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Jóvenes, sobrecualificados y sin trabajo: el panorama después de estudiar

Fuentes: El Salto [Foto: Reparto de mercancía a un supermercado de Barcelona durante el estado de alarma. Pablo Miranzo]

Una vez cumplidos los 16 años, la juventud sigue un camino, a menudo formativo, en base a sus aspiraciones, pero también bajo sus propios condicionantes económicos, familiares y sociales. El deseo de miles de jóvenes de trabajar en aquello que han estudiado se ve a menudo truncado por el panorama económico español, el asunto de la sobrecualificación o la necesidad de supervivencia.

La situación laboral de la juventud de clase trabajadora sigue siendo sinónimo de precariedad, inestabilidad y sobrecualificación. El denominado “ascensor social” permanece averiado en un sistema en el que la desigualdad continúa siendo hereditaria; mientras, las contradicciones estructurales se acentúan bajo una nueva crisis que ha llevado a quienes aspiran a incorporarse al mercado laboral a un panorama desolador. El contexto socioeconómico postpandémico ha aumentado el paro juvenil en el Estado español alrededor del 40%, mientras que en la Unión Europea se sitúa en un 16%.

El problema viene de lejos. Gran parte de la juventud encadena contratos temporales, uno tras otro. Según datos del INE, más de un 70% de los que tienen empleo lo hacen bajo contratos temporales. Obtener un grado universitario no mejora la situación, ya que solo un 58% de los graduados en 2014 contaba en 2019 con un contrato fijo. Además, siguiendo lo expuesto en el estudio Contratos para la Formación y Contratos en Prácticas de Comisiones Obreras (CC OO), solo uno de cada cinco de los contratos de formación se convierte en indefinido.

Juventud sobrecualificada

El mismo informe de CC OO expone que un 21,2% del estudiantado graduado en universidades públicas en 2014 se considera sobrecualificado, es decir, que está desempeñando labores inferiores que en las que se ha formado. “Eso tiene que ver, sobre todo, con la estructura de la economía española: cuando los puestos de trabajo más cualificados se saturan, lo que toca es ir donde hay trabajo en este país, como la hostelería, o a otros sectores cualificados pero de trabajos más manuales o que no requieren tanto nivel educativo”, expresa Sergio Salas Nicás, licenciado en Sociología, doctor en Salud Pública y experto en inseguridad laboral. 

Es el caso de Júlia (nombre ficticio), que mientras escribía su tesis doctoral —tras graduarse en biología y especializarse con un máster— tuvo que trabajar nueve meses de teleoperadora después de aplicar a varios empleos vinculados a sus estudios a los que no pudo acceder: “Estuve unos seis meses buscando opciones de lo mío, pero viendo que no salía nada empecé a buscar otra cosa porque al final el paro se termina y yo necesitaba ingresos”. Júlia reconoce que en alguna entrevista de su campo le reconocieron que estaba sobrecualificada: “Encajaba en el perfil, pero me dijeron que sabían que si yo encontraba otra cosa me iba a ir”. Estuvo en la teleoperadora nueve meses, hasta que encontró trabajo en un laboratorio.

“Lo que condiciona que puedas acceder a un puesto de trabajo que se corresponda a tu educación no es solo la educación formal, sino los contactos que tengas, el tiempo que puedas permanecer después de la carrera aplicando a másteres o a trabajos…”, añade Salas. “Entre dos personas con el mismo nivel de estudios, una con contactos y otra sin ellos, está claro quién lleva ventaja”, expresa al sociólogo, al tiempo que insiste que se suma la urgencia material —o no— de sobrevivir: “Si tienes que trabajar 10 horas al día en otra cosa que no te has formado, es raro que te puedas enterar de las opciones que se acercarían más a lo que has estudiado”.

“A mí me encantaría poder permitirme trabajar gratis en una empresa que me guste con la esperanza de que me contratasen, pero si ni siquiera tengo la oportunidad de hacerlo por mi nivel socioeconómico esa posibilidad se esfuma”, apoya Rubén Carrillo, graduado en comunicación audiovisual cuya mayor parte de trayectoria laboral no pertenece a ese ámbito.

Las diferencias en función de la clase social se observa en los rankings de empleabilidad .de personas egresadas en universidades: el desempleo de titulados por instituciones privadas se sitúa en un 4,9% frente al 8,7% de las públicas, casi el doble. “Los estudiantes de clase trabajadora ven que no se colocan en el mercado laboral con la misma facilidad que los de clases alta”, consolida el sociólogo Carlos Javier Gil, investigador en el departamento de Ciencias Políticas y sociales del Instituto Universitario Europeo de Florencia.

El experto también añade que “quien pertenece a la clase alta evita en mayor medida la sobrecualificación, pues quienes más heredan las profesiones de los padres son los médicos, abogados y mánagers de empresas”, y apunta que esta brecha social aumenta según se cambia de ramas estudiadas, es decir, se acentúa más en las carreras de ciencias sociales y de artes.

Cuestión generacional

Se dice que esta es la primera generación en 100 años que vivirá peor que sus padres. “El conflicto generacional se debe a un mercado de trabajo muy segmentado. Los jóvenes tienen barreras de entrada como contratos temporales, salarios bajos y precarizados, sin estabilidad económica”, explica Carlos Javier Gil. En cambio, “nuestros padres cuentan con gran experiencia laboral y empleos protegidos sindicalmente”, puntualiza.

Sergio Salas expone que en las investigaciones en las que ha participado al respecto, se concluye que si bien el grupo de adultos de más de 35-40 años tiene trayectorias laborales objetivamente más estables (contratos indefinidos en mayor proporción que los jóvenes, por ejemplo), se muestran muy preocupados por perder el trabajo: “Mi hipótesis es que esto pasa porque en España consolidar unas buenas condiciones laborales cuesta muchísimo tiempo, así que siempre va a estar preocupándote la idea de que puedas perderlas”. De hecho, contextualiza, la preocupación por empeorar las condiciones de trabajo son muy elevadas entre los jóvenes, que además registran mayor proporción de trabajos temporales y de episodios de desempleo en los últimos doce meses.

Un ejemplo de ello es la trayectoria de Rubén Carrillo, almeriense de 27 años con Formación Profesional (FP) en sonido, graduado en Comunicación Audiovisual y estudiante de máster en la actualidad. “Desde mi último año de FP no he parado de trabajar de dj, camarero, mozo de almacén, en proyectos de vídeo…. Durante el grado me ofrecieron una beca de 25 horas semanales como editor de vídeo por 300 euros al mes”, relata. Tras la beca, explica, le ofrecieron un puesto de trabajo por contratos de obra y servicio: “Al principio estaba bien porque era trabajo ‘de lo mío’, pero a mayores también ejercía de guionista, locutor, realizador… Incluso llegué a impartir cursos de edición de vídeo sin tener el contrato fijo”, denuncia. “Era un contrato de tres meses en tres meses, en cualquier momento podían echarme y cobraba poco más de 400 euros por 25 horas semanales, a la vez que trabajaba de camarero”, añade. Como su madre se había jubilado y en su familia necesitaban el dinero, terminó limitándose a la hostelería y se enfocó en acabar la carrera. Desde entonces ha colaborado en algunos proyectos audiovisuales de manera puntual, pero resultan del todo insuficientes, lamenta, para hacerse autónomo.

Laura Rodríguez, viguesa de 23 años graduada en Biología, titulada en el máster de profesorado y preparándose las oposiciones a profesora, ha trabajado en hostelería y en comercio. Asegura que ligar los estudios y el trabajo no fue tarea fácil. “Durante el máster fue una locura, trabajaba todas las mañanas, comía antes de entrar en la universidad y salía a las 21:00. Tuve mucho estrés”, expone.

Ahora Laura tiene un contrato fijo de 24 horas semanales más extras en una tienda de Vigo. “Me encantaría poder rechazar ofertas que no son de lo mío y no aceptar cualquier trabajo”, critica, mientras añade que “te pasas una gran parte de tu vida estudiando, para que luego te infravaloren en otros puestos, sin acabar encontrando de lo tuyo”. Para ella, el término de ‘ni-ni’ es una ofensa, ya que en su caso ha trabajado y estudiado desde que acabó el bachillerato. 

Lo mismo sucede con Irene Mahugo, madrileña de 25 años que ha realizado un FP superior en diseño de interiores y ha estudiado escenografía. “Son trabajos muy eventuales y mal pagados”, comenta haciendo alusión a su trayectoria previa a su situación actual —auxiliar en una sala de museos—. “Llega un momento, ya sea por tu clase social o porque tienes cierta edad, en el que tienes que trabajar y formarte a la vez”. Tras acabar el grado universitario, lamenta, “te ves perdida y no sabes por dónde tirar, con quién hablar o cómo moverte, es como que te dan una palmadita en la espalda una vez acabas”.

Enfrentarse a una nueva crisis

Según Carlos Javier Gil, el hecho de que gran parte de los ingresos del Estado vengan del Turismo —que se caracteriza por generar empleo precario y temporal— hace que en las épocas de crisis se destruya muchísimo empleo: “Los jóvenes siempre han sido los más afectados en la destrucción del empleo respecto a otros países europeos durante estos ciclos”, señala. De hecho, la tasa de paro juvenil en España ha aumentado del 32% de enero de este mismo año, a un 42% en octubre. Para el experto, no obstante, “el problema no es que haya muchos universitarios graduados, sino que todavía se tiene que invertir muchísimo más en el cambio tecnológico”. 

Otra gran diferencia respecto a los países de la OCDE es la edad de emancipación, con 26 años de media en la UE y en muchos de ellos a los 19 años. Los jóvenes del conjunto del Estado lo hacen a los 30 años. El sociólogo e investigador señala que “cuando se mezcla la precariedad, con la imposibilidad de tener proyectos de vida y el precio de la vivienda; emanciparse parece una quimera”. Júlia cuenta que, de hecho, ella se incorporará pronto a otro trabajo vinculado a su formación pero menos acorde a sus preferencias personales. “El trabajo en el laboratorio que estoy ahora me encanta, pero es un contrato por obra y servicio vinculado a la pandemia en el que vives con la incertidumbre de no saber hasta cuándo vas a estar”, explica. “Yo, y creo que muchos jóvenes, vamos buscando una estabilidad, porque tienes proyectos de futuro y no quieres seguir con este ir y venir”, reflexiona la joven. “En mi máster he conocido gente con hijos que lleva 15 años con contratos rotativos de seis meses, y muchos de ellos intentan opositar para acabar teniendo una estabilidad”, añade Laura Rodríguez. 

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/juventud/jovenes-sobrecualificados-generacion-preparada-sin-trabajo-de-lo-suyo-panorama-despues-estudiar