Tal vez la enfermedad más fatal en Estados Unidos es la amnesia histórica. Durante los últimos días, el gobierno de George W. Bush ha denunciado cada vez con más furia el atrevimiento de Irán de continuar con su programa nuclear. Pero pocos recuerdan que en 1975 Washington aprobó la venta de hasta ocho reactores nucleares […]
Tal vez la enfermedad más fatal en Estados Unidos es la amnesia histórica.
Durante los últimos días, el gobierno de George W. Bush ha denunciado cada vez con más furia el atrevimiento de Irán de continuar con su programa nuclear. Pero pocos recuerdan que en 1975 Washington aprobó la venta de hasta ocho reactores nucleares al régimen del sha, y en 1976 la venta de láser capaz de enriquecer uranio.
Esto fue la culminación de dos décadas en las que Washington desempeñó un papel clave en el desarrollo del programa nuclear de Irán, el cual empezó con la firma del primer acuerdo de cooperación entre Estados Unidos e Irán en 1957. Los encargados de la venta de tecnología nuclear estadunidense a Irán fueron gente con nombres de nuevo muy contemporáneos. Stephen Zunes recordó, en The Nation, que el presidente Gerald Ford fue convencido por integrantes de su gobierno que Irán sólo emplearía esta tecnología para fines pacíficos. En aquel entonces, el secretario de Defensa fue Donald Rumsfeld, su jefe de equipo era Dick Cheney, y el funcionario encargado de la Agencia de Control de Armas y Desarme era nada menos que Paul Wolfowitz.
Para los que recuerdan los 80 en América Latina, en particular Centroamérica, y por casualidad se toparon con un funcionario en las embajadas estadunidenses en Costra Rica o México, tal vez reconocerán un nombre que de nuevo aparece hoy aunque no hay biografía oficial del señor, y por buenas razones. John D. Negroponte, el muy conocido nuevo director de la nueva «oficina de inteligencia nacional», supuestamente encargada de coordinar las 15 agencias de inteligencia de Estados Unidos, nombró a cuatro de sus subordinados principales la semana pasada. Entre ellos, figura un David R. Shedd.
Shedd, en los sitios oficiales del gobierno de Estados Unidos (por ejemplo, el de la Casa Blanca donde trabaja en el Consejo de Seguridad Nacional), aparece pero sin datos biográficos. Actualmente, Shedd es el director de programas de inteligencia y reforma en el Consejo de Seguridad Nacional, y ahora fue nombrado para convertirse en el jefe de equipo y director asociado de la oficina de inteligencia nacional. Según datos limitados proporcionados a algunos medios por la nueva oficina, Shedd ha sido durante años un funcionario de la CIA. De 1984 a 1993 trabajó en las embajadas de Estados Unidos en Costa Rica y México. Según altos funcionarios citados por el periódico conservador Washington Times, Shedd trabajó con Negroponte y estaba involucrado en operaciones encubiertas en América Latina en los años 80.
En este contexto, vale señalar que la amnesia histórica ha permitido que otras figuras vinculadas con operaciones ilegales de intervención internacional también hoy están integrados al gobierno de Bush, como Eliott Abrams, ahora encargado de «democracia» y «derechos humanos» en el Consejo de Seguridad Nacional.
Tal vez el único caso reciente donde la amnesia podría no funcionar en su favor es el de Luis Posada Carriles. El subsecretario de Estado encargado de política hacia América Latina, Roger Noriega, comentó a un grupo de periodistas, incluyendo La Jornada, que su gobierno no sabía dónde estaba actualmente el exiliado cubano acusado de varios actos de «terrorismo». Sin embargo, casi todos saben que se necuentra en este país al ingresar ilegalmente hace unas 6 semanas y retornar a la última esquina del hemisferio donde todavía goza de amigos: Florida.
Aunque parece sorprendente que el gobierno estadunidense admita que no sabe dónde está un hombre acusado por varios gobiernos, incluidos ex agentes de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI), de actos «terroristas», la historia del individuo es algo que ahora complica las cosas para Washington. El abogado del fugitivo, Eduardo Soto, señaló el mes pasado que Posada Carriles buscará asilo político, citando su contribución a este país como operativo pagado de la CIA durante los años 60.
No sólo eso, sino que este símbolo de la llamada «lucha armada» contra el régimen de Fidel Castro, es el principal sospechoso en el acto terrorista de hacer estallar una bomba en un avión cubano en 1976 que resultó en la muerte de 73 personas; orgullosamente admitió su papel en los atentados contra el sector turístico de Cuba, donde pereció por lo menos un turista italiano en 1997, y fue encarcelado, y después «perdonado», por el pasado gobierno de Panamá por participar en un complot para asesinar a Castro, entre otras hazañas.
Pero ahora su petición de asilo a sus antiguos anfitriones pone en dificultades a Washington. Hoy el New York Times reporta que las autoridades enfrentan tres opciones: encarcelarlo por ingresar ilegalmente al país, otorgarle el asilo, o responder a la petición de Venezuela por su extradición a ese país donde enfrenta un juicio por sus delitos. Pero si se le otorga el asilo político, ¿como justificar esto ante la orden de Bush de que ningún país debería ofrecer refugio a «terroristas»? Entregarlo a Venezuela y con ello darle un regalo al gobierno de Hugo Chávez provocaría furia contra Bush en el sector cubanoamericano conservador, además de otorgarle un triunfo a un enemigo de Washington. Encarcelarlo también podría provocar la ira de este sector. Por otro lado, Posada Carriles, si su deseo no se cumple, podría revelar asuntos que el gobierno de Estados Unidos podría desear mantener secretos. O sea, lo mejor sería que todos se olvidaran.
La amnesia es un arma clave para la política de este país. Sin ella, poco podría funcionar como ahora.