George W. Bush y la secretaria de Estado Condoleezza Rice participaron, el primero de manera privada y la segunda de forma oficial, en la Convención Anual de los Bautistas del Sur. Allí explicaron a más de 18 000 «mensajeros de Dios» que gobiernan en aras de propagar la justicia divina con vistas al advenimiento del […]
George W. Bush y la secretaria de Estado Condoleezza Rice participaron, el primero de manera privada y la segunda de forma oficial, en la Convención Anual de los Bautistas del Sur. Allí explicaron a más de 18 000 «mensajeros de Dios» que gobiernan en aras de propagar la justicia divina con vistas al advenimiento del Fin de los Tiempos.
Más 18 000 «mensajeros de Dios» participaron en la Convención Anual de la Iglesia de los Bautistas del Sur durante el 13 y el 14 de junio de 2006, en Greensboro (Carolina del Sur). Se trataba de uno de los sucesos más importantes de la vida política y social de Estados Unidos ya que esa denominación religiosa representa la principal reserva electoral del presidente George W. Bush. Por consiguiente, los discursos que allí se pronunciaron no deben ser vistos como simples anécdotas folclóricas. Tampoco tienen nada de tradicional en lo tocante a la historia de Estados Unidos, aunque tienen ella sus raíces. Son representativos de la manera de pensar de una mayoría relativa y no dejan de tener consecuencias, implican que la teología de los Bautistas del Sur rige el Partido Republicano y sirve de fundamento popular a la guerra que se desarrolla en Irak.
Los Bautistas del Sur son actualmente la expresión colectiva más importante de la cultura sureña (en referencia a la Guerra de Secesión) y no vacilan en enarbolar las banderas de los confederados. En el plano teológico, consideran La Biblia como un almanaque que describe los tiempos futuros y defienden las teorías dispensacionalistas del Armagedón y del Fin de los Tiempos. Se oponen resueltamente a toda forma de ecumenismo.
Un almuerzo de oración con el general Douglas L. Carver, comandante adjunto de los capellanes de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, tuvo lugar antes de la Convención. Las fuerzas armadas estadounidenses, que tenían la reputación de componerse de borrachos y violadores, fueron objeto del trabajo de pastores de diversas denominaciones evangélicas que, en 50 años, elevaron su grado de moralidad e instauraron incluso cierto puritanismo.
Dirigido por una congregación secreta en el seno del Pentágono (la Fellowship Foundation), este trabajo privilegió la influencia de las diferentes denominaciones evangélicas, en particular la de los Bautistas del Sur, en detrimento de los sacerdotes católicos, que perdieron el tradicional control de las capellanías militares. Poco a poco, las fuerzas armadas estadounidenses se reafirmaron como el ejército de Dios. El Pentágono incorporó así misioneros evangélicos a sus tropas en Irak y el subsecretario de Defensa encargado de la Inteligencia, el general Boykind confirió a la conversión de iraquíes el rango de objetivo estratégico.
Poco después de su inauguración, la Convención fue interrumpida por la sorpresa de un mensaje no programado de George W. Bush que se dirigió en video a los participantes desde Bagdad, en tierra bíblica. El presidente se expresó a título personal ya que su intervención no aparece en el sitio web de la Casa Blanca. Después de saludar al presidente de la Convención, en la doble condición de pastor y veterano de la guerra de Vietnam que ostenta este último, Bush recordó que numerosos bautistas del sur son actualmente miembros de las fuerzas armadas estadounidenses. También rindió homenaje al pastor Billy Graham (una estatua de este fue develada durante la Convención). Seguidamente, Bush recordó a los «mensajeros de Dios» su proyecto de modificar la Constitución de Estados Unidos para impedir que «jueces militantes» autoricen los matrimonios entre homosexuales. Finalmente, Bush enumeró un conjunto de decisiones presidenciales inspiradas en su fe: limitaciones al derecho de aborto, eliminación de subvenciones a las asociaciones favorables al aborto, campañas a favor de la abstinencia sexual entre los jóvenes solteros, prohibición de investigaciones científicas sobre las células madres y, por supuesto, privatización masiva de los servicios sociales y de salud a favor de las organizaciones religiosas.
El segundo día los «mensajeros de Dios» fueron invitados a escuchar a Condoleezza Rice, quien se expresó a la vez a título personal y como secretaria de Estado por lo que su intervención aparece en el sitio web del Departamento de Estado y fue reflejada en los despachos del Servicio de Información de Estados Unidos.
Primero que todo, Condoleezza Rice se puso en sintonía con su auditorio recordando la educación que recibió de su padre presbiteriano. Mostró claramente su adhesión a la creencia de la «rupture» haciendo alusión a la inminencia del Fin de los Tiempos. Retomando las expresiones de los pastores evangélicos, identificó el actual período como el tiempo de prueba durante el cual los cristianos tienen que reafirmar su fe en Cristo antes que Él venga a elevarlos a Su gloria. Después de establecer ese principio, la secretaria de Estado definió la misión de Estados Unidos en el plano divino, misión que constituye el objeto de la acción diplomática y militar estadounidense. Por el camino sorprendió a su auditorio, tradicionalmente aislacionista y racista, pronunciándose a favor del intervencionismo evangelizador y de la igualdad racial. Reproducimos seguidamente los fragmentos esenciales de su intervención, que duró media hora.
«El presidente Bush y yo misma compartimos la convicción que tienen ustedes de que América puede y debe ser una fuerza del Bien en el mundo. El presidente y yo creemos que Estados Unidos tiene que mantener su compromiso como líder de acontecimientos fuera de nuestras fronteras. Lo creemos porque nos guía el mismo principio persistente que dio lugar al nacimiento de nuestra nación: la dignidad humana no es un don del gobierno a sus ciudadanos ni un don que los hombres se otorgan entre sí. Es una gracia divina para toda la humanidad.
Vivimos momentos críticos e importantes, incluso tiempos de pruebas para América, pero se trata de un momento en que tenemos que reafirmar por qué nos levantamos como nación y cuál es el papel que tenemos que desempeñar en el mundo. De eso quiero hablarles esta mañana.
En América, estamos bendecidos con vidas de increíble libertad: la libertad de gobernarnos nosotros mismos y de elegir a nuestros líderes, la libertad de la propiedad, la libertad de educar a nuestros hijos, niños y niñas, y por supuesto la libertad de pensar como queremos y de celebrar el culto que queramos. América representa esas libertades pero América no es dueña de estas. Nos levantamos en aras de esas ideas, que son más grandes que nosotros mismos, y recorremos el mundo, no para saquear sino para proteger, no para someter sino para liberar, no como los amos de otros sino como servidores de la libertad».
Es en este punto, señoras y señores, que una disyuntiva se presenta ante nuestro país, ante nosotros todos como americanos. ¿Debemos guiar al mundo o debemos retirarnos de él? ¿Debemos ponernos a la altura de los desafíos de nuestro tiempo o debemos apartarnos de ellos? Es cierto que América es un país rico y poderoso. Pero, y esto es tan importante como lo anterior, somos una nación de gran compasión y conciencia, movida por principios democráticos. Considerando nuestro futuro papel en el mundo, tenemos que reflexionar también sobre algunas cuestiones importantes. Tenemos que preguntarnos, si no es América ¿quién unirá las demás naciones a la conciencia de la defensa internacional de la libertad de religión?
El presidente Bush definió claramente que Estados Unidos reserva las mejores relaciones a los gobiernos que respetan las creencias de su pueblo. Cuando uno va, como yo lo he hecho, a una región como China y se sienta en una iglesia al lado de cristianos chinos, uno no puede ayudarlos, pero sí maravillarse de su fe y de su coraje. Si América no reúne apoyo para la gente de todas partes que desea celebrar el culto libremente y en paz, entonces yo les pregunto: ¿Quién lo hará?
¿Saben? La libertad religiosa es un objetivo que exige claridad moral. Y, señoras y señores, el mensaje de América no puede ser más claro: los gobiernos no tienen ningún derecho a interponerse entre los individuos y el Todopoderoso .»
Sin embargo, siguiendo la doble tradición de los «padres peregrinos» (los adeptos de sectas puritanas expulsados del Reino Unido y de Holanda que fundaron las colonias del Nuevo Mundo) y de la filosofía de la religión natural, los estadounidenses tienen una definición particular de la neutralidad del Estado. Se trata por una parte de rechazar los privilegios otorgados a una Iglesia en detrimento de las demás, por tanto, de denunciar las Iglesias de Estado pero también de fundar el vínculo social entre el ejercicio del culto y el derecho al proselitismo. Mientras que los volterianos franceses distinguen un espacio público regido por la Razón, de un espacio privado donde se desarrollan las convicciones particulares, los seguidores americanos de Rousseau desplazan la línea de separación entre, de un lado, un espacio público que comprende a la vez la Razón y el culto y, por otro, un espacio privado limitado a las creencias. El sistema laico francés garantiza la libertad de conciencia, o sea la libertad de creer o de no creer, mientras que el sistema estadounidense defiende la libertad religiosa, que no se aplica a los agnósticos, libre pensadores y ateos.
En otros términos, los gobiernos que se interponen entre Dios y los hombres son tanto las teocracias que no son ni judías ni cristianas, por ejemplo Arabia Saudita, como los Estados laicos, por ejemplo Francia. Así, recordamos, declaraciones del Departamento de Estado de condena a la ley francesa que prohíbe el uso de símbolos religiosos ostensibles en las escuelas.
Un amplio dispositivo se creó durante la presidencia de Clinton por instigación de los neoconservadores y de la mayoría parlamentaria de la época. Comprende una Comisión para la libertad internacional de religión, presidida inicialmente por Elliott Abrams [1] (actual consejero adjunto para la Seguridad Nacional), y un buró especial del Departamento de Estado. Este presenta al Congreso un informe anual sobre la situación de la libertad religiosa en el mundo. Además de ese dispositivo público existe otro de apariencia no gubernamental. La Freedom House, seudópodo de la CIA, lleva a cabo sus propios estudios sobre la libertad de religión, estudios que son tomados en cuenta a la hora de otorgar la ayuda estadounidense para el desarrollo. La Freedom House estigmatiza como violadores de la libertad a 21 Estados, entre los cuales se encuentra Francia, en cuyo caso la clasificación no tiene consecuencias concretas.
«En definitiva, señoras y señores, tenemos que considerar otra cuestión más. ¿Quién si no América unirá a las naciones que aman la libertad para defender la libertad y la democracia en el mundo? A casi cinco años de la tragedia del 11 de septiembre, Estados Unidos dirige una gran coalición de Estados en una guerra global contra el terrorismo. Cuando es posible, llevamos a los terroristas ante la justicia. Y cuando es necesario, hacemos justicia con los terroristas. Fue ese el destino que nuestras tropas reservaron la semana pasada al terrorista Zarkaui y ahora él no hará más daño, no matará más, no aterrorizará nunca más a gente inocente.
Sí, tenemos que hacer más que capturar y matar individualmente a los terroristas, y lo hacemos. Golpeamos en la verdadera fuente del terror haciendo aparecer una visión de esperanza que sobrepasa las ideologías del odio. Estados Unidos apoya las aspiraciones democráticas de todos los pueblos, sean cuales sean su cultura, su raza y su religión. No dirigimos la causa de la libertad porque creamos que los pueblos libres estarán siempre de acuerdo con nosotros. No será así. Ese es su derecho y América defenderá ese derecho. Lo hacemos porque creemos, y porque vemos que nuestra creencia es válida, que la gente merece y desea vivir en libertad.»
Según esa óptica, Estados Unidos niega ser el gendarme mundial encargado de que se respete el derecho internacional. Simplemente, Dios dio a ese país la misión de hacer justicia.
No siga preguntándose con qué base legal Estados Unidos se tomó la atribución de bombardear la casa donde se encontraba Zarkaui en Irak. Los militares estadounidenses no eran más que el instrumento de Dios en la ejecución del castigo supremo. Pregúntese más bien lo que harán mañana en ese estado de exaltación.
Es hora ya de que los aliados de Washington se cuestionen la irracionalidad del gobierno de Estados Unidos y tengan en cuenta sus consecuencias.
[1] Ver Elliott Abrams, le «gladiateur» converti à la «théopolitique», por Thierry Meyssan, Voltaire, 14 de febrero de 2005.
Thierry Meyssan
Periodista y escritor. Presidente de la Red Voltaire. Autor de La gran impostura y del Pentagate
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