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Siria

Jdeyda, la primera aldea cristiana en manos del Ejército Libre

Fuentes: fortresseurope

Traducido del italiano para Rebelión por Susana Merino

Yaqbiya.- Una mujer cristiana ha sido la protagonista de la batalla de Yaqubiya, uno de los primeros pueblos cristianos, en la provincia de Idlib, conquistados por el Ejército Libre Sirio. La mujer se llama Raghda, es madre de tres niñas y trabaja de maestra en la escuela elemental del vecino pueblo de Janudiya. Ha sido ella la que ha evitado un baño de sangre en la ciudad. Protegiendo a los soldados desertores de las tropas del régimen y ayudándolos a unirse a los muchachos del Éjército Libre. Muchachos que ha visto crecer en los bancos de la escuela. Sí, porque en el campo los combatientes del Ejército Libre son los muchachos del pueblo. Y ella, que es maestra desde hace quince, años los conoce a todos desde chicos.

«Son como hijos míos. Conozco a sus familias, les he enseñado a leer y a escribir. Si ahora pueden leer el Corán es gracias a mi trabajo. Cuando los he visto, he hablado con ellos y me han explicado sus razonas. Nosotros los cristianos hemos permanecido neutrales en esta guerra, creo en la no violencia, pero quería hacer algo contra el régimen, sobre todo después de haber visto a personalidades como el Padre Paolo Dall’Oglio tomar partido fuertemente contra la dictadura. De modo que los convencí de esperar un poco y comencé a hablar con los soldados del régimen que habían entrado en el pueblo. Primero uno, después dos y finalmente han desertado decenas: los escondía en casa y luego pasaban a las filas del Ejército Libre.

Aquellos días el pueblo de Yaqubiya y sus 2.000 habitantes estaban literalmente asediados por las tropas del régimen. El párroco del pueblo se negó a dejar el campanario a los francotiradores. La comunidad armenia cristiana en cambio cedió su iglesia al ejército como cuartel general. Las cápsulas vacías se hallan aún en la plazoleta, ante un viejo ícono de la Virgen. Desde allí disparaban los francotiradores y los artilleros. Hasta que luego de tantas deserciones los soldados del régimen se encontraron numéricamente en inferioridad de condiciones y decidieron retirarse.

Fue el 27 de enero de 2013. La batalla se produjo fuera del villorrio, en el lugar del bloqueo a lo largo de la calle de los olivos. Todavía se encuentran allí rastros del enfrentamiento. Un tanque quemado, las cápsulas usadas al borde de la calle, las bolsas de arena acribilladas y las ramas de los olivos quebradas por las ráfagas de metralla.

Dos semanas después en el pueblo se respira un aire tranquilo. Los muchachos musulmanes del Ejército Libre custodian las calles, dejan circular libremente a los cristianos que se han quedado en el pueblo. Especialmente a los católicos porque muchas familias armenias huyeron junto al cura después de que su comunidad cediera la iglesia a las tropas del régimen. Las relaciones entre musulmanes y cristianos parecen óptimas. Hay gente en las calles, los chicos juegan, los negocios se están reabriendo. Yo soy huésped de la familia de Taghda, tomando el té junto a sus exalumnos.

Y sin embargo basta con recorrer unos cinco kilómetros para darse cuenta que no todo son rosas y flores. Los escombros del pueblo cristiano de Jdeyda no dejan lugar a dudas. Aquí los combates han sido mucho más intensos. El ejército Libre se hizo con el control del pueblo en diciembre de 2012. Y los bombardeos del régimen comenzaron enseguida. No hay prácticamente una sola casa en este pueblito de 1.000 habitantes que no haya sido bombardeada. Hasta la vieja iglesia armenia ha sido impactada. El misil cayó a la entrada. La verja de hierro saltó por los aires, la vidriería se hizo añicos y la escalinata está totalmente destruida. Y sin embargo los habitantes están enfurecidos con los muchachos del Ejército Libre.

«¡Nos robaron todo! ¡No nos han dejado ni la estufa! ¡Aquí vivía una pareja que se había casado hace cinco meses! Mira ya no queda nada, ¡es una vergüenza! ¿Es esta la libertad que quieren? No hay electricidad en todo el pueblo, no hay pan, no hay combustible, Cuando los soldados estaban aquí ninguno robaba. ¡Nosotros no estamos de acuerdo con esta guerra!»

Elías no usa términos medios, es un muchacho de veinte años. Acaba de regresar al pueblo luego de algunas semanas de ausencia y ha encontrado que la casa de los vecinos había sido totalmente desvalijada. Hammuda, a quién todos llaman Google por su memoria de los números, apoya la culata del fusil en el suelo y trata inútilmente de calmarlo:

«Nosotros los del Ejército no aceptamos los robos. Si ha habido rapiñas en todo el pueblo se deben a bandas de delincuentes que han aprovechado la oportunidad de que íbamos delante y no quedaba nadie a cargo de la vigilancia del pueblo. Si los hubiéramos visto los habríamos arrestado».

Pero más tarde, mientras nos alejábamos del lugar del delito, Google me confía en voz baja: «Dicen que somos ladrones pero no te han dicho que el dueño de casa era un «shabbiha«. Ha tenido suerte de que no lo detuviéramos…» Como si los robos fueren un legítimo castigo para los presuntos esbirros del régimen. O por lo menos para los que se fugan. Porque a los detenidos por lo general los condenan a muerte. Con investigación previa del tribunal islámico establecido hace poco en la vecina Darkush. Pero los sospechos de «shabbihas» de Jdeyda huyeron hace tiempo junto al cura.

La historia del cura de la iglesia armenia de Jdeyda está en boca de todos. El pasado noviembre consiguió fusiles a diez muchachos del pueblo para organizar rondas después de que en la región se produjeran cuatro secuestros con exigencia de rescate. Luego de la llegada del Ejército Libre, temiendo que lo arrestaran, el cura huyó junto a una cincuentena de hombres hacia la zona controlada aún por el régimen de Latakya. Su casa se ha convertido hoy en el cuartel general de los muchachos del Ejército Libre. Han sacado los cuadros y los íconos de las paredes. Se han instalado en la sala. La única habitación que no fue dañada por los bombardeos del régimen.

Donde en cambio no ha sucedido nada es en el pueblo de Qneya. Un tercer pueblo cristiano de 1.000 almas, en la otra pendiente del valle. Allí nadie ha entrado, ni el ejército del régimen ni el Ejército Libre. Y nadie ha disparado un tiro. Mérito de los franciscanos los cuales, en éste único pueblo totalmente cristiano de la región, súbitamente se declararon neutrales.

«El 7% de los sirios somos cristianos, cerca de un millón y medio de personas. En general no estamos de acuerdo con el régimen ni con la guerra. Solo queremos la paz. Al principio, cuando eran pacíficas, estábamos con las manifestaciones. Luego la situación se volvió muy sucia. Me di cuenta cuando aquí en Jisr los rebeldes fusilaron a 82 soldados y ahorcaron al jefe de la policía militar secreta. Si te vuelves un asesino estás perdido».

El Padre Hanna es el responsable del convento de los franciscanos que en la región es una verdadera y auténtica institución. Creado en 1878 ha estado siempre a la vanguardia en el valle: la primera escuela, el primer teatro, el primer dispensario, el primer pueblo con iluminación eléctrica. Y durante la guerra el convento no ha dado a nadie con la puerta en las narices.

«Hemos alojado a centenares de personas en fuga. Musulmanes, cristianos, alauitas. Los últimos hace unas semanas. Eran 250 alauitas de un pueblo vecino. Habían huido luego de la llegada del Ejército Libre. Dijeron que los del Ejército Libre les habían incendiado las casas y la mezquita. Existe un odio atávico que está saliendo a la superficie con la guerra».

El frente está detrás de las colinas, a cinco kilómetros del convento de los franciscanos- Oímos el eco de los bombardeos. En la vecina ciudad de Jisr Al Shughur, de 40.000 habitantes, se han atrincherado 2.000 soldados del régimen. Desde allí bombardean todos los días la zona que la rodea. Y prohíben a los civiles abandonar la ciudad. Me lo confirmó el centenar de familias que logró huir clandestinamente de Jisr, de noche, buscando hospitalidad en los pueblos cristianos de Jdeyda, Yaqubiya y Qneya.

El Padre Hanna, junto con el alcalde del pueblo, ha organizado personalmente la acogida. Y está orgulloso de que su gente haya abierto las puertas a las familias musulmanas de Jisr. Lo ve como un gesto de paz. «El nuestro es un pueblo maduro. No actúa según leyes tribales o «vendettas» de sangre. La gente conoce la propia historia y ama a esta Siria plural. Éramos un ejemplo de convivencia entre cristianos y musulmanes. Y continuaremos siéndolo a pesar de esta sucia guerra».

Lo mismo piensa la mayor parte de los sirios. Pero no todos. Se ha derramado ya demasiada sangre y hay quienes quieren vengarse y señalan con el dedo a los alauitas, la minoría a la que pertenece el presidente Bashar. Lo comprendo mejor durante mi última noche en Jdeyda. Cuando en la vieja casa del cura ocupada por los militares del Ejército Libre recibimos una visita inesperada. Son cinco muchachos armados que dicen que son suníes del campo de Latakya. Y tienen un plan para sacar a los alauitas de la región.

«Tengo 90 hombres armados como yo. Somos todos sunitas de la zona, esta tierra es nuestra, estamos aquí desde antes de que llegaran los alauitas! Para limpiar sus pueblos, solo nos faltan las armas necesarias. Habíamos pensado en los misiles Grad. El dinero no es un problema.. Nos financia un jeque de Arabia Saudita, está contento del trabajo que estamos haciendo ¡Si comenzamos a darles con los Grad mientras escapan a Turquía después veremos si los hacemos regresar!

Bilal, uno de los responsables de la «Katiba» que controla Jdeyda, les aconseja que se pongan en contacto con los combatientes islamistas de Ahrar Al Sham o con el batallón Shishan, los 400 combatientes de guerra alistados en Siria para apoyar con fuerza al Ejército Libre a la orden de un veterano de guerra checheno. También menciona a un traficante de armas sirio de Jebal Akrad, un tal Jamal Ma’ruf, de quien se provee habitualmente. Y detalla las armas que están comprando: tanques, cohetes, antiaéreos. Y está claro que ya se ha iniciado el partido de después de la guerra. Un partido cuyo peso político en el territorio dependerá de las armas y de las venganzas. Pero no del lúcido pensamiento del Padre Hanna, la señora Raghda y sus exalumnos.

Fuente: http://fortresseurope.blogspot.it/2013/02/i-primi-villaggi-cristiani-nelle-ma ni.html

rCR