Desde que el Estado de Tennessee intentó prohibir en 1925 la enseñanza de «cualquier teoría que niegue la historia de la creación divina del hombre descrita en la Biblia y pretenda, en su lugar, enseñar que el hombre ha descendido de los animales inferiores», la derecha religiosa norteamericana lleva 80 años empeñada en erradicar el […]
Desde que el Estado de Tennessee intentó prohibir en 1925 la enseñanza de «cualquier teoría que niegue la historia de la creación divina del hombre descrita en la Biblia y pretenda, en su lugar, enseñar que el hombre ha descendido de los animales inferiores», la derecha religiosa norteamericana lleva 80 años empeñada en erradicar el darwinismo de las escuelas, o al menos ponerlo en pie de igualdad con la teoría alternativa narrada en el Génesis.
El Consejo de Educación de Kansas, un comité de 10 ciudadanos, no puede dictar qué se enseña a los alumnos de las escuelas públicas, pero sí puede exigirles ciertos conocimientos a la hora de pasar los exámenes estatales. Para apreciar la trascendencia de los criterios que aprobó el miércoles, basta repasar las reacciones que suscitaron: «Es un insulto a la ciencia, a la educación y a la Constitución», afirmó Francisco J. Ayala, biólogo evolutivo y ex presidente de la Asociación Americana para el Avance de las Ciencias (AAAS), editora de la revista Science. «Es una gran victoria para los alumnos de Kansas que les va a aportar una visión completa para debatir sobre el darwinismo impuesto por los científicos», opuso Casey Luskin, portavoz del Instituto Discovery, el principal lobby promotor de la teoría del diseño inteligente. Los criterios científicos aprobados en Kansas son los primeros en explicitar dos puntos concretos de la biología evolutiva que los alumnos deberán considerar débiles, o refutables, si quieren pasar sus exámenes estatales. El primer punto -ya reconocido por el propio Darwin hace un siglo y medio- es que el registro fósil no siempre muestra una evolución continua y gradual. El segundo es la dificultad de explicar el origen de la vida a partir de sus componentes químicos. Son cuestiones muy técnicas, pero el diseño inteligente está triunfando allí donde fracasó el creacionismo precisamente porque se presenta en público como una mera crítica científica a la teoría de la evolución darwiniana, que es uno de los fundamentos de la biología moderna. Pero ese disfraz científico es una estrategia muy bien calculada por los inventores del movimiento. El profesor de Derecho Phillip Johnson, ya retirado de su puesto en la Universidad de California en Berkeley, y considerado el padre del diseño inteligente, ha definido con toda claridad que la estrategia del movimiento es «introducir en las escuelas y en el mundo académico el tema del diseño inteligente, que en realidad significa la realidad de Dios». «Así que la cuestión es ¿cómo ganar?», prosigue Johnson. «Hay que sacar la Biblia y el Génesis fuera del debate, y formular los argumentos de modo que suenen aceptables en el mundo académico». El gran promotor del diseño inteligente es el Instituto Discovery (www.discovery.org), un grupo de presión constituido por cristianos conservadores, con base en Seattle, que cuenta con un presupuesto anual de cuatro millones de dólares para persuadir a la opinión pública, a los gestores de la educación y a los representantes políticos, tanto estatales como federales, de la necesidad de «una total integración de la ley bíblica en nuestras vidas», con particular énfasis en «derribar no sólo el darwinismo, sino también su legado cultural». El Instituto Discovery se apoya en científicos cristianos como Michael Behe, profesor de bioquímica en la Universidad de Lehigh (Bethlehem, Pensilvania) y autor de La caja negra de Darwin, un libro que pretende inferir la existencia de un «diseñador inteligente» a partir de la complejidad de los sistemas biológicos. El argumento de Behe puede considerarse una versión moderna de la Teología natural del reverendo británico decimonónico William Paley, que deducía la existencia de Dios de la perfección de diseño que muestran los seres vivos. Darwin conocía a la perfección los argumentos de Paley, y procuró refutarlos uno por uno en su obra capital, El origen de las especies, de 1859. El Instituto Discovery también ha buscado el apoyo explícito del Vaticano, y con cierto éxito, tal y como ha revelado Lawrence Krauss, jefe del departamento de Física de la Universidad Case Western Reserve, en Ohio. En un artículo publicado en mayo por The New York Times, Krauss contrapuso la rigidez de los creacionistas norteamericanos con una supuesta tolerancia evolucionista del Vaticano. Dos meses después, el influyente cardenal de Viena, Christoph Schönborn, le respondió en el mismo periódico que el Vaticano sólo puede aceptar una evolución dirigida por algún tipo de propósito o inteligencia superior. Ese mismo mes, Krauss y el ya mencionado Francisco Ayala escribieron al papa Ratzinger pidiéndole que desautorizara a Schönborn, puesto que la postura del cardenal implicaba un rechazo frontal de la teoría de Darwin, y justo unas semanas antes de que el presidente Bush hiciera una declaración de apoyo a la enseñanza del creacionismo. «El cardenal Schönborn tuvo noticia de mi artículo [de mayo] a través del director de la oficina del Instituto Discovery en Washington», escribe Krauss en el último número de The Skeptical Inquirer. «Y, de hecho, fue la agencia de relaciones públicas del Instituto Discovery la que envió el artículo de Schönborn a The New York Times». El Papa no ha respondido a la carta de Krauss y Ayala, pero Schönborn afirmó el 2 de octubre durante una homilía en la catedral vienesa de San Esteban: «No veo problema en combinar la fe en el Creador con la teoría de la evolución, siempre que se respeten los límites de una teoría científica». En Kansas ya se respetan.