¿Qué se puede decir de la canonización de Ronald Reagan? Una de ellas es la siguiente: Apenas los medios norteamericanos comenzaban a recuperar algo parecido a la credibilidad, después de su servil desempeño en el prólogo y las primeras etapas de la guerra de Irak, nuevamente se reveló como un rebaño encandilado por el espectáculo […]
¿Qué se puede decir de la canonización de Ronald Reagan?
Una de ellas es la siguiente: Apenas los medios norteamericanos comenzaban a recuperar algo parecido a la credibilidad, después de su servil desempeño en el prólogo y las primeras etapas de la guerra de Irak, nuevamente se reveló como un rebaño encandilado por el espectáculo y unánime en su empeño por dedicarse al ejercicio del exceso seudo patriótico.
Fue también como si la administración Reagan, cuyos operadores políticos manipularon a su voluntad a la prensa durante un período de ocho años, estuvieran de regreso para un encore, una última mise en scene, llena de solemnidad y ceremonia, para que los medios se lo tragaran. Hasta en la muerte Reagan, el «gran comunicador», seguía aún comunicando y los conductores de programas de las redes y los canales por cable, desde el pomposo Aaron Brown y la tonta Paula Zahn de CNN, hasta el rabioso Bill O’Reilly de Noticias Fox, lo canalizaron.
Si otro estado, digamos alguno con relaciones hostiles con Estados Unidos, realizara tal funeral tan meticulosamente orquestado, cuidadosamente concebido, prolongado y faraónico, los medios norteamericanos se hubieran dado banquete: Funeral del Líder Refleja Culto a la Personalidad. Último Adiós Para Asegurar el Legado de una Revolución Tambaleante. No Todos Tienen Buenos Recuerdos del Difunto Ex-Gobernante. Minorías y los Pobres Dicen que Obtuvo Popularidad a sus Expensas. La visión de los medios comunicación masiva de Estados Unidos es casi de 20-20 cuando se trata de detectar la manipulación ideológica de regímenes extranjeros ‘enemigos’ pero a menudo se ponen espejuelos color de rosa frente a las mentiras de nuestro propio gobierno.
Otra cosa que se debe decir acerca de la glorificación de Ronald Reagan es que fue uno de los más claros casos de amnesia social de los últimos tiempos. La amnesia social, según las palabras de Stanley Cohen, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, es «la forma de olvido por medio de la cual toda una sociedad se separa de su desacreditado pasado. Esto pudiera suceder en un nivel organizado, oficial y consciente – el encubrimiento deliberado, la reescritura de la historia- o por medio de un tipo de desvanecimiento cuando la información desaparece».
El retoque por los medios del legado de Reagan se encuentra en algún lugar en el continuo entre el encubrimiento intencional patrocinado por el estado y la represión cultural inconsciente. La presunción de los medios de hablar acerca de Reagan con una voz y para todos los norteamericanos margina a los que están fuera del consenso de la adulación. Eso es especialmente cierto para los afro-americanos, un grupo que Reagan, a pesar de su amable apariencia pública, lastimó en muchas formas, desde políticas sociales insensibles que dañaron a los pobres hasta sus llamados apenas disimulados a los electores racistas. La realidad que los medios nunca presentan es que muchos afro-americanos reaccionaron ante la muerte de Reagan con el mismo espíritu que los ciudadanos de Atlanta sintieron la muerte de Sherman.
Una tercera cosa extraordinaria es la amnesia social de muchos liberales, quienes han reaccionado casi con una defensa de Reagan ante los intentos de la administración Bush por capitalizar el legado de Reagan con propósitos electorales. Los liberales señalan que, a pesar de su duro lenguaje, Reagan estaba dispuesto a llegar a acuerdos con los soviéticos en vez de invadir su «imperio del mal», enviar emisarios para establecer un diálogo con funcionarios cubanos en vez de ciegamente endurecer sanciones, y mantener cordiales relaciones personales con adversarios ideológicos del Partido Demócrata, en vez de conducir una jihad partidista en contra de todo enemigo, extranjero o interno.
Hay algo de verdad en el análisis, pero también confunde las diferencias reales en cuanto a personalidad, estilo y circunstancias históricas con las diferencias inexistentes en políticas y principios. Lo cierto es que Reagan y George W. Bush comparten una misma visión arrogante en relación con las relaciones internacionales de EEUU. Pero en el mundo bipolar en el que operaba Reagan, las inclinaciones arrogantes estaban contenidas por duras realidades, a saber, la existencia de otra superpotencia y del síndrome de Vietnam, consideraciones de simple supervivencia, física y política.
El colapso de la Unión Soviética y el 11/9 significaron que Bush ya no tenía que preocuparse por esos asuntos. Sin un real adversario en el plano internacional y un público norteamericano temeroso y dispuesto a dar al gobierno un cheque prácticamente en blanco en asuntos de guerra y seguridad, a Bush le ha sido posible enfrascarse en aventuras que Reagan pudiera haber disfrutado, pero que no podía ni soñar en realizar.
Bush, en grado significativo, muestra una forma más agresiva y desvergonzada de unilateralismo que Reagan sencillamente porque puede hacerlo. Bush no sólo da muestra de oportunismo político cuando reclama el manto de Reagan. En muchos sentidos es un fiel discípulo. Reagan realizó la invasión de Granada con una «coalición de los dispuestos», aún más patética (seis mini estados caribeños) que la Bush pudo reunir para la guerra de Irak. Las razones que se dieron para la operación de Granada fueron tan falsas como el cuento de las ADM en Irak. En el caso de Granada, no existe evidencia de que los estudiantes norteamericanos de Medicina hayan estado en peligro y, de cualquier forma, hubieran podido ser rescatados sin tomarse del país. En Granada, como en Irak, el verdadero objetivo era el cambio de régimen. Y en Granada, como en Irak, el presidente de EEUU mostró total desprecio por Naciones Unidas. (Reagan dijo que la desaprobación de la operación de Granada por parte de la ONU no le echó a perder el desayuno.)
Posteriormente la administración Reagan justificó su guerra de los contras contra el gobierno Sandinista en Nicaragua por razones de seguridad y como una guerra preventiva. Señaló, por ejemplo, que Harlingen, Texas, está más cerca de Nicaragua que de Washington, D.C. Mientras que las administraciones Eisenhower y Kennedy, pendientes de la opinión pública mundial, habían realizado guerras secretas contra los gobiernos de Guatemala (1954) y Cuba (1961), Reagan realizó abiertamente su violenta campaña contra el gobierno nicaragüense. La administración Reagan ignoró una decisión del Tribunal Internacional de Justicia que declaró a EEUU culpable del minado de los puertos nicaragüenses. También violó una ley norteamericana cuando incumplió una prohibición del Congreso al dar financiamiento encubierto a la contra, como se reveló en la investigación del asunto «Irán-contras».
Por tanto, existen sorprendentes similitudes de principio entre las aventuras de Reagan en Latinoamérica y la guerra de Irak de Bush. Lo que el 11/9 le dio a Bush fue una justificación para considerar al mundo entero, y no sólo este hemisferio, como el patio trasero de EEUU y por tanto reclamar el derecho a intervenir unilateralmente en cualquier lugar. La doctrina de Bush es la aplicación a escala planetaria de la Doctrina Monroe y el Corolario Roosevelt.
La diferencia principal entre el intervencionismo de Reagan y el de Bush es práctica y política. Reagan seleccionó al país independiente más pequeño de este hemisferio (Granada) para su invasión y atacó a Nicaragua con tropas sustitutas, asegurando una rápida victoria en un caso y evitando bajas norteamericanas en el otro. En El Salvador, la administración Reagan apoyó a un ejército asesino e ignoró las acciones de los escuadrones de la muerte, pero no envió gran número de tropas norteamericanas. Por tanto Reagan, al igual que Bush, se embarcó en aventuras imperiales con razones falsas y desafió al derecho internacional. Pero a diferencia de Bush, Reagan logró hacerlo sin sufrir grandes costos políticos.
No debiera permitirse que la manipulación de los medios y la amnesia social borren el hecho de que, ya sea en lo que concierne a la guerra de clases de arriba hacia abajo (comenzada bajo Reagan con la Reagonomía y continuada ferozmente por la administración Bush por medio de reducciones de impuestos para los ricos y miles de otras vías) o en cuanto a verdaderas guerras en Centroamérica e Irak, la administración Reagan contenía la semilla de casi todo lo que es malo en el régimen de George W. Bush.