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La cuenta atrás del régimen de Tel Aviv

Fuentes: Rebelión

    (…)Vous creusez votre tombe sans vour en rendre compte. Car, vous êtês condamné à vivre avec les Palestiniens et les ètats arabs (…) J´espére que votre Dieu lancera contre ses dirigeants la vengeance quíls mèritent. J´ai honte comme juif (…) de vous…* Carta del historiador francés y judío André Nouschi al embajador israelí en […]

   

(…)Vous creusez votre tombe sans vour en rendre compte. Car, vous êtês condamné à vivre avec les Palestiniens et les ètats arabs (…) J´espére que votre Dieu lancera contre ses dirigeants la vengeance quíls mèritent. J´ai honte comme juif (…) de vous…*

Carta del historiador francés y judío André Nouschi al embajador israelí en Francia, 3 de enero de 2009 .

Muchos palestinos y árabes creen que la agresión militar israelí a Gaza ha marcado un antes y un después en el desarrollo de la cuestión palestina. Por primera vez en décadas, o así afirman numerosos políticos, analistas y ciudadanos en los medios de comunicación árabes, el régimen de Tel Aviv se ha visto obligada a afrontar a un sinfín de críticas y condenas desde ámbitos sociales, académicos y políticos insospechados. Por primera vez, también, una corriente de solidaridad y apoyo con la causa palestina, surgida en muchos casos de forma espontánea, más allá de los recursos de movilización al uso, ha traspasado la coraza mediática y diplomática que suele blindar los actos y excesos de los dirigentes civiles y militares de Tel Aviv y ha puesto sobre el tapete calificaciones y descripciones muy gruesas sobre las barbaridades cometidas en Gaza. Ni siquiera las tradicionales acusaciones de antisemitismo, proislamismo, izquierdismo trasnochado y «antiamericanismo-cerril-obtuso» han apaciguado el clamor de millones de personas que, de palabra o pensamiento, sienten una viva repugnancia al ver -si es que les han dejado verlas- las imágenes de cadáveres desfigurados y ruinas arrasadas.

Además, desde el punto de vista de la mayor parte de los grupos políticos y militares palestinos con Hamás a la cabeza, el hecho de que la resistencia haya soportado durante más de tres semanas el bombardeo incesante desde el aire, el mar y la tierra, con el uso criminal de municiones y armas prohibidas por las leyes internacionales y la aplicación tajante del principio de tierra quemada, constituye un espaldarazo a su línea de acción y un menoscabo de la táctica pactista y sumisa de la Autoridad Nacional Palestina. Si a resultas de la heroica defensa de Gaza pueden aparecer ante los suyos y los demás como victoriosas, las organizaciones palestinas, desde los izquierdistas a los islamistas pasando por los nacionalistas, tratarán de ilustrar que las posturas de fuerza y la resistencia son las únicas vías de lucha exitosa frente a un régimen predador, codicioso y sanguinario que jamás concederá de motu propio un palmo del terreno tan alevosamente obtenido.

Desde luego, tiene gran mérito el tesón mostrado por la resistencia palestina en su contienda desigual con las tropas del régimen de Tel Aviv. No sólo porque carecía de cualquier medio para paliar siquiera la abrumadora superioridad técnica y tecnológica del ejército agresor sino porque el ataque israelí contó desde el primer momento con el plácet de numerosos estados de la región y diplomacias occidentales, las cuales habían redactado ya, antes de aquella última semana de diciembre, los términos de la invasión. En el entorno árabe, las gestiones de saudíes y egipcios han sido especialmente efectivas: primero, con una prolongada campaña mediática contra Hamás; después, tratando de aislar a los escasos gobiernos de la región que se atrevían a declarar su apoyo explícito a la resistencia e imponiendo una especie de código de omertà a los indecisos; por último, justificando y participando en el cierre de los puestos fronterizos egipcios con Gaza y clamando a los cuatro vientos que «Hamás es la culpable de todo por haber roto la tregua». Asimismo, Estados Unidos y sus regímenes árabes aliados habían apostado en su plan conjunto por una rápida y contundente intervención militar israelí que acabara con la infraestructura de la resistencia y allanara el camino de vuelta al presidente palestino, Mahmud Abbás y la ANP. De paso, esperaban que la violencia de los bombardeos, el asesinato premeditado de mujeres y niños y la «irracional cerrazón» de los islamistas provocarían una revuelta popular en Gaza: gente airada y atemorizada exigiendo a los dirigentes de Hamás la paz, la tregua, la salvaguardia. Pero no fue así; al contrario, la población resistió y los combatientes palestinos, también.

Y a medida que la gente de Gaza perseveraba y la resistencia repelía las incursiones de las hordas de Tel Aviv, las algaradas de ésta se hacían más y más brutales, con ataques a discreción a hospitales, escuelas, centros de refugiados, plazas públicas y oficinas de medios de comunicación. La propaganda sionistófila, dominante en el conjunto del orbe occidental, ha demostrado que en todos aquellos lugares había arsenales de Hamás y escuadrones enteros de hombres armados. Escudos humanos a su pesar contra bombas clementes y civilizadas. Sí, a tenor del excelso grado de destrucción logrado, los «terroristas» debían de contar con un arsenal en cada bloque de edificios, mezquita o residencia. Por fortuna, o por desgracia, según se quiera ver, los practicantes oficiales de la ideología sionista tienen sus propios códigos cerrados y no públicos para expresar la verdadera faz de su estrategia con los palestinos desde antes de 1948. En tales códigos, la alusión al terrorismo, el fanatismo y el desprecio de los combatientes palestinos por sus conciudadanos adquieren su verdadero tenor como cortinas de humo dialécticas reservadas al discurso externo. Se trata, ahora y siempre, de humillar y someter a los palestinos, de hacerles ver que nunca recobrarán su tierra; de demostrarles quién manda y dispone del poder omnímodo. De repartir periódicamente dosis de dolor y sufrimiento y obligarles a limitarse a comer, dormir y ondear unas cuantas banderas hueras. No hace falta leer las confesiones de algunos reclutas arrepentidos, ejecutores de esta política de desprecio y oprobio contra los palestinos, ya sea en los puestos de control o en las razzias en las ciudades, para comprender el alcance final de la política sionista del odio y la marginación; ni reparar en las diatribas de disidentes israelíes que arguyen que su sociedad cada vez es más neurótica, sádica, inhumana. Basta con yuxtaponer la imagen de las bandas armadas de sionistas advenedizos que hostigaban y expulsaban de sus casas a los palestinos, asentados allí desde hacía siglos, antes y después del 48, con las escenas contemporáneas de los asentamientos, la confiscación de tierras, la construcciones de muros segregadores que engullen más y más sembrados y caminos palestinos, las matanzas en campos de refugiados, en ciudades, en aldeas. Basta con establecer símiles y comparaciones entre las miradas de desprecio de aquellos primeros colonos sionistas hacia los palestinos y la abierta hostilidad y odio de buena parte de la sociedad israelí. Para ésta, los palestinos, sobre todo los que se quedaron en la Palestina histórica del 48, en el mejor de los casos, no existen.

 

Cosas que no cambian… o sí

En efecto, hasta los dirigentes de Hamás, como el presidente del Buró Político al frente, Jalid Mashal, sostienen que Gaza es un punto de inflexión; que a partir de aquí, la resistencia contra Israel va a adoptar un nuevo rumbo, lento pero constante, en pos de la liberación nacional. Pero, por lo pronto, algunas cosas no han cambiado: el régimen de Tel Aviv trata, como hiciera en Líbano en 2006, de reconvertir su derrota militar en un triunfo político con el sustento «comprensivo» de las potencias europeas y estadounidense y la complicidad de los árabes «moderados»: el cerco a Gaza continúa porque Tel Aviv sigue cerrando los pasos fronterizos y sus turbas carniceras acampan en los límites fronterizos, amén de los bombardeos esporádicos; en lugar de hablar de reconfortar a los heridos y los familiares de las víctimas, reconstruir la Franja y juzgar a los culpables de este inmenso crimen, la diplomacia occidental y árabe delibera sobre la forma de sellar los túneles de Rafah, en la frontera egipcia, y blindar los accesos marítimos a Gaza. Israel, o mejor dicho, quienes la sostienen y protegen, están consiguiendo que se hable de todo menos de sus desmanes -como digo, algo así hicieron con Líbano y Hezbolá tras la agresión de julio de 2006: continuar por otros medios lo que no habían obtenido matando-. Algunas diplomacias europeas sugieren la reapertura de contactos directos con Hamás -hatajo de hipócritas: llevan meses entablando encuentros bajo cuerda con ella- y presagian el retorno a rondas de negociaciones de paz que permitan al régimen de Tel Aviv perder más tiempo y adueñarse de más tierras y predios políticos y económicos en la región de Oriente Medio. Los presidentes y primeros ministros de la Unión Europea se muestran consternados ante los «trágicos acontecimientos» de Gaza pero no dicen ni hacen nada sin consultar antes a los mandatarios israelíes. Los medios de comunicación oficiales árabes y occidentales, con los estadounidenses en lugar destacado, tratan de rehabilitar la figura de Mahmud Abbás, tenido por quintacolumnista despreciable por la mayor parte de los palestinos y los cuadros de su propio partido, y piden a todos la recomposición del gobierno de unidad nacional palestino según prescripciones israelíes. Tácticas y estrategias que suenan a dejà vu .

Todo lo anterior se enmarca en la prodigiosa habilidad de la propaganda sionista de hacer ver que la realidad comienza y se expande cuando a ella le parece bien; que la historia echa a andar según consideraciones sujetas al interés de la ideología sionista y por lo tanto ajenas a factores externos. La principal «hazaña» ha consistido en convencer a muchos, sobre todo en Estados Unidos, que en Palestina no había apenas gente antes de 1948 y que los pocos que había, nómadas, no tenían apego alguno por aquel lugar. Esto es, que la verdadera historia de Palestina se inició con el estado de Israel; antes no había nada. Del mismo modo, numerosos ciudadanos sensatos y sensibles, en especial en Estados Unidos, se indignan por el lanzamiento de cohetes desde hace años contra el sur de Israel. Para ellos, que no quieren, saben o pueden informarse, los misiles caseros comenzaron un buen día a caer, así, como una tormenta súbita de verano, y ya está. No hay más que explicar, ni contextos, ni puntualizaciones ni nada. Ahora, asombra la rutina cansina de todos los voceros prosionistas, muy alterados por cierto, a la hora de bramar que, desde mediados de diciembre de 2008, Hamás había roto la tregua respetada por Israel . Es decir, como si la tregua en cuestión hubiese empezado, en realidad, horas antes de que Hamás decidiera no renovarla. No habrán querido, podido o sabido, pero los sesudos analistas y comentaristas occidentales deberían haber recordado a todos que el régimen de Tel Aviv no respetó los acuerdos de la tregua de seis meses: jamás dejó de cerrar los puestos fronterizos ni imponer el cerco total a la población de Gaza. Ni siquiera se abstuvo de asesinar a palestinos dentro de la Franja, como ocurriera el mismo día de la elección de Barack Obama, en noviembre de 2008. Los palestinos venían denunciando el incumplimiento israelí de los términos del acuerdo; y los representantes de la resistencia, al justificar la negativa a prolongarlo, documentaron 195 infracciones, entre ellas el asesinato de 23 personas o el arresto de otras 38. Pero nadie les prestó atención, pues, una vez más, la tregua había comenzado y terminado bajo palio de los dictados del imaginario sionista, no de los datos objetivos, cuantificables y contrastables. Por cierto, tampoco están respetando los términos del acuerdo de tregua amparado por Naciones Unidas en Líbano. Sus aviones e incluso patrullas militares violan cuando quieren el territorio libanés. Pero eso, por descontado, no cuenta.

Nada de eso ha cambiado. Tampoco la manipulación por parte de los estados árabes, ya sean pro o anti resistencia, de la cuestión palestina. Otro de los grandes objetivos de las matanzas de Gaza, además de ilustrar la indefensión e impotencia palestinas ante la enorme maquinaria bélica, política y diplomática de Tel Aviv, ha sido evitar que la resistencia palestina disponga de una base territorial y social propia no sujeta a las imposiciones de actores externos. Durante lustros, ha resultado sencillo neutralizar o al menos controlar a las facciones palestinas asentadas en los países árabes del entorno, cuyos gobiernos han utilizado siempre a aquellas en función de sus propios intereses y no de las reclamaciones históricas de los palestinos.

Pero en otro orden de cosas, empero, sí ha habido alteraciones. La proliferación de medios de comunicación alternativos y nuevas vías de expresión que han sorteado la censura mediática internacional; el aumento de las propias voces judías que sin ningún tapujo ya se declaran antisionistas y condenan la barbarie de Israel; el hartazgo provocado por las desaforadas soflamas de los voceros oficiales israelíes y sus acólitos prosionistas, con todas sus sandeces sobre la única democracia de la región y la vanguardia de los valores de occidente y su filantropismo virutal y etc., ha permitido superar el pavor a declararse, en occidente, partidario de la resistencia y proclive a utilizar términos como genocidio u holocausto. A la par, los palestinos se han dado cuenta de que sin la asfixiante ayuda de árabes y amigos europeos pueden lograr muchas cosas y que la victoria de la resistencia libanesa en 2006 ha consagrado nuevos caminos de lucha y perseverancia. Por el contrario, Israel y su enorme protector, el régimen de Washington, repiten desde hace tiempo una misma receta, conocida hasta la náusea. La política del régimen de Tel Aviv se ha vuelto previsible, pero no así el rumbo de la resistencia palestina, la cual, a pesar del caos orgánico y del peligro constante de involuciones y renuncios, tiene en sus manos bazas insospechadas. Por lo pronto, ha conseguido mantener la unidad de sus cuadros y dirigentes en Gaza así como su capacidad militar. Y todo ello, hasta ahora, sin renunciar a nada y con el respaldo, sacrificado, de la mayor parte de la población, que pone el hambre, el hastío y la muerte. Al contrario, ha demostrado que los palestinos pueden tener el mismo o mayor tesón que el régimen de Tel Aviv y que el ejército de éste no es invencible. La sociedad y las instituciones israelies, por el contrario, viven encerradas cada vez más en sus propios temores y la necesidad de aparentar una estabilidad que, anímicamente, muchos israelíes echan de menos. Israel, esa especie de repelente niño Vicente de oriente, perdió hace ya tiempo una inmejorable ocasión para renunciar o revisar al menos los postulados originarios de su proyecto sionista y tratar de refundirse en un estado como el resto, obligado a entenderse, a parlamentar, a dialogar. Esta abulia para el cambio, apuntalada de forma insensata y absurda por Estados Unidos y otros, puede devenir en definitiva en la causa mayor de un cambio forzado. De la resistencia, noble y tenaz, del pueblo palestino depende en gran medida que Oriente Medio, por fin, se transforme. Porque a pesar de las bombas, las calumnias y las humillaciones, tiene la razón y el derecho que emana del sentido común y el espíritu de justicia de los hombres -de las leyes internacionales nada se diga; ignoramos su utilidad-.

Ignacio Gutiérrez de Terán Gómez-Benita, Departamento de Estudios Árabes e Islámicos, Universidad Autónoma de Madrid.

* «Caváis vuestra propia tumba sin daros cuenta. Pues estáis condenados a vivir con los palestinos y con los Estados árabes (…) Confío en que vuestro Dios lanzará contra sus dirigentes la venganza que merecen. Como judío, siento vergüenza de vosotros».