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Huelga de hambre en Guantánamo

Fuentes:

Traducido para Rebelión por S. Seguí

«Estoy muriendo lentamente en esta celda solitaria», afirma Omar Deghayes, refugiado británico y prisionero en el campo de Guantánamo. «No tengo derechos, ni esperanza alguna. ¿Por qué no voy a tomar mi destino en mis manos y morir por mis principios?»

Cuando salga a la venta el presente número de The Nation, se cumplirá el cuadragésimo noveno día de huelga de hambre en Guantánamo. En 1981, cerca de Belfast, Bobby Sands y otros nueve miembros del IRA ayunaron hasta la muerte. Estos prisioneros exigían ser tratados como prisioneros de guerra y no como delincuentes. Murieron antes de que el gobierno británico aceptase que la utilización de tribunales ilegales y su política de «criminalización» no sólo traicionaban principios democráticos sino que también eran los incentivos de reclutamiento más persuasivos de que jamás dispuso el IRA. ¡Qué pronto se olvidan estas lecciones! Después de tres años y medio de internamiento sin juicio en Guantánamo, toda reivindicación por parte de Estados Unidos de ser el portaestandarte del Estado de Derecho ha quedado vacía de contenido.

Sin embargo, hay dos importantes diferencias entre la experiencia de Bobby Sands y la de Omar Deghayes: el ejército de EE UU insiste en mantener en secreto todo lo que sucede en Guantánamo y los medios de comunicación se amoldan con su apatía a esta exigencia. A pesar de la tradicional hostilidad británica a la libertad de expresión, cada instante de la agonía de Bobby Sands fue transmitido en directo. En cambio, nada de lo que nosotros los abogados sabemos de Guantánamo hemos podido revelarlo antes de pasar la censura del Gobierno de Estados Unidos. Así, pasaron dos semanas antes de que nadie supiera que se estaba produciendo una huelga de hambre, permitiéndose al ejército enmascarar los detalles.

Desde su comienzo, Guantánamo se ha expresado en una jerga militar repleta de medias verdades y distorsiones. En 2002, hubo una cierta conmoción al conocerse la cantidad de intentos de suicidio entre los prisioneros. Poco después, los militares anunciaban que el número de aquéllos se había reducido drásticamente. Fue un periodista extranjero quien descubrió la verdad: la palabra «suicidio» había sido sustituida por las autoridades militares por la expresión «comportamiento manipulativo autolesivo» (Manipulative Self-Injurious Behavior – SIB) y, efectivamente, seguían dándose muchos casos de SIB. Los militares mentían con ayuda de la semántica.

En torno a la huelga de hambre de Guantánamo, que comenzó el 28 de junio de 2005, estamos asistiendo a una simulación similar. La huelga se suspendió el 28 de julio, después de que los militares hicieran determinadas promesas a los prisioneros, al ver con espanto la clase de publicidad que iba a reportarles el tener a seis prisioneros en el hospital a 48 horas de su muerte. La huelga comenzó de nuevo el 11 de agosto cuando los detenidos consideraron que los militares habían traicionado sus promesas.

El Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, insiste en que los prisioneros de Guantánamo están siendo tratados de manera consecuente con los Convenios de Ginebra. Por su parte, para poner fin a su huelga de hambre, los prisioneros piden simplemente que se los trate de manera consecuente con dichos Convenios. Así pues, si Rumsfeld dice la verdad ¿por qué están dispuestos los prisioneros a ayunar hasta la muerte?

Los Convenios de Ginebra exigen que, a menos que hayan cometido un delito, los prisioneros no podrán ser encerrados ni confinados. En el Campo V de Guantánamo cada detenido ocupa una celda de aislamiento herméticamente sellada a todo contacto humano, y éste se permite únicamente durante una hora por semana. Entre los detenidos hay tres adolescentes, y también está Sami Al Laithi, en una silla de ruedas desde hace más de cuatro meses, después de haber sido declarado inocente por los propios tribunales militares de Estados Unidos.

Los Convenios de Ginebra prohiben el interrogatorio coercitivo de los prisioneros. Una de las quejas de éstos, bastante razonable, denuncia que el 5 de agosto un militar interrogador, conocido como King Kong, golpeó a Hisham Sliti con un pequeño refrigerador.

Los Convenios garantizan la prestación de auxilio religioso. ¿Por qué, entonces, se ha negado a los detenidos la asistencia de un imam desde hace tres años? ¿Por qué se impide la oración en común? ¿Por qué se golpeó a un prisionero yemení -y se pisoteó su Corán- cuando pidió que le dejasen terminar su oración antes de responder a las exigencias de un guardián?

La conclusión es evidente: las quejas de los detenidos son válidas y Rumsfeld es quien no dice la verdad.

Los gobiernos aprendieron algo con la muerte de Bobby Sands: se hizo famoso porque murió. Los militares estadounidenses están decididos a no permitir que sus prisioneros realicen esta trágica declaración política final. Así, los militares admiten que están alimentando por la fuerza a los prisioneros. Recientemente, los propagandistas del Pentágono cambiaron la expresión por la de «alimentación asistida», otro intento de esconder la verdad de lo que sucede. Durante la huelga de hambre de julio, los prisioneros se arrancaban de sus brazos las agujas de los goteros que los alimentaban; esta vez, los militares utilizan tubos que les introducen por la nariz. Nos están garantizando que ninguna de las veintiuna personas ingresadas en el hospital del campo de Guantánamo será capaz de quitarse la vida.

No obstante, una persona decidida a morir por inanición podría retirarse fácilmente el citado tubo… si tuviera libertad de movimientos. Podemos razonablemente llegar a la conclusión de que hay una fila de veintiuna camas de hospital, a cada una de las cuales se halla atado un prisionero, sujetado por cuatro puntos y con la cabeza también inmovilizada, probablemente sedado. Estamos lejos de la imagen que evoca el concepto de «alimentación asistida».

Privados de sus derechos, los detenidos de Guantánamo sólo pueden contar para su protección con la vigilancia de la opinión pública. La misma situación viven los detenidos en Irak, donde Estados Unidos reconoce estar comprometido con los Convenios de Ginebra, pero donde algunos soldados entrevistados recientemente por Human Rights Watch describen la práctica sistemática de la humillación y la tortura, incitados a ello por sus mandos. La única solución duradera consiste en que Estados Unidos practique lo que pregona, en lugar de esconder su hipocresía detrás de una cortina de humo hecha de secretos y de semántica. El respeto de los derechos humanos es la medida antiterrorista más efectiva que puede tomar el gobierno de Estados Unidos, y en su fuero interno sus líderes siempre lo han sabido. Estados Unidos firmó los Convenios de Ginebra hace más de cincuenta años. No hay duda de que Rumsfeld ha tenido tiempo más que suficiente para pensar en cómo aplicarlos.