo en su propio país.
Este estado de excepcionalidad del tipo DSN implica la generación de un ambiente de pánico que se intenta expandir, el cual debe ser permisivo de la supresión de las garantías civiles más elementales como la del debido proceso, la presunción de inocencia, el Habeas Corpus, la libertad de expresión, de reunión, etc., lo cual no es poca cosa. Leyes como la de Autorización de la Defensa Nacional y la pendiente de aprobación SOPA apuntan en esa dirección sin lugar a dudas; la facultad presidencial de pena de muerte revela un descenso hacia el más sombrío despotismo.
Mirada con detenimiento la DSN es simple y llanamente un conjunto de principios militaristas destinados al control social violento en naciones empobrecidas, afincados en los postulados absolutistas del filósofo Thomas Hobbes, aquel hombre cuyo hermano gemelo fue el miedo.
Si el enemigo puede estar en todas partes asistimos a la ocurrencia del bellum erga omnes, una guerra de todos contra todos, donde primará quien detente mayor fuerza. Notable es que Washington se nutra ideológicamente desde hace ya algún tiempo de quien hizo del miedo un principio de gobierno de la sociedad, lo cual ha profundizado por estos días.
La guerra ideada por Hobbes en estas circunstancias no es una guerra cualquiera, es una que prescinde de cualquier norma o moralidad:
«En esta guerra de todos contra todos, se da una consecuencia: que nada puede ser injusto. Las nociones de derecho e ilegalidad, justicia e injusticia están fuera de lugar… En la guerra la fuerza y el fraude son dos virtudes cardinales». (Thomas Hobbes. El Leviatán o La Materia, Forma y Poder de una República Eclesiástica, Civil, Editorial Universitaria. Universidad de Puerto Rico. San Juan 1995).
Teniendo la influencia disimulada del fascismo, la admiración de los militares latinoamericanos por estos principios rectores de la vida en sociedades explotadas no ha sido algo velado:
«Hobbes puede ser considerado como el patrono, reconocido u oculto, de las modernas ideologías políticas que amenazan, por todos lados, al mundo decadente de un liberalismo impotente y exhausto… Hoy, la inseguridad del Hombre es la misma, quizá todavía mayor. Y, en la extrapolación de los teoremas hobbianos, el eterno dilema que lo aflige, como animal social que es, miembro nato y obligatorio de una sociedad más o menos dilatada, más o menos compleja, más o menos solidaria, tiende a solucionarse de nuevo, unilateral y paradójicamente, por el completo sacrificio de la Libertad en nombre de la Seguridad individual y colectiva… (Golbery Do Couto E. Silva. Geopolítica del Brasil. El Cid Editor. México 1978).
La invocación al sacrificio de la libertad individual y colectiva en nombre de esa versión de la seguridad militarizada y feroz, de evidente carácter hobbesiano es la tendencia profundizada sin interrupción en el último decenio en la cultura política estadounidense. Esto se invoca en desmedro de la noción humanista de la misma implicante de una existencia social, aunque con contradicciones, sin amenazas ni asechanzas paralizantes.
Evidentemente favorece a la plutocracia de esa nación la implantación de un miedo devenido en angustia cuando se conecta a lo indefinido e intemporal, la cual auspicia emociones desmotivantes y negativas como la apatía y el inmovilismo: «La política del miedo está generando una espiral descendente de abusos contra los derechos humanos en la que ya ningún derecho es intocable y donde nadie está a salvo» (http://www.es.amnesty.org/noticias/noticias/articulo/la-politica-del-miedo-crea-un-mundo-peligrosamente-dividido-1/).
El miedo emerge de líderes políticos o militares quienes definen cual es, o debe ser, el objeto público principal del mismo; se aprovechan de alguna amenaza real (Corey Robin. El Miedo Historia de Una Idea Política. Fondo de Cultura Económica. México 2009), elevándola periódicamente (para no saturar) a niveles de histeria.
Con el arribo agigantado de la precariedad económica y social de la crónica crisis contemporánea se completa el paisaje de paralización del accionar colectivo, propicio para la extirpación de las conquistas logradas con arduas luchas a través de más de dos centurias y la institucionalización de la segregación como estrategia del control social: «En muchos países, la política del miedo está avivando la discriminación, ensanchando el abismo entre ‘quienes tienen’ y ‘quienes no’, entre ‘ellos’ y ‘nosotros’, y está dejando desprotegida a la población más marginada». (http://www.es.amnesty.org/noticias/noticias/articulo/la-politica-del-miedo-crea-un-mundo-peligrosamente-dividido-1/). La cólera de la clase media decadente y empobrecida es útil a los fines de insensibilización extensiva hacia las medidas dictatoriales.
La espada de Damocles de las normas inspiradas en la DSN pende al presente inclusive sobre amplios sectores de estadounidenses, y esta sí es una real amenaza de consolidación de un régimen aún más despótico que el actual.
Por lo cual el pensamiento sobre el tema de la seguridad soportante de las políticas impulsadas desde la ciudad del Potomac y alrededores, no es otro que el miedo devenido en angustia como motor de una guerra de todos contra todos, en la cual no debe haber ni justicia, ni moralidad, ni intercambio de ideas espontáneo y fluido; Hobbes se hubiera sentido muy complacido al ver este espectáculo bélico.
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