Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens y revisado por Caty R.
Introducción del editor de Tom Dispatch
En el intento de minimizar la importancia de la actual filtración de Wikileaks de más de 250.000 documentos del Departamento de Estado, el secretario de defensa Robert Gates brindó recientemente el siguiente bocado de sabiduría típica de Washington: «El hecho es que los gobiernos tratan con EE.UU. porque les interesa, no porque les gustemos, no porque confíen en nosotros, y no porque crean que podemos guardar secretos… Algunos gobiernos tratan con nosotros porque nos temen, algunos porque nos respetan, la mayoría porque nos necesita. Todavía somos esencialmente, como se ha dicho antes, la nación indispensable.»
Ahora bien, ese tipo de sabiduría ciertamente suena sobria; es, en definitiva, lo que pasa por realismo geopolítico práctico en la capital de nuestra nación; y es verdad, Gates no es el primer alto responsable estadounidense que califica a EE.UU. de «la nación indispensable»; no dudo de que él y muchos otros protagonistas en la capital están convencidos de que somos globalmente indispensables. El problema es que las noticias debilitan, casi cada semana que pasa, su versión realista haciendo que parezca aún más fantasmagórica. La capacidad de Wikileaks, una pequeñísima organización de activistas, para burlarse de la superpotencia global, haciendo brillar repetidamente un foco de luz sobre la penumbra del secreto bajo el que a nuestra elite política y militar le gusta conducir sus asuntos, tampoco ha ayudado. Si nuestra condición de indispensables no se ha cuestionado, todavía, en Washington, lo que pasa en otras partes del planeta es otra cosa.
La pátina, otrora brillante, del «alguacil global» ha perdido su resplandor, y en Dodge City cada vez hay menos gente que presta el tipo de atención que Washington cree que merece. A mi juicio, el comentario más inteligente sobre el último escándalo de Wikileaks viene de Simon Jenkins del Guardian británico quien, al considerar las diversas revelaciones (por no hablar de los numerosos rumores globales), resumió la situación como sigue: «El derroche de dinero es asombroso. Los pagos de ayuda [estadounidenses] nunca se controlan, nunca se auditan, nunca se evalúan. La impresión es que la superpotencia mundial deambula inerme por un mundo en el cual nadie se comporta como debe. Irán, Rusia, Pakistán, Afganistán, Yemen, las Naciones Unidas, todos están perpetuamente fuera de guión. Washington reacciona como un oso herido en sus instintos imperiales, pero su proyección del poder es improductiva.»
A veces, para comprender precisamente dónde estamos actualmente, ayuda mirar hacia el pasado -en este caso, hacia lo que sucedió con anteriores poderes imperiales «indispensables»-; a veces no es menos útil mirar hacia el futuro. En su último artículo en TomDispatch, Alfred W. McCoy, autor hace poco de Policing America’s Empire: The United States, the Philippines, and the Rise of the Surveillance State, hace las dos cosas. Después de congregar a un grupo de trabajo global de 140 historiadores para considerar la suerte de EE.UU. como potencia imperial, nos ofrece un vistazo de cuatro posibles futuros (próximos). Producen una mirada monumental, incluso indispensable, de la rapidez con la cual es probable que nuestra indispensabilidad se disipe en los próximos años. Tom
La decadencia y caída del Imperio Estadounidense
Cuatro perspectivas para el fin del Siglo Estadounidense antes del año 2025
Alfred W. McCoy
¿Un aterrizaje suave de EE.UU. dentro de 40 años? No apuestes por ello. La defunción de EE.UU. como superpotencia global podría sobrevenir mucho antes de lo que cualquiera imagina. Si Washington sueña con que 2040 o 2050 sea el fin del Siglo Estadounidense, una evaluación más realista de las tendencias interiores y globales sugiere que en 2025, dentro de sólo 15 años, todo puede haber terminado, con la excepción del griterío.
A pesar del aura de omnipotencia proyectada por la mayoría de los imperios, una mirada a su historia debería recordarnos que son organismos frágiles. Tan delicada es su ecología del poder que, cuando las cosas comienzan a ir verdaderamente mal, los imperios regularmente se deshacen a una velocidad infame: sólo un año en el caso de Portugal, dos años la Unión Soviética, ocho años Francia, 11 años en el caso de los otomanos, 17 años para Gran Bretaña, y es muy probable que sean 22 años para EE.UU., a contar desde el crucial año 2003.
Es probable que futuros historiadores identifiquen la incauta invasión de Iraq de Bush en ese año como el comienzo de la caída de EE.UU. Sin embargo, en lugar del derramamiento de sangre que marcó el fin de tantos imperios del pasado, con el incendio de ciudades y la matanza de civiles, este colapso imperial del Siglo XXI, podría tener lugar de un modo relativamente tranquilo mediante los tentáculos invisibles del colapso económico o la ciberguerra.
Pero no cabe duda: cuando finalmente acabe la dominación global de Washington, habrá dolorosos recuerdos cotidianos de lo que una pérdida de poder significa para los estadounidenses de todas las condiciones sociales. Como ha descubierto una media docena de naciones europeas, la decadencia imperial tiende a tener un impacto notablemente desmoralizador sobre una sociedad, y causa regularmente por lo menos una generación de privación económica. Al enfriarse la economía, las temperaturas políticas aumentan, y provocan a menudo un serio malestar interior.
Los datos económicos, educacionales y militares disponibles indican que, en lo que tiene que ver con el poder global de EE.UU., las tendencias negativas se sumarán rápidamente antes del año 2020 y es probable que alcancen una masa crítica como muy tarde en 2030. El Siglo Estadounidense, proclamado de modo tan triunfante al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, estará hecho jirones y desvaneciéndose antes de 2025, su octavo decenio, y podría ser historia antes del año 2030.
Significativamente, en 2008, el Consejo Nacional de Inteligencia de EE.UU. admitió por primera vez que el poder global de EE.UU. estaba ciertamente en una trayectoria descendiente. En uno de sus periódicos informes futuristas, Tendencias Globales 2025, el Consejo citó «la transferencia de riqueza y de poder económico globales que tiene lugar, a grandes rasgos, de Occidente a Oriente» y «sin precedentes en la historia moderna», como factor primordial en la decadencia de la «fuerza relativa de EE.UU. – incluso en el campo militar.» Como muchos en Washington, sin embargo, los analistas del Consejo previeron un aterrizaje prolongado, muy suave, de la preeminencia global estadounidense, y albergaban la esperanza de que de alguna manera «retendría capacidades militares singulares»… durante mucho tiempo… «para proyectar poder militar globalmente» durante décadas.
¡Qué va! Según las proyecciones actuales, EE.UU. se encontrará en segundo lugar después de China (que ya es la segunda economía del mundo por su tamaño) en la producción económica hacia 2026, y detrás de India en 2050. De la misma manera, la innovación china se desplaza hacia el liderazgo mundial en ciencias aplicadas y en tecnología militar en algún momento entre los años 2020 y 2030, cuando se jubile el actual suministro de brillantes científicos e ingenieros de EE.UU., sin un reemplazo adecuado por una generación más joven sin la formación adecuada.
Al llegar 2020, según los planes actuales, el Pentágono hará un intento militar desesperado a favor de un imperio moribundo. Lanzará una triple bóveda letal de robots aeroespaciales avanzados que representa la última esperanza de Washington de retener el poder global a pesar de su decreciente influencia económica. Antes de ese año, sin embargo, la red global de satélites de comunicaciones de China, respaldada por los superordenadores más poderosos del mundo, también estará en pleno funcionamiento, suministrando a Pekín una plataforma independiente para la militarización del espacio y un poderoso sistema de comunicaciones para ataques de misiles o cibernéticos en cualquier cuadrante del globo.
Envuelta en arrogancia imperial, como Whitehall o el Quai d’Orsay antes de ella, la Casa Blanca todavía parece imaginar que la decadencia de EE.UU. será gradual, suave y parcial. En su discurso sobre el Estado de la Unión de enero pasado, el presidente Obama expresó las palabras tranquilizantes de que «yo no acepto un segundo lugar para EE.UU.» Pocos días después, el vicepresidente Biden ridiculizó la idea misma de que «estamos destinados a hacer realidad la profecía de [el historiador Paul] Kennedy de que vamos a ser una gran nación que ha fracasado porque perdimos el control de nuestra economía y nos extendimos demasiado». De la misma manera, en la edición de noviembre de la revista del establishment Foreign Affairs, el gurú neoliberal de la política exterior Joseph Nye descartó hablar del ascenso económico y militar de China, desechando «metáforas engañosas de decadencia orgánica» y negando que haya algún deterioro del poder global de EE.UU.
Los estadounidenses de a pie, que ven que sus puestos de trabajo parten al extranjero, tienen una visión más realista que sus dirigentes mimados. Un sondeo de opinión en agosto de 2010 estableció que un 65% de los estadounidenses cree que el país se encuentra ahora «en un estado de decadencia». Australia y Turquía, aliados militares tradicionales de EE.UU., ya utilizan sus armas hechas en EE.UU. para maniobras aéreas y navales conjuntas con China. Los socios económicos más cercanos de EE.UU. ya se apartan de la oposición de Washington a los tipos de cambio manipulados por China. Mientras el presidente volvía de su tour asiático el mes pasado, un titular pesimista del New York Times resumió el momento como sigue: «La visión económica de Obama se rechaza en la escena mundial; China, Gran Bretaña y Alemania cuestionan a EE.UU.; Las conversaciones comerciales con Seúl también fracasan.»
Vista históricamente, la cuestión no es si EE.UU. perderá su poder global indiscutible, sino cuánto de precipitada y desgarradora tendrá la decadencia. En lugar de las ilusiones de Washington, utilicemos la propia metodología futurista del Consejo Nacional de Inteligencia para sugerir cuatro perspectivas realistas de cómo, estrepitosamente o con un quejido, el poder global de EE.UU. podría llegar a su fin en los años veinte de este siglo (junto con cuatro evaluaciones adjuntas sobre dónde nos encontramos actualmente). Las perspectivas futuras incluyen: decadencia económica, crisis del petróleo, desventura militar y la Tercera Guerra Mundial. Aunque difícilmente son las únicas posibilidades cuando se trata de la decadencia o incluso del colapso de EE.UU., abren una ventana sobre un futuro que se aproxima rápidamente.
Decadencia económica: Situación actual
Actualmente existen tres amenazas principales a la posición dominante de EE.UU. en la economía global: la pérdida de influencia económica debido a la disminución de su parte en el comercio mundial, la decadencia de la innovación tecnológica estadounidense y el fin del estatus privilegiado del dólar como moneda mundial de reserva.
En 2008, EE.UU. ya había caído al tercer puesto en las exportaciones globales de mercaderías, con sólo un 11% en comparación con un 12% de China y un 16% de la Unión Europea. No hay motivos para creer que esa tendencia se revierta.
De la misma manera desaparece el liderazgo estadounidense en la innovación tecnológica. En 2008, EE.UU. ocupaba todavía el segundo lugar después de Japón en las solicitudes mundiales de patentes con 232.000, pero China se aproximaba rápidamente con 195.000, gracias a un fulgurante aumento del 400% desde el año 2000. Un presagio de más decadencia: en 2009 EE.UU. llegó al punto más bajo entre 40 naciones estudiadas por la Fundación de Tecnología & Innovación de la Información en cuanto al «cambio» en la «competitividad global basada en la innovación» durante la década anterior. Agregando sustancia a esas estadísticas, el Ministerio de Defensa de China presentó en octubre el superordenador más rápido del mundo, el Tianhe-1A, tan poderoso, dijo un experto estadounidense, que «liquida a la máquina Nº 1» existente en EE.UU.
Hay que agregar a esta clara evidencia que el sistema educacional de EE.UU., esa fuente de futuros científicos e innovadores, se está quedando atrás con respecto a sus competidores. Después de ser líderes mundiales durante décadas en personas de entre 25 y 34 años con títulos universitarios, el país bajó al puesto número 12 en 2010. El Foro Económico Mundial ubicó a EE.UU. en el mediocre puesto 52 entre 139 naciones en la calidad de su instrucción universitaria en matemáticas y ciencias en 2010. Casi la mitad de los estudiantes graduados en ciencias en EE.UU. son ahora extranjeros, que en su mayoría volverán a casa, sin quedarse aquí como hubiera sido el caso en otros tiempos. En 2025, en otras palabras, es probable que EE.UU. enfrente una escasez crítica de científicos de talento.
Tendencias negativas semejantes alientan una crítica cada vez más fuerte del papel del dólar como moneda de reserva mundial. «Otros países ya no están dispuestos a aceptar la idea de que EE.UU. sepa lo que es mejor en política económica», señaló Kenneth S. Rogoff, ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional. A mediados de 2009, cuando los bancos centrales del mundo poseían astronómicos 4 billones [millones de millones] de dólares en valores del Tesoro de EE.UU., el presidente ruso Dimitri Medvedev insistió en que era hora de acabar con «el sistema unipolar artificialmente mantenido» basado en «una moneda de reserva que en otros tiempos solía ser fuerte».
Al mismo tiempo, el gobernador del banco central de China sugirió que el futuro podría ser una moneda global de reserva «desconectada de naciones individuales» (es decir del dólar estadounidense). Son indicadores de un mundo que viene y de un posible intento, como ha argumentado el economista Michael Hudson, «de acelerar la bancarrota del orden mundial financiero-militar estadounidense».
Decadencia económica: Perspectiva 2020
En 2020, como se esperaba desde hace tiempo después de años de crecientes déficit nutridos por incesantes guerras en tierras distantes, el dólar estadounidense termina por perder su estatus especial como moneda de reserva del mundo. Repentinamente, el coste de las importaciones se dispara. Incapaz de pagar los crecientes déficit mediante la venta en el extranjero de valores devaluados del Tesoro, Washington acaba viéndose obligado a reducir su inflado presupuesto militar. Bajo presión dentro y fuera del país, Washington retira lentamente las fuerzas estadounidenses de cientos de bases en ultramar a un perímetro continental. Pero ahora, sin embargo, ya es demasiado tarde.
Enfrentadas a una superpotencia decadente incapaz de pagar sus cuentas, China, India, Irán, Rusia, y otras potencias, grandes y regionales, cuestionan provocativamente el dominio de EE.UU. sobre los océanos, el espacio y el ciberespacio. Mientras tanto, en medio de precios en alza, un desempleo que aumenta continuamente y una disminución continua de los salarios reales, las divisiones interiores aumentan hasta convertirse en choques violentos y debates divisivos, a menudo por temas notablemente irrelevantes. Aprovechando una ola política de desilusión y desesperación, un patriota de extrema derecha captura la presidencia con una retórica resonante, exigiendo respeto para la autoridad de EE.UU. y amenazando con represalias militares o económicas. El mundo prácticamente no presta atención mientras el Siglo Estadounidense termina en silencio.
Crisis del petróleo: Situación actual
Una víctima del poder económico debilitado de EE.UU. ha sido su control sobre los suministros globales de petróleo. Acelerando por delante de la economía sedienta de gasolina de EE.UU., China se convirtió en el primer consumidor de energía durante este verano, una posición que EE.UU. ha mantenido durante más de un siglo. El especialista en energía Michael Klare ha argumentado que este cambio significa que China «fijará el ritmo de nuestro futuro global».
En 2025, Irán y Rusia controlarán casi la mitad de todo el suministro de gas natural del mundo, lo que potencialmente les dará una inmensa influencia sobre una Europa hambrienta de energía. Si se agregan a la mezcla las reservas de petróleo, en sólo 15 años, como ha advertido el Consejo Nacional de Inteligencia, dos países, Rusia e Irán, podrían «aparecer como elementos esenciales en el campo de la energía».
A pesar de una inventiva notable, las grandes reservas de petróleo de las principales potencias del petróleo que permiten una extracción fácil y barata se están agotando. La verdadera lección del desastre del petróleo de Deepwater Horizon en el Golfo de México no fueron los negligentes estándares de seguridad de BP, sino el simple hecho que todos vieron en la marea negra: a uno de los gigantes corporativos de la energía no le quedó otra alternativa que buscar petróleo difícil de extraer a kilómetros bajo la superficie del océano a fin de mantener el nivel de sus beneficios.
Para complicar el problema, chinos e indios se han convertido repentinamente en consumidores mucho más fuertes de energía. Incluso si los suministros de combustibles fósiles se mantuvieran constantes (que no será el caso), es casi seguro que aumente la demanda, y por lo tanto los costes, y lo harán considerablemente. Otras naciones desarrolladas encaran agresivamente esta amenaza lanzándose a programas experimentales para desarrollar fuentes de energías alternativas. EE.UU. ha tomado otro camino y ha hecho muy poco para desarrollar fuentes alternativas mientras, en los tres últimos decenios, ha duplicado su dependencia de importaciones de petróleo extranjero. Entre 1973 y 2007, las importaciones de petróleo han aumentado de un 36% de la energía consumida en EE.UU. a un 66%.
La crisis del petróleo: Perspectiva 2025
EE.UU. sigue dependiendo tanto de petróleo extranjero que unos pocos acontecimientos adversos en el mercado global de energía en 2025 provocan una crisis del petróleo. En comparación hace que la crisis del petróleo de 1973 (cuando los precios se cuadruplicaron en unos meses) parezca un grano de arena. Molestos por el valor descendiente del dólar, los ministros del petróleo de la OPEP, reunidos en Riad, exigen que los futuros pagos de energía sea hagan hechos en un «canasto» de yen, yuan, y euros. Eso sólo aumenta aún más el coste de las importaciones de petróleo de EE.UU. Al mismo tiempo, mientras firman una nueva serie de contratos de suministro a largo plazo con China, los saudíes estabilizan sus propias reservas de divisas extranjeras cambiando al yuan. Mientras tanto, China invierte innumerables miles de millones en la construcción de un gasoducto masivo trans-asiático y en el financiamiento de la explotación por Irán del mayor yacimiento de gas natural del mundo en South Pars, en el Golfo Pérsico.
Preocupados de que la Armada de EE.UU. ya no pueda proteger los buques tanque que viajan desde el Golfo Pérsico para alimentar Asia del Este, se forma una coalición de Teherán, Riad y Abu Dabi en una inesperada nueva alianza del Golfo y afirman que la nueva flota china de rápidos portaaviones patrullará en el futuro el Golfo Pérsico desde una base en el Golfo de Omán. Bajo fuerte presión económica, Londres acepta cancelar el arriendo por EE.UU. de su base en el Océano Índico en la isla de Diego Garcia, mientras Canberra, bajo presión de los chinos, informa a Washington de que ya no aceptará que la Séptima Flota utilice Fremantle como su puerto de base, expulsando efectivamente a la Armada de EE.UU. del Océano Índico.
Con unos pocos plumazos y algunos concisos anuncios, se abandona en 2025 la «Doctrina Carter», mediante la cual el poder militar de EE.UU. debía proteger eternamente el Golfo Pérsico. Todos los elementos que garantizaron durante mucho tiempo los suministros ilimitados de petróleo a bajo coste de esa región para EE.UU. -la logística, las tasas de cambio, y el poder naval- se evaporan. En esas condiciones, EE.UU. sólo puede cubrir un insignificante 12% de sus necesidades de energía con su naciente industria de energía alternativa, y sigue dependiendo de petróleo importado para la mitad de su consumo de energía.
La crisis del petróleo que sobreviene golpea al país como un huracán y sube los precios a alturas alarmantes, convirtiendo los viajes en gastos asombrosos, causando la caída libre de los salarios reales (que habían estado disminuyendo desde hace tiempo) y haciendo que las exportaciones restantes de EE.UU. pierdan competitividad. Con la baja de las temperaturas, los precios del gas por las nubes y el derramamiento de dólares para pagar petróleo caro, la economía estadounidense se paraliza. Con el fin de alianzas deterioradas hace tiempo y el aumento de las presiones fiscales, las fuerzas militares estadounidenses acaban emprendiendo una retirada por etapas de sus bases en ultramar.
Dentro de unos pocos años, EE.UU. está prácticamente en bancarrota y el reloj se acerca a la hora cero del Siglo Estadounidense.
Desventura militar: Situación actual
En contra de la intuición, a medida que se debilita su poder, los imperios caen a menudo en imprudentes aventuras militares. Este fenómeno es conocido entre historiadores del imperio como «micro-militarismo» y parece involucrar esfuerzos psicológicamente compensatorios para salvar el escozor de la retirada ocupando nuevos territorios, por breve y catastrófico que sea. Estas operaciones, irracionales incluso desde un punto de vista imperial, producen frecuentemente gastos que desangran la economía o humillantes derrotas que sólo aceleran la pérdida de poder.
A través del tiempo, imperios asediados han padecido de una arrogancia que los lleva a caer cada vez más profundo en desventuras militares hasta que la derrota se convierte en una debacle. En en año 413 a. de C., Atenas debilitada envió 200 barcos para que fueran sacrificados en Sicilia. En 1921, la España imperial moribunda despachó a 20.000 soldados para que fueran masacrados por guerrilleros bereberes en Marruecos. En 1956, el debilitado Imperio Británico destruyó su prestigio al atacar Suez. Y en 2001 y 2003, EE.UU. ocupó Afganistán e invadió Iraq. Con la arrogancia extrema que ha marcado a los imperios durante milenios, Washington aumentó sus tropas en Afganistán a 100.000, expandió la guerra a Pakistán, y extendió su compromiso hasta 2014 y más allá, exponiéndose a desastres grandes y pequeños en ese cementerio de imperios infestado de guerrillas y con armas nucleares.
Desventura militar: Perspectiva 2014
El «micro-militarismo» es tan irracional, tan impredecible, que las perspectivas aparentemente estrambóticas pronto son superadas por los acontecimiento. Ya que las fuerzas armadas de EE.UU. se requieren al máximo desde Somalia a las Filipinas, y las tensiones aumentan en Israel, Irán, y Corea, se multiplican las posibles combinaciones para una desastrosa crisis militar en el extranjero.
Estamos a mediados de verano de 2014, y una guarnición reducida de EE.UU. en la asediada Kandahar en el sur de Afganistán es repentina e inesperadamente invadida por guerrilleros talibanes, mientras los aviones estadounidenses no pueden despegar debido a una cegadora tormenta de arena. Sufre considerables bajas y como represalia, un ezorado comandante estadounidense envía bombarderos B-1 y cazas F-16 a demoler vecindarios enteros de la ciudad que supuestamente se encuentran bajo control de los talibanes, mientras aviones AC-130U con armamento pesado barren los escombros con el devastador fuego de sus cañones.
Pronto hay mulás que predican la yihad desde mezquitas de toda la región y unidades del ejército afgano entrenadas durante mucho tiempo por fuerzas estadounidenses para cambiar el progreso de la guerra comienzan a desertar en masa. Combatientes talibanes lanzan entonces una serie de ataques notablemente sofisticados contra guarniciones de EE.UU. en todo el país, causando un gran aumento de las bajas estadounidenses. En escenas que recuerdan Saigón en 1975, los helicópteros rescatan a soldados y civiles estadounidenses desde las azoteas en Kabul y Kandahar.
Mientras tanto, molestos por el interminable impasse de Palestina que ya dura decenios, dirigentes de la OPEP imponen un nuevo embargo del petróleo contra EE.UU. en protesta por su apoyo a Israel así como por la muerte de innumerables civiles musulmanes en sus continuas guerras en todo Gran Oriente Próximo. Con el aumento de los precios de la gasolina y el agotamiento de las refinerías, Washington entra en acción y envía fuerzas de Operaciones Especiales a apoderarse de puertos petroleros en el Golfo Pérsico. Esto, por su parte, provoca una serie de ataques suicidas y el sabotaje de oleoductos y pozos de petróleo. Mientras tanto nubes negras suben al cielo y los diplomáticos se alzan en la ONU para denunciar amargamente las acciones de EE.UU., comentaristas en todo el mundo vuelven a la historia para hablar del «Suez de EE.UU.», una referencia contundente a la debacle de 1956 que marcó el fin del Imperio Británico.
La Tercera Guerra Mundial: Situación actual
En el verano de 2010, las tensiones militares entre EE.UU. y China aumentan en el Pacífico occidental, considerado otrora como un «lago» estadounidense. Hasta un año antes nadie habría predicho un acontecimiento semejante. Tal como Washington aprovechó su alianza con Londres para apropiarse de gran parte del poder global de Gran Bretaña después de la Segunda Guerra Mundial, China utiliza ahora los beneficios de su comercio de exportación con EE.UU. para financiar lo que probablemente se convertirá en un desafío a la dominación estadounidense sobre vías navegables de Asia y del Pacífico.
Con sus crecientes recursos, Pekín reivindica un vasto arco marítimo de Corea a Indonesia, dominado desde hace tiempo por la Armada de EE.UU. En agosto, después que Washington expresó un «interés nacional» del Mar del Sur de China y realizó ejercicios navales allí para reforzar esa afirmación, el Global Times oficial de Pekín respondió airadamente, diciendo: «El combate de lucha libre entre EE.UU. y China por el tema del Mar del Sur de China ha aumentado las apuestas sobre quién será el verdadero gobernante del planeta».
Entre crecientes tensiones, el Pentágono informa de que Pekín tiene ahora «la capacidad de atacar… portaaviones [estadounidenses] en el Océano Pacífico occidental» y apuntar a «fuerzas nucleares en todo… EE.UU. continental». Al desarrollar «capacidades ofensivas nucleares, espaciales y de guerra cibernética», China parece determinada a competir por la dominación de lo que el Pentágono llama «el espectro de la información en todas las dimensiones del espacio de batalla moderno». Con el continuo desarrollo del poderoso cohete propulsor Larga Marcha V, así como el lanzamiento de dos satélites en enero de 2010 y otro en julio, para llegar a un total de cinco, Pekín señala que el país hace rápidos progresos hacia una red «independiente» de 35 satélites para capacidades de posicionamiento global, comunicaciones, y de reconocimiento hasta el año 2020.
Para frenar a China y extender su posición militar en el globo, Washington se propone construir una nueva red digital de robótica aérea y espacial, capacidades avanzadas de guerra cibernética y de vigilancia electrónica. Los planificadores militares esperan que este sistema integrado envuelva a la tierra en un enrejado cibernético capaz de cegar a ejércitos enteros en el campo de batalla o de eliminar a un solo terrorista en un campo o favela. En 2020, si todo se desarrolla según el plan, el Pentágono lanzará un escudo de tres niveles de drones espaciales -que llega de la estratósfera a la exosfera, armado de misiles ágiles, vinculados por un sistema satelital modular elástico, y operado mediante una vigilancia telescópica total.
En abril pasado, el Pentágono hizo historia. Amplió las operaciones de drones a la exosfera al lanzar silenciosamente el transbordador espacial sin tripulación X-37B a una órbita baja a 410 kilómetros sobre el planeta. El X-37B es el primero de una nueva generación de vehículos sin tripulación que marcará la militarización total del espacio, creando un campo para futuras guerras, diferente de todo lo visto anteriormente.
Tercera Guerra Mundial: Perspectiva 2025
La tecnología de la guerra espacial y cibernética es tan nueva e imprevisible que incluso las perspectivas más extravagantes pueden verse pronto sobrepasadas por una realidad que es todavía difícil de concebir. Sin embargo, si simplemente empleamos el tipo de perspectivas utilizado por la propia Fuerza Aérea en su Juego de Capacidades Futuras de 2009, podemos obtener «un mejor entendimiento de cómo el aire, el espacio y el ciberespacio se superponen en la guerra», y así comenzar a imaginar cómo podría librarse en realidad la próxima guerra mundial.
Son las 11:59 pm del jueves de Acción de Gracias en 2025. Mientras los compradores aporrean los portales de Mejor Compra a la busca de grandes descuentos de la más reciente electrónica china, técnicos de la Fuerza Aérea de EE.UU. en el Telescopio de Vigilancia del Espacio (SST) en Maui se atoran con su café cuando sus monitores panorámicos repentinamente se ponen negros. A miles de kilómetros de distancia en el centro de operaciones del Cibercomando de EE.UU. en Texas, los ciberguerreros pronto detectan binarios maliciosos que, aunque disparados anónimamente, muestran las características huellas digitales del Ejército Popular de Liberación de China.
El primer ataque abierto no ha sido predicho por nadie. Malware china se apodera del control de los robots a bordo de un drone no tripulado de alimentación solar «Vulture» mientras vuela a 21.000 metros sobre el Estrecho Tsushima entre Corea y Japón. Repentinamente dispara todas las cápsulas de cohetes bajo su enorme envergadura de 122 metros, enviando docenas de misiles letales a caer inofensivamente en el Mar Amarillo, desarmando efectivamente esa formidable arma.
Determinada a combatir el fuego con fuego, la Casa Blanca autoriza un ataque en represalia. Confiados en que su sistema satelital F-6 «Fraccionado, de Libre Vuelo» es impenetrable, los comandantes de la Fuerza Aérea en California transmiten códigos robóticos a la flotilla de drones espaciales X-37B que vuelan en órbita a 400 kilómetros sobre la tierra, ordenando que lancen sus misiles «Triple Terminator» contra los 35 satélites chinos. Ninguna reacción. Cerca del pánico, la Fuerza Aérea lanza su Vehículo Crucero Hipersónico Falcon en un arco a 160 kilómetros sobre el Océano Pacífico y luego, sólo 20 minutos después, envía sus códigos informáticos para disparar misiles contra siete satélites chinos en órbitas cercanas. Repentinamente, los códigos de lanzamiento dejan de operar.
A medida que el virus chino se propaga incontrolablemente por la arquitectura satelital F-6, mientras esos superordenadores estadounidenses de segunda no logran descodificar el código infernalmente complejo del malware, son afectadas las señales de GPS cruciales para la navegación de barcos y aviones de EE.UU. en todo el mundo. Flotas de portaaviones comienzan a navegar en círculos en medio del Pacífico. Escuadrones de cazas bajan a tierra. Drones Reaper vuelan desorientados hacia el horizonte, y se estrellan cuando se acaba su carburante. Repentinamente, EE.UU. pierde lo que su Fuerza Aérea ha calificado desde hace tiempo de «máxima posición elevada»: el espacio. En pocas horas, el poder militar que había dominado el globo durante casi un siglo ha sido derrotado en la Tercera Guerra Mundial sin una sola víctima humana.
¿Un Nuevo Orden Mundial?
Incluso si los futuros eventos resultan ser más aburridos de lo que sugieren estas cuatro perspectivas, todas las tendencias significativas apuntan a una decadencia mucho más impresionante del poder global estadounidense hasta 2025 que va más allá de todo lo que Washington parece estar considerando.
A medida que sus aliados en todo el mundo comiencen a reajustar sus políticas para ajustarlas a la percepción de las potencias asiáticas ascendentes, el coste de mantener 800 o más bases militares en el extranjero llegará a ser insostenible, imponiendo finalmente una retirada por etapas a un Washington todavía reacio. Como tanto EE.UU. como China participan en una carrera para militarizar el espacio y el ciberespacio, las tensiones entre las potencias tenderán a aumentar, haciendo que un conflicto militar en 2025 sea por lo menos factible, aunque difícilmente seguro.
Para complicar aún más las cosas, las tendencias económicas, militares y tecnologías antes descritas no tendrán lugar en un aislamiento ordenado. Como sucedió con los imperios europeos después de la Segunda Guerra Mundial, es dudoso que semejantes fuerzas negativas resulten ser sinergicas. Se combinarán de formas totalmente inesperadas, crearán crisis para las cuales los estadounidenses no están de ninguna manera preparados y amenazarán con lanzar a la economía a una repentina espiral descendente, condenando a este país a una generación o más de miseria económica.
A medida que se pierde el poder de EE.UU., el pasado ofrece un espectro de posibilidades para un futuro orden mundial. En un extremo de ese espectro no se puede excluir el ascenso de una nueva superpotencia global, por poco probable que parezca. Sin embargo, tanto China como Rusia manifiestan culturas autorreferenciales, recónditos escritos no romanos, estrategias de defensa regional y sistemas legales subdesarrollados, lo que les niega instrumentos esenciales para la dominación global. Por el momento, por lo tanto, no aparece en el horizonte ni una sola superpotencia que probablemente llegue a suceder a EE.UU.
En una versión oscura, distópica, de nuestro futuro global, una coalición de corporaciones transnacionales, fuerzas multilaterales como la OTAN, y una elite financiera internacional podrían concebiblemente forjar un solo nexo supra-nacional, posiblemente inestable, que haría que no tuviera sentido seguir hablando de imperios nacionales. Mientras corporaciones desnacionalizadas y elites multinacionales probablemente gobernarían un mundo semejante, desde enclaves urbanos seguros, las multitudes serían relegadas a páramos urbanos y rurales.
En Planeta de ciudades miseria, Mike Davis presenta una visión parcial desde abajo de un mundo semejante. Argumenta que los mil millones de personas (que aumentarán a dos mil millones hasta 2030) que ya están apiñadas en chabolas fétidas al estilo de las favelas en todo el mundo que constituirán las ciudades «brutales, fracasadas» del Tercer Mundo… el campo de batalla característico del Siglo XXI». A medida que la oscuridad cubre algunas futuras súper-favelas, «el imperio puede desplegar tecnologías orwellianas de represión» como «helicópteros artillados parecidos a avispones que acechan a enigmáticos enemigos en las estrechas calles de los distritos de chabolas… Cada mañana los suburbios pobres responden con atacantes suicidas y elocuentes explosiones.»
En medio del espectro de posibles futuros, podría aparecer una oligopolia global entre 2020 y 2040, con potencias ascendentes, China, Rusia, India y Brasil que colaboran con potencias en decadencia como Gran Bretaña, Alemania, Japón, y EE.UU., para imponer una dominación global ad hoc, similar a la inarticulada alianza de imperios europeos que gobernó a la mitad de la humanidad hacia 1900.
Otra posibilidad: la aparición de hegemonías regionales en un retorno a reminiscencias del sistema internacional que operó antes que se conformaran los imperios modernos. En este orden mundial neo wesfaliano, con sus interminables vistas de microviolencia y explotación descontrolada, cada hegemonía dominaría su región inmediata -Brasilia en Suramérica, Washington en Norteamérica, Pretoria en Sudáfrica, etc.- El espacio, el ciberespacio y las profundidades marinas, removidas del control del antiguo «policía» planetario, EE.UU., podrían incluso convertirse en un nuevo patrimonio común global, controlado por medio de un Consejo de Seguridad expandido de la ONU o algún organismo ad hoc.
Todas estas perspectivas extrapolan tendencias existentes hacia el futuro sobre la base de la suposición de que los estadounidenses, cegados por la arrogancia de décadas de un poder sin paralelos históricos, no puedan adoptar o no adopten medidas para administrar la erosión descontrolada de su posición global.
Si la decadencia de EE.UU. se encuentra en realidad en una trayectoria de 22 años de 2003 a 2025, ya habremos desperdiciado la mayor parte del primer decenio de esa decadencia con guerras que nos distrajeron de problemas a largo plazo y, como agua desparramada sobre las arenas del desierto, desperdiciaron billones de dólares desesperadamente necesitados.
Si sólo quedan 15 años, las probabilidades de desperdiciarlos siguen siendo elevadas. El Congreso y el presidente están ahora paralizados; el sistema estadounidense está inundado de dinero corporativo con el fin de atascar todo; y hay pocas sugerencias para que algún problema de importancia, incluidas nuestras guerras, nuestro inflado Estado de seguridad nacional, nuestro famélico sistema de educación y nuestros anticuados suministros de energía, se encaren con suficiente seriedad como para asegurar el tipo de aterrizaje suave que podría maximizar el papel y la prosperidad de nuestro país en un mundo que cambia.
Los imperios de Europa han pasado y el imperio de EE.UU. desaparece. Parece cada vez más dudoso que EE.UU. tenga algo parecido al éxito de Gran Bretaña en la conformación de un orden mundial futuro que proteja sus intereses, preserve su prosperidad y lleve la huella de sus mejores valores.
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Alfred W. McCoy es profesor de historia en la Universidad de Wisconsin-Madison. Es autor de A Question of Torture: CIA Interrogation, From the Cold War to the War on Terror (Metropolitan Books), que también existe en traducciones al italiano y al alemán. Su último libro Policing America’s Empire: The United States, the Philippines, and the Rise of the Surveillance State , explora la influencia de operaciones de contrainsurgencia en el exterior en la propagación de medidas de seguridad interior en EE.UU. También convocó el proyecto «Imperios en transición» un grupo de trabajo global de 140 historiadores de universidades de cuatro continentes. Los resultados de sus primeras reuniones en Madison, Sydney, y Manila fueron publicados como Colonial Crucible: Empire in the Making of the Modern American State y los resultados de su última conferencia aparecerán el próximo año como Endless Empire: Europe’s Eclipse, America’s Ascent, and the Decline of U.S. Global Power.
Copyright 2010 Alfred W. McCoy
Fuente: http://www.tomdispatch.com/