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La antorcha olímpica chamusca a los candidatos en EE.UU.

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Buscar la antorcha olímpica en San Francisco el miércoles pasado fue algo tan poco seguro como una caza del snark y, al final de un día poco prometedor para la dignidad china, la probabilidad de un boicot estadounidense de la ceremonia de apertura en Beijing en agosto había aumentado considerablemente.

San Francisco fue elegido para el tránsito de la antorcha en su viaje tumultuoso de la cuna de la democracia a la República Popular porque en la ciudad viven muchos chinos. Sin duda la mayoría de estos salió para saludar el paso de la antorcha, y muchos estudiantes chinos en campus universitarios en toda California fueron hacia el norte para vitorear a su patria. Pero en Bay Area también hay muchos partidarios apasionados de los derechos del Tibet.

El comercio transpacífico con China es un factor muy importante para la economía de California, y Gavin Newsom, alcalde de la ciudad, supervisó un intricado plan para evitar toda confrontación políticamente embarazosa por la antorcha, como sucedió hace poco en Europa, donde Brown, Sarkozy y Merkel han estado todos faltando el respeto a Beijing.

Después de aterrizar en el aeropuerto de San Francisco, la antorcha apareció brevemente en una ceremonia de apertura, luego fue relegada a un depósito y llevada a toda prisa en un coche, lejos de un evento programado en el Embarcadero, junto a East Bay, donde se habían reunido grandes multitudes de manifestantes y contramanifestantes. Reapareció al otro lado de la ciudad, cerca del puente Golden Gate donde corredores de relevo la llevaron hacia el sur, de vuelta al aeropuerto. Una de ellos, Majora Carter, de 41 años, sacó rápidamente una pequeña bandera tibetana de su manga, pero policías de San Francisco se le fueron encima y la expulsaron del relevo.

Pronto la antorcha estuvo de vuelta en el aeropuerto y en el aire. El alcalde Newson secó el sudor de su frente y Jiang Xiayou, vicepresidente ejecutivo del comité del relevo de los Juegos Olímpicos de Beijing agradeció a San Francisco, diciendo que «todos hemos sentido la pasión del movimiento olímpico.»

La prensa china dijo que la parada de la antorcha en San Francisco fue «un viaje armonioso.» Fue una evaluación exageradamente halagüeña ya que el probable candidato presidencial demócrata Barack Obama escogió ese mismo día para acercarse al llamado de su rival Hillary Clinton al presidente Bush para que boicotee las ceremonias de apertura.

Obama dijo que un boicot «debería ser considerado firmemente,» pero que una decisión debe ser hecha más cerca de los Juegos. «Si los chinos no toman pasos para ayudar a detener el genocidio en Darfur y para respetar la dignidad, la seguridad y los derechos del pueblo tibetano, el presidente debería boicotear las ceremonias de apertura.»

El candidato republicano, John McCain, ha tratado hasta ahora de ganar tiempo, atrapado entre el desagrado popular por China y el hecho de que un presidente republicano, George Bush Jr., ha declarado que el deporte y la política son campos distintos. Antes de San Francisco el portavoz de McCain dijo que su jefe condena «la brutal agresión» contra Tibet de los chinos, y aconseja al presidente que «mantenga abiertas sus opciones.» Pero ahora ha cambiado a una posición casi idéntica a la de su alma gemela, Hillary Rodham Clinton: «Si las políticas y prácticas chinas no cambian, yo no iría a las ceremonias de apertura,» dice ahora McCain.

Bush, gran aficionado al deporte, ansía evidentemente ir a Beijing. Esas excursiones están entre los pocos placeres que le quedan a un presidente profundamente impopular que en ese momento estará a cuatro meses de su retiro.

Perogrulladas de la Casa Blanca sobre que hay que mantener aparte el deporte de la política causarán con seguridad una risita disimulada en el Kremlin, donde sus habitantes ciertamente recordarán que en 1980 el presidente Jimmy Carter dirigió una campaña internacional que terminó por llevar a 62 naciones – incluyendo a EE.UU., Canadá, Alemania Occidental, Japón, e Israel – a boicotear los Juegos Olímpicos en Moscú porque la Unión Soviética había invadido Afganistán el año anterior.

En 1984, un año después de que EE.UU. invadió Granada, mientras el presidente Reagan denunciaba a la isla (con una población de 80.000) como una inaceptable afrenta para la seguridad estadounidense, los Juegos Olímpicos fueron realizados en Los Ángeles. Ninguna nación occidental sintió la necesidad de boicotear, aunque Rusia y 13 de sus aliados no participaron, citando sólo «razones de seguridad.»

La posición oficial del gobierno de EE.UU. ha sido desde hace tiempo que Tibet forma parte de China. Mercaderías baratas de China vendidas a través de Wal-mart y otras cadenas constituyen un apoyo vital para estadounidenses de bajos ingresos que todavía no se han recuperado de la inflación en los precios básicos para combustible, leche y otros productos esenciales. No se necesitaría más que una ligera modificación en el tipo de cambio de la divisa china para provocar un inmenso impacto político en el país. Un boicot de las ceremonias de apertura por Bush podría llevar a represalias de una furiosa dirigencia china. Lo que puede hacer que la vida sea difícil para EE.UU. de numerosas maneras. La vida no es tan simple como lo era en 1980.

Bill Clinton no puede callarse la boca

Estos últimos meses han sido agradablemente malos para Bill Clinton, revelando que es un corrupto cabildero para escoria de primer orden, incluyendo a la camarilla bañada en sangre de carniceros de Uribe en Colombia. Su capacidad de mentiroso en serie continúa a full. Además, no puede dejar de abrir la boca, y cada vez tira a su esposa un buen trecho más abajo por la trampa de la desestima pública.

Ahora se las ha arreglado para reavivar el desastre bosnio de Hillary, en el que ésta convirtió una excursión agradable en una anécdota de valor bajo el fuego sin igual desde que Audie Murphy enfrentara por sí solo a los japoneses. Bill dice que Hillary salió con ese paquete ficticio porque era tarde después de un día largo y estaba cansada y no pensaba normalmente. Así que, como pregunta mi coeditor Jeffrey St Clair, ¿qué pasaría cuatro horas después si llega ese llamado a las 3 de la mañana al teléfono rojo?

La parte sobre San Francisco apareció la semana pasada en The First Post

http://www.counterpunch.org/cockburn04122008.html