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Izquierdas y nacionalismos: el caso catalán

Fuentes: Público.es

¿Por qué las izquierdas clásicas y modernas están fuera del «proceso catalán»? ¿España es una nación inacabada y por ahora frustrada? No es una constatación teórica, más bien práctica, por lo menos visto desde las nacionalidades reconocidas por la Constitución. Lo que es estrambótico es el artículo 2 que afirma «la unidad indivisible de España». […]

¿Por qué las izquierdas clásicas y modernas están fuera del «proceso catalán»?

¿España es una nación inacabada y por ahora frustrada? No es una constatación teórica, más bien práctica, por lo menos visto desde las nacionalidades reconocidas por la Constitución. Lo que es estrambótico es el artículo 2 que afirma «la unidad indivisible de España». Las clases populares fueron marginales en la nación excepto en períodos breves (las dos repúblicas). En la transición se inició un proceso más integrador especialmente en la década socialista de los años 80 e inicios de los 90. Los gobiernos PP y PSOE posteriores y la gestión de la crisis económica supusieron una enorme regresión social. Las clases trabajadoras se han fragmentado políticamente y con escaso entusiasmo. Pero el fenómeno desnacionalizador español más significativo ha sido el caso catalán, más incluso que el vasco. En Catalunya emergió una insurrección pacífica. La chispa fue la absurda y provocadora sentencia del Tribunal Constitucional (TC, 2010). La creencia, más o menos justificada, del maltrato económico y las medidas gubernamentales y judiciales contrarias a la autonomía catalana fueron el sustrato. La reacción de dignidad generalizada se orientó hacia el gobierno del PP principal responsable de la gestión de la crisis y de las políticas antisociales. Las derechas y el PSOE en vez de apagar el fuego catalán lo excitaron con prepotencia, menosprecio y amenazas. Por nacionalismo arcaico y para desviar la atención del resto de Espala. Las campañas políticas y mediáticas anticatalanas intentaron y en parte consiguieron excitar el peor españolismo rancio, sea del PP y FAES, de Ciudadanos o del PSOE de la vieja guardia y su portavoz de la señora Díaz, la sultana sevillana. Como dijo un personaje de la intelectualidad madrileña «asumimos que los catalanes no sois españoles pero tenéis que entender que Catalunya es de España».

Las clases trabajadoras y los partidos de izquierda histórica asumieron en los años 30 y a lo largo de las cuatro décadas de dictadura el carácter nacional de Catalunya y el derecho a la autodeterminación, tanto los socialistas y comunistas como las centrales sindicales (CCOO y UGT). El Estatuto fue un pacto entre Catalunya y el Estado español, previo incluso a la Constitución al reconocer a la Generalitat, formalizado constitucionalmente y pervertido de forma gradual y constante desde los inicios. El Tribunal Constitucional a instancias del gobierno del PP y la complicidad del PSOE dieron la puntilla definitiva al pacto. Y emergió un nacionalismo catalán que evolucionó de la no aceptación de la sentencia a la consulta y de ésta a la independencia. Fue una expresión de la indignación ciudadana. Unos partidos, arraigados en las clases medias se subieron a la ola, por vocación y quizás también por oportunismo. Las izquierdas históricas representativas de gran parte de las clases trabajadoras se quedaron a medio camino, ni con el TC reaccionario ni con el independentismo utópico. No pudieron o no quisieron insertarse con vocación dirigente en la movilización ciudadana.

En Catalunya no nos engañemos, no hubo una manipulación política. Hubo una insurrección casi festiva, también muy irritada y expresiva, de gran parte de la ciudadanía. Encontraron ámbitos abiertos como Asamblea Nacional y Ommium Cultural. Sus brotes nacieron de la sentencia del TC y emergió con fuerza con más de un millón de personas en el 11 de septiembre de 2012. La explosión de indignación fue contra el gobierno del PP principalmente pero derivó contra el Estado centralista y autoritario. Y contra «España» o mejor dicho la imagen de una España que recordaba el franquismo. Pronto el grito de «independencia» surgió espontáneamente, no tanto como objetivo político sino como expresión de rabia y de esperanza, de un mundo mejor. En pocos meses los independentistas se multiplicaron por tres. En gran parte de las clases medias. Pero también sectores burgueses que no lo habían sido nunca, o no lo habían expresado. Y una gran parte de las clases trabajadoras incluso no catalanes ni de origen ni de lengua también participaron en esta movilización (no todos, bastantes, pero más reticentes a la independencia). La movilización ha sido probablemente la mayor movilización masiva y que dura ya más de cinco años, cada 11 de septiembre (2012-2016). En cada «diada» participaron entre un millón y millón y medio. Y en la consulta ilegal, el 9 N, aproximadamente dos millones. Fue la ocasión de que los partidos nacionalistas, de centro derecha (Convergencia, hoy PdCat) y centro de izquierda (ERC) se subieron a la ola y se propusieron tomar el timón. De hecho ha habido dos procesos paralelos, más o menos articulados, el de la movilización ciudadana en la calle y el proyecto político de los partidos.

Los partidos citados hubieran podido plantear una estrategia política a medio plazo y buscar canales de conexión con las izquierdas catalanas no independentistas pero si favorables a una consulta y construir un pacto sobre las políticas a desarrollar y proponer un gobierno de concentración. A pesar de las dificultades para dialogar con los sectores gobernantes de España (poco o nada dispuestos) hay, o habrá, fuerzas políticas españolas y autonómicas como ya ha ocurrido con Podemos y hay indicios también en la nueva dirección del PSOE. Cualquier iniciativa política catalana para modificar la relación de Catalunya con el Estado español, como hacer un referéndum o modificar el marco constitucional requiere construir lazos con importantes sectores políticos del resto de España. La paradoja fue no hacer una estrategia política sino que se asumió la expresión emocional de las movilizaciones ciudadanas. Si no se puede ir por el camino amplio de la consulta se anuncia y se declara ir por un atajo a la independencia. Bien elaborado técnicamente pero poco viable políticamente a corto plazo por lo menos. Como es moda, los partidos nacionalistas se hicieron portavoces de los sectores más movilizados. El irresponsable gobierno del PP hace todo lo posible para estimular el sentimiento de humillación y la reacción de dignidad y de afirmación propia de los catalanes y hace independentistas a muchos que no lo eran. Se intenta excitar al resto de la sociedad española contra Catalunya y a la vez fracturar la sociedad catalana. El gobierno español actúa como banda de pirómanos con vocación de incendiar la pradera, o la meseta.

Las izquierdas hubieran podido influir al proceso catalán algo menos emoción y más apoyos. Pero se quedaron fuera de juego. Los socialistas catalanes (PSC) que habían defendido la autodeterminación en el pasado, que inicialmente se mostraban muy mayoritariamente favorables a un referéndum o consulta y que eran el principal baluarte del PSOE (junto con Andalucía) hubieran podido influir decisivamente al nacionalismo catalán y al propio PSOE. Se sometieron a la vieja dirección del PSOE, que se identificó con el españolismo rancio al que mal llamaron «constitucionalismo», junto con PP y Ciudadanos. EL PSC perdió votos y militantes y se quedó sin política catalana. Las izquierdas postcomunistas (herederos del PSUC) y las nuevas izquierdas, se agarraron a la consulta pero sin iniciativa política. Aún están pendientes de su futuro y ocupados en construir su nueva casa «En Común».Mientras tanto sus bases se orientaron en direcciones opuestas sobre el tema catalán, unos muy en contra del independentismo, otros muy a favor, o están por la independencia pero no con los nacionalistas, o por la consulta unilateral, otros vale si es legal. Es decir, suma cero. Sus dirigentes se olvidaron que la política está hoy y desde hace buen rato en gran parte se dirime en la confrontación catalana con el gobierno del PP. Ahora, las izquierdas catalanas, sean «comunes» o socialistas no pueden hacer otra cosa que ir a remolque del nacionalismo catalán o aparecen como cómplices del bloque conservador españolista. O mantenerse en el limbo, que como en política es como el cielo, no existe. Creo que están a tiempo de iniciar un nuevo proceso después del 1 de octubre, centrado en el referéndum, unir al maximo de fuerzas contra el gobierno del PP y con un programa político y económico-social progresista que incluya las izquierdas y los nacionalismos periféricos.

Las izquierdas ante nacionalismos y democracia

Las izquierdas están incómodas con el nacionalismo. Pero existe y está muy presente. Es frecuente que se critica el nacionalismo en nombre de un nacionalismo superior. En otros casos en contra de un nacionalismo enemigo histórico o competidor en el presente o futuro. Hay nacionalismos que han supuesto un avance social y político. El caso moderno, fundacional y más complejo es la revolución francesa. Identifica «pueblo, nación, estado y república» y su legitimidad se derivan de los «derechos de los ciudadanos libres e iguales» (1789). No es el caso de España, sin pasado democrático o en breves momentos históricos que siempre acababan mal. Es cierto que en las últimas décadas existe un marco político-jurídico similar al europeo producido por la transición y a un importante avance de las políticas sociales. Pero la crisis de de inicios del siglo XXI hizo ver a las clases populares su precariedad social, los privilegios y la corrupción de los poderes económicos y políticos y su escasa influencia en el Estado.

En el sustrato de las clases trabajadoras existe en España una base republicana. Hay un mundo popular que vive escasamente socializado en la nación. En gran parte de España las clases populares pueden mantener lazos caciquiles y clientelares, manipulación patriotera o simplemente sometidos por el miedo y la represión. Pero plenamente ciudadanos muy poco. Sin embargo en el caso catalán se conjugaron los sectores medios y en parte populares con fuerte identidad propia. Se añadió además de la crisis política y económica de la última década y la población de origen del resto de España acentuó su indignación ante las políticas del gobierno PP. Éste ha intentado contrarrestar este rechazo fomentando la amenaza de la exclusión si se impusiera el independentismo. Los «otros catalanes» como dijo Candel también se consideran más o menos españoles y se generan fisuras en las clases populares. Unos se aproximan al movimiento catalán, incluso el independentismo, con vocación integradora. Otra parte teme el independentismo por temor a una exclusión política y cultural. El nacionalismo españolista centralista difunde la imagen conservadora del nacionalismo catalán. Pero la gran mayoría de las clases populares catalanas aceptan la consulta y rechazan la política de la derecha española. Y bastantes aceptan incluso la legitimidad de la independencia. Como dijo un sobrevenido al independentismo, el periodista Antonio Baños «es lógico que los catalanes quieran marcharse de España, lo que no es lógico que el resto de españoles no quiera». Pero hay que reconocer que en el resto de España es difícil aceptar el independentismo catalán comparable con el que hay en el resto. Incluso donde hay nacionalismo activo, como Galicia es minoritario. E incluso el nacionalismo potente como el vasco se conlleva bastante bien con el concierto económico y rechaza «aventuras».

Independentismo solo lo hay en Catalunya. Más del 40% de la población así lo expresa directamente y un 30% quiere la consulta o referendum y una parte se inclina hoy hacia el independentismo. Esta mayoría, heterogénea, con intereses contradictorios, multiclasista y movilizadora está liderada hoy políticamente por el centro derecha y el centro izquierda y sin contenido, o muy difuso, social. A pesar del protagonismo o la influencia política en el proceso de ERC y CUP. También de la presencia de numerosos votantes o militantes de organizaciones históricas o recientes en el proceso. Las izquierdas, herederas del socialismo y del comunismo o de loso indignados y de la «nueva política», se han encontrado en fuera de juego del escenario catalán. Por el temor a la división de las clases populares, por la hegemonía nacionalista conservadora, por la mitificación del Estado de derecho, por la precipitación independentista sin haber acumulado fuerzas en Catalunya, España y Europa y por las rupturas con las izquierdas y progresistas del resto de España susceptibles de dialogar. Razones importantes pero relativas.

¿Para no dividir a las clases populares? Un mal cálculo por parte de los socialistas, el PSC, que han perdido por un lado, el catalanismo, por la sumisión a una dirección del PSOE propia del españolismo rancio y por el lado de parte de sus bases no catalanistas que rechazan cualquier atisbo de consulta y el nacionalismo. Los «comunes» están divididos a todos los niveles (dirigentes, militantes, votantes) y su punto de equilibrio ha sido el derecho a decidir o consulta. No han tenido la sangría del PSC pero resulta extraño que un bloque de fuerzas con vocación movimentista como es el En Comú no se haya integrado a fondo en el proceso para incidir en el mismo, con criterios más realistas y amplios.

¿Hegemonía conservadora? Sí, pero no tanto. El bloque nacionalista mantiene un discurso vagamente progresista. Sus políticas de «austeridad»han sido similares a las neoliberales y argumentan su dependencia financiera del gobierno español. No proponen compromisos sociales y económicos. Parafraseando la frase famosa «democracia, sí «pero ¿para qué?» Sin embargo si las izquierdas hubieran participado más directamente en el «proceso» podrían haber podido forzar acuerdos programáticos que motivarían a una gran parte de los sectores populares en Catalunya y facilitaría el diálogo con los sectores progresistas españoles.

¿Se ha mitificado el Estado de derecho vigente? La Constitución española y su desarrollo posterior no solo se originó con un pacto con los postfranquistas sino que además por vía gubernamental y judicial se fue pervirtiendo como el sistema electoral, las restricciones al autogobierno autonómico, la ley de partidos, la legislación mordaza, la reforma laboral, etc. No hubo consulta sobre el régimen político (Monarquía o República) y se utiliza el absurdo y metafísico citado artículo 2 que definía «España como unidad indivisible» impuesto al Congreso de disputados. El llamado «bloque constitucional» es el trío de PP, Ciudadanos y PSOE no solo es el bloque conservador sino que utiliza el sistema electoral y el marco legal y el pero no legítimo, para reformar la Constitución o para promover un referéndum por iniciativa popular. Forzar una consulta democrática no depende tanto del marco legal como de la relación de fuerzas. Si no hay falta de voluntad democrática del gobierno hay acumular fuerzas, apoyos y planteamientos legítimos.

¿Hay acumulación de fuerzas en Catalunya para forzar el referéndum y eventualmente la declaración unilateral de independencia? Es probablemente el argumento más crítico al proceso catalán. Unir el referéndum con la independencia no solo supone una provocación al gobierno español que dispone de muchos medios para limitar o evitar ambas iniciativas. También genera múltiples anticuerpos tanto en Catalunya y en el resto de España. Y en Europa puede darse una imagen de debilidad aunque también de poco sentido democrático por parte del gobierno español. Es un acto de fuerza audaz, con riesgos a corto plazo, incluso puede ser visto como fracaso. Pero el fracaso aparecerá como también como una intervención represora por parte del gobierno y de la judicatura del Estado español. Lo cual puede radicalizar el independentismo, atraer a sectores dudosos, pero probablemente también radicalizara en contra a sectores hasta ahora que se han manifestado en contra, no solo desde la derecha, también desde colectivos de la izquierda social.

¿Se han hecho los pasos y las propuestas suficientes con los sectores políticos, sociales y culturales del resto de España para establecer acuerdos, obtener apoyos o por lo menos que consideren públicamente la legitimación del proceso catalán? No se puede evaluar si se han hecho suficientes esfuerzos en este sentido. Probablemente no pues ni han tenido muchos resultados positivos ni se han conocido muchas iniciativas al respecto. Bien por resistencias «españolistas» o por desidia o mal planteamiento de parte catalana. Ir por delante con la independencia como bandera no era la mejor manera de ser atendido. En sentido contrario, las campañas «anticatalanas» por parte del PP, de Ciudadanos y de sectores del PSOE tienen también una considerable responsabilidad de la fractura resultante.

El resultado es un bloqueo. El proceso catalán parte de una injusticia, la sentencia del TC y ha acelerado los tiempos para mantener la movilización ciudadana. El proceso independentista ha radicalizado el discurso al no tener un interlocutor. El gobierno español no ha hecho ninguna propuesta y se ha atarincherado en un marco legal más que discutible. El inmovilismo del gobierno del PP es una provocación permanente.

¿Las izquierdas pueden reencontrarse con el pueblo catalán?

Las izquierdas han sido dubitativas, temerosas de ser arrastradas por la aventura nacionalista, apegadas a la mitificación del modelo de Estado envejecido prematuramente y pervertido por el uso que han hecho el PP y en menor grado los gobernantes del PSOE. El PSOE, hasta ahora por lo menos, ha vivido de las rentas de la transición. Para lo bueno y para lo malo. Se ha identificado con el Estado de la transición a costa de asumir como propio aquello que venía del autoritarismo centralista, la omisión de la memoria democrática, el menosprecio al derecho de los pueblos a su autodeterminación (como defendía en 1976), y ha promovido y ha apoyado leyes antisociales y anticonstitucionales (como la reforma laboral o la ley de partidos que criminaliza a los partidos que tienen en su programa el sistema socio-económico vigente). El bloque «constitucionalista» (PP,PSOE, C’s) en cambio momifica la Constitución o interpreta restrictivamente el marco jurídico, como es el caso el derecho a la consulta o referéndum, cunado sería fácil delegarlo en la Comunidad autónoma. Los socialistas catalanes, a remolque de una dirección del PSOE conservadora, centralista y que se siente copropietaria del Estado, aunque en minoría frente a la mayoría del PP. Unidos Podemos que apoya el «derecho a decidir» y se le supone un programa político y socio-económico más acorde con las nuevas generaciones, aunque por ahora poco visible. A partir del 2012 se sintió aturdida, desbordada y desorientada ante las movilizaciones de los 11 de setiembre. Una gran parte de los centenares de miles que salen en la calle, convocados por la ANC y otras entidades, son militantes o votantes del PSC, de Iniciativa y de Esquerra Unida, de Podem, de Barcelona en Comú, de Procés constituent, etc pero sin que ello se reflejara en sus direcciones políticas partidarias. Y, en consecuencia, dejan la iniciativa política en ERC, CiU (luego Pd Cat) y CUP, que optan por la independencia y la consulta es simplemente un trámite.

Las izquierdas se encontraron encerrados con dos juguetes que no supieron utilizar: la democracia y el nacionalismo. La democracia no se confunde con el marco político-jurídico, la democracia es dinámica y el marco formal es estático y en muchos casos se interpreta o pervierte según los intereses de los grupos gobernantes. Hay crisis política cuando la democracia se confronta con el poder político. No hay que reverenciar el marco formal, hay que reinterpretarlo a partir de principios básicos. Y respecto el nacionalimo ¿hay que temerle? Son siempre pluriclasistas, con intereses y valores contradictorios, pero si sus demandas o reivindicaciones si son legítimas, si expresan valores de justicia y de libertad, deben ser tenidas en cuenta. En estos procesos predominaran las orientaciones políticas más o menos conservadoras o progresistas. Dependerán según el arraigo y las iniciativas de unos u otros. Lo que no pueden hacer las izquierdas es quedar fuera de juego.

La democracia se basa en la existencia de un solo pueblo, llamándolo país, nación o comunidad. Un pueblo con una lengua histórica, la catalana, a la que se añadió gradualmente a partir del siglo XVI la lengua castellana y a partir del siglo XVIII con lala centralización política del poder absoluto llegó a ser hegemónica. Las inmigraciones del siglo XIX y sobretodo del XX se instalaron poblaciones de cultura y lengua especialmente la castellana. Esta inmigración y sus descendientes en una parte creciente forman parte de las clases trabajadoras. La confrontación «burguesía industrial y proletariado» prevalece en el último tercio del XIX hasta la República (1931). El independentismo es muy minoritario. La afirmación catalana es cultural y sirve también para reforzar las reivindicaciones económicas y políticas de clases medias y altas. El anarcosindicalismo, hegemónico hasta la guerra civil (1936-39), se proclama internacionalista y menosprecia los nacionalismos. Las clases trabajadoras mezclan ambas lenguas pero entienden más fácilmente la lengua escrita.

A medida que las izquierdas catalanas y autonomistas (Esquerra Republicana, Unió Socialista, el CADCI, etc) se hacen más fuertes en los años 30 establecen lazos con los sindicatos y en general las clases populares. El PSOE era reticente ante el catalanismo. Los comunistas declaran que Catalunya es una nación, inspirados por la «cuestión nacional» Stalin que afirma que la lengua es parte de la infraestructura. Se crea el PSUC (1936) como fusión de Unió Socialista (catalanista), la federación del PSOE (ambiguo y federalista), Partit Proletari (independentista) y PC catalán. Asumen el carácer nacional de Catalunya y la autodeterminación pero no la independencia y coinciden con el catalanismo progresista. Las izquierdas históricamente no han sido pues en su gran mayoría independentistas pero sí federalistas o confederalistas. La dictadura franquista, con su odio, menosprecio y acción represora a la vez de las clases trabajadoras y del catalanismo, acercó mucho más a las izquierdas y el catalanismo. Las izquierdas asumieron el nacionalismo y el internacionalismo conjuntamente.

En los inicios de la dictadura el catalanismo se refugió en la actividad cultural y en reductos políticos muy minoritarios, en medios profesionales y cristianos. La resistencia obrera y popular que se desarrolló a partir de los años 50 y más aún en los 60 tuvo su eje estructural en el PSUC. Arraigó en el movimiento obrero y en los barrios populares, en la Universidad y en la enseñanza, en los medios profesionales e intelectuales, etc. Sus objetivos: libertades políticas, autodeterminación y defensa de los trabajadores. Antes de que se hiciera popular la afirmación «son catalanes los que viven y trabajan en Catalunya» el PSUC lo llevó a la práctica, asumió el bilingüismo en la realidad pero priorizó el catalán siempre que era posible, unió a los trabajadores fueran su origen o su lengua. Un solo pueblo. Luego, ya en el inicio de la democracia, el PSC asumió una tarea similar. No hubo fractura social ni cultural. Ambos partidos fueron integradores de las clases populares como ciudadanos de Catalunya. El PSUC hegemonizó el antifranquismo incluída la Asamblea de Catalunya y el PSC fue el partido mayoritario en las elecciones generales y en las municipales desde el inicio de la democracia . La bandera catalanista fue en gran parte de las izquierdas. Hasta que llegó el «proceso catalán» que se enfrentó con el Estado español.

El proceso catalán radicaliza el independentismo y mantiene un gran apoyo social, aproximadadmente la mitad de la ciudadanía. Reúne a amplios sectores populares y de izquierdas y también el catalanismo liberal y moderado. Pero socialistas y «comunes» quedan en tierra de nadie, los primeros son percibidos con la troika «constitucionalista» (PP, C’s y PSOE) y los segundos «acima do muro», observadores del proceso, a pesar de que éstos defienden la «consulta» (sin pronunciarse) y los socialistas también pero más tibiamente y contra la independencia. El resultado es una grave fisura del pueblo catalán y de las clases trabajadoras principalmente y ha debilitado a las izquierdas. El «independentismo» optó por acelerar el proceso, de la consulta a la independencia y de un proceso abierto y gradual para reforzarse a fijar fechas a corto plazo sin los suficientes apoyos. Hubiera debido conseguir alianzas fuera de Catalunya, en cambio ha facilitado un «anticatalanismo» primitivo. A pesar de su importante base social han ido creciendo resistencias en sectores populares y progresistas. La principal responsabilidad es del gobierno del PP que ha provocado con sus amenazas e inmovilismo la reacción catalana. Pero ésto se daba por supuesto. El independentismo es también en parte responsable, su indignación expresiva y justificada no podía convertirse en proyecto político con posibilidades de éxito.

Sin embargo las izquierdas catalanas no pueden mantenerse al margen. Frente al gobierno del PP no pueden ser neutrales o testigos, ni parecerlo, coma a veces se acusa a «los comunes». Y tampoco el PSC puede ser cómplice como del PSOE cuando aparece su imagen de nacionalismo centralista y rancio. No se trata de conseguir o no la independencia ahora, se trata de acumular fuerzas para un futuro mejor para Catalunya, sea con independencia o una mejor una relación con el Estado español, lo que voten los ciudadanos. La batalla del 1 de octubre puede ser un ejercicio democrático que puede ser un paso adelante. Las batallas que se pierden son aquéllas que no se hacen. Las izquierdas deben estar en las movilizaciones presentes para no encontrarnos en el campo de aquéllos con los que no podemos ni queremos estar.

Nada se ha perdidosi se asume que algo se perdió

La historia reciente pudo haber sido distinta, pero aún estamos a tiempo. El caso catalán es el problema español. España no culminó su integración nacional. Tal es así que de forma más o menos equívoca lo reconoce la Constitución. El independentismo u otra relación que reconozca el carácter nacional por parte del Estado español requiere un desarrollo democrático de España. El proceso catalán puede ser un factor determinante de redemocratización de España. Las izquierdas catalanas, sean independentistas, confederales, federalistas o autonómicas, deben plantear a la vez el derecho del pueblo catalán a manifestar su futuro y a promover los derechos sociales y la renovación política en Catalunya y en España. El independentismo es hoy por hoy es una fuerza movilizadora que cuestiona el Estado español pero se requiere que en el conjunto de España hayan fuerzas políticas y sociales que asuman la redemocratización del país. La debilidad de las izquierdas catalanas resulta por no haberse situado dentro del proceso catalán para mediar con las izquierdas españolas. El independentismo puede derivar en independencia a medio plazo pero previamente debe contribuir a democratizar el Estado español. Y entonces pueden haber otras salidas además de la independencia.

En todos los procesos nacionales se da un conglomerado de actores dispares, políticas, culturales, sociales. Pero la fuerza del proceso depende de compartir un objetivo político concreto. Se han dado en los procesos revolucionarios o transformadores, desde las revoluciones democratizadoras como las inglesas en el siglo XVII (1642), la independencia de EEUU (1763) y la revolución francesa (1789). Especialmente interesante esta última pues se explicitaron las dos dinámicas contrapuestas, el liberalismo conservador y formalista y el republicanismo igualitario y promotor de cambios sociales y económicos. En todas ellas hubo intereses y valores opuestos pero primero acabaron con las monarquías y las dependencias. Las revoluciones sociales, más clasistas, en 1848 en gran parte de Europa y la Commune de Paris (1871) fueron derrotadas pero acumularon fuerzas para conseguir derechos sociales. La revolución rusa (1917) fue el desmoronamiento del Estado, se proclamó de » revolución de clase» y se impuso mediante la dictadura, incluido sobre el proletariado. Sin embargo estas experiencias dan algunas pistas más conceptuales que aplicables a nuestro caso.

La segunda guerra mundial nos ofrece ejemplos europeos más prácticos aunque en estos casos no se trataba de un conflicto entre nacionalismos como se da en España. En los años que se empezó a consolidarse las resistencias en Francia y en Italia (1943). Las iniciativas y los movimientos resistentes fueron diversos y en muchos casos opuestos pero crearon estructuras intermedias y cúpulas políticas. Sobre estas bases no solo se coordinaron sino que también elaboraron programas de democratización política y de políticas socio-económicas que acordaron las nacionalizaciones de la banca y de las grandes empresas colaboracionistas con los nazis y un reconocimiento de derechos sociales que incluyó la seguridad social universal, el acceso a la educación para todos y la vivienda popular en los programas de reconstrucción. Sobre estas bases se movilizaron las clases populares, por sentimiento nacional pero también para ser reconocidos como ciudadanos de pleno derecho. El Consiglio Nazionale de Liberazione de Italia y el Conseil National de Résistance culminaron esta unidad mediante un gobierno de coalición que incluía como fuerzas principales la Democracia Cristiana, socialistas y comunistas además de otras corrientes de centro y de izquierda. En el Reino Unido la resistencia (o guerra de Inglaterra) fue liderada por Churchill y el partido conservador. Pero integró en el gobierno a los laboristas que fueron aliados leales en la guerra pero elaboraron un programa social y económico avanzado para la postguerra. La resistencia era nacional pero también social. Una vez la paz el Labour ganó las elecciones con un gran voto popular y aplicaron su programa que se concretó el «welfare state» que ni tan solo el neoliberalismo lo ha podido destruir del todo. Estas conquistas sociales redujeron las enormes desigualdades, en nombre de la democracia y de la nación como pueblo. Las clases populares adquirieron los derechos políticos y sociales que de facto eran excluidos por parte del capital y de los gobiernos. Las clases populares se sintieron nacionales, ciudadanas. La democracia empezaba a ser real, con muchos déficits, pero se abrían caminos para conquistar los derechos formales y materiales de la ciudadanía

No se trata de imitar estos ejemplos. Lo que importa es sumar fuerzas diversas con realismo y apertura, que incorporen movilización hoy y esperanzas para mañana. Catalunya aún estamos a tiempo de unir las fuerzas por una consulta o referéndum y con un programa político y socio-económico que valga tanto para Catalunya como para el conjunto de España. La independencia o el reconocimiento nacional como la democracia debe dar respuesta a la pregunta «para qué». Aún estamos a tiempo, no se ha perdido la oportunidad de redemocratizar España y reconocer el derecho de Catalunya a manifestar su relación con el Estado español. Para ello debemos superar las fisuras que se han creado entre los sectores populares y dejar de lado las confrontaciones más o menos soterradas entre las fuerzas políticas. Se trata de unir los objetivos primarios nacionales: referéndum catalán, reforma política que elimine los rasgos procedentes del franquismo y programas socio-económicos incluyentes para toda la ciudadanía.

La movilización del 11 de setiembre y la consulta del 1 de octubre debería servir para construir más lazos sociales y políticos en Catalunya y con fuerzas políticas y culturales del resto de España. La independencia es un derecho, pero ni es el objetivo más inmediato pues requiere más acumulación de fuerzas ni puede ser la única salida posible para el futuro. El atentado trágico y criminal ha demostrado el valor y la serenidad de los catalanes. Catalunya, a pesar del carácter sospechoso del mismo, sale reforzada. Los ciudadanos rechazan el odio y el miedo.

Jordi Borja, geógrafo y urbanista.

Fuente: http://blogs.publico.es/ciudad-popular/2017/08/26/izquierdas-y-nacionalismos-el-caso-catalan/