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La crisis política y la hoja de ruta de la izquierda

Fuentes: Rebelión

Vivimos un tiempo de cambios políticos acelerados y para acertar desde la izquierda en el rumbo a seguir es esencial interpretar bien en qué consisten y a qué se deben. ¿En qué consisten? Si nos fijamos en algunas de las medidas políticas más importantes adoptadas por el Gobierno en nuestro país en los últimos años, […]

Vivimos un tiempo de cambios políticos acelerados y para acertar desde la izquierda en el rumbo a seguir es esencial interpretar bien en qué consisten y a qué se deben.

¿En qué consisten?

Si nos fijamos en algunas de las medidas políticas más importantes adoptadas por el Gobierno en nuestro país en los últimos años, que más que innovar profundizan una tendencia ya marcada por los anteriores y se enmarcan en las orientaciones dominantes de la Unión Europea, podemos constatar que afectan a mecanismos básicos de legitimación del sistema:

  • Se recortan derechos y libertades públicas, como los de reunión, manifestación e inviolabilidad de las comunicaciones, que fueron argumentos clave en la lucha contra las monarquías absolutas y definieron las democracias burguesas desde entonces.

  • Se limita el alcance de la negociación colectiva, con el objetivo de limar el poder de los sindicatos, pero que al mismo tiempo afecta a una válvula de escape que permitía encauzar la conflictividad laboral desde finales del siglo XIX.

  • Se desmantelan espacios de autonomía local y regional, no sólo con la pretendida desaparición de algunos de ellos sino también impidiéndoles, a través del control presupuestario que puedan desarrollar políticas sociales, una vía que permitió integrar a sectores empobrecidos o al menos desactivar su potencial desestabilizador.

  • Se debilitan servicios públicos mediante el recorte de prestaciones y su paulatina privatización, la espina dorsal de lo que se denominó el Estado del Bienestar que no sólo fue una opción de política económica y social después de la Segunda Guerra Mundial sino también una medida del capitalismo occidental para resistir el avance de la izquierda, el movimiento obrero y el desarrollo de los Estados socialistas.

¿A qué se deben?

Insisto, estas medidas no son improvisaciones provocadas por una coyuntura de crisis, forman parte de una tendencia implícita en el proyecto neoliberal dominante en sus distintas versiones, elaborado para gestionar la salida de la crisis de los años setenta del siglo pasado. Margaret Tatcher y Ronald Reagan fueron sus referentes más histriónicos, aunque Tony Blair o Angela Merkel no han sido menos insistentes y eficaces en su imposición.

Una tendencia en el proyecto neoliberal que como en toda dominación se justifica o se interpreta por sus autores como la única posible en bien de la humanidad y la ciudadanía (los recortes de derechos y libertades por la lucha contra el terrorismo o la inmigración ilegal, la limitación de la negociación colectiva en aras de una mayor flexibilidad para crear empleo, el desmantelamiento de la autonomía local por la eficacia administrativa, y el desmontaje de los servicios públicos ante la necesidad de garantizar su sostenibilidad) pero que responde a un proceso objetivo del desarrollo social.

Desde luego que influyen factores ideológicos y estrategias políticas, que determinan los ritmos y los acentos más o menos radicales, pero lo esencial que debemos retener es que se trata de un proceso objetivo determinado por el cambio en la correlación de fuerzas que conllevó la victoria total del capitalismo a finales del siglo XX. No hay alternativa, no hay competidores, no hay una fuerza organizada que cuestione el sistema…, se levanta el pie del acelerador.

Por supuesto que aplicar medidas como las que estamos aludiendo supone que los conflictos inherentes y las consecuencias de la dominación capitalista en su versión contemporánea tienen hoy menos elementos de amortiguación y generan malestar. Pero debemos tener en cuenta, frente a las exageraciones de una crítica apasionada, que los recortes no conllevarán la desaparición total de los mecanismos básicos de legitimación del sistema. El proyecto neoliberal aprieta pero no ahoga.

Creo que este es el trasfondo de la actual crisis política. La aspiración a una mayor transparencia y participación, la crítica a los privilegios de los políticos que conforman una «casta», son problemas reales, pero en lo que se refiere al análisis político no son más que síntomas de la enfermedad. La causa radica en el debilitamiento de los cauces de gestión del conflicto social implícito en el proyecto neoliberal que es lo que define la crisis política actual, agravada en estos últimos años con la crisis económica.

Por eso, los esperanzadores resultados de las elecciones europeas en España no deben desligarse del amenazador avance de formaciones políticas populistas y de extrema derecha. Responden a una misma causa, no nos engañemos por avances coyunturales.

La hoja de ruta de la izquierda

Si coincidimos con este análisis, lo último que debe hacer la izquierda transformadora es anclarse en una posición defensiva de denuncia de los recortes y de añoranza de un pasado de gobiernos «progresistas» que no volverá, ya sea de forma explícita o implícita. Si no avanzamos en una alternativa organizada el espacio político que canalice el malestar puede tomar el mismo cariz que en la mayoría de los países de la Unión Europea. Es preciso tomar medidas, con una hoja de ruta audaz que incluya:

  • Disputar en el debate ideológico conceptos clave de nuestra cultura política como la democracia y los derechos humanos.

  • Apostar por un proceso de acumulación de fuerzas que requiere de estructuras flexibles, alianzas amplias entre fuerzas de la izquierda social y política, y un desarrollo real desde la base.

  • Construir alternativas rupturistas que sitúen en el centro de su programa la garantía de los derechos económicos y sociales a través de un proceso constituyente.

  • Elaborar una estrategia europea que supere el marco de la actual UE, cuyo diseño institucional se enmarca en el proyecto neoliberal.

En la construcción de esta alternativa no cabe el institucionalismo de la cultura política dominante que contamina todo y que nos impregna también a la izquierda, la participación subalterna en gobiernos de coalición con partidos socialdemócratas, a cualquier nivel, ni mantener una representación pública profesionalizada y al margen de las luchas sociales.

A la hora de tomar decisiones de participación en gobiernos la pregunta calve que hay que formularse es si hay margen de maniobra para reducir la pobreza, crear empleo, garantizar el derecho a la vivienda, generar espacios de participación alternativa… Los programas escritos lo aguantan todo, la paciencia de la mayoría social que reclama un cambio real en su vida cotidiana no.

Como en todo tiempo de crisis, debemos descartar la tentación auto referencial, siempre presente en la izquierda y en los comunistas en particular, que encubre con poses e imágenes del pasado la debilidad ideológica así como la incapacidad de dirigirse de forma inteligible a la mayoría social. Al mismo tiempo que el paternalismo que confunde el trabajo político social con una estrategia de comunicación; somos de izquierda y sabemos que en un conflicto social la mayoría social se moviliza por sus intereses inmediatos, no vamos a descubrir la pólvora a estas alturas; pero también sabemos que sólo desde el análisis ideológico franco y honesto se puede construir una alternativa organizada más allá de una coyuntura crítica.

La crisis de los partidos tradicionales está ligada al debilitamiento de los cauces de gestión del conflicto social implícito en el proyecto neoliberal, lo que afecta hoy de forma más directa por razones obvias a los socialdemócratas, pero también a lo que supuso el espejismo eurocomunista y, una vez abandonado el término, a una práctica generalizada en la mayoría de la izquierda occidental.

Esta necesidad de cambiar abre la oportunidad histórica de una renovación leninista de los partidos comunistas, que no es una mirada al pasado sino un potencial que desde su capacidad teórica, creatividad organizativa, experiencia en la combinación de las formas de lucha y su proyección internacional puede abrir caminos nuevos.

Creo que en España tenemos hoy la posibilidad concreta para avanzar en esta dirección. En Izquierda Unida y en el PCE ya hemos teorizado lo esencial de esta hoja de ruta, ahora lo que corresponde es pasar de las palabras a los hechos. Necesitamos más coherencia, más audacia, más radicalidad. No debemos dudar, solo podemos vencer.

Mauricio Valiente Ots. Abogado, miembro del Comité Ejecutivo del PCE y diputado de Izquierda Unida en la Asamblea de Madrid

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.