Recomiendo:
0

La complejidad política de Navarra en tiempo preelectoral

Fuentes: Rebelión

Se inicia un año político intenso. Al menos eso piensan quienes desean y también quienes no desean un cambio político en Navarra. Porque haberlos, de estos últimos, haylos. Para unos y para otros este año es clave. Quien piense que como otros procesos electorales se equivoca. O cuando menos, desliza su intuición peligrosamente prisionera del […]

Se inicia un año político intenso. Al menos eso piensan quienes desean y también quienes no desean un cambio político en Navarra. Porque haberlos, de estos últimos, haylos. Para unos y para otros este año es clave. Quien piense que como otros procesos electorales se equivoca. O cuando menos, desliza su intuición peligrosamente prisionera del determinismo inmovilista. Y no es cierto. La historia se mueve. Unas veces más rápido que otras. La importancia del 2011 como año clave radica en la posible inflexión de un nuevo espacio de gobernabilidad en Navarra. Y no olvidemos que esta tierra ha sido observatorio de tendencias, centro experimental de prácticas políticas, laboratorio logístico de ensayos políticos y campo base de no pocas expediciones ideológicas. Cierto que en 2007 esa posibilidad también se contemplaba. Pero entonces, las agendas ocultas, las que más pesan sobre la mesa, traicionaron, no solo la voluntad ciudadana, sino que abortaron la oportunidad del cambio. Este proceso que ahora encaramos es clave. No porque el anterior -el actual ciclo político- no haya posibilitado el cambio anhelado por la mayoría de la población navarra, sino porque el tiempo histórico reclama, más allá de las proclamas, inexorablemente una inflexión. Porque obedece a razones de política cuántica. Lo entienda o no el sanzismo y sus sustentadores socialistas.

Este año preelectoral se presta, se prestará, no cabe la menor duda, a múltiples estrategias, juegos de tensión, conchabeos, hermanamientos, deshermanamientos, ofertas y contraofertas, acusaciones y renuncias en el espacio político actual. Todos los partidos, absolutamente todos, se tensionarán ante la próxima cita electoral. Es lo que toca. El poder está para conquistarlo, ejercerlo, gestionarlo y aprovecharlo en la dirección política que cada uno juzgue conveniente. Y es tentador. Precisamente por eso, por esa mezcla de tentación y oportunidad de ponderar los cambios políticos, todos van a luchar por la mejor pole position para acceder a la gobernabilidad o sus periferias.

El sanzismo lleva años en el poder. Muchos. Desde 1996. Navarra es, junto a Madrid, La Rioja, Valencia y Castilla León, la comunidad que más tiempo lleva en poder de las derechas. Nada más y nada menos que 14 años de control absoluto del sanzismo. Ahora bien, hay un dato que la hace diferente. Esta es la única comunidad en que gobierna y ha gobernado la derecha con el escandaloso apoyo del socialismo durante tantos años. Quizá porque el sanzismo ha necesitado permanentemente del socialismo navarro. Y, aunque haya habido procesos en los que su mayoría absoluta le permitiera gobernar a su aire, necesitaba del socialismo porque éste le ha garantizado y le garantiza la gobernabilidad entendida como esa forma de control del poder no lesiva a los intereses de ambos. Ahí radica su oportunidad del negocio político. Juntos podemos, juntos ganamos, juntos controlamos. Esta deriva, asumida de forma natural ya por ambos partidos, presenta una gravísima falla democrática. No solo para el socialismo navarro, quien traiciona su propia historia como proyecto de cambio, sino para el conjunto de las fuerzas políticas y el conjunto de la sociedad navarra condenada a un tiempo político -los mismos proyectos, las mismas caras, los mismos presupuestos, las mismas ideas, los mismos privilegios- que no parece tener fin, gracias al blindaje espartano de ambos partidos ante posibles ofertas u oportunidades de encarar el futuro de otra manera.

Pero la derecha navarra se ha roto. Quizá era su destino. El ala dura, la más rajoyana, se ha montado su propia empresa, la filial del PP nacional. Así que el PP navarro se la juega en solitario. Nadie sabe, quizás ellos digan que sí, a qué se debe ese deslizamiento, esa ruptura con la ortodoxia sanzista. Quizás los personalismos, las vanidades, los narcisismos políticos y las oportunidades de negocio de carácter personal -inaccesibles desde el cuestionamiento de Sanz- en espacios políticos más rentables, hayan influido en la segregación política de la derecha. Y es que todo hace pensar en que tal ruptura haya pesado más, mucho más, la oportunidad personalista que la opción de recambio político u otra oferta ideológica diferenciada. El PP navarro puede ser la plataforma de entrenamiento y lanzamiento de determinadas caras o proyectos personalistas, pero nunca una opción de gobernabilidad en una tierra en la que el regionalismo y la idiosincrasia tan bien ha sido manejado por el sanzismo más provinciano. Así que esta ruptura va a perjudicar a ambas formaciones. Porque la posibilidad de ser partido bisagra tampoco debe de contemplarse en el PP navarro.

El socialismo navarro no oculta ya a estas alturas de la historia su dependencia de la derecha navarra. Más aún, su sometimiento a un modelo inmovilista de hacer presente en aras de la falseada gobernabilidad de Navarra bajo el paraguas del Amejoramiento que nadie ha votado. El socialismo navarro padece una esterilidad ideológica que le ha vuelto despiadado, vulgar e inmovilista. Su proyecto, vaciado de contenido, no es ya ni siquiera socialdemócrata, ni de centro izquierdas, es abiertamente un sucedáneo del sanzismo más neoliberal. Y ello pese a la algarabía que se pueda montar en determinados momentos para limpiar conciencias históricas de escaso peso. Nada es creíble en este socialismo navarro más allá de la connivencia y el miedo a una gobernanza de izquierdas. Pese al progresismo ideológico poéticamente correcto que destilan algunos de sus líderes, éste ni siquiera pasa de un remozado liberalismo extremadamente conservador.

Nabai por su parte, se enfrenta a un gran reto. Renovar la confianza que depositó la ciudadanía de izquierdas y vasquista en 2007. Tanto el CIS como el navarrómetro, le auguran un ligero crecimiento. De ahí, que esa presión y la propia generada por la expectativa la hagan exponerse abiertamente en este circo electoral. Porque es quien más debe medir su oferta. Y no solo eso, quien más esfuerzos debe realizar para renovar, cuando menos, ese título de segunda fuerza electoral. Un título que no ha sido respetado porque se le ha obligado a jugar en tercera división. Y es que la irresponsabilidad de UPN y del PSN de apartarla de cualquier posibilidad de incidir en la vida política y económica de esta comunidad ha mermado su capacidad de acción y de reacción. Por otro lado, las divisiones internas, visibles e invisibles, teóricas o prácticas y la gestión o autogestión de esos conflictos y la manipulación de ellos por otras fuerzas políticas, especialmente por UPN y PSN, ha minado su capacidad operativa. Notables son las pérdidas de poder local, como la alcaldía de Barañáin, escandalosamente permitida, una vez más, por el socialismo más amarillo y conservador. Nabai, pese a todo, sigue siendo una fuerza que debe hacer honor a su carta de presentación. Porque nació con voluntad de gestionar el cambio político en esta comunidad. Un cambio diferente porque en su agenda había conceptos y estrategias políticas novedosas. Pero para ello, para renovar la esperanza en el cambio, que no en el recambio, tendrá que ofrecer y proponer salidas a la actual situación. Tendrá que hacer un gran esfuerzo de discurso, de producto y de gestión del mismo. Además de dar coherencia a su marca, una marca polivalente y polipolitica. Y ello no es fácil en un contexto que arrastra decepción, escepticismo, cansancio y no pocas dosis de prepotentismo antidemocrático. Si es cierto lo que dicen los sondeos, deberá rescatar el deseo y la esperanza de miles de navarros y navarras que esperan de ella la posibilidad del giro en esta comunidad.

La otra izquierda, la Izquierda Unida, afronta este proceso gravemente afectada. Los procesos de reconversión interna, los debates, los cambios en la dirección y los ajustes entre las distintas tendencias, -aún hoy en constante tensión- indican que los modelos arcaicos de organización partidista están pasando factura a esta izquierda de la que uno siempre espera más. La posible oferta de unión a Nabai no será efectiva. Esa posibilidad se sabe inviable desde antes que ambas formaciones se tentaran para una posible coalición a sabiendas de que ello no pasaba de una mera corrección política entre iguales. Ese órdago unitario no es viable y ambas fuerzas lo saben. Aunque esto mismo debería ser motivo de revisión política por parte de ambos partidos. Al menos su valoración.

Finalmente, queda la autodenominada izquierda abertzale. Su ilegalidad supone una alteración del espacio y la voluntad política. Su no presencia desvirtúa la realidad sociopolítica. Dejamos al margen las causas, consecuencias, dependencias e interdependencias de ésta con dinámicas políticas autoexcluyentes y la lucha armada de ETA como elemento del debate exclusógeno hacia ella. Su no presencia en las instituciones, y nada parece indicar de momento que pueda estar presente en las próximas elecciones, obliga a reinterpretar los espacios de poder y decisión, los espacios de democratización electoral. Obliga a pensar que sin ella falta una parte de la sociedad que quiere y desea hacer política. Creo sinceramente que su presencia alteraría y condicionaría al resto de fuerzas políticas. Por la derecha, el centro y la izquierda. De ahí que quienes más temen su potencial empuje electoral, en torno a un máximo del 12%, se muestren reacios a su posible legalización y traten de impedir su presencia. Personalmente creo que, aunque hoy la izquierda abertzale oficial y oficiosa, sus dirigentes más notables y sus núcleos de decisión más notorios, se desmarcaran públicamente de la lucha armada de ETA y de la violencia como recurso político, seguirían existiendo condicionantes a su presencia. Y si no se inventarían. Porque su discurso político se ha deslegitimado y ha perdido credibilidad saboteado hábilmente por el poder y amparado por la judicatura más politizada. Porque no es fácil volver a recuperar la confianza malgastada. Porque no es fácil que el Estado vuelva a creer o aceptar propuestas de negociación. Pero tampoco es fácil que la sociedad civil haga suya esa prioridad. El tiempo perdido también se ha transformado en un tiempo irrecuperable y el futuro se escribirá sin esas potenciales posibilidades – hoy irrecuperables- de tiempos pasados.

Por otro lado, ETA se ha posicionado recientemente: «La izquierda abertzale ha hablado y ETA hace suyas sus palabras. No podemos quedarnos mirando al enemigo, es hora de tomar la iniciativa y actuar». «Teniendo claro que hay que responder a la represión -afirma la organización armada-, nuestra fuerza radica en la lucha política».  Dar credibilidad a este giro  de la interpretación de la realidad es un mérito que no depende de quien lo firma, sino de quien lo escucha. La iniciativa hace tiempo que se ha perdido, tanto la izquierda abertzale como otras izquierdas y hasta el propio pueblo o como lo queramos llamar, han perdido la capacidad de gestionar su presente. Otras fuerzas y dinámicas, y no precisamente los partidos, la han tomado o la han impuesto en forma de sujeción social: la globalización de los procesos, la fragmentación social, la deslocalización, el hiperconsumismo, la desidia política, la corrupción, el escepticismo, la entronización de la vulgaridad, el privativismo individualista, el cansancio, el cinismo amoral de la clase política, el aburrimiento, el nihilismo complaciente y autocomplaciente, el hiperindividualismo feroz, la liberalización salvaje de los mercados, el empobrecimiento intelectual, la anomia o el colapso de la responsabilidad, la desdramatización de los acontecimientos, la privatización de los conflictos sociales y otras tantas dinámicas que sacuden este mundo caótico y fragmentado son las inercias que hoy nos dominan sin contemplación. En estos contextos -en su desmontamiento, en su mirada y su abordaje- está la autentica iniciativa.

En estas circunstancias ¿es fácil, creíble o real que se produzca un cambio en Navarra? Porque pareciera que Navarra se ha congelado en el tiempo, que Sanz es inmortal, que el socialismo navarro proclamara en su próximo congreso su integración en la estructura de UPN, que Nabai está condenada a oler el poder pero a no tocarlo y que la izquierda abertzale nunca saldrá del agujero negro de la historia a la que se le ha condenado por intereses ajenos y también por méritos propios.

Personalmente creo que el 2011 será un año de cambios. Cualquier observador honesto de la realidad debería contemplar esa posibilidad. La ciencia política y la ciencia social pecan de una excesiva rigidez. La física cuántica, con la enunciación de su principio de incertidumbre, pone de manifiesto el fin del «marco rígido», el desplome de las viejas demarcaciones establecidas por la física clásica o, en nuestro caso, la política clásica. Admitiendo la incertidumbre se admite, también, la posibilidad de cambio y de construcción de nuevas realidades, se tiene presente la potencia de la realidad, siempre cambiante. Una acción política cuántica posibilitaría cualquier realidad posible. Y esta pasa hoy por el cambio. Un cambio que habrá que gestionar de manera novedosa si no se quiere reproducir un espacio ya conocido que ha generado a lo largo de estos años una gravísima involución política y social en nuestra comunidad, pese a la vergonzosa venta mediática de su excepcionalidad.

Rebelión ha publicado este artículo con permiso del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.