El tradicional conflicto entre Israel y Palestina, que ocupó gran arte de la atención mundial durante el siglo XX y que amenaza en constituirse en una de las claves del presente siglo XXI, ahora incentivado por la peligrosa alianza entre la derecha y la ultraderecha israelí, se hizo presente y tendrá múltiples e impensadas derivaciones.
Este conflicto no responde a la misma lógica de los avances de esa alianza en otros puntos del planeta, Argentina entre ellos. Pero sí tiene una variedad de aspectos compartidos con esos procesos, entre ellos se destacan su peso en esas sociedades y la cultura predominante en las mismas, junto a un planificado aprovechamiento y desprecio de sus debilitadas y poco eficaces instituciones.
No se va a entrar, en estas breves reflexiones, en las profundidades de los orígenes religiosos de ese conflicto histórico. Basta recordar, en ese sentido, que esos territorios albergan momentos culminantes de las 3 grandes religiones monoteístas que se han expandido por gran parte de la humanidad; de todas maneras, es imposible acercarnos a esa historia sin considerar esas raíces históricas y también la evolución de las mismas. Si bien Israel es un Estado laico, por una norma legal solo se garantiza la ciudadanía israelí –de un modo inmediato- a quienes practiquen la religión judía.
Es sabido que Israel invoca aquel concepto bíblico de la Tierra Prometida, según el cual Moisés recibió el mandato de guiar a los israelíes hasta la tierra de Canaán. Por otro lado, el asentamiento palestino (cananeos y filisteos) en las tierras del Canaán, luego conocidas como Palestina, media entre los años 3000 y 2500 a.C.
El conflicto actual se puede decir que se remonta al año 1917, cuando el gobierno británico apoyó el restablecimiento de un Estado judío en tierras Palestinas, en lo que conoció como la Declaración de Balfour. Pero el aspecto masivo se desarrolla en la década de los 40’ del siglo pasado, cuando –con motivo de la persecución nazi- muchos judíos se asentaron en territorios poblados por palestinos.
Luego del fin de la Segunda Guerra Mundial y con el mundo conmovido, los EEUU y la URSS pactan en la ONU –fines de 1947- una partición de los territorios palestino en dos estados, uno árabe; judío, el otro. A los árabes le asignaban un 45% del territorio con una población del 67%. A los judíos le reconocían un 55% del territorio con una población del 30%. Un año más tarde -1948- Israel proclamó, sin consultar, su carácter de Estado independiente. Los países árabes vecinos y los palestinos le declararon la guerra que terminó con la victoria de Israel. Se profundizó la política de erradicación de los palestinos y ocupación indebida de territorios donde éstos habitaban.
De allí en adelante la política fue semejante. Israel ocupando –ilegalmente- territorios, incluidos los “asentamientos” o “colonias” donde –previamente- eran desalojadas las familias palestinas allí residentes. Todo ello en un clima de resistencia palestina, con violencia y persecución a los residentes palestinos.
Dos guerras marcan los puntos más altos de ese conflicto.
En “La Guerra de los 6 días” (junio 1967) Israel enfrentó a Egipto, Siria, Jordania e Irak. En la guerra de Yom Kipur (1973), nuevamente una coalición árabe encabezada por Egipto y Siria, enfrentó Israel. En ambas oportunidades el triunfo de las armas fue de Israel.
Todos estos hechos determinaron que Israel se siguiera apoderando de territorios palestinos, obligando a éstos a una emigración en gran escala. Las condenas e intervenciones internacionales humanitarias de personajes, organismos y países, pidiendo el fin de esas acciones, cayeron en saco roto.
Desde los tiempos de la partición de Palestina (año 1947) hasta la fecha, el dominio territorial de Israel pasó del 55 al 78% del territorio y el de los árabes decayó, de un modo semejante, pasando del 45% al 22%. La consecuencia es obvia: ¿Quién no defendería su casa cuando hay intrusos que la quieren ocupar?, eso fue y es la Resistencia palestina.
Hoy 5,4 millones de palestinos habitan en el escaso territorio que les queda, 3,2 millones en Cisjordania y 2,2 millones en la Franja de Gaza, de los cuales más de 700 mil están refugiados en 8 atestados campamentos. En el área bajo control israelí, viven 9,6 millones de personas, el 75% de las cuales son judíos. Según la ONU más de 4 millones de palestinos están residiendo, en el exilio, fuera de su propio territorio, con motivo de las persecuciones a las que fueron y son sometidos.
La Franja de Gaza
La Franja de Gaza es considerada por muchos como una verdadera “prisión al aire libre”, dada la restricción de movimiento que les imponen los israelíes y en lo que respecta al desplazamiento de personas, también los egipcios. Esa área de 41 kilómetros de largo por 6 a 12 de ancho, es una de las más densamente pobladas del planeta, con un 50% de menores de 19 años. Allí gobierna Hamas, una organización nacionalista, desde su primera victoria electoral en el año 2007 y que es la principal protagonista de los hechos de resistencia producidos en esta semana. A la ofensiva de Hamas se han sumado las fuerzas de Hezbollah, quienes han atacado posiciones israelíes desde el sur de Líbano.
La Franja de Gaza viene soportando -por parte de Israel- un fuerte bloqueo, incluido el naval, desde hace 16 años. El mismo limita el tránsito de personas, como así también la llegada de ayudas humanitarias, comida, instrumentos e insumos para el trabajo y la producción. Es allí, en ese territorio, donde la resistencia palestina se ha hecho más fuerte.
Ahora Israel ha declarado un bloqueo total, con ¡300 mil soldados! que comienzan a rodearla. Israel pide a la población civil que se retire, Hamas solicita que se queden. El ataque de las fuerzas hebreas es masivo y luego de arrasar con edificios e infraestructura, es probable que -por tercera vez- intenten controlar físicamente ese territorio. Las restricciones habituales se han ahondado dramáticamente. Ya faltan: electricidad, comida, agua y gas, una hecatombe humanitaria está por producirse. Nuevamente las demandas de la comunidad internacional no son escuchadas.
Los hechos del pasado fin de semana trajeron la novedad que las milicias de la resistencia lograron quebrar las defensas fronterizas, en más de 20 sitios, penetrando en las comunidades israelíes que habitan en zonas próximas a la frontera.
La fenomenal primacía tecnológica de Israel se suponía que garantizaba la inviolabilidad de esas fronteras. La inmensa mayoría de las actividades de la resistencia palestina apelaba a misiles dirigidos al territorio de Israel que -durante tres años- había construido un sistema de seguridad, con más de 60 kilómetros -a lo largo de la frontera entre Gaza e Israel- poblado de radares y censores que, integrados a la famosa eficacia de la inteligencia israelí, los debía poner a cubierto de cualquier intento de ataque masivo. Muy llamativamente todo eso fracaso.
En los tiempos previos a este ataque gobernaba Israel una coalición, que agrupaba a la derecha y la ultraderecha, que encabeza Benjamín Netanyahu, sus decisiones venían provocando una creciente crisis política. Pretendió avanzar sobre el sistema judicial pero las universidades, los sindicatos y el ejército se opusieron. Las movilizaciones de protesta se venían multiplicando. Las tensiones internas estaban en aumento y los consensos se iban diluyendo.
Ese descontento interno contribuyó a la pérdida de eficacia en los sistemas de control e inteligencia interna e internacional. Todos coincidían y descansaban en la fortaleza de la tecnología. La rutina ayudó a que disminuyera la eficiencia en las previsiones militares. La disciplina fronteriza se fue debilitando y la defensa de las aldeas próximas a la frontera quedó –prácticamente- en manos de sus propios habitantes que poseían una limitada formación militar y escasa dotación de armas. Todo eso permitió que los milicianos palestinos se adentraran varios kilómetros en territorio israelí y demoró durante largas horas la respuesta del Ejército Israelí.
El ataque palestino fue posible por una estrategia muy distinta a la que venían aplicando. Esa vez no serían los misiles su principal instrumento. Volverían a los métodos más tradicionales: romper las defensas con ataques directos de milicianos, vehículos artillados y retroexcavadoras destinadas a demoler los sofisticados sistemas defensivos, abriendo brechas para el paso de personas y vehículos.
La resistencia no encontró mayores resistencias durante varias horas. Es difícil saber las derivaciones de dos cuestionas fundamentales. Una, el fracaso de la inteligencia israelí que, agregada a la débil defensa militar, dejo una parte importante del territorio en manos palestinas. Dos, el efecto subjetivo de haber sido quebrado el orgullo acerca de la inviolabilidad de las fronteras israelíes.
Las víctimas fatales de estos hechos están cerca del millar de personas, entre los israelíes y superan el millar y medio entre los palestinos. Se agregan varios miles de heridos y una cantidad indeterminada (que superaría el centenar de personas) de rehenes en manos de los palestinos cuyo destino es impredecible.
Esto es parte de lo que viene pasando en la región.
Desde el año 2000, 10.500 palestinos han sido asesinados por el Ejército israelí; desde la asunción de Netanyahu, en el curso de este año, han sido asesinados unos 250 palestinos, al menos 47 de eran niños; durante este período se ha mantenido la vigencia de su principal estrategia para la ocupación territorial: la expulsión de palestinos de sus tierras y viviendas, verificado en los cerca de 600 ataques producidos durante el primer semestre de este año.
Por último, estos hechos tienen una fuerte influencia en el panorama geopolítico. EEUU es el principal aliado del Estado de Israel. Desde los fines de la Segunda Guerra Mundial EEUU aportó a Israel 158 mil millones de dólares en materia de asistencia militar bilateral. El Presidente Joe Biden firmó un acuerdo para apoyar con otros 38 mil millones de dólares a Israel, hasta el año 2028, como asistencia militar.
Los hechos que están ocurriendo en Israel y la Franja de Gaza ponen un manto de duda sobre el futuro de la inédita alianza que estaban desarrollando Israel y Arabia Saudita. La misma significaba un fuerte aval a Israel por parte de ese importante estado musulmán. Habrá que ver si otros países -con un rol protagónico en la zona- como Irán, están de acuerdo con esos avances del Estado de Israel.
Es imposible saber hasta dónde puede llegar la amplificación de este conflicto.
Juan Guahán. Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)