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Huelga de hambre en Guantánamo, los detenidos prefieren morir a soportar las bárbaras condiciones

Fuentes: Socialistworker

Traducido para Rebelión por Felisa Sastre

Los presos del Gulag estadounidense de la Bahía de Guantánamo, Cuba, han llegado a tal grado de desesperación que muchos prefieren enfrentarse a la muerte.

Desde el 8 de agosto, al menos 210 de los más de 500 detenidos que había en Guantánamo en aquellos momentos, han estado en huelga de hambre para protestar por su detención indefinida, la falta de derechos legales y las brutales condiciones en las que se les mantiene presos.

El Pentágono, en una tentativa de minimizar la gravedad de la situación, ha afirmado que el número de participantes en la huelga es de 105, pero oficiales del ejército han reconocido que al menos 20 detenidos, cuya salud estaba seriamente amenazada, han sido trasladados al hospital del campo, esposados y atados de pies, mientras se les obliga a alimentarse a través de sondas nasales.

No obstante, el Mayor Jeffrey Weir, portavoz del ejército, se niega a llamarlo «alimentación a la fuerza». El Pentágono prefiere el término «alimentación asistida», dijo al New York Times, «no les vamos a permitir que se priven de comida hasta ocasionarse daños», afirmó Weir.

Pero el verdadero daño para los detenidos se lo producen las condiciones inhumanas del gulag donde se mantiene a los prisioneros de la «guerra contra el terrorismo» estadounidense.

Según el Center for Constitutional Rights (CCR, Centro de Derechos Constitucionales), que representa a muchos de los detenidos, la «preocupación» del Pentágono por los presos no llega a ser lo suficiente como para desvelar la identidad de los prisioneros que están en huelga de hambre, o la identidad de quienes están hospitalizados y a quienes se alimenta a la fuerza.

Thomas Wilner, un abogado que representa a 11 kuwaitíes detenidos en el campo, afirma que los abogados del Gobierno le habían comunicado en principio que no creían que ninguno de sus clientes estuviera implicado en la huelga. Más tarde, el Gobierno le notificó que tres de sus clientes participaban en ella. Pero cuando Wilner fue al campo en persona, descubrió que 10 de sus clientes estaban en huelga. Uno de ellos, Abdullah al-Kandari, no había comido en 15 días y «estaba pálido, con los ojos turbios, desorientado, apenas se le oía y había perdido mucho peso», declaró Wilner al New York Times.

A las desesperadas familias de los detenidos no se les comunica si sus seres queridos están en huelga. «Resulta asombroso que hombres que se encuentran bajo la custodia del ejército de EE.UU. estén decididos a seguir la huelga hasta que se les conceda un juicio imparcial o llegar hasta la muerte», declaró el abogado del CCR, Gitanjali Gutiérrez, «pero el más aspecto más espantoso de la huelga de hambre es la negativa del Departamento de Defensa a compartir cualquier información con las familias sobre lo que les está pasando a sus hijos, esposos y padres. Es un grado de inhumanidad sorprendente».

Grupos de prisioneros de Guantánamo, sometidos a vigilancia constante en las más duras condiciones, han ido a la huelga de hambre en repetidas ocasiones desde principios de 2002, cuando algunos presos se negaron a comer, según se informó entonces, después de que un vigilante estadounidense diera patadas a un Corán,. En agosto de 2003 se produjo un intento de suicidio masivo, con 23 prisioneros que intentaron colgarse en sus celdas, usando ropas y otros artículos durante un período de ocho días.

La huelga actual es la continuación de la que organizaron docenas de presos los pasados junio y julio en la que, según los abogados, los presos convocaron «una huelga pacífica, no violenta» para presionar a favor de sus demandas de respeto a su religión, y exigir «juicios imparciales, con verdadera representación legal», «comida humana y agua limpia», «El derecho a tener contactos con los seres queridos» y el derecho » a ver la luz solar y a no ser obligados a estar durante meses sin ver la luz del día».

Mientras el Pentágono declaraba que sólo 52 presos participaban en la huelga, de acuerdo con el CCR, al menos 200 prisioneros estaban sin comer. En un momento determinado de julio, la huelga se había extendido tanto que los médicos no podían atender a todas las necesidades y decidieron dejar de hacer visitas médicas. Algunos presos estuvieron 26 días sin comer y varios tuvieron que ser hospitalizados.

Y ¿cuál fue la respuesta de los militares estadounidenses? El prisionero Shaker Aamer- un residente británico que no había visto a su mujer y a sus cuatro pequeños hijos desde hacía más de tres años- afirma que el personal militar le dijo: «¿Crees que el mundo se enterará de tu huelga de hambre? Nunca dejaremos que se sepa… no nos preocupa en absoluto si alguno de vosotros muere».

Precisamente, al mismo tiempo que tenía lugar la huelga de hambre, el Pentágono pagaba con los impuestos de los contribuyentes «viajes de estudio» al campo de prisioneros para docenas de políticos estadounidenses. «Un grupo mixto de los dos partidos, republicano y demócrata, de todo el país- incluido el jefe de policía de Miami- ha ido en los viajes inspección de un día organizados por el Pentágono y ha vuelto a casa con souvenirs», informaba el Miami Herald el mes pasado.

Durante la visita, los políticos sólo tuvieron acceso al menos cruel de los cinco campos de la prisión, y se les prohibió hablar directamente con cualquier detenido.

De vuelta a casa, cantaron las excelencias de Guantánamo. El senador demócrata por Massachussets, Ted Kennedy, alabó «la cortesía y profesionalidad de los militares». Pat Roberts, senador republicano por Kansas, tras su viaje de julio, declaró a la MSNBC, «allí hay algunas gentes repugnantes, por decir lo mínimo…la gente que no es dócil, que no se comparta bien, que no responde a los interrogatorios y que causa problemas…no recibe helado».

En efecto, los activistas por los derechos humanos que han visitado a los presos en el campo dicen que la gran mayoría se encuentra en terribles condiciones- alojados en pequeñas celdas, con grilletes, durante días, se les niega el contacto con la familia y los abogados; y se les somete a interrogatorios brutales, con muchos casos documentados de abusos físicos y psicológicos.

Los militares eventualmente pusieron fin a la huelga de hambre de junio-julio mediante la promesa de permitir la creación de un comité de quejas de los prisioneros, compuesto por seis miembros, para negociar con los funcionarios de la prisión y conseguir que el campo de prisioneros cumpliera con las Convenciones de Ginebra. Pero el Pentágono incumplió el trato y puso en celdas de aislamiento a los miembros del comité.

El mes pasado, las terribles palizas propinadas a varios prisioneros por la «Extreme Reaction Force» del campo provocó la última huelga de hambre.

El preso Binyam Mohammed explicó al CCR «Sólo pedimos justicia: que nos traten, mientras estamos en prisión, según lo prometido, según las normas de las Convenciones de Ginebra para los prisioneros civiles, y que se nos juzgue imparcialmente si existen acusaciones válidas o se nos ponga en libertad».

Clive Stafford Smith, un abogado británico que estaba visitando el campo cuando empezó la más reciente huelga de hambre, declaró al New York Times que su cliente, Omar Deghayes le confesó: «Mire, muero de una muerte lenta en este lugar. No tengo ninguna esperanza de conseguir un trato justo, así que no tengo nada que perder».